LOS PAPELES PÓSTUMOS DE LA LIGA DEL HIELO

LOS PAPELES PÓSTUMOS DE LA LIGA DEL HIELO

Dictados por su miembro fundador, recopilados por sus fieles seguidores, y encontrados en el desierto de Alaska, otrora territorio Inuit por el Arqueólogo E.R. Nofrost

Yo Nanuk, como miembro fundador de la Liga del Hielo, me propongo relatar los siguientes hechos, para dejar constancia para las generaciones futuras de nuestros actos, ya que podrían servir como ejemplo. Tomo la palabra, y nuestro querido y honorable secretario, miembro cofundador y además amigo Kirima, tomará las notas pertinentes en relación a lo expuesto sobre los siguientes puntos,

De cómo comenzó todo

La Liga del Hielo comenzó un día como cualquier otro, después de salir de pesca con mi padre. Lo que pescamos, no es objeto en este foro de más explicación. Baste decir que tan al norte no tenemos truchas (risas). Íbamos caminando hacia nuestra casa, cuando mi padre me llamó la atención sobre el lago.

- Sabes, hijo- me dijo.- hace muy pocos años pasábamos con el trineo por este lago, y mira ahora, tenemos que bordearlo para llegar a casa. (rumores)

Le dije que lo recordaba muy bien. Siempre iba a patinar a ese lago, hasta que dejamos de patinar porque eso lo hacen los niños pequeños. Y también porque perdimos a nuestro amigo Inuk, en el hielo, como recordaréis todos (rumores) estaba patinando, y al momento, ya no estaba (rumores). Pero el bueno de Inuk seguro que se fue a vivir con las focas, recordad como siempre hablaba de que en realidad era un niño foca (rumores más altos).

Seguimos caminando, mientras me venían a la cabeza recuerdos de Inuk, cuando oí claramente suspirar a mi padre, preocupado.

- Un día- me dijo- tal vez no muy lejano, nos veremos obligados a marcharnos a la ciudad, hijo mío, porque nuestro mundo está desapareciendo.

Le dije que no estaba de acuerdo en absoluto, y al momento no le di importancia, ya que los adultos tienen a veces ataques de cierta melancolía.

Me traté de convencer por un instante de que nuestra vida continuaba exactamente igual que antes, pero las palabras de mi padre son sabias, y me siguió atormentando con sus pensamientos en voz alta, llamándome la atención sobre algunas zonas en las que hielo parecía haberse retirado, retrocediendo hacía el norte.

Me quedé pensando en que tal vez deberíamos ir hacia el norte en busca del hielo, tal y como decía mi padre, para seguir con nuestra vida (rumores).

Al llegar a casa encontré a mi madre muy enfadada, diciendo que debíamos contratar un seguro a todo riesgo, que cubriera el deshielo, ya que las goteras en casa de pequeños hilillos se estaban convirtiendo en auténticas cascadas. La verdad es que al principio me pareció gracioso esto de las goteras, porque te puedes lavar tranquilamente sin salir de tu cama (rumores), pero cuando estás todo el rato debajo de una fuente, aunque es muy zen, pues llega a ser bastante molesto (rumores y risas). Mi padre prometió entonces reparar el iglú cada noche. (rumores).

Pero como bien sabéis – levantando la voz- esto es una solución sólo temporal, y si no hacemos nada ahora, llegará el día en que nada podamos hacer (rumores cada vez más altos). Entonces, fue cuando pensé, que debíamos unirnos y formar algo más grande:  LA LIGA DEL HIELO (aplausos, vítores y hurras).

De cómo se constituyó la Liga

Pues todos estos pensamientos se los trasladé a Kirima y a Anouk, los miembros cofundadores de la Liga. Pido un aplauso para ellos (aplausos y vítores).  Ellos me comentaron que vivían una situación parecida (rumores) y que también los adultos de su familia habían empezado a hablar de marcharse a la ciudad.

Como bien dijo Inuk, nuestro amigo niño foca, y guía espiritual, eso es lo último. ¿Os imagináis lo que sería de un oso polar en la ciudad? Es tan difícil para mí imaginarme a un oso polar con traje y corbata, sentado en un Starbucks, pidiendo un descafeinado jamaicano dulce (risas), como imaginarme a mi padre o a mi madre, o a cualquiera de nosotros viviendo en la ciudad. (aplausos y vítores).

La ciudad está bien para ir de excursión, pero cualquier otra razón para ir, es una traición a nuestra Liga. (aplausos).

Así que aquel día, no hace tanto redactamos los estatutos de la Liga del Hielo, que a continuación nuestro secretario, el fiel Kirima, recogerá:

ESTATUTOS DE LA LIGA DEL HIELO Todos los miembros de la Liga del Hielo tienen la misión de proteger el hielo. Este es el punto más importante de nuestra Liga. Todos los miembros de la Liga del Hielo, deberán dejar constancia en nuestras Sesiones Semanales de los progresos que realizan en su lucha contra el deshielo, ya sea a nivel local (su iglú familiar), o a nivel mundial (el lago que está al norte del poblado). En caso de extrema necesidad podrán convocarse sesiones extraordinarias. La convocatoria extraordinaria consistirá en tirar bolas de nieve sobre los niños vecinos formando así una cadena. Se prohíbe la inclusión de elementos sólidos dentro de la nieve, así como se prohíben las guerras de bola de nieve, ya que estas cosas son muy serias y no queremos que los miembros de la Liga se alarmen sin necesidad. La existencia de la Liga del Hielo es secreta. Cualquier revelación de su existencia a adultos, llevará consigo la expulsión, y el repudio de los demás miembros. El repudio incluirá el recreo en el colegio.

Y para que así consten, firman,

Los miembros de la Liga del Hielo

 

De las medidas tomadas para combatir el deshielo, por Nanuk, presidente y miembro fundador de la Liga del Hielo  (fragmentado)

 

Yo Nanuk, tomo la palabra para comentar brevemente mis impresiones sobre la retirada del hielo, (………….) y sobre esas islas de tierra que cada vez aparecen con más frecuencia en nuestro mundo.

Nuestro amigo Kirima nos convenció de retirar piedras y todos los elementos de la superficie helada, ya que de esa forma dejábamos desnudo el hielo y así tendría más frío.(…….)

 

También hemos fabricado cubitos de hielo, con cubiteras gigantes fabricadas por nosotros mismos. En realidad, hemos creado en el lago norte una auténtica fábrica de ladrillos de hielo, apartada del mundo (…….)

 

¿Hablar de fracaso? No voy a hablar de fracaso. (………………) (aplausos, vítores, gritos, llantos). (………)

 

¡Ahora que importa ya!  La misión nos ha desbordado, y anoche fui hasta la fábrica de ladrillos de hielo y tallé con los que aún no se habían derretido un regalo de despedida. Un regalo para todo aquel que ha confiado en nosotros, un anillo (…….). Es un regalo efímero, lo sé, el sol entrará en el hielo, y el anillo alcanzara entonces mayor brillo, mayor belleza, y en ese instante, llorará tanto, que se deformará hasta desaparecer lentamente, como nosotros  (llantos ahogados) (…….)

 

CARTA DE ANOUK AL SR. PRESIDENTE DE LA LIGA DEL HIELO, Y MIEMBRO FUNDADOR, NANUK

Cuando leáis esto, estaré muy lejos de mi único hogar, después de los terribles sucesos acontecidos en los últimos tiempos.

Como sabéis la Liga del Hielo se fundó para luchar contra esas sombras que acechan nuestra vida. Esa terrible sombra de humo que derrite el hielo, y transforma en agua nuestra vida.

Primero el hielo se transforma en agua, y luego el agua lo hace en vapor y humo.

Al principio fueron las casas del sur, y luego el norte de la aldea.

Nuestra familia fue de las primeras en partir, pero no será la última, y pronto otras nos seguirán, en busca de un refugio que en realidad no existe. Mi padre dijo “sin hielo no tenemos mundo”.

Ahora escribo desde un tren, y veo como llego a una ciudad cubierta por nubes negras de humo. Mi vida aquí carece de significado, si no puedo patinar contigo, Nanuk,  por el hielo del lago del norte. Si no puedo hablar con las focas, ni ir en busca del oso polar,… mi vida pronto habrá terminado.

Mis padres me dicen que no sea tonta, que pronto estaréis conmigo, no se da cuenta de que yo no quiero eso si el precio es que todos perdamos nuestro mundo, que lo perdamos todo.

Yo seguiré siendo integrante de la Liga mientras viva.

Si nuestro mundo termina, deshecho por el agujero que acecha, si el oso polar muere ahogado al tener que nadar más distancia, yo prometo que volveré y seguiré apoyando esta, la mejor causa,

Anouk, con amor

Por siempre de la Liga del Hielo

De cómo término todo

Yo Nanuk, como miembro fundador de la Liga del Hielo, tomo la palabra, y nuestro querido y honorable secretario, miembro cofundador y además amigo Kirima, tomará las notas pertinentes en relación al fin de nuestro camino.

Tras la reunión de la pasada semana en la aldea, cómo sabéis los adultos acordaron su traslado a la ciudad. Muchas son las familias que nos han dejado. Cada vez, nuestra Liga del hielo está más diezmada. (rumores)

Ahora, compañeros, ¡quedan tan pocas y a la vez tantas cosas por hacer,…!

Pero no hay tiempo, por eso, y como parte de nuestro juramente, hemos acordado adelantarnos y marcharnos nosotros a probar suerte al norte. (aplausos)

Marcharemos mañana, al anochecer. Todos estamos de acuerdo. Y algunos vendrán de la ciudad a unirse a nosotros. (aplausos)

Si hay alguna respuesta, la encontraremos. (vítores, aplausos)

Y cuando despunte el día, seremos sólo unas manchas más en la blanca nieve, cada vez más oscurecida. Cuando estemos en el norte, junto a las focas y el oso polar, miraré a las paredes de hielo, y veré reflejado el rostro de todos los  que nos han acompañado. Y sonreiré, porque al fin estaremos todos juntos, en casa (aplausos, vítores, hurras).

 

Y para que así consten, firman,

 

Los miembros de la Liga del Hielo

 

NOTAS DE E.R.NOFROST ARQUEÓLOGO Y EXPERTO

EN LA LIGA DEL HIELO

En este punto se dan por concluidos los documentos relativos a la Liga del Hielo. Gran parte de los papeles se perdieron para siempre en el gran deshielo de Alaska.

Mis investigaciones al norte del poblado B donde fueron hallados los documentos, y donde probablemente se produjeron los hechos, hablan de la leyenda de unos niños que desaparecieron sin dejar rastro alguno, una noche hace varios siglos.

En cuanto a si estos hechos son leyenda o realidad, es difícil de saber. Al menos la datación de Carbono 14 confirma la antiguedad de los documentos.

 

Por otro lado, he encontrado una vieja canción en las que se habla de las focas Inuk, una extraña raza de focas que habitan Iceland, el único lugar helado del planeta.

Según dice la canción que cantan gentes de las reservas del desierto de Alaska, esta extraña raza de focas, juega a deslizarse por toboganes de hielo, patinando sobre sus cuerpos.

Pero lo más extraño de su comportamiento, dicen estas gentes, es que suelen tirarse bolas de nieve los unos a los otros, en forma de cadena, antes de reunirse en círculo, aparentemente para discutir cuestiones importantes.

 

Edgard Robert Nofrost, en el desierto de Alaska, a 15 de Marzo de 2386

LOS PAPELES PÓSTUMOS DE LA LIGA DEL HIELO

Dictados por su miembro fundador, recopilados por sus fieles seguidores, y encontrados en el desierto de Alaska, otrora territorio Inuit por el Arqueólogo E.R. Nofrost

Yo Nanuk, como miembro fundador de la Liga del Hielo, me propongo relatar los siguientes hechos, para dejar constancia para las generaciones futuras de nuestros actos, ya que podrían servir como ejemplo. Tomo la palabra, y nuestro querido y honorable secretario, miembro cofundador y además amigo Kirima, tomará las notas pertinentes en relación a lo expuesto sobre los siguientes puntos,

De cómo comenzó todo

La Liga del Hielo comenzó un día como cualquier otro, después de salir de pesca con mi padre. Lo que pescamos, no es objeto en este foro de más explicación. Baste decir que tan al norte no tenemos truchas (risas). Íbamos caminando hacia nuestra casa, cuando mi padre me llamó la atención sobre el lago.

- Sabes, hijo- me dijo.- hace muy pocos años pasábamos con el trineo por este lago, y mira ahora, tenemos que bordearlo para llegar a casa. (rumores)

Le dije que lo recordaba muy bien. Siempre iba a patinar a ese lago, hasta que dejamos de patinar porque eso lo hacen los niños pequeños. Y también porque perdimos a nuestro amigo Inuk, en el hielo, como recordaréis todos (rumores) estaba patinando, y al momento, ya no estaba (rumores). Pero el bueno de Inuk seguro que se fue a vivir con las focas, recordad como siempre hablaba de que en realidad era un niño foca (rumores más altos).

Seguimos caminando, mientras me venían a la cabeza recuerdos de Inuk, cuando oí claramente suspirar a mi padre, preocupado.

- Un día- me dijo- tal vez no muy lejano, nos veremos obligados a marcharnos a la ciudad, hijo mío, porque nuestro mundo está desapareciendo.

Le dije que no estaba de acuerdo en absoluto, y al momento no le di importancia, ya que los adultos tienen a veces ataques de cierta melancolía.

Me traté de convencer por un instante de que nuestra vida continuaba exactamente igual que antes, pero las palabras de mi padre son sabias, y me siguió atormentando con sus pensamientos en voz alta, llamándome la atención sobre algunas zonas en las que hielo parecía haberse retirado, retrocediendo hacía el norte.

Me quedé pensando en que tal vez deberíamos ir hacia el norte en busca del hielo, tal y como decía mi padre, para seguir con nuestra vida (rumores).

Al llegar a casa encontré a mi madre muy enfadada, diciendo que debíamos contratar un seguro a todo riesgo, que cubriera el deshielo, ya que las goteras en casa de pequeños hilillos se estaban convirtiendo en auténticas cascadas. La verdad es que al principio me pareció gracioso esto de las goteras, porque te puedes lavar tranquilamente sin salir de tu cama (rumores), pero cuando estás todo el rato debajo de una fuente, aunque es muy zen, pues llega a ser bastante molesto (rumores y risas). Mi padre prometió entonces reparar el iglú cada noche. (rumores).

Pero como bien sabéis – levantando la voz- esto es una solución sólo temporal, y si no hacemos nada ahora, llegará el día en que nada podamos hacer (rumores cada vez más altos). Entonces, fue cuando pensé, que debíamos unirnos y formar algo más grande:  LA LIGA DEL HIELO (aplausos, vítores y hurras).

De cómo se constituyó la Liga

Pues todos estos pensamientos se los trasladé a Kirima y a Anouk, los miembros cofundadores de la Liga. Pido un aplauso para ellos (aplausos y vítores).  Ellos me comentaron que vivían una situación parecida (rumores) y que también los adultos de su familia habían empezado a hablar de marcharse a la ciudad.

Como bien dijo Inuk, nuestro amigo niño foca, y guía espiritual, eso es lo último. ¿Os imagináis lo que sería de un oso polar en la ciudad? Es tan difícil para mí imaginarme a un oso polar con traje y corbata, sentado en un Starbucks, pidiendo un descafeinado jamaicano dulce (risas), como imaginarme a mi padre o a mi madre, o a cualquiera de nosotros viviendo en la ciudad. (aplausos y vítores).

La ciudad está bien para ir de excursión, pero cualquier otra razón para ir, es una traición a nuestra Liga. (aplausos).

Así que aquel día, no hace tanto redactamos los estatutos de la Liga del Hielo, que a continuación nuestro secretario, el fiel Kirima, recogerá:

ESTATUTOS DE LA LIGA DEL HIELO

-  Todos los miembros de la Liga del Hielo tienen la misión de proteger el hielo. Este es el punto más importante de nuestra Liga.

- Todos los miembros de la Liga del Hielo, deberán dejar constancia en nuestras Sesiones Semanales de los progresos que realizan en su lucha contra el deshielo, ya sea a nivel local (su iglú familiar), o a nivel mundial (el lago que está al norte del poblado).

-  En caso de extrema necesidad podrán convocarse sesiones extraordinarias. La convocatoria extraordinaria consistirá en tirar bolas de nieve sobre los niños vecinos formando así una cadena.

- Se prohíbe la inclusión de elementos sólidos dentro de la nieve, así como se prohíben las guerras de bola de nieve, ya que estas cosas son muy serias y no queremos que los miembros de la Liga se alarmen sin necesidad.

- La existencia de la Liga del Hielo es secreta. Cualquier revelación de su existencia a adultos, llevará consigo la expulsión, y el repudio de los demás miembros. El repudio incluirá el recreo en el colegio.

Y para que así consten, firman,

Los miembros de la Liga del Hielo

 

De las medidas tomadas para combatir el deshielo, por Nanuk, presidente y miembro fundador de la Liga del Hielo  (fragmentado)

 

Yo Nanuk, tomo la palabra para comentar brevemente mis impresiones sobre la retirada del hielo, (………….) y sobre esas islas de tierra que cada vez aparecen con más frecuencia en nuestro mundo.

Nuestro amigo Kirima nos convenció de retirar piedras y todos los elementos de la superficie helada, ya que de esa forma dejábamos desnudo el hielo y así tendría más frío.(…….)

 

También hemos fabricado cubitos de hielo, con cubiteras gigantes fabricadas por nosotros mismos. En realidad, hemos creado en el lago norte una auténtica fábrica de ladrillos de hielo, apartada del mundo (…….)

 

¿Hablar de fracaso? No voy a hablar de fracaso. (………………) (aplausos, vítores, gritos, llantos). (………)

 

¡Ahora que importa ya!  La misión nos ha desbordado, y anoche fui hasta la fábrica de ladrillos de hielo y tallé con los que aún no se habían derretido un regalo de despedida. Un regalo para todo aquel que ha confiado en nosotros, un anillo (…….). Es un regalo efímero, lo sé, el sol entrará en el hielo, y el anillo alcanzara entonces mayor brillo, mayor belleza, y en ese instante, llorará tanto, que se deformará hasta desaparecer lentamente, como nosotros  (llantos ahogados) (…….)

 

CARTA DE ANOUK AL SR. PRESIDENTE DE LA LIGA DEL HIELO, Y MIEMBRO FUNDADOR, NANUK

Cuando leáis esto, estaré muy lejos de mi único hogar, después de los terribles sucesos acontecidos en los últimos tiempos.

Como sabéis la Liga del Hielo se fundó para luchar contra esas sombras que acechan nuestra vida. Esa terrible sombra de humo que derrite el hielo, y transforma en agua nuestra vida.

Primero el hielo se transforma en agua, y luego el agua lo hace en vapor y humo.

Al principio fueron las casas del sur, y luego el norte de la aldea.

Nuestra familia fue de las primeras en partir, pero no será la última, y pronto otras nos seguirán, en busca de un refugio que en realidad no existe. Mi padre dijo “sin hielo no tenemos mundo”.

Ahora escribo desde un tren, y veo como llego a una ciudad cubierta por nubes negras de humo. Mi vida aquí carece de significado, si no puedo patinar contigo, Nanuk,  por el hielo del lago del norte. Si no puedo hablar con las focas, ni ir en busca del oso polar,… mi vida pronto habrá terminado.

Mis padres me dicen que no sea tonta, que pronto estaréis conmigo, no se da cuenta de que yo no quiero eso si el precio es que todos perdamos nuestro mundo, que lo perdamos todo.

Yo seguiré siendo integrante de la Liga mientras viva.

Si nuestro mundo termina, deshecho por el agujero que acecha, si el oso polar muere ahogado al tener que nadar más distancia, yo prometo que volveré y seguiré apoyando esta, la mejor causa,

Anouk, con amor

Por siempre de la Liga del Hielo

De cómo término todo

Yo Nanuk, como miembro fundador de la Liga del Hielo, tomo la palabra, y nuestro querido y honorable secretario, miembro cofundador y además amigo Kirima, tomará las notas pertinentes en relación al fin de nuestro camino.

Tras la reunión de la pasada semana en la aldea, cómo sabéis los adultos acordaron su traslado a la ciudad. Muchas son las familias que nos han dejado. Cada vez, nuestra Liga del hielo está más diezmada. (rumores)

Ahora, compañeros, ¡quedan tan pocas y a la vez tantas cosas por hacer,…!

Pero no hay tiempo, por eso, y como parte de nuestro juramente, hemos acordado adelantarnos y marcharnos nosotros a probar suerte al norte. (aplausos)

Marcharemos mañana, al anochecer. Todos estamos de acuerdo. Y algunos vendrán de la ciudad a unirse a nosotros. (aplausos)

Si hay alguna respuesta, la encontraremos. (vítores, aplausos)

Y cuando despunte el día, seremos sólo unas manchas más en la blanca nieve, cada vez más oscurecida. Cuando estemos en el norte, junto a las focas y el oso polar, miraré a las paredes de hielo, y veré reflejado el rostro de todos los  que nos han acompañado. Y sonreiré, porque al fin estaremos todos juntos, en casa (aplausos, vítores, hurras).

 

Y para que así consten, firman,

 

Los miembros de la Liga del Hielo

 

NOTAS DE E.R.NOFROST ARQUEÓLOGO Y EXPERTO

EN LA LIGA DEL HIELO

En este punto se dan por concluidos los documentos relativos a la Liga del Hielo. Gran parte de los papeles se perdieron para siempre en el gran deshielo de Alaska.

Mis investigaciones al norte del poblado B donde fueron hallados los documentos, y donde probablemente se produjeron los hechos, hablan de la leyenda de unos niños que desaparecieron sin dejar rastro alguno, una noche hace varios siglos.

En cuanto a si estos hechos son leyenda o realidad, es difícil de saber. Al menos la datación de Carbono 14 confirma la antiguedad de los documentos.

 

Por otro lado, he encontrado una vieja canción en las que se habla de las focas Inuk, una extraña raza de focas que habitan Iceland, el único lugar helado del planeta.

Según dice la canción que cantan gentes de las reservas del desierto de Alaska, esta extraña raza de focas, juega a deslizarse por toboganes de hielo, patinando sobre sus cuerpos.

Pero lo más extraño de su comportamiento, dicen estas gentes, es que suelen tirarse bolas de nieve los unos a los otros, en forma de cadena, antes de reunirse en círculo, aparentemente para discutir cuestiones importantes.

 

Edgard Robert Nofrost, en el desierto de Alaska, a 15 de Marzo de 2386

 

M.S.

LA OTRA VOZ (DETRÁS DE LA MÁSCARA)

Si habéis visto alguna de las estupendas películas de Matt Hobson, sabéis a lo que me refiero cuando hablo de presencia hipnótica. Si las habéis visto dobladas reconoceréis mi voz.
 
Yo no tenía vocación de actor, y menos de doblaje. Empecé en esto por casualidad, y aunque él no lo sabía, llevaba ya quince años pegado a su sombra y prestándole mi voz y mi poco talento, la verdad es que se me fue metiendo dentro. Acabé vistiendo como él, adelgazando, o engordando según su papel. Hacia cualquier cosa que hiciese él, y estuviese al alcance de mi famélico bolsillo, como si fuese su espejo.
 
Aquel fatídico 15 de febrero, me inclinaba sobre el atril de metal leyendo el guión, con su reflejo posado suavemente sobre mí, tratando de encajar cada sílaba en sus movimientos labiales.
-Repite esa última línea desde el hola- dijo el director desde la cabina iluminada.
- Hola- repetí encajándolo perfectamente en el hello silenciado de Matt.
 - Espera. Corta, ha ocurrido algo, me acaban de decir, que Matt Hobson ha muerto esta mañana.
Fue a las 8 de la mañana hora de Los Ángeles cuando ocurrió. Sobredosis, dijeron. Busqué por toda la ciudad una licorería en la que envolvieran las botellas en papel marrón. Quería emborracharme sí, pero quería hacerlo cómo en las películas.
La ciudad estaba a oscuras, y es que parecía que ahora que Matt no existía, se apagaban  todas las luces como señal de respeto, o quizás la ciudad no estuviera hecha para la lluvia.
-Esto es por ti, – dije levantando la botella a la luna cubierta de nubes de tormenta.
 Cuando llegué a casa empapado, abrazado a la soledad de cristal de las botellas, tuve que subir a tientas por la escalera. Y una vez en el apartamento, fui bebiendo pequeños sorbos por su memoria, mientras revolvía todo buscando las cerillas, hasta que las encontré, y encendí la primera.
Miré a mi alrededor, elevando la pequeña llama hasta iluminar mi rostro, y descubrí sombras, contornos extraños en las paredes del cuarto. Se me cortó la respiración. Me asusté y tiré al suelo la cerilla, y al hacerlo las figuras se apagaron, se desvanecieron.  Pensé que estaba loco.
 Bebí un sorbo más. No había nadie allí conmigo. “Debe ser el alcohol, que me hace ver cosas que no son” me dije y encendí otra cerilla.
-  Hola, hijo mío- dijo una señora que no recordaba haber visto en mi vida, pero estaba seguro de que no era mi madre.  Me asustó con sus gafas gruesas, que distorsionaban su mirada. Era de mediana edad, llevaba una bata y una redecilla en el pelo.
-    No me gusta la casa que tienes ahora. ¿Dónde está la piscina?- añadió la señora.- Y quitaté esa ropa mojada.
-  Matt, soy Hal- dijo una voz a su lado. Un rostro de hombre mayor, con poco pelo y  cara de preocupación- ¿Por qué me traicionaste? ¿Por qué te marchaste de la agencia? Yo fui quien te hice grande, podría haber encontrado un papel maravilloso para ti.
- Matt, sólo necesito 200 dólares, de verdad, los necesito. Será la última vez que te pida dinero, por favor ayúdame. – dijo una muchacha, comiéndose las sílabas, y mordiéndose al mismo tiempo nerviosamente el pelo. La cara pálida y delgada, los brazos calados de agujeros.
- !Pero yo no soy Matt!- les dije- !Os habéis equivocado!  Matt ha muerto esta mañana.
Pero no me creían, habían seguido la voz de Matt y les había llevado hasta mí. Yo no era Matt, pero la confusión era posible alumbrado por la luz de una simple cerilla.
-          !Marchaos de aquí!- y soplaba sobre la cerilla, y al minuto encendía una nueva buscando compañía.
Nunca me gustó beber solo.
 Y volvieron a aparecer esas figuras. La mujer que no era mi madre, el hombre mayor que me regañaba por haber cambiado de agente y haberle dejado en la estacada, y la joven llamada Sue, que me pedía insistentemente 200 dólares -”lo juro, Matt serán los últimos”, me decía-. Apagaba y encendía las cerillas, y cada vez me sentía más extrañamente acompañado.
Soplaba la pequeña llama azulada acallando sus palabras y antes de que el humo desapareciera, las anhelaba. “No puedo estar sólo, no quiero estar sólo”. Y encendía de nuevo una cerilla. No sé como fue, una cerilla mal apagada cayó al suelo.
La llama brillante recorrió la habitación rápidamente, y el fuego creció hacia arriba y me cubrió como un edredón.
No me moví. Poco sentía yo después de varias botellas.
No sé quien me sacó. Recuerdo un infierno rojo y gris. Lograron sacarme de allí con mi piel quemada en casi un 90 %. Debería haber muerto, y de hecho pensé que había muerto.
Me debatí durante semanas dudando si coger un camino u otro. Florence Hobson cuidándome noche y día, contenta de que le dejara entrar al fin en mi vida. “Te cuidaré, como no te cuidé cuando eras niño”. “Vale, mamá”, le dije, sin atreverme a contradecirle. Le di 200 euros a Sue, y me besó en los labios y caminó con una gran sonrisa hacia la luz. Y le dije a Hal que por supuesto aceptaría el papel que encontrara para mí y se llevaría el 15%.
Cuando desperté entre las sábanas blancas del hospital y el olor a carne quemada, la primera llamada que recibí fue extraña. Me daban el papel principal de un gran musical. Había sido recomendado por alguien, aunque nunca supe por quien. Lo más raro es que nunca me presenté a la audición, así que pensé en Hal. Es una locura, lo sé.
Y ahora tras la máscara de látex, simulo ser un fantasma. Y oigo aplausos desde cada butaca. Butacas rojas teñidas por miles de colores diferentes. ¡Y me aplauden a mí!  !A mí!
 Y yo, Luis, envuelto en mi capa oscura que oculta mi piel cubierta de cicatrices negras, proyecto desde arriba mi propia voz detrás de la máscara y  despojada de toda impostura.
Y sí, ahora soy una estrella, pero aún tengo una queja: por mucho que enciendo cerillas en la oscuridad del camerino, no veo nada más que sombras y humo, lo me preocupa, porque no sé cómo hacerle llegar a Hal su 15%.

M.S.

LA OTRA VOZ (DETRÁS DE LA MÁSCARA)

Si habéis visto alguna de las estupendas películas de Matt Hobson, sabéis a lo que me refiero cuando hablo de presencia hipnótica. Si las habéis visto dobladas reconoceréis mi voz.
 
Yo no tenía vocación de actor, y menos de doblaje. Empecé en esto por casualidad, y aunque él no lo sabía, llevaba ya quince años pegado a su sombra y prestándole mi voz y mi poco talento, la verdad es que se me fue metiendo dentro. Acabé vistiendo como él, adelgazando, o engordando según su papel. Hacia cualquier cosa que hiciese él, y estuviese al alcance de mi famélico bolsillo, como si fuese su espejo.
 
Aquel fatídico 15 de febrero, me inclinaba sobre el atril de metal leyendo el guión, con su reflejo posado suavemente sobre mí, tratando de encajar cada sílaba en sus movimientos labiales.
-Repite esa última línea desde el hola- dijo el director desde la cabina iluminada.
- Hola- repetí encajándolo perfectamente en el hello silenciado de Matt.
 - Espera. Corta, ha ocurrido algo, me acaban de decir, que Matt Hobson ha muerto esta mañana.
Fue a las 8 de la mañana hora de Los Ángeles cuando ocurrió. Sobredosis, dijeron. Busqué por toda la ciudad una licorería en la que envolvieran las botellas en papel marrón. Quería emborracharme sí, pero quería hacerlo cómo en las películas.
La ciudad estaba a oscuras, y es que parecía que ahora que Matt no existía, se apagaban  todas las luces como señal de respeto, o quizás la ciudad no estuviera hecha para la lluvia.
-Esto es por ti, – dije levantando la botella a la luna cubierta de nubes de tormenta.
 Cuando llegué a casa empapado, abrazado a la soledad de cristal de las botellas, tuve que subir a tientas por la escalera. Y una vez en el apartamento, fui bebiendo pequeños sorbos por su memoria, mientras revolvía todo buscando las cerillas, hasta que las encontré, y encendí la primera.
Miré a mi alrededor, elevando la pequeña llama hasta iluminar mi rostro, y descubrí sombras, contornos extraños en las paredes del cuarto. Se me cortó la respiración. Me asusté y tiré al suelo la cerilla, y al hacerlo las figuras se apagaron, se desvanecieron.  Pensé que estaba loco.
 Bebí un sorbo más. No había nadie allí conmigo. “Debe ser el alcohol, que me hace ver cosas que no son” me dije y encendí otra cerilla.
-  Hola, hijo mío- dijo una señora que no recordaba haber visto en mi vida, pero estaba seguro de que no era mi madre.  Me asustó con sus gafas gruesas, que distorsionaban su mirada. Era de mediana edad, llevaba una bata y una redecilla en el pelo.
-    No me gusta la casa que tienes ahora. ¿Dónde está la piscina?- añadió la señora.- Y quitaté esa ropa mojada.
-  Matt, soy Hal- dijo una voz a su lado. Un rostro de hombre mayor, con poco pelo y  cara de preocupación- ¿Por qué me traicionaste? ¿Por qué te marchaste de la agencia? Yo fui quien te hice grande, podría haber encontrado un papel maravilloso para ti.
- Matt, sólo necesito 200 dólares, de verdad, los necesito. Será la última vez que te pida dinero, por favor ayúdame. – dijo una muchacha, comiéndose las sílabas, y mordiéndose al mismo tiempo nerviosamente el pelo. La cara pálida y delgada, los brazos calados de agujeros.
- !Pero yo no soy Matt!- les dije- !Os habéis equivocado!  Matt ha muerto esta mañana.
Pero no me creían, habían seguido la voz de Matt y les había llevado hasta mí. Yo no era Matt, pero la confusión era posible alumbrado por la luz de una simple cerilla.
-          !Marchaos de aquí!- y soplaba sobre la cerilla, y al minuto encendía una nueva buscando compañía.
Nunca me gustó beber solo.
 Y volvieron a aparecer esas figuras. La mujer que no era mi madre, el hombre mayor que me regañaba por haber cambiado de agente y haberle dejado en la estacada, y la joven llamada Sue, que me pedía insistentemente 200 dólares -”lo juro, Matt serán los últimos”, me decía-. Apagaba y encendía las cerillas, y cada vez me sentía más extrañamente acompañado.
Soplaba la pequeña llama azulada acallando sus palabras y antes de que el humo desapareciera, las anhelaba. “No puedo estar sólo, no quiero estar sólo”. Y encendía de nuevo una cerilla. No sé como fue, una cerilla mal apagada cayó al suelo.
La llama brillante recorrió la habitación rápidamente, y el fuego creció hacia arriba y me cubrió como un edredón.
No me moví. Poco sentía yo después de varias botellas.
No sé quien me sacó. Recuerdo un infierno rojo y gris. Lograron sacarme de allí con mi piel quemada en casi un 90 %. Debería haber muerto, y de hecho pensé que había muerto.
Me debatí durante semanas dudando si coger un camino u otro. Florence Hobson cuidándome noche y día, contenta de que le dejara entrar al fin en mi vida. “Te cuidaré, como no te cuidé cuando eras niño”. “Vale, mamá”, le dije, sin atreverme a contradecirle. Le di 200 euros a Sue, y me besó en los labios y caminó con una gran sonrisa hacia la luz. Y le dije a Hal que por supuesto aceptaría el papel que encontrara para mí y se llevaría el 15%.
Cuando desperté entre las sábanas blancas del hospital y el olor a carne quemada, la primera llamada que recibí fue extraña. Me daban el papel principal de un gran musical. Había sido recomendado por alguien, aunque nunca supe por quien. Lo más raro es que nunca me presenté a la audición, así que pensé en Hal. Es una locura, lo sé.
Y ahora tras la máscara de látex, simulo ser un fantasma. Y oigo aplausos desde cada butaca. Butacas rojas teñidas por miles de colores diferentes. ¡Y me aplauden a mí!  !A mí!
 Y yo, Luis, envuelto en mi capa oscura que oculta mi piel cubierta de cicatrices negras, proyecto desde arriba mi propia voz detrás de la máscara y  despojada de toda impostura.
Y sí, ahora soy una estrella, pero aún tengo una queja: por mucho que enciendo cerillas en la oscuridad del camerino, no veo nada más que sombras y humo, lo me preocupa, porque no sé cómo hacerle llegar a Hal su 15%.

M.S.

LUNÁTICA Y DESCABEZADA

Me despierto. Hay luna llena. Subo al desván muy despacio por la escalera de caracol, tratando de que los peldaños de la escalera no crujan bajo mis pies descalzos.
Es curioso como los peldaños sólo crujen por la noche, por más que los pises durante el día no consigues un solo sonido de ellos…

Abro con sigilo la puerta de madera, y miro hacia dentro. Puedo ver con claridad a pesar de la semipenumbra que me envuelve, a pesar de la tenue luz que a penas entra por el tragaluz del techo. Distingo los muebles viejos, las cajas y los baúles que se amontonan por las paredes.

Me siento justo debajo del tragaluz, allí donde la luna refleja en el suelo de madera su propia figura, y las estrellas que tiritan suspendidas en el cielo, se desdoblan dentro proyectándose en la madera.
Me cojo las piernas con mis manos, e inclino la cabeza todo lo que puedo hacia atrás,  mirando al cielo.

Por un instante ocurre algo extraño, el reflejo de la luna se posa sobre mi cara y parece robarme el rostro, cosiendo con su luz su cara a la mía.
La luz de la luna parece entonces entrar con más fuerza, y en su trayectoria veo multitud de puntitos blancos que parecen ir cobrando forma según van cayendo y posándose en el suelo. Justo a mi lado.

Y como por arte de magia aparece frente a mí una muchacha. Al principio su pelo le oculta el rostro, y luego levanta la mirada dejando ver su abrupta y pálida cara.
Sólo por un instante, pero es suficiente.

Después, se acerca a mí en un movimiento rápido, y yo retrocedo instintivamente, arrastrándome por el suelo, en busca de refugio bajo los muebles.
Por mucho que corra, bien sé que no tengo escapatoria. Que estoy atrapada.
Ella parece un animal salvaje en su locura.

Consigue atraparme el pie y tira de él con fuerza, hasta que feroz, lo muerde, o quizás lo atraviesa con un cuchillo porque noto un dolor que me hiela la sangre.
-         No vuelvas a apoderarte de mi cara niña, si vuelves a conjurarme y a apoderarte de ella morirás-  me advierte la muchacha, con mi sangre cayendo en finos hilillos desde su boca, dejando un surco carmesí en su accidentada cara.

 
Y se desvanece, convirtiéndose de nuevo en polvo, que sale por el tragaluz hasta llegar de nuevo al cielo al que pertenece. 
Me quedo sola, en medio de un charco de sangre. El miedo y la excitación me hacen llorar durante horas en la soledad del desván. Nadie me oye. El dolor me impide levantarme.

Por la mañana encuentran mi cuerpo inerte, como una hoja seca, sobre la madera. Tan solo acompañada de mi propia sangre muerta.
La tía Lilly llama al cirujano, temiendo que tenga que amputar el pie. La herida está infectada y llena de un pus amarillento.

Todos piensan que yo misma me he causado la herida, y no pueden disimular cierta mirada de terror hacia la niña huérfana, sonámbula y medio loca de la que se han hecho cargo.
- Sangrías y mucha paciencia.- dictamina el cirujano. – aunque tal vez persista la cojera.

Al principio quise pensar como todos ellos que mi imaginación había sido la causa de todo aquello, y que yo misma me había causado las heridas.
Pero cuando me quitaron la venda, tenía la marca de la luna llena sobre el tobillo.
 Y desde entonces, siempre que la luna se quita su velo de la cara y me mira a los ojos, sé que esta historia es cierta, y  bajo la mirada temerosa de que cumpla su amenaza.

M.S.

MEJILLONES AL CURRY

El niño estaba en el fondo de un oscuro pozo, llorando, muerto de frío. Le castañeaban los dientes. Tenía la ropa empapada por su propio vómito. Pero dejémosle unos momentos. Dejemos una chincheta sujetando el instante, y  movamos las manillas del reloj hacia atrás, para entender cómo los finos hilos del azar tejen el destino.

Burdeos. Sur de Francia. El paisaje estaba lleno de hermosos viñedos. Olor a rosas. Una nueva fiesta en el Chateaux. Gente encorbatada. Trajes oscuros.
El niño entornó la puerta, pensando que tal vez podría llegar al jarrón de extrañas figuras que había en el salón sin que toda esa gente reparara en él. Como era bajito, incluso para su edad, no sería difícil. En la escuela siempre le llamaban enano. “Tengo que esconder el gomitao” se dijo. Cada vez llamaba con más insistencia a su boca, desde las profundidades de su estómago.
En el salón había un jarrón lo suficientemente grande como para guardar la pasta naranja. Pero el salón estaba lleno de gente extraña. Es que estaba harto de que la casa se llenara de toda esa gente. Todos se empeñaban en pellizcarle la cara, y en alborotarle el pelo. Mientras su madre siempre le regañaba por todo. “Tienes que portarte bien”, le decía. Siempre se reducía todo a que se portara bien. El problema era que no sabía cuando se estaba portando bien y cuando se portaba mal. Siempre escuchaba que era un niño “poblemático”.
 
Su madre. La buscó con la mirada entre toda esa gente del salón. Y la encontró en un rincón, riendo ruidosamente, siempre reía así cuando había invitados, pero cuando no había nadie nunca lo hacía. De hecho, nunca sonreía.
Salió al jardín, pasó por debajo de la verja. Y ahí estaba rodeado de viñedos. Qué mal se encontraba. “Si pudiera hacer un agujero, y esconderlo dentro…”, se dijo.
Cecilia estaba harta de aquellas fiestas de su marido. Se aburría enormemente, aunque no lo parecía. Su sonrisa forzada, sus ojos pintados, el carmín rojo en sus labios. Había ido a la peluquería y había supervisado personalmente la cena. Y ella misma había hecho su especialidad, mejillones al curry. Y lo había hecho pensando que por fin, era la última vez que cocinaba para su marido, y para toda esa gente. Mejillones, vino blanco, curry…
Lo tenía todo preparado, y Fran la recogería junto a la carretera a las diez y cuarto, justo durante el discurso siempre aburrido de su marido. Las palmaditas en la espalda de los unos a los otros. Los brindis con los vinos. Las catas. Antes de que los cristales de las copas tintinearan por todo el Chateaux. Lo que empezó con un brindis por los novios, terminaría con ese otro brindis.
Desde el principio siempre pensó que se equivocaba al aceptar la proposición de matrimonio. En realidad no le amaba, nunca le amó. Y había aceptado la proposición de enterrarse en vida en el campo, con él. Y luego el niño. El pequeño niño que siempre le recordaba con los rasgos mezclados de ambos el error que había cometido.
Las maletas las había dejado en el jardín, escondidas, tan solo esperando que ella las recogiera, y atravesara los apenas trescientos metros desde la verja del viñedo hasta la puerta del Chateaux donde Fran la rescataría de una vida insípida, en la que los días se sucedían uno a uno sin descansar, sin tregua, y sin ninguna emoción o sobresalto.
No miraría atrás. Como si pudiera pudieran enterrar una vida entera. Enterrarla en el olvido para siempre. ¡Cómo se había equivocado!, ahora lo sabía. Sabía que era un alma inquieta, y que no podía amar a Jean Claude, porque ya lo había intentado. Lo había intentado durante años.  Y ahora, debía huir en la noche como si fuera un ladrón. Huía en la noche, llevándose consigo como botín, su propia vida.
Hablaba con la gente como si fuera una sonámbula. Las palabras iban y venían, pero Cecilia sólo pensaba en su liberación. En Fran. Entró en la cocina un segundo tratando de reponerse entre tanta falsedad y entonces lo vio. El taburete apoyado contra la encimera, y sobre ella, la fuente de mejillones al curry, según la receta tradicional de su abuela. “Hazlos con cariño, le había dicho, y tu vida será una balsa de aceite”. Y lo había sido. Pero quien hubiera dicho que una balsa de aceite no podía también hundirse hasta el mismo fondo del olvido. Era el plato perfecto para acompañar al vino blanco.
Ese año su aroma era insuperable. En aquel lugar, lo único que tenía sabor era el vino.
Las conchas estaban rebañadas, no quedaba a penas carne. El taburete acusaba claramente al niño. Ese mocoso siempre haciendo de las suyas. Le tenía que haber enviado a un internado, era pequeño, difícil. Antes de irse para siempre le iba a regañar tanto, que el niño recordaría siempre a su madre como una mujer regañona, vestida con un vestido de negra seda.
El niño en el jardín vio a lo lejos el pozo. Sólo tenía que levantar la tapa, e inclinarse. Y además, así, nadie descubriría que se había comido todos los mejillones.
Así se inclinó sobre el pozo y empezó a vomitar, con tanta fuerza, que no pudo evitar caerse detrás, y hasta el fondo del pozo.
Cecilia salió al jardín llamado al niño, pero nadie respondía. Su carroza de cristal esperaría hasta las diez y cuarto, tan solo. Junto a la carretera. Fran le había dicho “ni un minuto más te esperaré, princesa. Si no estás me marcharé sin tí, y nunca más nos veremos”. Y ahora ese niño “¿dónde se había metido?”. ¡Iba a matarlo! El reloj parecía resonar con fuerza en su cabeza. Eran ya diez toques. Era el momento. Y ella escuchaba a penas un sollozo a lo lejos.
Salió a los viñedos, levantando la verja. Ese olor a rosas que ya tenía metido dentro. Cómo lo odiaba porque era falso, era mentira. Tardes en el viñedo, con el sol regalando sus últimos rayos, y Jean Claude a su lado. Y Jean Claude sin saber a penas que ella existía. Sin mirarla, sin abrazarla, sin preguntarle si necesitaba algo para hacer de su vida algo diferente a una vida indiferente, insípida, y carente de significado
Fran. Fran era un buen hombre. Había venido a vendimiar. Y desde el principio Cecilia se permitió ciertos coqueteos. ¡Qué importaba ya lo que pudiera ocurrir! Jean Claude no sabía amarla, si es que todavía la amaba. Besos en el olvido. Una buena cosecha se preparaba, todos lo sabían. Y Cecilia sonreía por dentro, porque por una vez se sentía viva. “Sí que sería una buena cosecha, por fin”. Ahora todos esos recuerdos aparecieron atormentándola. Chateaux Clement, ¿por qué?. “Fran vino para salvarme, para liberarme, como en los cuentos”. Como los cuentos que nunca había leído al niño. A su hijo.
  Llamó corriendo a Jean Claude, que empezaba su discurso “mis queridos invitados, esta noche es una noche de celebración. Es una noche especial porque cada nueva cosecha lo es…”. Cecilia le cortó.
- Jean Claude, hay un problema, el niño está en el pozo
-  ¿Qué dices?
- Han sido los mejillones
  Y el niño estaba en el pozo, y ese era el momento. Un pequeño imperdible. Un pequeño apunte en su vida. Una anécdota tal vez insignificante. Llamaron a los bomberos, y mientras esperaban, los minutos se clavaban en el alma de Cecilia. Tenía un nudo en el estómago. “El niño está bien, márchate”, se decía. Pero sus pies no la obedecían. “Fran se irá sin mí, le perderé. ¿Cuándo tendré una nueva oportunidad de huir?”. Miraba a Jean Claude y ya no sabía lo que debía hacer…
“Los malditos mejillones, por esto es por lo que decía mi abuela que la vida sería una balsa de aceite? Nunca pasará nada, en mi vida nunca pasará nada”, gritaba en silencio desde las profundidades de su alma. Mientras, todos a su alrededor, la miraban. “Que gran mujer”. “Qué gran madre”.  “Que entereza”. Los pensamientos se cruzaban atravesando el viento.
Toda esa gente. Trajes oscuros. Mentes idénticas, arrojando idénticas preguntas. “¿Un descuido?”. “Con los niños pequeños, ya se sabe”. “Ese niño es un mal bicho”. Pero era sólo un niño. Un niño pequeño. Un pequeño niño.
Ya nada podía hacerse. Las diez y media pasadas. Fran se habría marchado. ¡Cuántos años iguales a éste, al anterior! Cuantas fiestas en el jardín, cuantas sonrisas y caricias falsas vendrían después de esa noche. ¡Cuánto sacrificio, cuanta resignación!. “Igual que mi madre. Igual que mi abuela. Es como los mejillones, la receta tradicional de la familia, compuesta por miedo, y unas gotas de autocompasión, ¿por qué no de veneno?”. 
Al niño le sacaron a las doce en punto. Asustado. Temblando. Las manos arañadas de tratar de escalar por las duras piedras que resbalaban. “Me portaré bien, mamá.  Te lo prometo”. Le había dicho al mismísimo silencio.
Salió del agujero negro, del pozo cubierto por una repugnante capa naranja, y un olor a curry casi insoportable. Descompuesto. Ese fue su segundo nacimiento y el verdadero. Y cómo la primera vez, le pusieron en brazos de su madre, de Cecilia.
Otro niño quedó atrapado para siempre en la oscuridad del pozo, con la cabeza inclinada hacia atrás, mirando la escena desde abajo. Mientras André era abrazado fuertemente por su madre, que le limpiaba con sus lágrimas, sin dejarle espacio a penas para respirar, manchándose el precioso vestido negro de seda de esa pasta naranja fluorescente. 
Y en el ambiente flotaba el insistente olor de las rosas, que casi ocultaba el fuerte olor a curry de la receta tradicional de la familia.
 

M.S.

BIENVENIDO A OLVIDO

Llegó a Olvido el niño y nadie le dijo que era un recuerdo olvidado porque a nadie vio. Aquel parque con cemento en el suelo era el mundo entero. No recordaba nada antes, ni nada después. La piel rugosa del balón naranja contra sus dedos infantiles, y Lucy que llegaba una vez más con los ojos llorosos.
 
-          Me marcho esta tarde, no volveremos a vernos. Pero quiero que me recuerdes, y que guardes esto- le dijo entre sollozos la niña, poniendo en sus manos una canción, una partitura. – ahora es tuya, y recuerda que la música lo puede todo. Recuerda que igual que las notas se elevan del pentagrama, se expanden y llenan el aire, si los dos nos rodeamos de música volaremos alto, y nos encontraremos. Y ya nunca nos separaremos.
 
Un pequeño beso. Una despedida con la cara mojada por el llanto. Y el mundo se paró. Se paró la música, ahogada por el silencio. Y sonó la canción de amor.
 
Aun no lo sabía, pero aquel beso salado, aquella despedida que le atormentó al principio, que se le clavó como una aguja, cicatrizó.
En algún lugar de la mente, la llave giró en su cerradura, con un suave chirrido. Ya nunca saldría Lucy, ya nunca escucharía su voz.
 
A partir de ese instante, Lucy viviría sí, pero viviría muy lejos, y tendría otra vida, y al mismo tiempo viviría en el Olvido noche y día. Día y noche, en aquella  eterna despedida.
 
En otro lugar, más allá de la puerta cerrada, más allá de las murallas de la memoria, allí dónde las cosas son recordadas, un hombre anciano postrado en su cama, descansa. Los ojos cerrados hacia sus recuerdos. A su alrededor tubos, cables, le conectan todavía con el mundo. Igual que los pentagramas mantienen viva la melodía, los cables mantienen el ritmo de su corazón.
 
Y mientras, los dos niños en el cemento viajan por un túnel del tiempo, y navegan por esos cables recorriendo cada rincón de su cuerpo.
 
De nuevo se oyen golpes a lo lejos, el latido del corazón se confunde con el balón del niño golpeando el cemento gris. Los dedos contra la piel rugosa, naranja. Se oye el golpe del balón, y como un eco, los golpes de su corazón. Es como un ritmo, una canción.
 
El hombre mira la luz brillante a su alrededor, y al fondo ve al niño pequeño. ¿Era él mismo ese muchacho cubierto de pecas? ¿Ese muchacho de pelo rojizo? A penas podía recordar nada. Algunos detalles que iban y venían, y le golpeaban la cabeza.
 
Con un balón en sus manos, ese recuerdo debe ser anterior a todo. “¿Existió una vida anterior a la música? ¿Antes de que sus notas ahogaran cualquier otra voz?”
 
Y entonces, en esa realidad borrosa se da cuenta de que el niño no está solo. Una niña con los ojos tapados con sus finos dedos, oculta sus lágrimas. Ahora lo recuerda. “¿No es esa Lucy? ¡Cómo podría haber olvidado este momento!”
Y la niña se quita las manos de la cara, y el anciano se quita el velo que le cubre la memoria.
 
- Te juro, Lucy- le dijo el niño- que seré famoso, vendrán de todo el mundo a escuchar mi música. Pondrán mi nombre a calles y a plazas, e incluso a este parque, que será para siempre el nuestro. La música nos unirá de nuevo. Cuando sea famoso, ¿volverás a mí?
 
Pero la vida tenía notas discordantes. Y fue girando en su órbita de aplausos y de gloria. Los años se sucedieron, las canas plateadas hicieron brillar su rojo pelo. Y la música acalló el sonido de su corazón y lo envolvió de silencio.
 
¿Acaso no había sido Lucy su musa inconsciente? ¿Aquella que le había susurrado notas en el corazón? Aquella melodía que le regaló. Esa cancioncilla infantil, que creía recordar, y empezó a tararear el anciano en aquella fría habitación de hospital. Aquellas notas escritas de forma nerviosa por una niña tantos años atrás, en una partitura que olvidó en algún lugar.
 
Pero no había nadie que le cogiera la mano, nadie que le escuchara aquel último susurro, aquella última melodía. Estaba sólo. Sólo era una marioneta que mantenían con vida aquellos cables, aquellos hilos.
 Esa melodía que fue la primera. ¿Cómo empezaba aquella canción de amor…?
 ”Viviré eternamente en tu recuerdo, y pensaré en ti, y te echaré de menos…”
 
“¿Qué fue de ti, pequeña musa de ojos verdes? ¿Acaso volviste a mí? ¡Cuanto brillo, cuanto resplandor hay en tu recuerdo más incluso que en una canción! Temo que volvieras a mi, y que no supiera verte de nuevo”.
 
Y ahora él contempla con los ojos cerrados el momento más importante de su vida, sin recordar nada más. Fuera, la prensa espera, quizá impaciente. Están deseando volver a sus casas. El día es frío detrás de las ventanas. Llenarán los periódicos de noticias que muy pronto serán olvidadas. “Sólo la música pervive, Lucy, mi pequeña niña”.
Ahora, en las brumas eternas que le envuelven sólo brillan las lágrimas de Lucy, pequeñas semicorcheas en el viento, pequeñas estrellas en el cielo. Y ya no existe la música, sólo el latido de su corazón, Y se lleva las manos al pecho, y busca el corazón que late con fuerza en su interior.
 
Pero se da cuenta de que no hay ningún sonido. Que los latidos son los golpes del balón. Del balón naranja contra el cemento gris. La única música que queda allí.

M.S.

ZAPATOS MOJADOS

Para Elena

Llego con lágrimas en los ojos a la puerta de embarque. Mi aspecto es grotesco con estos zapatos mojados. La gente me mira. No me importa. No puedo sacarme esa última imagen de mi cabeza. Los dos juntos por última vez bajo la lluvia, despidiéndonos para siempre. Y la bolsa de papel marrón rompiéndose, dejando que las manzanas rojas rueden por la acera cubierta de charcos.
La atención de la gente pronto se desvía hacia ella. Yo tampoco puedo dejar de mirarla con su kimono azul con flores, su tez pintada de blanco, y su pelo negro y fino recogido en un moño. Por un momento al mirarla dejo de pensar en él, y en mi misma, abandonada como mi propio paraguas. Olvidado para siempre. Retorcido en cualquier esquina.

Entro en la cabina del avión, haciendo ruido al andar con mis zapatos mojados. Estoy ridícula. ¡Es que nadie más que yo se ha mojado con esta lluvia! Miro mi tarjeta de embarque, y  busco mi número de asiento con la mirada, y me doy cuenta de que me toca sentarme al lado de ella. De aquella mujer salida de otro tiempo. Mi asiento es de ventanilla, así que trato de pasar a su lado sin mojar su kimono.

Nos abrochamos los cinturones de seguridad. Masco chicle, nerviosa. Noto toda la presión del despegue sobre mi cuerpo, pero en seguida estamos en el aire, flotando en el vacío. Alcanzamos la altitud deseada. El vuelo será de seis horas y quince minutos. Saco de mi bolsa de plástico los calcetines que he comprado en el aeropuerto, y me quito los zapatos, y los calcetines ejecutivos, que parece que se han fundido hace rato con mi piel mojada, formando una masa amorfa. Me pongo los calcetines nuevos, me quedaré descalza. ¿En seis horas se secarán los malditos zapatos?

Alguien llama a la azafata. La geisha a mi lado pide un té, y saca de una bolsa de seda una taza de porcelana. Introduce el agua caliente dentro de la taza, y después la gira varias veces  sobre la palma de su mano. Me llega el olor a té, aunque tal vez me sugestiono. Sólo es una bolsita de hornimans. Creo que tengo fiebre. ¿En qué estaría pensando al traerme estos zapatos conmigo? Supongo que en él. Y todo para nada.

Traen la comida o la cena. Ya no lo sé. No soy capaz de comer nada. Si al menos tuviera una de esas manzanas que rodaron por el suelo esta mañana, justo antes de que él me dejara. La geisha se levanta con un movimiento lento, que hace que vuelva a fijarme en ella, dejando a un lado mis pensamientos. Vuelve a coger su bolsa de seda, y saca dos manzanas. Con una sonrisa pintada en su cara me ofrece una. No le gusta comer sola, me dice. Y yo asiento y se lo agradezco.

Muerdo la manzana, y en cada bocado, me siento más tranquila. Más reconfortada. “Manzanas que caen, semillas germinan”, dice la geisha, y yo sonrío. Creo que empiezo a comprenderlo.
Llegamos al aeropuerto de Madrid-Barajas. La temperatura exterior es de 25 º C. El tiempo es soleado. Mis zapatos milagrosamente están secos, y ya no me siento desconsolada.
Bajo del avión, dejando tras de mí las últimas horas, como en un sueño. Y miro por última vez a esa etérea mujer, salida de un intemporal jardín japonés. Tomando el té eternamente, bajo las ramas de un árbol cargado de manzanas.

M.S.

ZAPATOS MOJADOS

Llego con lágrimas en los ojos a la puerta de embarque. Mi aspecto es grotesco con estos zapatos mojados. La gente me mira. No me importa. No puedo sacarme esa última imagen de mi cabeza. Los dos juntos por última vez bajo la lluvia, despidiéndonos para siempre. Y la bolsa de papel marrón rompiéndose, dejando que las manzanas rojas rueden por la acera cubierta de charcos. 
La atención de la gente pronto se desvía hacia ella. Yo tampoco puedo dejar de mirarla con su kimono azul con flores, su tez pintada de blanco, y su pelo negro y fino recogido en un moño. Por un momento al mirarla dejo de pensar en él, y en mi misma, abandonada como mi propio paraguas. Olvidado para siempre. Retorcido en cualquier esquina.
 
Entro en la cabina del avión, haciendo ruido al andar con mis zapatos mojados. Estoy ridícula. ¡Es que nadie más que yo se ha mojado con esta lluvia! Miro mi tarjeta de embarque, y  busco mi número de asiento con la mirada, y me doy cuenta de que me toca sentarme al lado de ella. De aquella mujer salida de otro tiempo. Mi asiento es de ventanilla, así que trato de pasar a su lado sin mojar su kimono.
 
Nos abrochamos los cinturones de seguridad. Masco chicle, nerviosa. Noto toda la presión del despegue sobre mi cuerpo, pero en seguida estamos en el aire, flotando en el vacío. Alcanzamos la altitud deseada. El vuelo será de seis horas y quince minutos. Saco de mi bolsa de plástico los calcetines que he comprado en el aeropuerto, y me quito los zapatos, y los calcetines ejecutivos, que parece que se han fundido hace rato con mi piel mojada, formando una masa amorfa. Me pongo los calcetines nuevos, me quedaré descalza. ¿En seis horas se secarán los malditos zapatos?
 
Alguien llama a la azafata. La geisha a mi lado pide un té, y saca de una bolsa de seda una taza de porcelana. Introduce el agua caliente dentro de la taza, y después la gira varias veces  sobre la palma de su mano. Me llega el olor a té, aunque tal vez me sugestiono. Sólo es una bolsita de hornimans. Creo que tengo fiebre. ¿En qué estaría pensando al traerme estos zapatos conmigo? Supongo que en él. Y todo para nada.
 
Traen la comida o la cena. Ya no lo sé. No soy capaz de comer nada. Si al menos tuviera una de esas manzanas que rodaron por el suelo esta mañana, justo antes de que él me dejara. La geisha se levanta con un movimiento lento, que hace que vuelva a fijarme en ella, dejando a un lado mis pensamientos. Vuelve a coger su bolsa de seda, y saca dos manzanas. Con una sonrisa pintada en su cara me ofrece una. No le gusta comer sola, me dice. Y yo asiento y se lo agradezco.
 
Muerdo la manzana, y en cada bocado, me siento más tranquila. Más reconfortada. “Manzanas que caen, semillas germinan”, dice la geisha, y yo sonrío. Creo que empiezo a comprenderlo.
Llegamos al aeropuerto de Madrid-Barajas. La temperatura exterior es de 25 º C. El tiempo es soleado. Mis zapatos milagrosamente están secos, y ya no me siento desconsolada.
Bajo del avión, dejando tras de mí las últimas horas, como en un sueño. Y miro por última vez a esa etérea mujer, salida de un intemporal jardín japonés. Tomando el té eternamente, bajo las ramas de un árbol cargado de manzanas.

M.S.

A FONDO

Tira al sable. Y lo hace bastante bien. Todos los días cuando cojo el autobús y voy a entrenar pienso en él con su chaquetilla blanca, de algodón y poliéster, que le queda tan bien.

Llego cansada de todo el día de trabajo y con ganas de que desaparezcan todas las preocupaciones. Quiero perderme en el tiempo y en el espacio durante una hora. Que nadie me encuentre, ser otra persona. Ponerme una careta y batirme en duelo.

Antes de llegar, siempre pienso en todo lo que tengo que hacer al día siguiente, pero una vez que cruzo el umbral de la puerta todo se me olvida.

Primero el calentamiento. Tenemos que estirar esos músculos. Tocamos el suelo sin flexionar las rodillas, estirándonos todo lo que podemos. No puedo evitar mirarle con el rabillo del ojo, y que al hacerlo nuestras miradas se crucen un instante. Desviamos los dos a la vez tímidamente la mirada, para volver a mirarnos un momento después. Esta vez más intensamente. La mantenemos unos segundos y sonreímos. “Hoy tenemos un duelo a muerte“. Me dice. Yo sonrío, y noto cómo sube el color a mis mejillas. Tal vez no se note por el ejercicio.

Los dos somos bastante flexibles, y físicamente estamos muy preparados. Él es técnicamente bastante mejor que yo, pero nadie lo diría en la pista porque lo cierto es que nos adaptamos perfectamente. Él sabe que yo sé, que me deja ganar.

No puedo apartar mi mirada de sus muslos, mientras nos sentamos en las colchonetas y me dice que tiene agujetas del otro día en esa zona, y que necesitaría un buen masaje en la parte interior. Sonrío como una tonta mientras bajo la mirada tratando de concentrarme en un punto fijo.

Él parece darse cuenta y llama mi atención preguntándome por el fin de semana, mientras nuestra entrenadora dice que empecemos con las abdominales. Superiores, inferiores, laterales, posteriores….

Al hacer las posteriores de nuevo mi mirada se fija en él. No puedo apartarla, al ver como se estira, dejando que sus músculos se peguen a su camiseta. Ni muy desarrollados, ni poco. En su punto justo.

Terminamos las abdominales, sudorosos y jadeantes. Comentamos cualquier tontería y nos vamos a los vestuarios a ponernos el equipo.

Descuelgo con la pértiga la chaquetilla con mis iniciales. Me la pongo sobre el protector de plástico. Y me subo la cremallera con mis manos hasta arriba ajustando bien la chaquetilla al cuerpo. En el cuarto de al lado, él estará haciendo lo mismo, pienso.

Cojo el sable, la careta y el guante, y salgo a la pista. Anhelante.

La pista cuatro es sólo para nosotros. Le veo al otro lado, en su línea de guardia y distingo bien su rostro a través de la careta. No puedo evitar sentir como me sube la adrenalina y cómo me emociono al verle, con su mirada borrosa fija sobre mí.

Me está esperando, me dice. Y me dirijo nerviosa, a mi línea de guardia a colocarme. Oigo su voz, que con autoridad grita ” en guardia“. Y me coloco, con la pierna derecha adelantada, la izquierda atrasada, y ambas muy flexionadas.

Listos. Adelante”. Y salgo lentamente hacia él, y voy cambiando el ritmo. Marcha. Marcha, y él hace un fondo estirando bien el brazo. Rompo y paro en cuarta. Respondo a la cabeza con un fondo. Parada y respuesta de él al travesón. 1-0.

Me dice que sea mucho más agresiva y que le de mucho más fuerte. Que me olvide de su sable. Y que le busque a él. Yo me estiro todo lo que puedo tratando de acercarme lo máximo a él, buscando su flanco, pero él mete su sable por debajo de mi brazo y me da en el mío. 2-0.

Me doy cuenta de que no estoy tirando bien. Los nervios me están traicionando. Necesito un cambio de estrategia.  

En guardia“, digo, mientras nuestras miradas permanecen fijas, y pienso cómo puedo sorprenderle.

Listos“, y concentrados más intensamente si cabe el uno en el otro, ponemos todo el cuerpo en tensión, preparándolo para el ataque, cómo si fuéramos animales a punto de saltar sobre nuestra presa.

Adelante“. Y marchamos deprisa, impacientes por deshacer el espacio que todavía existe entre nosotros. ¡Estamos tan cerca, y a la vez, tan lejos!.

Nos estiramos los dos todo lo que podemos, como si estuviéramos en un espejo, y nos damos fuerte al travesón. “Ataque simultáneo. Nada hecho“.

Volvemos a ponernos en posición. “En guardia, listos, adelante“. Y salimos de forma explosiva,  con las sonrisas en los labios y en los ojos, sabiendo que no tenemos que desviarlas al estar resguardadas del peligro, detrás de nuestras caretas.

Las gotas de sudor, empiezan a deslizarse suavemente por la cara. El pelo, se sale de la coleta, y queda suelto dentro de la careta, acercándose a mis ojos, entorpeciendo mi vista. Paramos un momento. Él me ayuda a quitarme la careta. Y nuestros dedos protegidos por el guante se tocan.  Sólo un instante. Él me sujeta la careta, mientras me ato el pelo, y me ayuda a ajustarme de nuevo el cuello de la chaquetilla, que parece haberse desabrochado por el ejercicio.

Ahora sí que estamos cerca. Muy cerca. Tan cerca, que me roza el cuello con los dedos, y parece susurrarme algo que no entiendo. Pero nos separamos y cada uno vuelve a su línea de guardia, sabiendo que un momento después volveremos juntos al centro de la pista.

En guardia. Listos. Adelante“. Salimos a la vez. Hago un paso resbalado húngaro y un fondo. Nuestros sables se entrelazan, buscándose, interponiéndose entre nosotros. Robándonos nuestro espacio.

Él lo aparta bruscamente y busca mi cuerpo con él, yo retrocedo, pero en el fondo me gustaría no hacerlo, y tenerle mucho más cerca. Desde dónde estoy oigo su respiración entrecortada.

Salto hacia atrás. Ataque fallido suyo. Le dejo corto. Ataque mío a la avanzada. Punto mío. 2-1.

Noto que sonríe tras la careta. ¿Se ha dejado ganar?. Me felicita por el golpe, y me dice “Ahora sí. Sin piedad. Vamos a muerte“.

Seguimos así toda la clase. Ataque simultáneo. Ataque suyo. Parada. Flanco. Cabeza. Figura…

Perdemos la cuenta de los puntos que llevamos. En realidad no importa quien gana y quien pierda cada punto. Tengo la sensación de estar jugándome algo mucho más importante.

Finalmente, la manecilla traidora del reloj de la pared es la que nos gana y nos vuelve a la realidad, recordándonos que tenemos una vida después de entrenar. Una vida en la que no hay duelos ni entrenamientos.

Nos acercamos lentamente, alargando el momento lo máximo que podemos, estirándolo como si fuera un fondo.

Nos damos la mano como saludo, con la mano desnuda. Y dejamos por unos segundos nuestras manos se reconozcan, lentamente. No podemos evitar que las emociones nos embarguen, mientras nos miramos y nos regalamos esos momentos, dejando que poco a poco nuestra respiración vaya recobrando su ritmo normal.

Muy despacio, apartamos la mirada el uno del otro y dejamos que detrás de ellas se separen nuestras manos y después, nuestros cuerpos. Y nos marchamos cabizbajos, buscando refugio en el vestuario. Tardo todavía unos momentos en recobrarme.

Me ducho. Me visto. Y parece que recupero mi vida normal, al contacto con mi ropa de calle.

Subo el equipo con la pértiga y parece que las emociones quedaran también suspendidas en el aire, esperando el día siguiente. Y entonces, vuelvo a pensar en el trabajo. En mi marido. En mis hijos.

Al salir, coincidimos en el ascensor, pero a penas sabemos que decirnos. Miramos al suelo evitando que nuestras miradas se encuentren. Los dos estamos en guardia.

Tensos, temblorosos y torpes. Ambos retrocedemos, dejando espacio entre nosotros. Cada uno a un lado del ascensor, evitando rozarnos.  

Y al salir, nos despedimos nerviosos y distantes hasta el día siguiente. Pensando en lo que podría ocurrir si bajáramos la guardia, y fuéramos por una vez a fondo.

M.S.