Mujeres

María

Sube sus brazos y se mira al espejo descubriendo toda su magnitud de mujer grande, casi masculina, unos brazos anchos como de hombre que desarrolló a fuerza de hacer ejercicio físico. Al bajarlos se queda delante del espejo sonriendo y pensando que cada día se parece más bella, más bonita y más perfecta, aunque no sea el modelo de belleza femenina que se estila.

Ana y Lucía

Sonríen a la cámara con las copas en la mano y en la foto aparece un cartel: de vacaciones. Dos sonrisas maduras, solitarias, ansiando compañía aunque sea un rato. Ellas saben que no sucederá, cuando se miran al espejo su sonrisa se diluye en mueca, se escurrirá como si fuera pintura disuelta en agua que corre y deja una mancha que no es ni sonrisa ni llanto, que se convierte en una mueca cómica y triste al mismo tiempo, y ellas, cada una en su cuarto, frente al espejo cierran los ojos y borran su imagen para evocar esa foto, con sonrisas, esa foto mil veces hecha durante muchos años de posar frente a la cámara con la copa en la mano, esperando.

Clara

Entra en su perfil de Facebook y cuelga la foto de su hijo muerto, es la foto cien, desde hace un año no para de mirar su rostro y preguntarse ¿por qué? Frente a los demás protege su secreto, muestra su sonrisa de superación y fortaleza, Él lo habría querido así, pero a solas delante de la pantalla, el rostro joven de su hijo vuelve y ella siente el impulso de llenar la red con su mirada. Reivindica frente a todos la injusticia divina, ella, que cree en Dios, que le habla y le pregunta ¿por qué? se revela para romper el equilibrio y muestra los ojos de su hijo, su sonrisa, su mirada, todo lo que ella podía tocar, oler. Todo lo que ella ayudó a desarrollar pero que esa enfermedad se llevó sin dejarla acostumbrarse a su ausencia. Ella dice: luchó, fue un ejemplo… pero cuando está a solas piensa ¿por qué? ¿por qué él?

Carmen

Frente al espejo, desnuda, examina cada uno de los rincones de su cuerpo maduro. Analiza los rastros del tiempo sobre su piel, las cicatrices que el tiempo fue dejando, cada una de ellas se corresponde con un recuerdo. Pasea su mano por ellas, siente un escalofrío y cierra los ojos para sentirse y disfrutarse. Si mira no goza, prefiere cerrar los ojos, porque su piel al tacto es suave y le recuerda la juventud perdida. Su hija le dice, no estás vieja, todavía puedes disfrutar, todavía, esa palabra que evoca continuidad al borde del fin, todavía puedo, todavía debo, todavía soy, todavía. Pero ella sabe que no es así, maquilla su rostro, peina y coloca su pelo al detalle, rodea su cuerpo con lencería imposible que lo realza, y que esconde con una ropa de jovencita que le hace creer y sentirse nuevamente la chica más guapa de su grupo.

Encarna

Sola, sentada en su sofá piensa y siente una opresión profunda en el pecho. Era ella, sí, la protagonista de aquel parto doble que terminó en mitad. Quiere recordar pero solo ve una nube borrosa, palabras inconexas, dolor, y siente una culpa íntima y solitaria que la mira y la señala justo en el pecho, provocándole lágrimas de desaliento, incertidumbre y pérdida. Sí, perdió un hijo pero no sabe cómo era, ni qué era. Sola, estaba sola rodeada de extraños que hacían, manipulaban, hablaban entre sí, sin contar con ella, sin decirle nada. Tan solo volvió a casa con la mitad de su vientre, feliz pero con cierto vacío que ahora le oprime el pecho. Han pasado los años y mira por encima de su hombro para descubrir que sus hijas la siguen y le dicen, para mamá, tenemos que saber. Ella quiere saber, pero tiene miedo de averiguar, necesita confiar en alguien, necesita descansar. ¿Y si existiera en otro lugar? ¿y si me lo perdí? Preguntas que rebotan en lo más profundo de su cerebro, van de un sitio a otro y no sabe cómo darle respuesta.

Beatriz

Reposa su cabeza en la almohada, sin dejar de mirarle, hace tanto tiempo que no veía esos ojos que quiere aprendérselos de memoria por si no vuelven. El acaricia dulcemente sus brazos, mientras susurra palabras tiernas, mientras la desnuda lentamente. Ella siente el aire pasar por todo su cuerpo con una densidad de color azul y sabor a hiel, sabe que solo será una vez, pero necesita que suceda. Quiere aprenderse cada detalle, mira sus ojos, sus brazos, sus piernas, su boca susurrando las delicias más exquisitas. Ella se muerde los labios para contener el suspiro, quisiera detener en ese momento la estampa, mirarse desde fuera y dejarlo enmarcado en su pared, para retenerlo. El pasea su mano por su vientre y baja despacio, mientras ella siente cómo sus mejillas se enciencen, quiere que siga para aprenderse cada detalle, despacio para grabarlo en su memoria, bien sujeto, para cuando él no esté. De pronto todo se vuelve blanquecino, llega al final con una explosión rodeada de temblores y palpitaciones. Ella flota y ríe con una catarata de sonidos azules, como el mar lejano que se lo llevará de vuelta de nuevo, no sabe por cuánto tiempo.

Lola

Canta alto, sola, en la ducha. Piensa que lo podría hacer delante de cualquiera de ellos ¿o quizás no? Canta mientras plancha, mientras cocina, limpia la casa… canta porque cuando lo hace siente que es ella, aunque siempre sola. Y  mientras canta sonríe, se siente poderosa, grande, mujer. Sueña que alguien la escucha y queda extasiado ante tan magnífica voz, y piensa que quizás podría cantar alguna vez delante de ellos. Lo hará, ¿por qué no? Podría seguir cantando cuando pone la mesa mientras ellos esperan mirando el televisor. Sí, cantará para ellos, para que vean lo que vale. Pero se abre la puerta y calla, solo el sonido de la cebolla en la sartén repiquetea y ahora, las voces de ellos, esas voces tan queridas por ella. Quizás otro día cante, ahora no tengo tiempo, se dice.

Adela

Siente detrás de ella la presión pero no puede moverse para ver su cara, para poder apartarse y salir corriendo. Escucha la música que sale de su iPod pero no puede disfrutarla porque cada vez siente más presión, pero no puede moverse porque hay gente por todos los flancos, delante, a derecha, izquierda y… detrás, es ahí donde siente que una mano aprieta sus nalgas. Un calor intenso sube por su tubo digestivo y se convierte en explosión a través de sus mejillas, sus ojos abiertos quieren darse la vuelta para mirarle la cara y escupirle el sabor amargo que le recorre la boca, pero no puede, está bloqueada. De pronto para el tren, se abren las puertas y comienza el remolino de personas que descienden del vagón, con un último pellizco siente liberada su espalda y rápido gira para verle la cara, pero ya no puede verle, demasiada gente camina junta, hombres y mujeres que no le dedican ni una mirada. Le hace dudar, ¿serían imaginaciones mías? quizás no me estuviera tocando, quizás tan solo el metro iba demasiado lleno. Vuelve a sentir calor, pero esta vez es el calor del desánimo y la indefensión.

Nieves

Alza sus brazos delante del espejo, poderosa, grande, magnífica. Reivindica su ser frente a todos, mujer, portadora de emociones, vida, amor, belleza. Piensa en la belleza, en su belleza, que reside dentro de sí misma y brota a través de sus ojos, sus manos, sus curvas de mujer, sí, mujer entera, sola, capaz. Alza los brazos para observarse alta en el espejo y brillar, esos brazos que rompieron sus cadenas, que sujetaron a su bebé, que abrazaron a su madre inquieta, que rodearon con fuerza su existencia. Baja sus brazos y sonríe al espejo mientras observa cómo ha crecido un poquito más, cada vez, un poquito más. Atrás quedó cuando no se atrevía a separarlos del cuerpo, un cuerpo que le pertenece sólo a ella, ese cuerpo de mujer, sí, mujer entera, sola, bella y capaz.

 

Mujeres

María

Sube sus brazos y se mira al espejo descubriendo toda su magnitud de mujer grande, casi masculina, unos brazos anchos como de hombre que desarrolló a fuerza de hacer ejercicio físico. Al bajarlos se queda delante del espejo sonriendo y pensando que cada día se parece más bella, más bonita y más perfecta, aunque no sea el modelo de belleza femenina que se estila.

Ana y Lucía

Sonríen a la cámara con las copas en la mano y en la foto aparece un cartel: de vacaciones. Dos sonrisas maduras, solitarias, ansiando compañía aunque sea un rato. Ellas saben que no sucederá, cuando se miran al espejo su sonrisa se diluye en mueca, se escurrirá como si fuera pintura disuelta en agua que corre y deja una mancha que no es ni sonrisa ni llanto, que se convierte en una mueca cómica y triste al mismo tiempo, y ellas, cada una en su cuarto, frente al espejo cierran los ojos y borran su imagen para evocar esa foto, con sonrisas, esa foto mil veces hecha durante muchos años de posar frente a la cámara con la copa en la mano, esperando.

Clara

Entra en su perfil de Facebook y cuelga la foto de su hijo muerto, es la foto cien, desde hace un año no para de mirar su rostro y preguntarse ¿por qué? Frente a los demás protege su secreto, muestra su sonrisa de superación y fortaleza, él lo habría querido así, pero a solas delante de la pantalla, el rostro joven de su hijo vuelve y ella siente el impulso de llenar la red con su mirada. Reivindica frente a todos la injusticia divina, ella, que cree en Dios, que le habla y le pregunta ¿por qué? se revela para romper el equilibrio y muestra los ojos de su hijo, su sonrisa, su mirada, todo lo que ella podía tocar, oler. Todo lo que ella ayudó a desarrollar pero que esa enfermedad se llevó sin dejarla acostumbrarse a su ausencia. Ella dice: luchó, fue un ejemplo… pero cuando está a solas piensa ¿por qué? ¿por qué él?

Carmen

Frente al espejo, desnuda, examina cada uno de los rincones de su cuerpo maduro. Analiza los rastros del tiempo sobre su piel, las cicatrices que el tiempo fue dejando, cada una de ellas se corresponde con un recuerdo. Pasea su mano por ellas, siente un escalofrío y cierra los ojos para sentirse y disfrutarse. Si mira no goza, prefiere cerrar los ojos, porque su piel al tacto es suave y le recuerda la juventud perdida. Su hija le dice, no estás vieja, todavía puedes disfrutar, todavía, esa palabra que evoca continuidad al borde del fin, todavía puedo, todavía debo, todavía soy, todavía. Pero ella sabe que no es así, maquilla su rostro, peina y coloca su pelo al detalle, rodea su cuerpo con lencería imposible que realza su cuerpo, y que esconde con una ropa de jovencita que le hace creer y sentirse nuevamente la chica más guapa de su grupo.

Encarna

Sola, sentada en su sofá piensa y siente una opresión profunda en el pecho. Era ella, sí, la protagonista de aquel parto doble que terminó en mitad. Quiere recordar pero solo ve una nube borrosa, palabras inconexas, dolor, y siente una culpa íntima y solitaria que la mira y la señala justo en el pecho, provocándole lágrimas de desaliento, incertidumbre y pérdida. Sí, perdió un hijo pero no sabe cómo era, ni qué era. Sola, estaba sola rodeada de extraños que hacían, manipulaban, hablaban entre sí, sin contar con ella, sin decirle nada. Tan solo volvió a casa con la mitad de su vientre, feliz pero con cierto vacío que ahora le oprime el pecho. Han pasado los años y mira por encima de su hombro para descubrir que sus hijas la siguen y le dicen, para mamá, tenemos que saber. Ella quiere saber, pero tiene miedo de averiguar, necesita confiar en alguien, necesita descansar. ¿Y si existiera en otro lugar? ¿y si me lo perdí? Preguntas que rebotan en lo más profundo de su cerebro, van de un sitio a otro y no sabe cómo darle respuesta.

Beatriz

Reposa su cabeza en la almohada, sin dejar de mirarle, hace tanto tiempo que no veía esos ojos que quiere aprendérselos de memoria por si no vuelven. El acaricia dulcemente sus brazos, mientras susurra palabras tiernas, mientras la desnuda lentamente. Ella siente el aire pasar por todo su cuerpo con una densidad de color azul y sabor a hiel, sabe que solo será una vez, pero necesita que suceda. Quiere aprenderse cada detalle, mira sus ojos, sus brazos, sus piernas, su boca susurrando las delicias más exquisitas. Ella se muerde los labios para contener el suspiro, quisiera detener en ese momento la estampa, mirarse desde fuera y dejarlo enmarcado en su pared, para retenerlo. El pasea su mano por su vientre y baja despacio, mientras ella siente cómo sus mejillas se enciencen, quiere que siga para aprenderse cada detalle, despacio para grabarlo en su memoria, bien sujeto, para cuando él no esté. De pronto todo se vuelve blanquecino, llega al final con una explosión rodeada de temblores y palpitaciones. Ella flota y ríe con una catarata de sonidos azules, como el mar lejano que se lo llevará de vuelta de nuevo, no sabe por cuánto tiempo.

Lola

Canta, alto, sola, en la ducha. Piensa que lo podría hacer delante de cualquiera de ellos ¿o quizás no? Canta mientras plancha, mientras cocina, limpia la casa… canta porque cuando lo hace siente que es ella, aunque siempre sola. Y  mientras canta sonríe, se siente poderosa, grande, mujer. Sueña que alguien la escucha y queda extasiado ante tan magnífica voz, y piensa que quizás podría cantar alguna vez delante de ellos. Lo hará, ¿por qué no? Podría seguir cantando cuando pone la mesa mientras ellos esperan mirando el televisor. Sí, cantará para ellos, para que vean lo que vale. Pero se abre la puerta y calla, solo el sonido de la cebolla en la sartén repiquetea y ahora, las voces de ellos, esas voces tan queridas por ella. Quizás otro día cante, ahora no tengo tiempo, se dice.

Adela

Siente detrás de ella la presión pero no puede moverse para ver su cara, para poder apartarse y salir corriendo. Escucha la música que sale de su iPod pero no puede disfrutarla porque cada vez siente más presión, pero no puede moverse porque hay gente por todos los flancos, delante, a derecha, izquierda y… detrás, es ahí donde siente que una mano aprieta sus nalgas. Un calor intenso sube por su tubo digestivo y se convierte en explosión a través de sus mejillas, sus ojos abiertos quieren darse la vuelta para mirarle la cara y escupirle el sabor amargo que le recorre la boca, pero no puede, está bloqueada. De pronto para el tren, se abren las puertas y comienza el remolino de personas que descienden del vagón, con un último pellizco siente liberada su espalda y rápido gira para verle la cara, pero ya no puede verle, demasiada gente camina junta, hombres y mujeres que no le dedican ni una mirada. Le hace dudar, ¿serían imaginaciones mías? quizás no me estuviera tocando, quizás tan solo el metro iba demasiado lleno. Vuelve a sentir calor, pero esta vez es el calor del desánimo y la indefensión.

Nieves

Alza sus brazos delante del espejo, poderosa, grande, magnífica. Reivindica su ser frente a todos, mujer, portadora de emociones, vida, amor, belleza. Piensa en la belleza, en su belleza, que reside dentro de sí misma y brota a través de sus ojos, sus manos, sus curvas de mujer, sí, mujer entera, sola, capaz. Alza los brazos para observarse alta en el espejo y brillar, esos brazos que rompieron sus cadenas, que sujetaron a su bebé, que abrazaron a su madre inquieta, que rodearon con fuerza su existencia. Baja sus brazos y sonríe al espejo mientras observa cómo ha crecido un poquito más, cada vez, un poquito más. Atrás quedó cuando no se atrevía a separarlos del cuerpo, un cuerpo que le pertenece sólo a ella, ese cuerpo de mujer, sí, mujer entera, sola, bella y capaz.

 

El cuerpo de las mujeres

Me gustaría recomendaros un documental que me gustó mucho sobre la manipulación que poco a poco, muy a fuego lento, se ha ido fraguando para conseguir convencernos de que tenemos que modificar nuestro cuerpo y nuestro rostro hacia un modelo que alguien ha pensado que es un modelo de belleza.

La televisión, ese medio que ya está en nuestros hogares como uno más y que emite sistemáticamente modelos de belleza femenina (cada vez más, masculina también) que va en contra de la naturaleza, del paso del tiempo, de la belleza real en definitiva. Y nuestros hijos adolescentes consumen de forma instantánea estas imágenes que luego comparan delante del espejo para concluir que ellos no son bellos, no son perfectos. Y tengo que decir que no son solo nuestros hijos adolescentes los que consumen sin plantearse dicho modelo, también nosotros (nosotras) asumimos que hay que llegar a ser más delgadas, tener menos arrugas, unos pómulos más pronunciados, unos labios más turgentes… también nosotras, señoras adultas, caemos en la trampa de obligarnos a luchar contra nosotras mismas. Y empezar a consumir cremas, lociones, aparatos… operaciones. Y dejar de consumir comidas que engorden. Y dejar de disfrutar con el paso del tiempo, de la vida.

Las mujeres de todo el mundo estamos siendo utilizadas como un objeto de consumo, presentadoras esbeltas con altas dosis de maquillaje, con un pelo estandarizado, que figuran sólo como elemento decorativo, que alimentan posturas machistas con dicho papel sin darse cuenta de que dentro de esa cabecita hecha a imagen y semejanza de cualquier otra cabecita de cualquier otra presentadora, hay un cerebro que piensa, que siente, que dirige. Parece que nos hubiésemos acostrumbrado a ver muñecas de plástico y las hubiésemos incorporado a nuestro modelo como “lo realmente bonito”. Y esto desencadena sufrimiento en las mujeres corrientes de un mundo corriente que se maquillan en su casa, que se peinan en su casa, que buscan un gimnasio que les haga perder esos kilitos de más cuando en realidad, buscan lucir un cuerpo como el de esas muñecas que no son tan reales. Anuncios de cremas antiarrugas que muestran caras de chicas muy jóvenes que, evidentemente, no tienen arrugas. Cremas anticelulíticas en cuerpos delgados de niñas que no tienen, evidentemente también, celulitis. Mensajes que nos cuentan que todas esas señales están mal en nuestro cuerpo: ni cicatrices, ni estrías, ni arrugas, ni celulitis, ni impurezas de la piel…

Cuando iban a nacer mis hijas gemelas tuvieron que hacerme cesárea, y mientras estaban preparándome en el quirófano, el médico me preguntaba cómo quería la cicatriz. Comenzó a darme un montón de explicaciones sobre las diferentes opciones de cicatrices con una cesárea en un parto gemelar. Yo le dije: “no vivo de mi cuerpo, lo que quiero es que nazcan bien y como sea más seguro”. Luzco una cicatriz bastante grande que me divide el vientre en dos mitades de arriba a abajo y que cuando llega el verano pongo al sol. Ni me acuerdo que la tengo, pero de vez en cuando sorprendo a alguien mirando mi cicatriz y preguntándose ¿por qué no le harían una cicatriz horizontal de esas que no se ven? es que es muy fea.

A mis hijas les cuento que por ahí nacieron ellas, sanas, a tiempo, y me gusta mostrarla como parte de mi historia y de lo grande que fue ese momento, ¿acaso no es bella?

Me gustaría pediros que veáis el documental, que se lo enseñéis a vuestras hijas (también a vuestros hijos), a vuestros alumnos, a toda la gente, para que demos la importancia justa a la imagen, para que empecemos a reivindicar, en serio, que belleza es salud, y por tanto requiere unas altas dosis de educación para la salud llegar a estar bella: buena alimentación, ejercicio y mucha risa. Dejemos de taparnos ante las cámaras y mostremos nuestra belleza tal y como es.

¿Cuándo dejaste de sentirte bella?

 

Aquí os dejo el documental:

 

 

El cuerpo de las mujeres

Me gustaría recomendaros un documental que me gustó mucho sobre la manipulación que poco a poco, muy a fuego lento, se ha ido fraguando para conseguir convencernos de que tenemos que modificar nuestro cuerpo y nuestro rostro hacia un modelo que alguien ha pensado que es un modelo de belleza.

La televisión, ese medio que ya está en nuestros hogares como uno más y que emite sistemáticamente modelos de belleza femenina (cada vez más, masculina también) que va en contra de la naturaleza, del paso del tiempo, de la belleza real en definitiva. Y nuestros hijos adolescentes consumen de forma instantánea estas imágenes que luego comparan delante del espejo para concluir que ellos no son bellos, no son perfectos. Y tengo que decir que no son solo nuestros hijos adolescentes los que consumen sin plantearse dicho modelo, también nosotros (nosotras) asumimos que hay que llegar a ser más delgadas, tener menos arrugas, unos pómulos más pronunciados, unos labios más turgentes… también nosotras, señoras adultas, caemos en la trampa de obligarnos a luchar contra nosotras mismas. Y empezar a consumir cremas, lociones, aparatos… operaciones. Y dejar de consumir comidas que engorden. Y dejar de disfrutar con el paso del tiempo, de la vida.

Las mujeres de todo el mundo estamos siendo utilizadas como un objeto de consumo, presentadoras esbeltas con altas dosis de maquillaje, con un pelo estandarizado, que figuran sólo como elemento decorativo, que alimentan posturas machistas con dicho papel sin darse cuenta de que dentro de esa cabecita hecha a imagen y semejanza de cualquier otra cabecita de cualquier otra presentadora, hay un cerebro que piensa, que siente, que dirige. Parece que nos hubiésemos acostrumbrado a ver muñecas de plástico y las hubiésemos incorporado a nuestro modelo como “lo realmente bonito”. Y esto desencadena sufrimiento en las mujeres corrientes de un mundo corriente que se maquillan en su casa, que se peinan en su casa, que buscan un gimnasio que les haga perder esos kilitos de más cuando en realidad, buscan lucir un cuerpo como el de esas muñecas que no son tan reales. Anuncios de cremas antiarrugas que muestran caras de chicas muy jóvenes que, evidentemente, no tienen arrugas. Cremas anticelulíticas en cuerpos delgados de niñas que no tienen, evidentemente también, celulitis. Mensajes que nos cuentan que todas esas señales están mal en nuestro cuerpo: ni cicatrices, ni estrías, ni arrugas, ni celulitis, ni impurezas de la piel…

Cuando iban a nacer mis hijas gemelas tuvieron que hacerme cesárea, y mientras estaban preparándome en el quirófano, el médico me preguntaba cómo quería la cicatriz. Comenzó a darme un montón de explicaciones sobre las diferentes opciones de cicatrices con una cesárea en un parto gemelar. Yo le dije: “no vivo de mi cuerpo, lo que quiero es que nazcan bien y como sea más seguro”. Luzco una cicatriz bastante grande que me divide el vientre en dos mitades de arriba a abajo y que cuando llega el verano pongo al sol. Ni me acuerdo que la tengo, pero de vez en cuando sorprendo a alguien mirando mi cicatriz y preguntándose ¿por qué no le harían una cicatriz horizontal de esas que no se ven? es que es muy fea.

A mis hijas les cuento que por ahí nacieron ellas, sanas, a tiempo, y me gusta mostrarla como parte de mi historia y de lo grande que fue ese momento, ¿acaso no es bella?

Me gustaría pediros que veáis el documental, que se lo enseñéis a vuestras hijas (también a vuestros hijos), a vuestros alumnos, a toda la gente, para que demos la importancia justa a la imagen, para que empecemos a reivindicar, en serio, que belleza es salud, y por tanto requiere unas altas dosis de educación para la salud llegar a estar bella: buena alimentación, ejercicio y mucha risa. Dejemos de taparnos ante las cámaras y mostremos nuestra belleza tal y como es.

¿Cuándo dejaste de sentirte bella?

 

Aquí os dejo el documental:

 

 

El cuerpo de las mujeres

Me gustaría recomendaros un documental que me gustó mucho sobre la manipulación que poco a poco, muy a fuego lento, se ha ido fraguando para conseguir convencernos de que tenemos que modificar nuestro cuerpo y nuestro rostro hacia un modelo que alguien ha pensado que es un modelo de belleza.

La televisión, ese medio que ya está en nuestros hogares como uno más y que emite sistemáticamente modelos de belleza femenina (cada vez más, masculina también) que va en contra de la naturaleza, del paso del tiempo, de la belleza real en definitiva. Y nuestros hijos adolescentes consumen de forma instantánea estas imágenes que luego comparan delante del espejo para concluir que ellos no son bellos, no son perfectos. Y tengo que decir que no son solo nuestros hijos adolescentes los que consumen sin plantearse dicho modelo, también nosotros (nosotras) asumimos que hay que llegar a ser más delgadas, tener menos arrugas, unos pómulos más pronunciados, unos labios más turgentes… también nosotras, señoras adultas, caemos en la trampa de obligarnos a luchar contra nosotras mismas. Y empezar a consumir cremas, lociones, aparatos… operaciones. Y dejar de consumir comidas que engorden. Y dejar de disfrutar con el paso del tiempo, de la vida.

Las mujeres de todo el mundo estamos siendo utilizadas como un objeto de consumo, presentadoras esbeltas con altas dosis de maquillaje, con un pelo estandarizado, que figuran sólo como elemento decorativo, que alimentan posturas machistas con dicho papel sin darse cuenta de que dentro de esa cabecita hecha a imagen y semejanza de cualquier otra cabecita de cualquier otra presentadora, hay un cerebro que piensa, que siente, que dirige. Parece que nos hubiésemos acostrumbrado a ver muñecas de plástico y las hubiésemos incorporado a nuestro modelo como “lo realmente bonito”. Y esto desencadena sufrimiento en las mujeres corrientes de un mundo corriente que se maquillan en su casa, que se peinan en su casa, que buscan un gimnasio que les haga perder esos kilitos de más cuando en realidad, buscan lucir un cuerpo como el de esas muñecas que no son tan reales. Anuncios de cremas antiarrugas que muestran caras de chicas muy jóvenes que, evidentemente, no tienen arrugas. Cremas anticelulíticas en cuerpos delgados de niñas que no tienen, evidentemente también, celulitis. Mensajes que nos cuentan que todas esas señales están mal en nuestro cuerpo: ni cicatrices, ni estrías, ni arrugas, ni celulitis, ni impurezas de la piel…

Cuando iban a nacer mis hijas gemelas tuvieron que hacerme cesárea, y mientras estaban preparándome en el quirófano, el médico me preguntaba cómo quería la cicatriz. Comenzó a darme un montón de explicaciones sobre las diferentes opciones de cicatrices con una cesárea en un parto gemelar. Yo le dije: “no vivo de mi cuerpo, lo que quiero es que nazcan bien y como sea más seguro”. Luzco una cicatriz bastante grande que me divide el vientre en dos mitades de arriba a abajo y que cuando llega el verano pongo al sol. Ni me acuerdo que la tengo, pero de vez en cuando sorprendo a alguien mirando mi cicatriz y preguntándose ¿por qué no le harían una cicatriz horizontal de esas que no se ven? es que es muy fea.

A mis hijas les cuento que por ahí nacieron ellas, sanas, a tiempo, y me gusta mostrarla como parte de mi historia y de lo grande que fue ese momento, ¿acaso no es bella?

Me gustaría pediros que veáis el documental, que se lo enseñéis a vuestras hijas (también a vuestros hijos), a vuestros alumnos, a toda la gente, para que demos la importancia justa a la imagen, para que empecemos a reivindicar, en serio, que belleza es salud, y por tanto requiere unas altas dosis de educación para la salud llegar a estar bella: buena alimentación, ejercicio y mucha risa. Dejemos de taparnos ante las cámaras y mostremos nuestra belleza tal y como es.

¿Cuándo dejaste de sentirte bella?

 

Aquí os dejo el documental:

 

 

El cuerpo de las mujeres

Me gustaría recomendaros un documental que me gustó mucho sobre la manipulación que poco a poco, muy a fuego lento, se ha ido fraguando para conseguir convencernos de que tenemos que modificar nuestro cuerpo y nuestro rostro hacia un modelo que alguien ha pensado que es un modelo de belleza.

La televisión, ese medio que ya está en nuestros hogares como uno más y que emite sistemáticamente modelos de belleza femenina (cada vez más, masculina también) que va en contra de la naturaleza, del paso del tiempo, de la belleza real en definitiva. Y nuestros hijos adolescentes consumen de forma instantánea estas imágenes que luego comparan delante del espejo para concluir que ellos no son bellos, no son perfectos. Y tengo que decir que no son solo nuestros hijos adolescentes los que consumen sin plantearse dicho modelo, también nosotros (nosotras) asumimos que hay que llegar a ser más delgadas, tener menos arrugas, unos pómulos más pronunciados, unos labios más turgentes… también nosotras, señoras adultas, caemos en la trampa de obligarnos a luchar contra nosotras mismas. Y empezar a consumir cremas, lociones, aparatos… operaciones. Y dejar de consumir comidas que engorden. Y dejar de disfrutar con el paso del tiempo, de la vida.

Las mujeres de todo el mundo estamos siendo utilizadas como un objeto de consumo, presentadoras esbeltas con altas dosis de maquillaje, con un pelo estandarizado, que figuran sólo como elemento decorativo, que alimentan posturas machistas con dicho papel sin darse cuenta de que dentro de esa cabecita hecha a imagen y semejanza de cualquier otra cabecita de cualquier otra presentadora, hay un cerebro que piensa, que siente, que dirige. Parece que nos hubiésemos acostrumbrado a ver muñecas de plástico y las hubiésemos incorporado a nuestro modelo como “lo realmente bonito”. Y esto desencadena sufrimiento en las mujeres corrientes de un mundo corriente que se maquillan en su casa, que se peinan en su casa, que buscan un gimnasio que les haga perder esos kilitos de más cuando en realidad, buscan lucir un cuerpo como el de esas muñecas que no son tan reales. Anuncios de cremas antiarrugas que muestran caras de chicas muy jóvenes que, evidentemente, no tienen arrugas. Cremas anticelulíticas en cuerpos delgados de niñas que no tienen, evidentemente también, celulitis. Mensajes que nos cuentan que todas esas señales están mal en nuestro cuerpo: ni cicatrices, ni estrías, ni arrugas, ni celulitis, ni impurezas de la piel…

Cuando iban a nacer mis hijas gemelas tuvieron que hacerme cesárea, y mientras estaban preparándome en el quirófano, el médico me preguntaba cómo quería la cicatriz. Comenzó a darme un montón de explicaciones sobre las diferentes opciones de cicatrices con una cesárea en un parto gemelar. Yo le dije: “no vivo de mi cuerpo, lo que quiero es que nazcan bien y como sea más seguro”. Luzco una cicatriz bastante grande que me divide el vientre en dos mitades de arriba a abajo y que cuando llega el verano pongo al sol. Ni me acuerdo que la tengo, pero de vez en cuando sorprendo a alguien mirando mi cicatriz y preguntándose ¿por qué no le harían una cicatriz horizontal de esas que no se ven? es que es muy fea.

A mis hijas les cuento que por ahí nacieron ellas, sanas, a tiempo, y me gusta mostrarla como parte de mi historia y de lo grande que fue ese momento, ¿acaso no es bella?

Me gustaría pediros que veáis el documental, que se lo enseñéis a vuestras hijas (también a vuestros hijos), a vuestros alumnos, a toda la gente, para que demos la importancia justa a la imagen, para que empecemos a reivindicar, en serio, que belleza es salud, y por tanto requiere unas altas dosis de educación para la salud llegar a estar bella: buena alimentación, ejercicio y mucha risa. Dejemos de taparnos ante las cámaras y mostremos nuestra belleza tal y como es.

¿Cuándo dejaste de sentirte bella?

 

Aquí os dejo el documental:

 

 

Ellos

Él se para delante de la sección de lácteos del supermercado, observa detenidamente la cantidad de marcas diferentes buscando una que no haya probado, una nueva. Piensa en ello “una nueva” y se acuerda de ella, imagina su postura, su cara y su voz si estuviera a su lado, imagina que dice “pero bueno, ¿tú es que tienes que probarlo todo?”, a lo que él respondería con su media sonrisa ladeada “claro”. Imagina cuál sería entonces la reacción de ella, sonreiría, o mejor, se reiría con esa risa fresca de aroma a fragancia infantil. Así sería, y volverían a mirar los dos la sección de lácteos del supermercado, él buscando y ella observándole. Pero hoy no está ella, hoy sólo está él buscando y no puede evitar recordarla. No le gusta sentirse prisionero de un recuerdo, prefiere vivir el momento, recordar y añorar son palabras que bucean por su interior y le cambian la mirada y eso no es lo que él necesita en este momento. Decide coger un postre de marca desconocida, al mirarlo se centra en los ingredientes y consigue olvidarla momentáneamente.

Ella conduce hacia casa de sus padres, no tiene ganas de ir pero hace tiempo que no les ve y la responsabilidad manda. Intenta escuchar música y cantar, una fórmula que siempre la ha ayudado cuando el vacío recorre su estómago. Suena una canción y le recuerda a él. Piensa que casi todo le recuerda a él, y no puede evitar sonreír al pensar qué ruidito haría con la canción, una especie de “tshu, tshu, tshu” al ritmo del compás dejando escapar el aire para que suene como un susurro, mientras la mira por dentro. Canta y le ve, visualiza su rostro que tiene grabado en su memoria como si fuera ella misma, y amplía la sonrisa hasta convertirse en una media luna. Parada en el semáforo mira a su lado y ve que un conductor la mira con cara de desaprobación y ella ríe y después sella sus labios en gesto de “vaya, pensará que estoy loca”.

Ya en casa, él decide probar su nuevo postre, acto que requiere una preparación previa. No hay que ir directamente al acto compulsivo de probar, primero ha de preparar algo de comer con un poco de vino. Paladea el vino mientras machaca especias para aderezar el foie de pato, por supuesto fresco y a la plancha, incorpora la mezcla junto con una gota de aceite y vuelve a recordarla. La primera vez que preparó este plato para ella, ja, qué cara puso “¿higado de pato? ¿casi crudo?”, él sin casi responder se lo dio a probar y comprobó que a pesar de su sorpresa le gustó. Siempre había pensado que una persona que es capaz de probar cosas nuevas y saborearlas es que era una persona digna de confianza, así que pensó que ella era de fiar. Aún sin conocerla apenas, ese detalle quedó en su memoria como un dato importante, y según lo recuerda visualiza la cara que pone cuando prueba algo que ha cocinado él, cómo cierra los ojos y dice “uhhmmm, buenísimo… ¿sabes que podrías dedicarte a la cocina?”. Bebe otro sorbo de vino y cierra los ojos, ¿por qué vuelve a pensar en ella? Mira el emplatado y comienza a comer, mirando su copa y pensando que después se comerá el postre, quizás luego pueda contarle a ella qué tal está e incluso aconsejarla para que lo compre.

Por la carretera va pensando en lo que le espera en casa de sus padres, multitud de preguntas incómodas, ¿por qué no has venido antes?, ¿tanto trabajo tienes?, ¿ya no te acuerdas de tus padres?… va preparando las respuestas para todas las preguntas, “no he podido, tengo trabajo, me acuerdo mucho mamá pero no me da la vida…”, y mientras piensa en el día anterior, junto a él, mirando juntos la tele semidesnudos, tomando vino de la misma copa y un postre a medias, oliéndose como dos animales, abrazados… Nota un cosquilleo caliente que le recorre desde los pies hasta la cabeza, erizando su cabello, el vello de sus brazos, volviendo a bajar hasta sus muslos, “para, estás conduciendo” se dice. Se avergüenza de tener que mentir a sus padres, es cierto que tiene trabajo, pero no siempre es el trabajo la causa de su ausencia. Quiere a sus padres, pero sabe que no entenderían la relación con él.

Su relación, prefieren mantenerla en secreto, o al menos sin determinar a qué categoría pertenece. Saben que les gusta estar juntos, que les gusta hablar, comer, tener sexo y hasta leer juntos. Su relación es lo que ella guarda como un tesoro que la mantiene a salvo del mundo exterior, es la llave de su propio universo que antes nunca había sido capaz de ver ni de mostrar a nadie. Cuando él apareció en su vida, despertó por fin del letargo al que ella misma se había sometido, demasiado aburrimiento como para no identificar lo que tanto tiempo había buscado. Ella estaba esperando dormida y despertó. Él, sin embargo, tropezó con su relación sin haberse preparado para ella, encontró un lugar inesperado y un hueco para su cabeza, esa cabeza que siempre llevó el peso suyo y de los demás. Es por eso que él sigue sorprendido, aún después del tiempo juntos, aún no sabe que han construido una relación diferente a todo, que les ayuda también cuando quieren estar solos.

Abre cuidadosamente el postre y lo huele, siempre hace eso, primero el olfato. Al saborearlo comprueba que es un postre más, está bueno pero no cree que sea lo suficientemente bueno como para comprarlo muchas más veces. Inmediatamente se acuerda del postre favorito de ella, y sonríe. Él lo compra para comérselo juntos, sentados en la cama entre besos. Un día ella le dijo que ya no podía tomarlo sola, y eso le hizo mucha gracia. Quizás si tomáramos igual este postre, sería mucho más deseable, piensa, y sigue paladeando cada cucharada imaginando que lo toma con ella y de ella.

A punto está de llegar a casa de sus padres, intenta borrar de su mente todos los recuerdos recientes de sus tardes con él para poder mostrar la cara adecuada y que no hagan más preguntas de la cuenta. Sin embargo, después de los saludos y los besos de recibimiento, justo cuando se sientan a la mesa a comer, su cabeza vuela de nuevo y busca el sabor de sus guisos, la mirada perdida sobre la cazuela, los olores del vivir y del disfrutar. Su madre pregunta, ¿te gusta?, ella dice un sí rápido sin pensar, como si sintiera que sus pensamientos son públicos y quisiera ocultarlos. Su madre insiste, me ha faltado un poco de sal, pero es que como tu padre y yo tenemos la tensión alta… ella dice, está bueno mamá, no te preocupes, y baja la mirada buscando un trozo de comida para meterse en la boca y callar para volver a pensar.

Él está saciado, la comida estuvo bien y aunque la recordó varias veces, ya no le asusta que ella asalte sus pensamientos así sin previo aviso, le sorprende y piensa en que quizás deberían tener más distancia entre ellos para evitar caer en la rutina. Sí, el día ha estado bien sin ella, piensa, aunque vuelve a pensar que le apetece mucho volver a verla y tocarla.

Ella ha terminado de comer y charla con sus padres sobre sus vidas, las vidas de sus hermanos, los nietos, la casa… Está entretenida y se siente en casa, los abrazos de su madre la reconfortan pero también le hacen sentir culpa y un poco de vergüenza por no ser más fuerte y poner distancia en la relación con él. Piensa que quizás ella espere demasiado, aunque él ya está tan dentro que es difícil alejarle. Su madre le diría, ten cuidado, pero ella huye de esa frase rápidamente porque la tiene asociada a otros tiempos, unos peores donde la frase ten cuidado implicaba letargo y oscuridad. Ella sabe que arriesga, pero necesita su luz, sus ganas de vivir y su entrega, aunque a veces esa entrega no vaya dirigida a ella y haya de compartirlo.

Cierran los ojos y se ven, pero no de la misma forma. Él la ve sonriendo, cerrando los ojos y gimiendo ante cada uno de los placeres que pone a su disposición. Pero también la ve caerse y levantarse, muchas veces, se pregunta ¿hasta cuando aguantará? Ella le ve callado, mirando con los ojos de desnudar, oliendo cada ingrediente para después metérselo a la boca para saborearlo con su boca serena. Pero también se ve caer y levantarse a sus pies, le ve mirarla, casi con divertimento, cada caída, y cree adivinar que él se pregunta ¿por qué se cae? Él cree que la vida es fácil, ella cree que junto a él lo es. Quizás ella debería plantearse alejarse, probar a ser sin él, pero cada recuerdo pesa y vuelve para acompañarla aún en las noches en que está sola.

Cierran los ojos y se abrazan. Ella acaricia sus brazos y su espalda, y él se deja hacer. Es el momento en que él es más auténtico, más niño y más anciano a la vez. El momento en que ella le arrulla en su regazo y le dice que merece la pena caerse y levantarse, que él merece la pena. Y ella espera que llegue el día en que él le de su mano para levantarse y no caer más.

Buenas noches, dice ella. Buenas noches, dice él. Fundido en negro hasta el día siguiente que quizás vayan juntos a la sección de lácteos en el supermercado.

Ellos

Él se para delante de la sección de lácteos del supermercado, observa detenidamente la cantidad de marcas diferentes buscando una que no haya probado, una nueva. Piensa en ello “una nueva” y se acuerda de ella, imagina su postura, su cara y su voz si estuviera a su lado, imagina que dice “pero bueno, ¿tú es que tienes que probarlo todo?”, a lo que él respondería con su media sonrisa ladeada “claro”. Imagina cuál sería entonces la reacción de ella, sonreiría, o mejor, se reiría con esa risa fresca de aroma a fragancia infantil. Así sería, y volverían a mirar los dos la sección de lácteos del supermercado, él buscando y ella observándole. Pero hoy no está ella, hoy sólo está él buscando y no puede evitar recordarla. No le gusta sentirse prisionero de un recuerdo, prefiere vivir el momento, recordar y añorar son palabras que bucean por su interior y le cambian la mirada y eso no es lo que él necesita en este momento. Decide coger un postre de marca desconocida, al mirarlo se centra en los ingredientes y consigue olvidarla momentáneamente.

Ella conduce hacia casa de sus padres, no tiene ganas de ir pero hace tiempo que no les ve y la responsabilidad manda. Intenta escuchar música y cantar, una fórmula que siempre la ha ayudado cuando el vacío recorre su estómago. Suena una canción y le recuerda a él. Piensa que casi todo le recuerda a él, y no puede evitar sonreír al pensar qué ruidito haría con la canción, una especie de “tshu, tshu, tshu” al ritmo del compás dejando escapar el aire para que suene como un susurro, mientras la mira por dentro. Canta y le ve, visualiza su rostro que tiene grabado en su memoria como si fuera ella misma, y amplía la sonrisa hasta convertirse en una media luna. Parada en el semáforo mira a su lado y ve que un conductor la mira con cara de desaprobación y ella ríe y después sella sus labios en gesto de “vaya, pensará que estoy loca”.

Ya en casa, él decide probar su nuevo postre, acto que requiere una preparación previa. No hay que ir directamente al acto compulsivo de probar, primero ha de preparar algo de comer con un poco de vino. Paladea el vino mientras machaca especias para aderezar el foie de pato, por supuesto fresco y a la plancha, incorpora la mezcla junto con una gota de aceite y vuelve a recordarla. La primera vez que preparó este plato para ella, ja, qué cara puso “¿higado de pato? ¿casi crudo?”, él sin casi responder se lo dio a probar y comprobó que a pesar de su sorpresa le gustó. Siempre había pensado que una persona que es capaz de probar cosas nuevas y saborearlas es que era una persona digna de confianza, así que pensó que ella era de fiar. Aún sin conocerla apenas, ese detalle quedó en su memoria como un dato importante, y según lo recuerda visualiza la cara que pone cuando prueba algo que ha cocinado él, cómo cierra los ojos y dice “uhhmmm, buenísimo… ¿sabes que podrías dedicarte a la cocina?”. Bebe otro sorbo de vino y cierra los ojos, ¿por qué vuelve a pensar en ella? Mira el emplatado y comienza a comer, mirando su copa y pensando que después se comerá el postre, quizás luego pueda contarle a ella qué tal está e incluso aconsejarla para que lo compre.

Por la carretera va pensando en lo que le espera en casa de sus padres, multitud de preguntas incómodas, ¿por qué no has venido antes?, ¿tanto trabajo tienes?, ¿ya no te acuerdas de tus padres?… va preparando las respuestas para todas las preguntas, “no he podido, tengo trabajo, me acuerdo mucho mamá pero no me da la vida…”, y mientras piensa en el día anterior, junto a él, mirando juntos la tele semidesnudos, tomando vino de la misma copa y un postre a medias, oliéndose como dos animales, abrazados… Nota un cosquilleo caliente que le recorre desde los pies hasta la cabeza, erizando su cabello, el vello de sus brazos, volviendo a bajar hasta sus muslos, “para, estás conduciendo” se dice. Se avergüenza de tener que mentir a sus padres, es cierto que tiene trabajo, pero no siempre es el trabajo la causa de su ausencia. Quiere a sus padres, pero sabe que no entenderían la relación con él.

Su relación, prefieren mantenerla en secreto, o al menos sin determinar a qué categoría pertenece. Saben que les gusta estar juntos, que les gusta hablar, comer, tener sexo y hasta leer juntos. Su relación es lo que ella guarda como un tesoro que la mantiene a salvo del mundo exterior, es la llave de su propio universo que antes nunca había sido capaz de ver ni de mostrar a nadie. Cuando él apareció en su vida, despertó por fin del letargo al que ella misma se había sometido, demasiado aburrimiento como para no identificar lo que tanto tiempo había buscado. Ella estaba esperando dormida y despertó. Él, sin embargo, tropezó con su relación sin haberse preparado para ella, encontró un lugar inesperado y un hueco para su cabeza, esa cabeza que siempre llevó el peso suyo y de los demás. Es por eso que él sigue sorprendido, aún después del tiempo juntos, aún no sabe que han construido una relación diferente a todo, que les ayuda también cuando quieren estar solos.

Abre cuidadosamente el postre y lo huele, siempre hace eso, primero el olfato. Al saborearlo comprueba que es un postre más, está bueno pero no cree que sea lo suficientemente bueno como para comprarlo muchas más veces. Inmediatamente se acuerda del postre favorito de ella, y sonríe. Él lo compra para comérselo juntos, sentados en la cama entre besos. Un día ella le dijo que ya no podía tomarlo sola, y eso le hizo mucha gracia. Quizás si tomáramos igual este postre, sería mucho más deseable, piensa, y sigue paladeando cada cucharada imaginando que lo toma con ella y de ella.

A punto está de llegar a casa de sus padres, intenta borrar de su mente todos los recuerdos recientes de sus tardes con él para poder mostrar la cara adecuada y que no hagan más preguntas de la cuenta. Sin embargo, después de los saludos y los besos de recibimiento, justo cuando se sientan a la mesa a comer, su cabeza vuela de nuevo y busca el sabor de sus guisos, la mirada perdida sobre la cazuela, los olores del vivir y del disfrutar. Su madre pregunta, ¿te gusta?, ella dice un sí rápido sin pensar, como si sintiera que sus pensamientos son públicos y quisiera ocultarlos. Su madre insiste, me ha faltado un poco de sal, pero es que como tu padre y yo tenemos la tensión alta… ella dice, está bueno mamá, no te preocupes, y baja la mirada buscando un trozo de comida para meterse en la boca y callar para volver a pensar.

Él está saciado, la comida estuvo bien y aunque la recordó varias veces, ya no le asusta que ella asalte sus pensamientos así sin previo aviso, le sorprende y piensa en que quizás deberían tener más distancia entre ellos para evitar caer en la rutina. Sí, el día ha estado bien sin ella, piensa, aunque vuelve a pensar que le apetece mucho volver a verla y tocarla.

Ella ha terminado de comer y charla con sus padres sobre sus vidas, las vidas de sus hermanos, los nietos, la casa… Está entretenida y se siente en casa, los abrazos de su madre la reconfortan pero también le hacen sentir culpa y un poco de vergüenza por no ser más fuerte y poner distancia en la relación con él. Piensa que quizás ella espere demasiado, aunque él ya está tan dentro que es difícil alejarle. Su madre le diría, ten cuidado, pero ella huye de esa frase rápidamente porque la tiene asociada a otros tiempos, unos peores donde la frase ten cuidado implicaba letargo y oscuridad. Ella sabe que arriesga, pero necesita su luz, sus ganas de vivir y su entrega, aunque a veces esa entrega no vaya dirigida a ella y haya de compartirlo.

Cierran los ojos y se ven, pero no de la misma forma. Él la ve sonriendo, cerrando los ojos y gimiendo ante cada uno de los placeres que pone a su disposición. Pero también la ve caerse y levantarse, muchas veces, se pregunta ¿hasta cuando aguantará? Ella le ve callado, mirando con los ojos de desnudar, oliendo cada ingrediente para después metérselo a la boca para saborearlo con su boca serena. Pero también se ve caer y levantarse a sus pies, le ve mirarla, casi con divertimento, cada caída, y cree adivinar que él se pregunta ¿por qué se cae? Él cree que la vida es fácil, ella cree que junto a él lo es. Quizás ella debería plantearse alejarse, probar a ser sin él, pero cada recuerdo pesa y vuelve para acompañarla aún en las noches en que está sola.

Cierran los ojos y se abrazan. Ella acaricia sus brazos y su espalda, y él se deja hacer. Es el momento en que él es más auténtico, más niño y más anciano a la vez. El momento en que ella le arrulla en su regazo y le dice que merece la pena caerse y levantarse, que él merece la pena. Y ella espera que llegue el día en que él le de su mano para levantarse y no caer más.

Buenas noches, dice ella. Buenas noches, dice él. Fundido en negro hasta el día siguiente que quizás vayan juntos a la sección de lácteos en el supermercado.

Ellos

Él se para delante de la sección de lácteos del supermercado, observa detenidamente la cantidad de marcas diferentes buscando una que no haya probado, una nueva. Piensa en ello “una nueva” y se acuerda de ella, imagina su postura, su cara y su voz si estuviera a su lado, imagina que dice “pero bueno, ¿tú es que tienes que probarlo todo?”, a lo que él respondería con su media sonrisa ladeada “claro”. Imagina cuál sería entonces la reacción de ella, sonreiría, o mejor, se reiría con esa risa fresca de aroma a fragancia infantil. Así sería, y volverían a mirar los dos la sección de lácteos del supermercado, él buscando y ella observándole. Pero hoy no está ella, hoy sólo está él buscando y no puede evitar recordarla. No le gusta sentirse prisionero de un recuerdo, prefiere vivir el momento, recordar y añorar son palabras que bucean por su interior y le cambian la mirada y eso no es lo que él necesita en este momento. Decide coger un postre de marca desconocida, al mirarlo se centra en los ingredientes y consigue olvidarla momentáneamente.

Ella conduce hacia casa de sus padres, no tiene ganas de ir pero hace tiempo que no les ve y la responsabilidad manda. Intenta escuchar música y cantar, una fórmula que siempre la ha ayudado cuando el vacío recorre su estómago. Suena una canción y le recuerda a él. Piensa que casi todo le recuerda a él, y no puede evitar sonreír al pensar qué ruidito haría con la canción, una especie de “tshu, tshu, tshu” al ritmo del compás dejando escapar el aire para que suene como un susurro, mientras la mira por dentro. Canta y le ve, visualiza su rostro que tiene grabado en su memoria como si fuera ella misma, y amplía la sonrisa hasta convertirse en una media luna. Parada en el semáforo mira a su lado y ve que un conductor la mira con cara de desaprobación y ella ríe y después sella sus labios en gesto de “vaya, pensará que estoy loca”.

Ya en casa, él decide probar su nuevo postre, acto que requiere una preparación previa. No hay que ir directamente al acto compulsivo de probar, primero ha de preparar algo de comer con un poco de vino. Paladea el vino mientras machaca especias para aderezar el foie de pato, por supuesto fresco y a la plancha, incorpora la mezcla junto con una gota de aceite y vuelve a recordarla. La primera vez que preparó este plato para ella, ja, qué cara puso “¿higado de pato? ¿casi crudo?”, él sin casi responder se lo dio a probar y comprobó que a pesar de su sorpresa le gustó. Siempre había pensado que una persona que es capaz de probar cosas nuevas y saborearlas es que era una persona digna de confianza, así que pensó que ella era de fiar. Aún sin conocerla apenas, ese detalle quedó en su memoria como un dato importante, y según lo recuerda visualiza la cara que pone cuando prueba algo que ha cocinado él, cómo cierra los ojos y dice “uhhmmm, buenísimo… ¿sabes que podrías dedicarte a la cocina?”. Bebe otro sorbo de vino y cierra los ojos, ¿por qué vuelve a pensar en ella? Mira el emplatado y comienza a comer, mirando su copa y pensando que después se comerá el postre, quizás luego pueda contarle a ella qué tal está e incluso aconsejarla para que lo compre.

Por la carretera va pensando en lo que le espera en casa de sus padres, multitud de preguntas incómodas, ¿por qué no has venido antes?, ¿tanto trabajo tienes?, ¿ya no te acuerdas de tus padres?… va preparando las respuestas para todas las preguntas, “no he podido, tengo trabajo, me acuerdo mucho mamá pero no me da la vida…”, y mientras piensa en el día anterior, junto a él, mirando juntos la tele semidesnudos, tomando vino de la misma copa y un postre a medias, oliéndose como dos animales, abrazados… Nota un cosquilleo caliente que le recorre desde los pies hasta la cabeza, erizando su cabello, el vello de sus brazos, volviendo a bajar hasta sus muslos, “para, estás conduciendo” se dice. Se avergüenza de tener que mentir a sus padres, es cierto que tiene trabajo, pero no siempre es el trabajo la causa de su ausencia. Quiere a sus padres, pero sabe que no entenderían la relación con él.

Su relación, prefieren mantenerla en secreto, o al menos sin determinar a qué categoría pertenece. Saben que les gusta estar juntos, que les gusta hablar, comer, tener sexo y hasta leer juntos. Su relación es lo que ella guarda como un tesoro que la mantiene a salvo del mundo exterior, es la llave de su propio universo que antes nunca había sido capaz de ver ni de mostrar a nadie. Cuando él apareció en su vida, despertó por fin del letargo al que ella misma se había sometido, demasiado aburrimiento como para no identificar lo que tanto tiempo había buscado. Ella estaba esperando dormida y despertó. Él, sin embargo, tropezó con su relación sin haberse preparado para ella, encontró un lugar inesperado y un hueco para su cabeza, esa cabeza que siempre llevó el peso suyo y de los demás. Es por eso que él sigue sorprendido, aún después del tiempo juntos, aún no sabe que han construido una relación diferente a todo, que les ayuda también cuando quieren estar solos.

Abre cuidadosamente el postre y lo huele, siempre hace eso, primero el olfato. Al saborearlo comprueba que es un postre más, está bueno pero no cree que sea lo suficientemente bueno como para comprarlo muchas más veces. Inmediatamente se acuerda del postre favorito de ella, y sonríe. Él lo compra para comérselo juntos, sentados en la cama entre besos. Un día ella le dijo que ya no podía tomarlo sola, y eso le hizo mucha gracia. Quizás si tomáramos igual este postre, sería mucho más deseable, piensa, y sigue paladeando cada cucharada imaginando que lo toma con ella y de ella.

A punto está de llegar a casa de sus padres, intenta borrar de su mente todos los recuerdos recientes de sus tardes con él para poder mostrar la cara adecuada y que no hagan más preguntas de la cuenta. Sin embargo, después de los saludos y los besos de recibimiento, justo cuando se sientan a la mesa a comer, su cabeza vuela de nuevo y busca el sabor de sus guisos, la mirada perdida sobre la cazuela, los olores del vivir y del disfrutar. Su madre pregunta, ¿te gusta?, ella dice un sí rápido sin pensar, como si sintiera que sus pensamientos son públicos y quisiera ocultarlos. Su madre insiste, me ha faltado un poco de sal, pero es que como tu padre y yo tenemos la tensión alta… ella dice, está bueno mamá, no te preocupes, y baja la mirada buscando un trozo de comida para meterse en la boca y callar para volver a pensar.

Él está saciado, la comida estuvo bien y aunque la recordó varias veces, ya no le asusta que ella asalte sus pensamientos así sin previo aviso, le sorprende y piensa en que quizás deberían tener más distancia entre ellos para evitar caer en la rutina. Sí, el día ha estado bien sin ella, piensa, aunque vuelve a pensar que le apetece mucho volver a verla y tocarla.

Ella ha terminado de comer y charla con sus padres sobre sus vidas, las vidas de sus hermanos, los nietos, la casa… Está entretenida y se siente en casa, los abrazos de su madre la reconfortan pero también le hacen sentir culpa y un poco de vergüenza por no ser más fuerte y poner distancia en la relación con él. Piensa que quizás ella espere demasiado, aunque él ya está tan dentro que es difícil alejarle. Su madre le diría, ten cuidado, pero ella huye de esa frase rápidamente porque la tiene asociada a otros tiempos, unos peores donde la frase ten cuidado implicaba letargo y oscuridad. Ella sabe que arriesga, pero necesita su luz, sus ganas de vivir y su entrega, aunque a veces esa entrega no vaya dirigida a ella y haya de compartirlo.

Cierran los ojos y se ven, pero no de la misma forma. Él la ve sonriendo, cerrando los ojos y gimiendo ante cada uno de los placeres que pone a su disposición. Pero también la ve caerse y levantarse, muchas veces, se pregunta ¿hasta cuando aguantará? Ella le ve callado, mirando con los ojos de desnudar, oliendo cada ingrediente para después metérselo a la boca para saborearlo con su boca serena. Pero también se ve caer y levantarse a sus pies, le ve mirarla, casi con divertimento, cada caída, y cree adivinar que él se pregunta ¿por qué se cae? Él cree que la vida es fácil, ella cree que junto a él lo es. Quizás ella debería plantearse alejarse, probar a ser sin él, pero cada recuerdo pesa y vuelve para acompañarla aún en las noches en que está sola.

Cierran los ojos y se abrazan. Ella acaricia sus brazos y su espalda, y él se deja hacer. Es el momento en que él es más auténtico, más niño y más anciano a la vez. El momento en que ella le arrulla en su regazo y le dice que merece la pena caerse y levantarse, que él merece la pena. Y ella espera que llegue el día en que él le de su mano para levantarse y no caer más.

Buenas noches, dice ella. Buenas noches, dice él. Fundido en negro hasta el día siguiente que quizás vayan juntos a la sección de lácteos en el supermercado.

Ellos

Él se para delante de la sección de lácteos del supermercado, observa detenidamente la cantidad de marcas diferentes buscando una que no haya probado, una nueva. Piensa en ello “una nueva” y se acuerda de ella, imagina su postura, su cara y su voz si estuviera a su lado, imagina que dice “pero bueno, ¿tú es que tienes que probarlo todo?”, a lo que él respondería con su media sonrisa ladeada “claro”. Imagina cuál sería entonces la reacción de ella, sonreiría, o mejor, se reiría con esa risa fresca de aroma a fragancia infantil. Así sería, y volverían a mirar los dos la sección de lácteos del supermercado, él buscando y ella observándole. Pero hoy no está ella, hoy sólo está él buscando y no puede evitar recordarla. No le gusta sentirse prisionero de un recuerdo, prefiere vivir el momento, recordar y añorar son palabras que bucean por su interior y le cambian la mirada y eso no es lo que él necesita en este momento. Decide coger un postre de marca desconocida, al mirarlo se centra en los ingredientes y consigue olvidarla momentáneamente.

Ella conduce hacia casa de sus padres, no tiene ganas de ir pero hace tiempo que no les ve y la responsabilidad manda. Intenta escuchar música y cantar, una fórmula que siempre la ha ayudado cuando el vacío recorre su estómago. Suena una canción y le recuerda a él. Piensa que casi todo le recuerda a él, y no puede evitar sonreír al pensar qué ruidito haría con la canción, una especie de “tshu, tshu, tshu” al ritmo del compás dejando escapar el aire para que suene como un susurro, mientras la mira por dentro. Canta y le ve, visualiza su rostro que tiene grabado en su memoria como si fuera ella misma, y amplía la sonrisa hasta convertirse en una media luna. Parada en el semáforo mira a su lado y ve que un conductor la mira con cara de desaprobación y ella ríe y después sella sus labios en gesto de “vaya, pensará que estoy loca”.

Ya en casa, él decide probar su nuevo postre, acto que requiere una preparación previa. No hay que ir directamente al acto compulsivo de probar, primero ha de preparar algo de comer con un poco de vino. Paladea el vino mientras machaca especias para aderezar el foie de pato, por supuesto fresco y a la plancha, incorpora la mezcla junto con una gota de aceite y vuelve a recordarla. La primera vez que preparó este plato para ella, ja, qué cara puso “¿higado de pato? ¿casi crudo?”, él sin casi responder se lo dio a probar y comprobó que a pesar de su sorpresa le gustó. Siempre había pensado que una persona que es capaz de probar cosas nuevas y saborearlas es que era una persona digna de confianza, así que pensó que ella era de fiar. Aún sin conocerla apenas, ese detalle quedó en su memoria como un dato importante, y según lo recuerda visualiza la cara que pone cuando prueba algo que ha cocinado él, cómo cierra los ojos y dice “uhhmmm, buenísimo… ¿sabes que podrías dedicarte a la cocina?”. Bebe otro sorbo de vino y cierra los ojos, ¿por qué vuelve a pensar en ella? Mira el emplatado y comienza a comer, mirando su copa y pensando que después se comerá el postre, quizás luego pueda contarle a ella qué tal está e incluso aconsejarla para que lo compre.

Por la carretera va pensando en lo que le espera en casa de sus padres, multitud de preguntas incómodas, ¿por qué no has venido antes?, ¿tanto trabajo tienes?, ¿ya no te acuerdas de tus padres?… va preparando las respuestas para todas las preguntas, “no he podido, tengo trabajo, me acuerdo mucho mamá pero no me da la vida…”, y mientras piensa en el día anterior, junto a él, mirando juntos la tele semidesnudos, tomando vino de la misma copa y un postre a medias, oliéndose como dos animales, abrazados… Nota un cosquilleo caliente que le recorre desde los pies hasta la cabeza, erizando su cabello, el vello de sus brazos, volviendo a bajar hasta sus muslos, “para, estás conduciendo” se dice. Se avergüenza de tener que mentir a sus padres, es cierto que tiene trabajo, pero no siempre es el trabajo la causa de su ausencia. Quiere a sus padres, pero sabe que no entenderían la relación con él.

Su relación, prefieren mantenerla en secreto, o al menos sin determinar a qué categoría pertenece. Saben que les gusta estar juntos, que les gusta hablar, comer, tener sexo y hasta leer juntos. Su relación es lo que ella guarda como un tesoro que la mantiene a salvo del mundo exterior, es la llave de su propio universo que antes nunca había sido capaz de ver ni de mostrar a nadie. Cuando él apareció en su vida, despertó por fin del letargo al que ella misma se había sometido, demasiado aburrimiento como para no identificar lo que tanto tiempo había buscado. Ella estaba esperando dormida y despertó. Él, sin embargo, tropezó con su relación sin haberse preparado para ella, encontró un lugar inesperado y un hueco para su cabeza, esa cabeza que siempre llevó el peso suyo y de los demás. Es por eso que él sigue sorprendido, aún después del tiempo juntos, aún no sabe que han construido una relación diferente a todo, que les ayuda también cuando quieren estar solos.

Abre cuidadosamente el postre y lo huele, siempre hace eso, primero el olfato. Al saborearlo comprueba que es un postre más, está bueno pero no cree que sea lo suficientemente bueno como para comprarlo muchas más veces. Inmediatamente se acuerda del postre favorito de ella, y sonríe. Él lo compra para comérselo juntos, sentados en la cama entre besos. Un día ella le dijo que ya no podía tomarlo sola, y eso le hizo mucha gracia. Quizás si tomáramos igual este postre, sería mucho más deseable, piensa, y sigue paladeando cada cucharada imaginando que lo toma con ella y de ella.

A punto está de llegar a casa de sus padres, intenta borrar de su mente todos los recuerdos recientes de sus tardes con él para poder mostrar la cara adecuada y que no hagan más preguntas de la cuenta. Sin embargo, después de los saludos y los besos de recibimiento, justo cuando se sientan a la mesa a comer, su cabeza vuela de nuevo y busca el sabor de sus guisos, la mirada perdida sobre la cazuela, los olores del vivir y del disfrutar. Su madre pregunta, ¿te gusta?, ella dice un sí rápido sin pensar, como si sintiera que sus pensamientos son públicos y quisiera ocultarlos. Su madre insiste, me ha faltado un poco de sal, pero es que como tu padre y yo tenemos la tensión alta… ella dice, está bueno mamá, no te preocupes, y baja la mirada buscando un trozo de comida para meterse en la boca y callar para volver a pensar.

Él está saciado, la comida estuvo bien y aunque la recordó varias veces, ya no le asusta que ella asalte sus pensamientos así sin previo aviso, le sorprende y piensa en que quizás deberían tener más distancia entre ellos para evitar caer en la rutina. Sí, el día ha estado bien sin ella, piensa, aunque vuelve a pensar que le apetece mucho volver a verla y tocarla.

Ella ha terminado de comer y charla con sus padres sobre sus vidas, las vidas de sus hermanos, los nietos, la casa… Está entretenida y se siente en casa, los abrazos de su madre la reconfortan pero también le hacen sentir culpa y un poco de vergüenza por no ser más fuerte y poner distancia en la relación con él. Piensa que quizás ella espere demasiado, aunque él ya está tan dentro que es difícil alejarle. Su madre le diría, ten cuidado, pero ella huye de esa frase rápidamente porque la tiene asociada a otros tiempos, unos peores donde la frase ten cuidado implicaba letargo y oscuridad. Ella sabe que arriesga, pero necesita su luz, sus ganas de vivir y su entrega, aunque a veces esa entrega no vaya dirigida a ella y haya de compartirlo.

Cierran los ojos y se ven, pero no de la misma forma. Él la ve sonriendo, cerrando los ojos y gimiendo ante cada uno de los placeres que pone a su disposición. Pero también la ve caerse y levantarse, muchas veces, se pregunta ¿hasta cuando aguantará? Ella le ve callado, mirando con los ojos de desnudar, oliendo cada ingrediente para después metérselo a la boca para saborearlo con su boca serena. Pero también se ve caer y levantarse a sus pies, le ve mirarla, casi con divertimento, cada caída, y cree adivinar que él se pregunta ¿por qué se cae? Él cree que la vida es fácil, ella cree que junto a él lo es. Quizás ella debería plantearse alejarse, probar a ser sin él, pero cada recuerdo pesa y vuelve para acompañarla aún en las noches en que está sola.

Cierran los ojos y se abrazan. Ella acaricia sus brazos y su espalda, y él se deja hacer. Es el momento en que él es más auténtico, más niño y más anciano a la vez. El momento en que ella le arrulla en su regazo y le dice que merece la pena caerse y levantarse, que él merece la pena. Y ella espera que llegue el día en que él le de su mano para levantarse y no caer más.

Buenas noches, dice ella. Buenas noches, dice él. Fundido en negro hasta el día siguiente que quizás vayan juntos a la sección de lácteos en el supermercado.