A FONDO

Tira al sable. Y lo hace bastante bien. Todos los días cuando cojo el autobús y voy a entrenar pienso en él con su chaquetilla blanca, de algodón y poliéster, que le queda tan bien.

Llego cansada de todo el día de trabajo y con ganas de que desaparezcan todas las preocupaciones. Quiero perderme en el tiempo y en el espacio durante una hora. Que nadie me encuentre, ser otra persona. Ponerme una careta y batirme en duelo.

Antes de llegar, siempre pienso en todo lo que tengo que hacer al día siguiente, pero una vez que cruzo el umbral de la puerta todo se me olvida.

Primero el calentamiento. Tenemos que estirar esos músculos. Tocamos el suelo sin flexionar las rodillas, estirándonos todo lo que podemos. No puedo evitar mirarle con el rabillo del ojo, y que al hacerlo nuestras miradas se crucen un instante. Desviamos los dos a la vez tímidamente la mirada, para volver a mirarnos un momento después. Esta vez más intensamente. La mantenemos unos segundos y sonreímos. “Hoy tenemos un duelo a muerte“. Me dice. Yo sonrío, y noto cómo sube el color a mis mejillas. Tal vez no se note por el ejercicio.

Los dos somos bastante flexibles, y físicamente estamos muy preparados. Él es técnicamente bastante mejor que yo, pero nadie lo diría en la pista porque lo cierto es que nos adaptamos perfectamente. Él sabe que yo sé, que me deja ganar.

No puedo apartar mi mirada de sus muslos, mientras nos sentamos en las colchonetas y me dice que tiene agujetas del otro día en esa zona, y que necesitaría un buen masaje en la parte interior. Sonrío como una tonta mientras bajo la mirada tratando de concentrarme en un punto fijo.

Él parece darse cuenta y llama mi atención preguntándome por el fin de semana, mientras nuestra entrenadora dice que empecemos con las abdominales. Superiores, inferiores, laterales, posteriores….

Al hacer las posteriores de nuevo mi mirada se fija en él. No puedo apartarla, al ver como se estira, dejando que sus músculos se peguen a su camiseta. Ni muy desarrollados, ni poco. En su punto justo.

Terminamos las abdominales, sudorosos y jadeantes. Comentamos cualquier tontería y nos vamos a los vestuarios a ponernos el equipo.

Descuelgo con la pértiga la chaquetilla con mis iniciales. Me la pongo sobre el protector de plástico. Y me subo la cremallera con mis manos hasta arriba ajustando bien la chaquetilla al cuerpo. En el cuarto de al lado, él estará haciendo lo mismo, pienso.

Cojo el sable, la careta y el guante, y salgo a la pista. Anhelante.

La pista cuatro es sólo para nosotros. Le veo al otro lado, en su línea de guardia y distingo bien su rostro a través de la careta. No puedo evitar sentir como me sube la adrenalina y cómo me emociono al verle, con su mirada borrosa fija sobre mí.

Me está esperando, me dice. Y me dirijo nerviosa, a mi línea de guardia a colocarme. Oigo su voz, que con autoridad grita ” en guardia“. Y me coloco, con la pierna derecha adelantada, la izquierda atrasada, y ambas muy flexionadas.

Listos. Adelante”. Y salgo lentamente hacia él, y voy cambiando el ritmo. Marcha. Marcha, y él hace un fondo estirando bien el brazo. Rompo y paro en cuarta. Respondo a la cabeza con un fondo. Parada y respuesta de él al travesón. 1-0.

Me dice que sea mucho más agresiva y que le de mucho más fuerte. Que me olvide de su sable. Y que le busque a él. Yo me estiro todo lo que puedo tratando de acercarme lo máximo a él, buscando su flanco, pero él mete su sable por debajo de mi brazo y me da en el mío. 2-0.

Me doy cuenta de que no estoy tirando bien. Los nervios me están traicionando. Necesito un cambio de estrategia.  

En guardia“, digo, mientras nuestras miradas permanecen fijas, y pienso cómo puedo sorprenderle.

Listos“, y concentrados más intensamente si cabe el uno en el otro, ponemos todo el cuerpo en tensión, preparándolo para el ataque, cómo si fuéramos animales a punto de saltar sobre nuestra presa.

Adelante“. Y marchamos deprisa, impacientes por deshacer el espacio que todavía existe entre nosotros. ¡Estamos tan cerca, y a la vez, tan lejos!.

Nos estiramos los dos todo lo que podemos, como si estuviéramos en un espejo, y nos damos fuerte al travesón. “Ataque simultáneo. Nada hecho“.

Volvemos a ponernos en posición. “En guardia, listos, adelante“. Y salimos de forma explosiva,  con las sonrisas en los labios y en los ojos, sabiendo que no tenemos que desviarlas al estar resguardadas del peligro, detrás de nuestras caretas.

Las gotas de sudor, empiezan a deslizarse suavemente por la cara. El pelo, se sale de la coleta, y queda suelto dentro de la careta, acercándose a mis ojos, entorpeciendo mi vista. Paramos un momento. Él me ayuda a quitarme la careta. Y nuestros dedos protegidos por el guante se tocan.  Sólo un instante. Él me sujeta la careta, mientras me ato el pelo, y me ayuda a ajustarme de nuevo el cuello de la chaquetilla, que parece haberse desabrochado por el ejercicio.

Ahora sí que estamos cerca. Muy cerca. Tan cerca, que me roza el cuello con los dedos, y parece susurrarme algo que no entiendo. Pero nos separamos y cada uno vuelve a su línea de guardia, sabiendo que un momento después volveremos juntos al centro de la pista.

En guardia. Listos. Adelante“. Salimos a la vez. Hago un paso resbalado húngaro y un fondo. Nuestros sables se entrelazan, buscándose, interponiéndose entre nosotros. Robándonos nuestro espacio.

Él lo aparta bruscamente y busca mi cuerpo con él, yo retrocedo, pero en el fondo me gustaría no hacerlo, y tenerle mucho más cerca. Desde dónde estoy oigo su respiración entrecortada.

Salto hacia atrás. Ataque fallido suyo. Le dejo corto. Ataque mío a la avanzada. Punto mío. 2-1.

Noto que sonríe tras la careta. ¿Se ha dejado ganar?. Me felicita por el golpe, y me dice “Ahora sí. Sin piedad. Vamos a muerte“.

Seguimos así toda la clase. Ataque simultáneo. Ataque suyo. Parada. Flanco. Cabeza. Figura…

Perdemos la cuenta de los puntos que llevamos. En realidad no importa quien gana y quien pierda cada punto. Tengo la sensación de estar jugándome algo mucho más importante.

Finalmente, la manecilla traidora del reloj de la pared es la que nos gana y nos vuelve a la realidad, recordándonos que tenemos una vida después de entrenar. Una vida en la que no hay duelos ni entrenamientos.

Nos acercamos lentamente, alargando el momento lo máximo que podemos, estirándolo como si fuera un fondo.

Nos damos la mano como saludo, con la mano desnuda. Y dejamos por unos segundos nuestras manos se reconozcan, lentamente. No podemos evitar que las emociones nos embarguen, mientras nos miramos y nos regalamos esos momentos, dejando que poco a poco nuestra respiración vaya recobrando su ritmo normal.

Muy despacio, apartamos la mirada el uno del otro y dejamos que detrás de ellas se separen nuestras manos y después, nuestros cuerpos. Y nos marchamos cabizbajos, buscando refugio en el vestuario. Tardo todavía unos momentos en recobrarme.

Me ducho. Me visto. Y parece que recupero mi vida normal, al contacto con mi ropa de calle.

Subo el equipo con la pértiga y parece que las emociones quedaran también suspendidas en el aire, esperando el día siguiente. Y entonces, vuelvo a pensar en el trabajo. En mi marido. En mis hijos.

Al salir, coincidimos en el ascensor, pero a penas sabemos que decirnos. Miramos al suelo evitando que nuestras miradas se encuentren. Los dos estamos en guardia.

Tensos, temblorosos y torpes. Ambos retrocedemos, dejando espacio entre nosotros. Cada uno a un lado del ascensor, evitando rozarnos.  

Y al salir, nos despedimos nerviosos y distantes hasta el día siguiente. Pensando en lo que podría ocurrir si bajáramos la guardia, y fuéramos por una vez a fondo.

M.S.

 

 

EL MECANISMO DE UN RELOJ DE CUCO

Es curioso que ahora que ha pasado todo pienso en mi vida como la de un pequeño cuco atrapado en el reloj, deseando escapar de su destino cada hora, pero siempre retenido en su caja de madera.

Sobretodo desde que nos instalamos en este país, en esta ciudad, en esta calle perdida. Sin amigos, sin distracciones. “Es un ascenso, una oportunidad”, dijo él. Pero para mí era un camino lleno de polvo, que levantaba el aire, y llenaba mis ojos, haciéndome llorar lágrimas de barro. 

Si no hubiéramos venido a este lugar, creo que los años hubieran pasado sin cambios. Había dejado toda mi vida, suspendida en el tiempo. Cómo si se hubiera parado, como si le hubiera puesto una chincheta atravesándola y sujetándola en un corcho.  Llegamos aquí, y en la casa de dos pisos con el hermoso y fantasmal jardín de ramas retorcidas, tan sólo había un libro “el mecanismo de un reloj de cuco”, y mucho polvo.

Y entonces pensé, “un nuevo hobby con el que llenar las horas vacías, las páginas vacías de mi vida, que nunca serán leídas”.

 Y cómo el cuco cada hora anunciando su visita, cada día llegaba aquel hombre extraño de la gabardina. Ese hombre extraño con olor a tabaco, gabardina oscura hasta los pies. Peluquín peinado hacia delante.

Ese hombre que cada día traía un sobre color manila bajo el brazo. Y allí fuera, en las sombras del jardín de flores marchitas, se lo entregaba a mi marido. ¿Quien era ese hombre extraño? ¿Y qué contenía ese sobre cerrado?

Siempre lo mismo, la misma pregunta. “¿Qué hacemos aquí?” todo estaba relacionado. Y mientras yo movía un poco de tierra para plantar nuevas plantas, con una pequeña pala, el viento devolvía una y otra vez la arena a su agujero. “¿Qué estás plantando hoy, querida?”. “Buganvillas, esto es tan triste… necesito ver algo que me transmita alegría”

 Tal vez toda mi vida era una mentira. Vivía en mi pequeña casa, y soñaba con una vida que en realidad no existía. ¡Si no me hubiera planteado nada. Si hubiera acogido las preguntas sin respuestas! Si me hubiera resignado. Pero estaba aburrida. Aburrida mirando pasar las horas, dedicada a devolver color a un jardín que tal vez nunca lo tuvo, dedicada a leer el libro sobre el mecanismo del reloj de cuco: la vida que vive el cuco dentro del reloj, la vida a la que aspira cuando se abre la portezuela y casi ve la luz del sol.

 Y la curiosidad me despertó, cómo si volviera a la vida al mirar una pequeña hoja tambaleante que flotaba, suspendida en el tiempo, tras la ventana. ¡Cómo lo recuerdo! Esos pequeños detalles son los que echo de menos. La luz centelleante, reflejándose en las hojas doradas, que anunciaban el otoño.

El aire era mucho más frío de lo que parecía aquella mañana, mirando hacia el jardín a través de la ventana.

¡Pensé en las veces que había tratado de entrar en su despacho sin conseguir nada! La cerradura siempre cerrada. Igual que se cerraban sus palabras cuando  le preguntaba. “Olvídate de ese hombre, querida, no es importante”. “Exactamente, ¿a qué te dedicas?, ya sé que a algo de seguros, pero ahora que no tengo mucho que hacer, que tengo todo el día, me da por pensar cosas y …”, le decía. “Querida, olvídate de todo, sal a pasear”, me respondía.

 Le obedecí y me encontré en una calle vacía de la ciudad frente una pequeña placa oxidada con un letrero: “DETECTIVES”.  No quería subir, pero mis pies me desobedecieron, como siguiendo el dictado de mi curiosidad. El ascensor no funcionaba. Las escaleras eran estrechas. Puerta de cristal. Humo de cigarrillos. Personas, personas con las que hablar. Paredes desconchadas. ¿Cuanto valía la verdad? Les hice un talón, estaba nerviosa. Pronto lo sabría. Lo sabría todo, sabría la verdad.

 Claro, serían seguros de vida, “que tonta soy”, pensé. Pero tenía que estar segura. Habíamos venido a este lugar porque él debía vender seguros de vida a estas personas. “¿Pero qué vida hay aquí? Grandes casas. Grandes parques, pero nadie sonríe, nadie habla. No hay más vida en esta ciudad que el viento que se mete por debajo de las contraventanas”

 ”El viento a veces azota con fuerza este lugar. El viento. Las ventanas. Las ventanas se abren con fuerza, y el viento susurra <<corre, aquí hay una salida>>. Pero no me atrevía. ¡Si hubiera tenido el valor que no tenía el cuco del reloj! ¡El valor de extender mis alas y emprender el vuelo! << ¿Qué digo? el valor lo tengo. He extendido mis alas, y estoy preparada para volar. ¿Seguros? ¿Un vendedor de seguros que trabaja en casa, que sale a horas intempestivas, que tiene amigos tan extraños como el hombre de la gabardina…? Maletines oscuros. Noche. Cerraduras ¿Cuantos años he vivido una mentira?>> Ahora, la puerta de mi pequeña casa de madera se abría y veía la verdad que entraba llenando de luz la estancia.

 Después, en la casa, dieron las tres en el reloj de la pared del salón. El hombre extraño de gabardina oscura y peluquín llegó y entregó el sobre como cada día. Ese día sonreí oculta tras las cortinas que cubrían la ventana. Ese día. Ese día yo había quitado el papel de calco de debajo del libro de mi vida y había cambiado las palabras que debían ser escritas. “Hoy escribiré mi destino, con mi propia caligrafía” pronto sabría quien era ese hombre. Pronto encontraría sentido a mi vida.

 Me encontraría con el detective en el parque unas horas después, un día más tarde. Le encontraría después del desayuno. Estaba tan impaciente que cuando llegó el momento a penas me manché los labios con la espuma del capuchino. Un bolso lo suficientemente grande para guardar los secretos de toda una vida. Un maquillaje discreto. Un murmullo,  “me voy a dar un paseo”.

Y me encontré en el parque. “Hoy es domingo y el parque está lleno de niños que ríen ruidosamente”. Yo sonreía. “Si pudiera parar el tiempo, si pudiera volver al principio..”, pero no podía. El hombre llegaría con respuestas a mis preguntas, y me contaría mi vida. Pero las horas giraban en las manillas del reloj, y nadie aparecía.

 Llegué a casa derrotada y confundida, con arena en el pelo y muchas más preguntas no respondidas. La tarjeta amarillenta escrita con letra de imprenta de los detectives en mi bolsillo. Había llamado varias veces desde una cabina, pero nada sabía.

 No me esperaba encontrarle en casa aquel día. A ese hombre extraño con el que vivía, al que alguna vez había querido, con el batín puesto. Me esperaba en su despacho. “Pasa querida. Debo hablarte”. Noté algo extraño en su voz. Tal vez él notó que mi cuerpo temblaba como una hoja. Cómo aquella hoja frente a la ventana del salón. Moví mi sandalia, sintiendo la suavidad de la alfombra al pisarla, mientras él hablaba. “¡Tenías que fastidiarlo todo, tenías que meterte en mis asuntos!”. Y así, sin tiempo para reaccionar él que me había jurado un día amor eterno, sacó un revolver del cajón de arriba de su escritorio de cedro y disparo varias veces, dejándome en el suelo, tendida, cubierta por mi propia sangre muerta, que a penas salió de su agujero. Hay cosas que nunca pueden salir.

 Y desde entonces, no veo la luz. No oigo el zumbido del aire. No oigo a los niños reír en el parque. El mecanismo del reloj de cuco falló en un instante, y la puerta cerró y ya no se abre. No puedo moverme. Permaneceré para siempre en esta pequeña caja de madera como si fuera un pequeño cuco atrapado en un reloj, cubierta de arena y sin ninguna respuesta, y fuera sólo las buganvillas lucharán por mantener mi recuerdo con vida. 

M.S.

NIEVE

¿Qué es un copo de nieve? Pequeño y suave, y no peludo como Platero, sino helado. Tan frío que puede cortar el viento. Cuchillas envueltas en algodón insinuantes al viento.
Me siento con una manta que me cubre hasta el cuello, y un chocolate caliente que me quema las yemas de los dedos. Miro tras el cristal como la nieve cubre la ciudad, lentamente, envolviéndola en frío y silencio. Me encanta esa sensación de calidez, y me encanta la nieve. Cuando nieva me acuerdo de tantas cosas. Cosas que han pasado realmente y cosas que tal vez nunca pasaron, pero de las que igualmente, me acuerdo. Los recuerdos caen sobre mí como los copos, cubriéndome muy poco a poco.
 
A mi alrededor veo como caen despacio. Veo gente trabajando, echando sal en las calles. Los veo.  Veo hombres que caminan con sus paraguas. Niños que rien divertidos al sentir la nieve sobre ellos. Y me veo a mí misma, como si flotara en el aire, atrapada en  pequeños espejos.
 
Recuerdo mis pequeñas manos apoyadas contra el cristal de la clase, mientras mi reflejo se cubría de pequeños lunares, que iban alfombrando de nieve el patio del colegio. Le pedimos permiso al profe para usar una mesa pequeña como trineo. Y nos deslizamos con ella sin miedo a nada, rodeados de montañas blancas, hechas de sueños. Mientras el sol, salió envidioso entre las nubes con fuerza abrasadora. “Es el aphelio” nos dijo el profe. “Es en enero cuando el sol está tan cerca que incluso puedes ver los hillillos de luz y acariciarlos con los dedos”. Yo pensé que el sol también quería jugar con la nieve, pero ésta se derretía insistentemente entre sus rayos, y se perdía entre sus huecos.
 
Después una guerra de nieve. Cosa importante las guerras de nieve. Una gran bola que estampé en la cara de Mario. Claro, Mario me gustaba. Cómo te gustan los chicos a los nueve años. Nieve por mi cara, o quizás lágrimas. Y un castigo del profe. “No se tira la nieve a tan poca distancia”. Y nieve deshecha que cubría mi cara.
 
Muchos inviernos sin nieve después, y alguna nevada,  la niña se deshizo como si fuera un muñeco de nieve. Crecí, y al crecer se dejan atrás las guerras de nieve, se dejan atrás los juegos en el patio del colegio.
 
Otro copo de nieve. Otro momento flotando en el viento. Me enfadé con mi novio, un novio más que se desvanecía entre mis dedos, como la nieve, como la bruja del este del Mago de Oz, al contacto con el agua. Nieve, agua. Un momento. Un copo de nieve. ¿Qué importa un solo copo de nieve en una nevada? Salí furiosa, con un vestido negro de tirantes, y zapatos de tacón altos. Un frío intenso, y ningún taxi. “Ya se sabe”, pensé, “las cenas de navidad de empresas. La peor fecha para coger un taxi en el centro”. Y entonces, empezó a nevar lentamente, muy lentamente. Perezosa nieve. Al principio me decidí a caminar deprisa pensando que podría ser más rápida que la nieve. Que podría dejarla atrás, fácilmente, igual que había dejado atrás mi infancia. Qué ilusa mentecata era yo. Empezó a cubrirme entera y a deslizarse por mi piel.
 
Ahora que miro a través del cristal, cómo me acuerdo. Me parece sentir los copos sobre mi. Como iban llenándome de puntos blancos. Tenía que caminar despacio, para evitar resbalar con el hielo que se había formado en el suelo. Viendo que no podía caminar, me descalcé, y  dí pequeños pasos, cubiertos mis pies tan sólo por una media fina y negra que trataba infructuosamente de darme calor a mis pies, cada vez más morados. Me empecé a reír. Primero una sonrisa. Y después verdaderas carcajadas, mientras tiritaba de frío, y mis piernas se quedaban heladas. Lo divertido de todo, es que ya no pensaba en él. “No volveré contigo, Ismael”, me hubiera dicho. Y es que ya lo tenía grabado en mi voluntad de hierro al rojo vivo, como un forjador modea a golpes y fuego sus armas.
Y me resbalé, me resbalé mojándome entera, y unas manos cubiertas con guantes de lana, me ayudaron a levantarme.
 
Yo no tenía nada, sólo una torcedura de tobillo. Él, desconocido aún, tenía el coche aparcado y se ofreció a llevarme a casa. “Será imposible coger un taxi esta noche”. Yo accedí. “Me llamo Mario, soy fisioterapeuta. Te haré un hueco mañana en mi agenda, ese tobillo, necesitará rehabilitación intensa”. Y me citó para todos los jueves, y luego para los fines de semana, y luego para todos los días. ¡Y ya no me duele nada!
 
¿Qué importancia tiene la nieve? ¿Para qué nieva, si nevar siempre es tan breve? ¿Cómo se sabe que copo de nieve es el centro de la nevada? Me siento con una manta que me cubre hasta el cuello, y un chocolate caliente que ya lo he dicho, pero me quema las yemas de los dedos. Miro tras el cristal de la bola con Madrid en miniatura viendo caer la nieve aunque sea de mentira, y rozo mis labios con la taza blanca. Y pienso en mis dos Marios. Un círculo perfecto. Aquel niño pequeño al que tiraba bolas de nieve, y aquel otro extraño que ya no lo era, y que me salvo de ella. Porque la nieve es para los niños, y está bien verla, pero a salvo, junto a un cristal, recordando lo que fuimos y lo que somos ahora. ¿Cuantos copos de nieve hay? No lo sé.
 
Pero sé que importa después de todo, un sólo copo de nieve en la nevada. Pues ¿qué somos nosotros sino copos de nieve atravesando el tiempo, siempre a punto de deshacernos? Pero qué importa el final, qué importa desvanecerse en el suelo. Lo maravilloso es deslizarse insinuante en el viento. Aysss, ojala nevara.

M.S.

NIEVE

¿Qué es un copo de nieve? Pequeño y suave, y no peludo como Platero, sino helado. Tan frío que puede cortar el viento. Cuchillas envueltas en algodón insinuantes al viento.
Me siento con una manta que me cubre hasta el cuello, y un chocolate caliente que me quema las yemas de los dedos. Miro tras el cristal como la nieve cubre la ciudad, lentamente, envolviéndola en frío y silencio. Me encanta esa sensación de calidez, y me encanta la nieve. Cuando nieva me acuerdo de tantas cosas. Cosas que han pasado realmente y cosas que tal vez nunca pasaron, pero de las que igualmente, me acuerdo. Los recuerdos caen sobre mí como los copos, cubriéndome muy poco a poco.
 
A mi alrededor veo como caen despacio. Veo gente trabajando, echando sal en las calles. Los veo.  Veo hombres que caminan con sus paraguas. Niños que rien divertidos al sentir la nieve sobre ellos. Y me veo a mí misma, como si flotara en el aire, atrapada en  pequeños espejos.
 
Recuerdo mis pequeñas manos apoyadas contra el cristal de la clase, mientras mi reflejo se cubría de pequeños lunares, que iban alfombrando de nieve el patio del colegio. Le pedimos permiso al profe para usar una mesa pequeña como trineo. Y nos deslizamos con ella sin miedo a nada, rodeados de montañas blancas, hechas de sueños. Mientras el sol, salió envidioso entre las nubes con fuerza abrasadora. “Es el aphelio” nos dijo el profe. “Es en enero cuando el sol está tan cerca que incluso puedes ver los hilillos de luz y acariciarlos con los dedos”. Yo pensé que el sol también quería jugar con la nieve, pero ésta se derretía insistentemente entre sus rayos, y se perdía entre sus huecos.
 
Después una guerra de nieve. Cosa importante las guerras de nieve. Una gran bola que estampé en la cara de Mario. Claro, Mario me gustaba. Cómo te gustan los chicos a los nueve años. Nieve por mi cara, o quizás lágrimas. Y un castigo del profe. “No se tira la nieve a tan poca distancia”. Y nieve deshecha que cubría mi cara.
 
Muchos inviernos sin nieve después, y alguna nevada,  la niña se deshizo como si fuera un muñeco de nieve. Crecí, y al crecer se dejan atrás las guerras de nieve, se dejan atrás los juegos en el patio del colegio.
 
Otro copo de nieve. Otro momento flotando en el viento. Me enfadé con mi novio, un novio más que se desvanecía entre mis dedos, como la nieve, como la bruja del este del Mago de Oz, al contacto con el agua. Nieve, agua. Un momento. Un copo de nieve. ¿Qué importa un solo copo de nieve en una nevada? Salí furiosa, con un vestido negro de tirantes, y zapatos de tacón altos. Un frío intenso, y ningún taxi. “Ya se sabe”, pensé, “las cenas de navidad de empresas. La peor fecha para coger un taxi en el centro”. Y entonces, empezó a nevar lentamente, muy lentamente. Perezosa nieve. Al principio me decidí a caminar deprisa pensando que podría ser más rápida que la nieve. Que podría dejarla atrás, fácilmente, igual que había dejado atrás mi infancia. Qué ilusa mentecata era yo. Empezó a cubrirme entera y a deslizarse por mi piel.
 
Ahora que miro a través del cristal, cómo me acuerdo. Me parece sentir los copos sobre mi. Como iban llenándome de puntos blancos. Tenía que caminar despacio, para evitar resbalar con el hielo que se había formado en el suelo. Viendo que no podía caminar, me descalcé, y  dí pequeños pasos, cubiertos mis pies tan sólo por una media fina y negra que trataba infructuosamente de darme calor a mis pies, cada vez más morados. Me empecé a reír. Primero una sonrisa. Y después verdaderas carcajadas, mientras tiritaba de frío, y mis piernas se quedaban heladas. Lo divertido de todo, es que ya no pensaba en él. “No volveré contigo, Ismael”, me hubiera dicho. Y es que ya lo tenía grabado en mi voluntad de hierro al rojo vivo, como un forjador moldea a golpes y fuego sus armas.
Y me resbalé, me resbalé mojándome entera, y unas manos cubiertas con guantes de lana, me ayudaron a levantarme.
 
Yo no tenía nada, sólo una torcedura de tobillo. Él, desconocido aún, tenía el coche aparcado y se ofreció a llevarme a casa. “Será imposible coger un taxi esta noche”. Yo accedí. “Me llamo Mario, soy fisioterapeuta. Te haré un hueco mañana en mi agenda, ese tobillo, necesitará rehabilitación intensa”. Y me citó para todos los jueves, y luego para los fines de semana, y luego para todos los días. ¡Y ya no me duele nada!
 
¿Qué importancia tiene la nieve? ¿Para qué nieva, si nevar siempre es tan breve? ¿Cómo se sabe que copo de nieve es el centro de la nevada? Me siento con una manta que me cubre hasta el cuello, y un chocolate caliente que ya lo he dicho, pero me quema las yemas de los dedos. Miro tras el cristal de la bola con Madrid en miniatura viendo caer la nieve aunque sea de mentira, y rozo mis labios con la taza blanca. Y pienso en mis dos Marios. Un círculo perfecto. Aquel niño pequeño al que tiraba bolas de nieve, y aquel otro extraño que ya no lo era, y que me salvo de ella. Porque la nieve es para los niños, y está bien verla, pero a salvo, junto a un cristal, recordando lo que fuimos y lo que somos ahora. ¿Cuantos copos de nieve hay? No lo sé.
 
Pero sé que importa después de todo, un sólo copo de nieve en la nevada. Pues ¿qué somos nosotros sino copos de nieve atravesando el tiempo, siempre a punto de deshacernos? Pero qué importa el final, qué importa desvanecerse en el suelo. Lo maravilloso es deslizarse insinuante en el viento. Aysss, ojala nevara.

M.S.

LA ISLA

LA ISLA

 Pensaba que estaba muerto, pero por alguna razón respiro. Cierro los ojos, y al hacerlo, la luz del sol ilumina como una antorcha la cueva de mis recuerdos y aún con los párpados cerrados, veo otra vez a esos seres plateados descendiendo en mitad de las ruinas de la ciudad de Memphis, como pequeñas estrellas, como luces aladas, como luciérnagas en medio de las tinieblas.

 Prefiero abrir los ojos cansados y ver como las suaves olas cristalinas rompen eternamente una sobre otra, mojando la arena blanca, sin llegar nunca a tocarse. Perpetuamente solitarias y anhelantes.

Las palmeras, retorcidas, la fresca brisa marina agitando el rostro. Aquello que hubiéramos llamados paraíso. Pero, qué es un paraíso si no existen ojos que puedan contemplarlo. Todo ha quedado vacío de significado. Todo ha quedado perdido.

 

Recuerdo a John Donne, “nadie es una isla, completo en sí mismo”. Pero yo soy una isla. Yo soy todo. Creo que no queda nadie en el mundo más que yo. Por eso algo en mi interior se agita cuando descubro una cabaña escondida bajo algunas grandes ramas. ¿Es que no estoy solo, o serán restos de alguien muerto?

 Pero al entrar en ella, en esa madera podrida y desvencijada, comprendo. Si esto puede ser comprendido de alguna manera. Una cama, un escritorio, fotos, cuadernos. Un dormitorio, pero no uno cualquiera. Me estremezco al descubrir un dormitorio gemelo al mío de Memphis, pero como si lo viéramos a través de un espejo. No, no pueden ser los mismos muebles, me digo, volaron despedazados por esos seres extraños que despues de destruir todo, salieron huyendo. 

 Tal vez igual que todo esto, la isla sea una ilusión. Tal vez todo haya volado. Todas las partículas flotando en un universo de nuevo reunificado. Tal vez yo haya volado, o ya no sea yo, o esté yo también muerto. Me llevo las manos al rostro y toco los surcos en mi cara, y noto como me pincha mi barba blanca. Puede que yo sea real después de todo.

Sólo veo una cosa que no es mía en aquella habitación, entre todas mis cosas, copiadas de mi mundo, una carta. Una carta escrita con extraña caligrafía.

 La cojo entre mis dedos temblorosos. Siento el sudor que cae por mi cuello mojándome la camisa.

 “Si quieres vivir, debes escribir un cuento de ciencia ficción”, leo. Ese es el mensaje, así que es eso. ¿Qué ciencia ficción puede haber superior a esto? Indultado por mis mediocres escritos. “!Tan poderosos como para devastar el mundo, y con tan mal gusto!”, pienso.  Ojalá mi editor estuviese vivo y pudiera verlo.

 “Tal vez se vieron reflejados en mis cuentos…”. No importa. La única rebelión posible es no escribir para ellos. No escribiré para ellos. Qué importa vivir o morir si se ha perdido todo.  Y aunque no quisiera rebelarme creo que el miedo mataaría mis palabras antes de poder escribirlas.

Lo intento en la arena. Escribo sobre ella  porque mis palabras se las lleva el mar, y ellos no pueden leerlas. La arena es blanca y fina, el agua traslúcida. Lo único que me queda es mi viejo cuerpo y mis recuerdos. Mis pies se hunden en la arena como mis pensamientos. Y al levantarlos, las huellas se llenan de agua. Pienso en mi vida. En mi vida de ermitaño en Memphis, y los recuerdos se clavan hasta el fondo, y se van desvaneciendo, como las huellas.

 “Deberías relacionarte más con la gente, no sólo con tu libreta”, me dijo tantas veces Nora antes de irse.

- Si pudieras verme ahora Nora. Con mi libreta en mis rodillas. Los dos solos, tal y como creías que todo acabaría.

Y escribo sobre la arena con el dedo, porque eso no pueden quitármelo ellos. “Deberías, deberías”, ¿no es eso la vida? una sucesión de deberías. Todavía escucho una voz que me dice que debería salvar la vida.

 Al caminar por la playa, un breve resplandor me ciega los ojos. Como si el sol al atardecer me guiñara un ojo desde la arena de la playa, infundiéndome ánimo. Siempre hay un camino, y una esperanza, me digo y me acerco. Es una botella, con algo dentro. La toco con el zapato y limpio la arena con mis manos. Noto como la arena se mete bajo mis uñas.

Dentro hay una carta ¿Es que hay vida más allá de esta isla? ¡Tantas veces pregunté lo mismo, mirando las estrellas…!

Miro la carta, y paso por sus palabras sin comprender nada. Está escrita en japonés. Firmada por una tal Hiraki Noto. Es inútil, nunca aprendí japonés.

 

Pero no importa. Esto quiere decir que no estoy solo, como creía. Hay otras personas aisladas del mundo. De un mundo que ya no existe, y tal vez tan perdidas como yo. “Debes escribir un cuento. Debes escribir a cambio de salvar tu vida”.

 

No sacrificaré mis sueños. “¿Acaso lo has hecho alguna vez?”, me dice una vocecita, que parece traerme la brisa que recorre cada hueco, y que acompaña la soledad de esta isla. “Siempre has estado tú y tus sueños por delante del resto, y ahora mírate, mira tu reflejo en el agua. Viejo y sólo, en un mundo roto”.

 

¿Debería escribir un cuento? Quien sabe….tal vez debería escribir, aunque no sé si para ellos. Si no me abrasara tanto la cabeza, tal vez podría pensar en algo…

 

Y al fin me decido. Cojo mi libreta, y paso mi mano por su cubierta rugosa, …y escribo. De vuelta al principio escribo todas estas líneas. “Pensaba que estaba muerto, pero aún respiro…”

 

Y al otro lado del mar, está Hiraki. Con su carta en mis dedos, pienso en ella a todas horas. La imagino como una mujer muy hermosa, al atardecer escribe sobre la arena con sus finos dedos, pensando que la marea traerá sus palabras hasta mí, en forma de espuma. Aún puedo salvarla. Y le escribo una carta de amor, con mis manos. Y ella me responde en mi cabeza, el destino nos ha unido de alguna forma extraña e incierta. ¿Habrá más gente además de nosotros, Hiraki? Tal vez sólo seamos ella y yo. Una desconocida es ahora lo más importante de mi vida. Y escribo en la arena. Y escribo en mi libreta.

  “Amado mío,

Ven a buscarme más allá del mar, donde estoy atrapada. No escribiré ni una línea más que las que ya he escrito. Si esta botella de cristal no llega hasta ti pronto, estaré muerta. Ellos no permitirán que viva, si no escribo lo que quieren.

Hiraki”

¡Ay, Hiraki! Si te hubiera conocido alguna vez, todo sería distinto. No tendría que inventar nuestros recuerdos. Te imagino como una mujer hermosa. Con el pelo oscuro, y los ojos rasgados, y esa sonrisa tuya, infinita.

¡Ay, Hiraki! Debes ser una poetisa, pero a diferencia de este pobre viejo, tú Hiraki tienes talento. Siempre destacaste sobre el resto.

 Tu caligrafía es tan hermosa, que no es extraño que hayan decidido perdonarte la vida.

 ¡Ay, Hiraki! No como, no duermo, sólo pienso en ti. Si aún te queda mi vida para llenar tu alma, no podrán vencerte. No podrán vencernos.

 Entonces arranco las hojas de la libreta, para después doblarlas cuidadosamente y meterlas en la botella.

- ¡Aquí tenéis vuestro cuento!.- grito con rabia, sabiendo que nadie me escucha, tirando la botella con fuerza mar adentro.

Y al adentrarme en el agua, me hundo con fuerza en la arena, y voy detrás nadando, siguiendo su estela. Detrás de ella, detrás de Hiraki, detrás de mis sueños, siguiendo el destino que he escrito yo mismo en la libreta, y que va a la deriva, dentro de la botella.

Nadaré hasta Hiraki, aunque el largo camino agote mi vida y se la lleve al fondo. Tengo su carta en el bolsillo. Las palabras de Hiraki de su puño y letra, me rozan la piel como una caricia, y pienso que no estoy solo. Y todo el camino pensaré en ella. En esa suave voz oriental que nunca he oído. En esa sonrisa, que nunca he visto. Y en este cuento que ella nunca ha leído.

- Ojalá la marea me lleve pronto hasta ella.

Me siento como Ulises detrás de sus sirenas. Es el final del viaje, de mi propia odisea. Y aunque acabe atrapado en el agua, todavía podré mirar hacia arriba y ver la luz del día que se abre paso entre las olas, y pensar que aún brilla para alguno de nosotros, antes de dormirme y soñar por siempre, con ella.

 Y así haré. Nadaré una vida entera hasta llegar a una playa, donde Hiraki me estará esperando impaciente. Y al abrir los ojos, ella me sonreirá, y susurrará en mi oído “pensaba que estabas muerto, pero aún respiras”.

 M.S.

LA ISLA

LA ISLA

 Pensaba que estaba muerto, pero por alguna razón respiro. Cierro los ojos, y al hacerlo, la luz del sol ilumina como una antorcha la cueva de mis recuerdos y aún con los párpados cerrados, veo otra vez a esos seres plateados descendiendo en mitad de las ruinas de la ciudad de Memphis, como pequeñas estrellas, como luces aladas, como luciérnagas en medio de las tinieblas.

 Prefiero abrir los ojos cansados y ver como las suaves olas cristalinas rompen eternamente una sobre otra, mojando la arena blanca, sin llegar nunca a tocarse. Perpetuamente solitarias y anhelantes.

Las palmeras, retorcidas, la fresca brisa marina agitando el rostro. Aquello que hubiéramos llamados paraíso. Pero, qué es un paraíso si no existen ojos que puedan contemplarlo. Todo ha quedado vacío de significado. Todo ha quedado perdido.

 Recuerdo a John Donne, “nadie es una isla, completo en sí mismo”. Pero yo soy una isla. Yo soy todo. Creo que no queda nadie en el mundo más que yo. Por eso algo en mi interior se agita cuando descubro una cabaña escondida bajo algunas grandes ramas. ¿Es que no estoy solo, o serán restos de alguien muerto?

 Pero al entrar en ella, en esa madera podrida y desvencijada, comprendo. Si esto puede ser comprendido de alguna manera. Una cama, un escritorio, fotos, cuadernos. Un dormitorio, pero no uno cualquiera. Me estremezco al descubrir un dormitorio gemelo al mío de Memphis, pero como si lo viéramos a través de un espejo. No, no pueden ser los mismos muebles, me digo, volaron despedazados por esos seres extraños que despues de destruir todo, salieron huyendo. 

 Tal vez igual que todo esto, la isla sea una ilusión. Tal vez todo haya volado. Todas las partículas flotando en un universo de nuevo reunificado. Tal vez yo haya volado, o ya no sea yo, o esté yo también muerto. Me llevo las manos al rostro y toco los surcos en mi cara, y noto como me pincha mi barba blanca. Puede que yo sea real después de todo.

Sólo veo una cosa que no es mía en aquella habitación, entre todas mis cosas, copiadas de mi mundo, una carta. Una carta escrita con extraña caligrafía.

 La cojo entre mis dedos temblorosos. Siento el sudor que cae por mi cuello mojándome la camisa.

 “Si quieres vivir, debes escribir un cuento de ciencia ficción”, leo. Ese es el mensaje, así que es eso. ¿Qué ciencia ficción puede haber superior a esto? Indultado por mis mediocres escritos. “!Tan poderosos como para devastar el mundo, y con tan mal gusto!”, pienso.  Ojalá mi editor estuviese vivo y pudiera verlo.

 “Tal vez se vieron reflejados en mis cuentos…”. No importa. La única rebelión posible es no escribir para ellos. No escribiré para ellos. Qué importa vivir o morir si se ha perdido todo.  Y aunque no quisiera rebelarme creo que el miedo mataaría mis palabras antes de poder escribirlas.

Lo intento en la arena. Escribo sobre ella  porque mis palabras se las lleva el mar, y ellos no pueden leerlas. La arena es blanca y fina, el agua traslúcida. Lo único que me queda es mi viejo cuerpo y mis recuerdos. Mis pies se hunden en la arena como mis pensamientos. Y al levantarlos, las huellas se llenan de agua. Pienso en mi vida. En mi vida de ermitaño en Memphis, y los recuerdos se clavan hasta el fondo, y se van desvaneciendo, como las huellas.

 “Deberías relacionarte más con la gente, no sólo con tu libreta”, me dijo tantas veces Nora antes de irse.

- Si pudieras verme ahora Nora. Con mi libreta en mis rodillas. Los dos solos, tal y como creías que todo acabaría.

Y escribo sobre la arena con el dedo, porque eso no pueden quitármelo ellos. “Deberías, deberías”, ¿no es eso la vida? una sucesión de deberías. Todavía escucho una voz que me dice que debería salvar la vida.

 Al caminar por la playa, un breve resplandor me ciega los ojos. Como si el sol al atardecer me guiñara un ojo desde la arena de la playa, infundiéndome ánimo. Siempre hay un camino, y una esperanza, me digo y me acerco. Es una botella, con algo dentro. La toco con el zapato y limpio la arena con mis manos. Noto como la arena se mete bajo mis uñas.

Dentro hay una carta ¿Es que hay vida más allá de esta isla? ¡Tantas veces pregunté lo mismo, mirando las estrellas…!

Miro la carta, y paso por sus palabras sin comprender nada. Está escrita en japonés. Firmada por una tal Hiraki Noto. Es inútil, nunca aprendí japonés.

 Pero no importa. Esto quiere decir que no estoy solo, como creía. Hay otras personas aisladas del mundo. De un mundo que ya no existe, y tal vez tan perdidas como yo. “Debes escribir un cuento. Debes escribir a cambio de salvar tu vida”.

No sacrificaré mis sueños. “¿Acaso lo has hecho alguna vez?”, me dice una vocecita, que parece traerme la brisa que recorre cada hueco, y que acompaña la soledad de esta isla. “Siempre has estado tú y tus sueños por delante del resto, y ahora mírate, mira tu reflejo en el agua. Viejo y sólo, en un mundo roto”.

 ¿Debería escribir un cuento? Quien sabe….tal vez debería escribir, aunque no sé si para ellos. Si no me abrasara tanto la cabeza, tal vez podría pensar en algo…

 Y al fin me decido. Cojo mi libreta, y paso mi mano por su cubierta rugosa, …y escribo. De vuelta al principio escribo todas estas líneas. “Pensaba que estaba muerto, pero aún respiro…”

 

Y al otro lado del mar, está Hiraki. Con su carta en mis dedos, pienso en ella a todas horas. La imagino como una mujer muy hermosa, al atardecer escribe sobre la arena con sus finos dedos, pensando que la marea traerá sus palabras hasta mí, en forma de espuma. Aún puedo salvarla. Y le escribo una carta de amor, con mis manos. Y ella me responde en mi cabeza, el destino nos ha unido de alguna forma extraña e incierta. ¿Habrá más gente además de nosotros, Hiraki? Tal vez sólo seamos ella y yo. Una desconocida es ahora lo más importante de mi vida. Y escribo en la arena. Y escribo en mi libreta.

  “Amado mío,

Ven a buscarme más allá del mar, donde estoy atrapada. No escribiré ni una línea más que las que ya he escrito. Si esta botella de cristal no llega hasta ti pronto, estaré muerta. Ellos no permitirán que viva, si no escribo lo que quieren.

Hiraki”

¡Ay, Hiraki! Si te hubiera conocido alguna vez, todo sería distinto. No tendría que inventar nuestros recuerdos. Te imagino como una mujer hermosa. Con el pelo oscuro, y los ojos rasgados, y esa sonrisa tuya, infinita.

¡Ay, Hiraki! Debes ser una poetisa, pero a diferencia de este pobre viejo, tú Hiraki tienes talento. Siempre destacaste sobre el resto.

 Tu caligrafía es tan hermosa, que no es extraño que hayan decidido perdonarte la vida.

 ¡Ay, Hiraki! No como, no duermo, sólo pienso en ti. Si aún te queda mi vida para llenar tu alma, no podrán vencerte. No podrán vencernos.

 Entonces arranco las hojas de la libreta, para después doblarlas cuidadosamente y meterlas en la botella.

- ¡Aquí tenéis vuestro cuento!.- grito con rabia, sabiendo que nadie me escucha, tirando la botella con fuerza mar adentro.

Y al adentrarme en el agua, me hundo con fuerza en la arena, y voy detrás nadando, siguiendo su estela. Detrás de ella, detrás de Hiraki, detrás de mis sueños, siguiendo el destino que he escrito yo mismo en la libreta, y que va a la deriva, dentro de la botella.

Nadaré hasta Hiraki, aunque el largo camino agote mi vida y se la lleve al fondo. Tengo su carta en el bolsillo. Las palabras de Hiraki de su puño y letra, me rozan la piel como una caricia, y pienso que no estoy solo. Y todo el camino pensaré en ella. En esa suave voz oriental que nunca he oído. En esa sonrisa, que nunca he visto. Y en este cuento que ella nunca ha leído.

- Ojalá la marea me lleve pronto hasta ella.

Me siento como Ulises detrás de sus sirenas. Es el final del viaje, de mi propia odisea. Y aunque acabe atrapado en el agua, todavía podré mirar hacia arriba y ver la luz del día que se abre paso entre las olas, y pensar que aún brilla para alguno de nosotros, antes de dormirme y soñar por siempre, con ella.

 Y así haré. Nadaré una vida entera hasta llegar a una playa, donde Hiraki me estará esperando impaciente. Y al abrir los ojos, ella me sonreirá, y susurrará en mi oído “pensaba que estabas muerto, pero aún respiras”.

 M.S.

LA ISLA

 Pensaba que estaba muerto, pero por alguna razón respiro. Cierro los ojos, y al hacerlo, la luz del sol ilumina como una antorcha la cueva de mis recuerdos y aún con los párpados cerrados, veo otra vez a esos seres plateados descendiendo en mitad de las ruinas de la ciudad de Memphis, como pequeñas estrellas, como luces aladas, como luciérnagas en medio de las tinieblas.

 Prefiero abrir los ojos cansados y ver como las suaves olas cristalinas rompen eternamente una sobre otra, mojando la arena blanca, sin llegar nunca a tocarse. Perpetuamente solitarias y anhelantes.

Las palmeras, retorcidas, la fresca brisa marina agitando el rostro. Aquello que hubiéramos llamados paraíso. Pero, qué es un paraíso si no existen ojos que puedan contemplarlo. Todo ha quedado vacío de significado. Todo ha quedado perdido.

 Recuerdo a John Donne, “nadie es una isla, completo en sí mismo”. Pero yo soy una isla. Yo soy todo. Creo que no queda nadie en el mundo más que yo. Por eso algo en mi interior se agita cuando descubro una cabaña escondida bajo algunas grandes ramas. ¿Es que no estoy solo, o serán restos de alguien muerto?

 Pero al entrar en ella, en esa madera podrida y desvencijada, comprendo. Si esto puede ser comprendido de alguna manera. Una cama, un escritorio, fotos, cuadernos. Un dormitorio, pero no uno cualquiera. Me estremezco al descubrir un dormitorio gemelo al mío de Memphis, pero como si lo viéramos a través de un espejo. No, no pueden ser los mismos muebles, me digo, volaron despedazados por esos seres extraños que despues de destruir todo, salieron huyendo. 

 Tal vez igual que todo esto, la isla sea una ilusión. Tal vez todo haya volado. Todas las partículas flotando en un universo de nuevo reunificado. Tal vez yo haya volado, o ya no sea yo, o esté yo también muerto. Me llevo las manos al rostro y toco los surcos en mi cara, y noto como me pincha mi barba blanca. Puede que yo sea real después de todo.

Sólo veo una cosa que no es mía en aquella habitación, entre todas mis cosas, copiadas de mi mundo, una carta. Una carta escrita con extraña caligrafía.

 La cojo entre mis dedos temblorosos. Siento el sudor que cae por mi cuello mojándome la camisa.

 “Si quieres vivir, debes escribir un cuento de ciencia ficción”, leo. Ese es el mensaje, así que es eso. ¿Qué ciencia ficción puede haber superior a esto? Indultado por mis mediocres escritos. “!Tan poderosos como para devastar el mundo, y con tan mal gusto!”, pienso.  Ojalá mi editor estuviese vivo y pudiera verlo.

 “Tal vez se vieron reflejados en mis cuentos…”. No importa. La única rebelión posible es no escribir para ellos. No escribiré para ellos. Qué importa vivir o morir si se ha perdido todo.  Y aunque no quisiera rebelarme creo que el miedo mataaría mis palabras antes de poder escribirlas.

Lo intento en la arena. Escribo sobre ella  porque mis palabras se las lleva el mar, y ellos no pueden leerlas. La arena es blanca y fina, el agua traslúcida. Lo único que me queda es mi viejo cuerpo y mis recuerdos. Mis pies se hunden en la arena como mis pensamientos. Y al levantarlos, las huellas se llenan de agua. Pienso en mi vida. En mi vida de ermitaño en Memphis, y los recuerdos se clavan hasta el fondo, y se van desvaneciendo, como las huellas.

 “Deberías relacionarte más con la gente, no sólo con tu libreta”, me dijo tantas veces Nora antes de irse.

- Si pudieras verme ahora Nora. Con mi libreta en mis rodillas. Los dos solos, tal y como creías que todo acabaría.

Y escribo sobre la arena con el dedo, porque eso no pueden quitármelo ellos. “Deberías, deberías”, ¿no es eso la vida? una sucesión de deberías. Todavía escucho una voz que me dice que debería salvar la vida.

 Al caminar por la playa, un breve resplandor me ciega los ojos. Como si el sol al atardecer me guiñara un ojo desde la arena de la playa, infundiéndome ánimo. Siempre hay un camino, y una esperanza, me digo y me acerco. Es una botella, con algo dentro. La toco con el zapato y limpio la arena con mis manos. Noto como la arena se mete bajo mis uñas.

Dentro hay una carta ¿Es que hay vida más allá de esta isla? ¡Tantas veces pregunté lo mismo, mirando las estrellas…!

Miro la carta, y paso por sus palabras sin comprender nada. Está escrita en japonés. Firmada por una tal Hiraki Noto. Es inútil, nunca aprendí japonés.

 Pero no importa. Esto quiere decir que no estoy solo, como creía. Hay otras personas aisladas del mundo. De un mundo que ya no existe, y tal vez tan perdidas como yo. “Debes escribir un cuento. Debes escribir a cambio de salvar tu vida”.

No sacrificaré mis sueños. “¿Acaso lo has hecho alguna vez?”, me dice una vocecita, que parece traerme la brisa que recorre cada hueco, y que acompaña la soledad de esta isla. “Siempre has estado tú y tus sueños por delante del resto, y ahora mírate, mira tu reflejo en el agua. Viejo y sólo, en un mundo roto”.

 ¿Debería escribir un cuento? Quien sabe….tal vez debería escribir, aunque no sé si para ellos. Si no me abrasara tanto la cabeza, tal vez podría pensar en algo…

 Y al fin me decido. Cojo mi libreta, y paso mi mano por su cubierta rugosa, …y escribo. De vuelta al principio escribo todas estas líneas. “Pensaba que estaba muerto, pero aún respiro…”

 

Y al otro lado del mar, está Hiraki. Con su carta en mis dedos, pienso en ella a todas horas. La imagino como una mujer muy hermosa, al atardecer escribe sobre la arena con sus finos dedos, pensando que la marea traerá sus palabras hasta mí, en forma de espuma. Aún puedo salvarla. Y le escribo una carta de amor, con mis manos. Y ella me responde en mi cabeza, el destino nos ha unido de alguna forma extraña e incierta. ¿Habrá más gente además de nosotros, Hiraki? Tal vez sólo seamos ella y yo. Una desconocida es ahora lo más importante de mi vida. Y escribo en la arena. Y escribo en mi libreta.

  “Amado mío,

Ven a buscarme más allá del mar, donde estoy atrapada. No escribiré ni una línea más que las que ya he escrito. Si esta botella de cristal no llega hasta ti pronto, estaré muerta. Ellos no permitirán que viva, si no escribo lo que quieren.

Hiraki”

¡Ay, Hiraki! Si te hubiera conocido alguna vez, todo sería distinto. No tendría que inventar nuestros recuerdos. Te imagino como una mujer hermosa. Con el pelo oscuro, y los ojos rasgados, y esa sonrisa tuya, infinita.

¡Ay, Hiraki! Debes ser una poetisa, pero a diferencia de este pobre viejo, tú Hiraki tienes talento. Siempre destacaste sobre el resto.

 Tu caligrafía es tan hermosa, que no es extraño que hayan decidido perdonarte la vida.

 ¡Ay, Hiraki! No como, no duermo, sólo pienso en ti. Si aún te queda mi vida para llenar tu alma, no podrán vencerte. No podrán vencernos.

 Entonces arranco las hojas de la libreta, para después doblarlas cuidadosamente y meterlas en la botella.

- ¡Aquí tenéis vuestro cuento!.- grito con rabia, sabiendo que nadie me escucha, tirando la botella con fuerza mar adentro.

Y al adentrarme en el agua, me hundo con fuerza en la arena, y voy detrás nadando, siguiendo su estela. Detrás de ella, detrás de Hiraki, detrás de mis sueños, siguiendo el destino que he escrito yo mismo en la libreta, y que va a la deriva, dentro de la botella.

Nadaré hasta Hiraki, aunque el largo camino agote mi vida y se la lleve al fondo. Tengo su carta en el bolsillo. Las palabras de Hiraki de su puño y letra, me rozan la piel como una caricia, y pienso que no estoy solo. Y todo el camino pensaré en ella. En esa suave voz oriental que nunca he oído. En esa sonrisa, que nunca he visto. Y en este cuento que ella nunca ha leído.

- Ojalá la marea me lleve pronto hasta ella.

Me siento como Ulises detrás de sus sirenas. Es el final del viaje, de mi propia odisea. Y aunque acabe atrapado en el agua, todavía podré mirar hacia arriba y ver la luz del día que se abre paso entre las olas, y pensar que aún brilla para alguno de nosotros, antes de dormirme y soñar por siempre, con ella.

 Y así haré. Nadaré una vida entera hasta llegar a una playa, donde Hiraki me estará esperando impaciente. Y al abrir los ojos, ella me sonreirá, y susurrará en mi oído “pensaba que estabas muerto, pero aún respiras”.

 M.S.

EN CARNE E HILO

Dame la vuelta
como si fuera un guante y verás
de qué están hechas
mis costuras
 
Comprueba la longitud de mis dedos
los hilos entretejidos
que forman mi cuerpo
¿No es el calor
que siempre has querido?
 
Colócame en tu mano y sentirás

Como mis miembros de lana
se ajustan a tu piel, reconfortada
como si estuviera cosida con hilo a tu palma
 
Pero recuerda, no me pierdas,
no me rompas, no me olvides
 
y si lo haces, yo te maldigo, porque el
invierno
llegará de todas formas
y no  encontrarás abrigo
 
 Y te juro que el frío
vendrá a comer de tu mano 

 y la cubrirá de migas de escarcha y desengaño

 M.S.

EN CARNE E HILO

Dame la vuelta
como si fuera un guante y verás
de qué están hechas
mis costuras
 
Comprueba la longitud de mis dedos
los hilos entretejidos
que forman mi cuerpo
¿No es el calor
que siempre has querido?
 
Colócame en tu mano y sentirás

como mis miembros de lana
se ajustan a tu piel, reconfortada
como si estuviera cosida con hilo a tu palma
 
Pero recuerda, no me pierdas,
no me rompas, no me olvides
 
y si lo haces, yo te maldigo, porque el
invierno
llegará de todas formas
y no  encontrarás abrigo
 
 y te juro que el frío comerá de tu mano
dejará migas perdidas de escarcha,
 y de desengaño

 M.S.

EN CARNE E HILO

Dame la vuelta
como si fuera un guante y verás
de qué están hechas
mis costuras
 
Comprueba la longitud de mis dedos
los hilos entretejidos
que forman mi cuerpo
¿No es el calor
que siempre has querido?
 
Colócame en tu mano y sentirás

como mis miembros de lana
se ajustan a tu piel, reconfortada
como si estuviera cosida con hilo a tu palma
 
Pero recuerda, no me pierdas,
no me rompas, no me olvides
 
y si lo haces, yo te maldigo, porque el
invierno
llegará de todas formas
y no  encontrarás abrigo
 
 Y te juro que el frío comerá de tu mano
cubriéndola de migas perdidas de escarcha,
 y de desengaño

 M.S.