Todos y todas

El otro día me mandaron un mensaje que supuestamente había escrito una profesora reivindicando un correcto lenguaje castellano. En ese mensaje había frases como: “el participio en castellano es presidente y nunca presidenta” “¿hacen mal uso de la gramática por ideología o por ignorancia?” “el machisto”. Así mismo, este mensaje estaba escrito incorrectamente haciendo un mal uso de los signos de puntuación, las mayúsculas y los tiempos verbales. La profesora autora del mensaje se enorgullecía de haber estudiado con la ley educativa vigente en la dictadura y de haber estudiado asignaturas como historia, latín, filosofía, etc.

El motivo de este tipo de mensajes es que la gente no puede soportar la tendencia que se ha adquirido de utilizar un género neutro con “los” y “las” (ej: los y las estudiantes, todos y todas).

 

Me considero una gran defensora de la gramática de la lengua castellana pero ese mensaje, además de estar mal escrito, me pareció que tenía muchos contra argumentos posibles, así como a todas aquellas personas a las que les parece absurdo el neutro en masculino y femenino.

Efectivamente, una cosa son los participios de los verbos —de presidir, presidido— pero otra muy diferente son los sustantivos —el presidente, la presidenta. Sin embargo, si es cierto que se dice el medico y la medico, el músico y la músico (porque si se dijera música se confundiría con la música como sustantivo del arte).

El neutro en castellano es “los” porque en la evolución de nuestro lenguaje se perdió el género neutro que tenían el griego arcaico y el latín —padres de nuestra lengua—, pero entiendo la reivindicación que ejercen ciertos personajes públicos de “los y las estudiantes”, ya que, es el principio para acabar con la sociedad machista en la que vivimos. Desde mi punto de vista, no lo utilizan para cambiar la evolución de nuestra lengua, sino para manifestar una postura de igualdad de género ante una sociedad que aún no se ha dado cuenta de que nos falta mucho por recorrer.

 

De todas formas, una vez mi profesora de lengua castellana nos dijo que las lenguas vivas se llamaban así porque estaban en continuo cambio, evolucionando cada día. Así que es posible que en un tiempo (cuando tengamos un mundo más justo) el lenguaje deje de ser discriminatorio y tengamos un género neutro de verdad como lo tenían nuestras lenguas muertas.

Y para acabar haciendo un guiño a ese mensaje que recorre las redes sociales: me llamo Nuria, tengo 18 años y también he estudiado latín, lengua, historia de España, filosofía… pero también griego, historia del arte, literatura universal, matemáticas y economía.

No hace falta negar lo evidente para hacer un buen uso de la lengua castellana, centrémonos en lo importante, en la cultura, en una buena educación para todos porque todos merecen conocer nuestro lenguaje y ejercer un uso correcto de él.

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Todos y todas

El otro día me mandaron un mensaje que supuestamente había escrito una profesora reivindicando un correcto lenguaje castellano. En ese mensaje había frases como: “el participio en castellano es presidente y nunca presidenta” “¿hacen mal uso de la gramática por ideología o por ignorancia?” “el machisto”. Así mismo, este mensaje estaba escrito incorrectamente haciendo un mal uso de los signos de puntuación, las mayúsculas y los tiempos verbales. La profesora autora del mensaje se enorgullecía de haber estudiado con la ley educativa vigente en la dictadura y de haber estudiado asignaturas como historia, latín, filosofía, etc.

El motivo de este tipo de mensajes es que la gente no puede soportar la tendencia que se ha adquirido de utilizar un género neutro con “los” y “las” (ej: los y las estudiantes, todos y todas).

 

Me considero una gran defensora de la gramática de la lengua castellana pero ese mensaje, además de estar mal escrito, me pareció que tenía muchos contra argumentos posibles, así como a todas aquellas personas a las que les parece absurdo el neutro en masculino y femenino.

Efectivamente, una cosa son los participios de los verbos —de presidir, presidido— pero otra muy diferente son los sustantivos —el presidente, la presidenta. Sin embargo, si es cierto que se dice el medico y la medico, el músico y la músico (porque si se dijera música se confundiría con la música como sustantivo del arte).

El neutro en castellano es “los” porque en la evolución de nuestro lenguaje se perdió el género neutro que tenían el griego arcaico y el latín —padres de nuestra lengua—, pero entiendo la reivindicación que ejercen ciertos personajes públicos de “los y las estudiantes”, ya que, es el principio para acabar con la sociedad machista en la que vivimos. Desde mi punto de vista, no lo utilizan para cambiar la evolución de nuestra lengua, sino para manifestar una postura de igualdad de género ante una sociedad que aún no se ha dado cuenta de que nos falta mucho por recorrer.

 

De todas formas, una vez mi profesora de lengua castellana nos dijo que las lenguas vivas se llamaban así porque estaban en continuo cambio, evolucionando cada día. Así que es posible que en un tiempo (cuando tengamos un mundo más justo) el lenguaje deje de ser discriminatorio y tengamos un género neutro de verdad como lo tenían nuestras lenguas muertas.

Y para acabar haciendo un guiño a ese mensaje que recorre las redes sociales: me llamo Nuria, tengo 18 años y también he estudiado latín, lengua, historia de España, filosofía… pero también griego, historia del arte, literatura universal, matemáticas y economía.

No hace falta negar lo evidente para hacer un buen uso de la lengua castellana, centrémonos en lo importante, en la cultura, en una buena educación para todos porque todos merecen conocer nuestro lenguaje y ejercer un uso correcto de él.

Todos y todas

El otro día me mandaron un mensaje que supuestamente había escrito una profesora reivindicando un correcto lenguaje castellano. En ese mensaje había frases como: “el gerundio en castellano es presidente y nunca presidenta” “¿hacen mal uso de la gramática por ideología o por ignorancia?” “el machisto”. Así mismo, este mensaje estaba escrito incorrectamente haciendo un mal uso de los signos de puntuación y las mayúsculas. La profesora autora del mensaje se enorgullecía de haber estudiado con la ley educativa vigente en la dictadura y de haber estudiado asignaturas como historia, latín, filosofía, etc.

El motivo de este tipo de mensajes es que la gente no puede soportar la tendencia que se ha adquirido de utilizar un género neutro con “los” y “las” (ej: los y las estudiantes, todos y todas).

 

Me considero una gran defensora de la gramática de la lengua castellana pero ese mensaje, además de estar mal escrito, me pareció que tenía muchos contra argumentos posibles, así como a todas aquellas personas a las que les parece absurdo el neutro en masculino y femenino.

Efectivamente, una cosa son los gerundios de los verbos —de presidir, presidente— pero otra muy diferente son los sustantivos —el presidente, la presidenta. Sin embargo, si es cierto que se dice el medico y la medico, el músico y la músico (porque si se dijera música se confundiría con la música como sustantivo del arte).

El neutro en castellano es “los” porque en la evolución de nuestro lenguaje se perdió el género neutro que tenían el griego arcaico y el latín —padres de nuestra lengua—, pero entiendo la reivindicación que ejercen ciertos personajes públicos de “los y las estudiantes”, ya que, es el principio para acabar con la sociedad machista en la que vivimos. Desde mi punto de vista, no lo utilizan para cambiar la evolución de nuestra lengua, sino para manifestar una postura de igualdad de género ante una sociedad que aún no se ha dado cuenta de que nos falta mucho por recorrer.

 

De todas formas, una vez mi profesora de lengua castellana nos dijo que las lenguas vivas se llamaban así porque estaban en continuo cambio, evolucionando cada día. Así que es posible que en un tiempo (cuando tengamos un mundo más justo) el lenguaje deje de ser discriminatorio y tengamos un género neutro de verdad como lo tenían nuestras lenguas muertas.

Y para acabar haciendo un guiño a ese mensaje que recorre las redes sociales: me llamo Nuria, tengo 18 años y también he estudiado latín, lengua, historia de España, filosofía… pero también griego, historia del arte, literatura universal, matemáticas y economía.

No hace falta negar lo evidente para hacer un buen uso de la lengua castellana, centrémonos en lo importante, en la cultura, en una buena educación para todos porque todos merecen conocer nuestro lenguaje y ejercer un uso correcto de él.

Las apariencias engañan

Una vez le dijeron a mi novio que tenía “pinta” de votar a un partido de derechas. Este juicio lo hicieron a partir de la ropa que llevaba, la manera de cortarse el pelo y por cómo hablaba de su tierra.

Se habla mucho ahora de la manera que tienen ciertos diputados de asistir al Congreso, de cómo se peinan o qué tipo de ropa llevan. Se juzga su profesionalidad o compromiso por detalles que deberíamos pasar por alto y ni siquiera pararnos a comentarlos. Una sociedad crítica de lo que hablaría sería de los temas tratados en el Congreso, de los problemas o soluciones que se sopesan, etc. Sin embargo, nos hemos creado una cultura prejuiciosa en la que son más importantes las rastas de un diputado que el robo de dinero público.

Estamos hartos de oír, desde que somos pequeños, la frase “las apariencias engañan”, sin embargo, jamás la ponemos en práctica. Es inevitable la primera vez que conoces a alguien asociar una determinada personalidad con su forma de vestir y eso no es malo, ya que, la primera impresión cuenta. Pero el problema llega cuando cuestionamos la capacidad profesional, lingüística, etc.  de uno en función de su vestimenta o su forma de vivir.

Ya no solo en la vida política, sino también en los ámbitos más cotidianos se dan este tipo de prejuicios. Se considera que si vistes de ciertas marcas es porque tienes un nivel de vida determinado y, por lo tanto, hablas y actúas de una determinada manera.

Se hacen diferencias en función del barrio donde vivas o la universidad a la que vayas. No paro de oír frases del tipo: “en esa universidad son todos unos perroflautas” “ese barrio es de gitanos, te roban seguro” “mira en qué tiendas compra su ropa”. Pero luego todos nos llevamos las manos a la cabeza cuando nos pasa a nosotros, cuando somos nosotros los criticados y colocados en cierto “estatus” por nuestra forma de ser.

Es cierto que la primera impresión que nos llega de alguien cuenta, es cierto que todos criticamos y juzgamos —más si es alguien que no nos gusta— y si, es cierto que no todos tenemos el mismo nivel de vida. Pero también es cierto que no se es mejor ni más capaz por tener un nivel de vida mayor, vestir con trajes de marcas reconocidas o ir perfectamente peinado según marcan los protocolos estéticos.

Nos hace falta pararnos un momento e interesarnos en conocer a la persona con la que vamos a compartir espacio, profesión, carrera, trabajo, escenario… Nos hace falta apartar nuestros primeros prejuicios y cambiar las impresiones, solo así podremos convivir y compartir un mundo más justo.

Las apariencias engañan

Una vez le dijeron a mi novio que el tenía “pinta” de votar a un partido de derechas. Este juicio lo hicieron a partir de la ropa que llevaba, la manera de cortarse el pelo y por cómo hablaba de su tierra.

Se habla mucho ahora de la manera que tienen ciertos diputados de asistir al Congreso, de cómo se peinan o qué tipo de ropa llevan. Se juzga su profesionalidad o compromiso por detalles que deberíamos pasar por alto y ni siquiera paramos a comentarlos. Una sociedad crítica de lo que hablaría sería de los temas tratados en el Congreso, de los problemas o soluciones que se sopesan, etc. Sin embargo, nos hemos creado una cultura prejuiciosa en la que son más importantes las rastas de un diputado que el robo de dinero público.

Estamos hartos de oír, desde que somos pequeños, la frase “las apariencias engañan”, sin embargo, jamás la ponemos en práctica. Es inevitable la primera vez que conoces a alguien asociar una determinada personalidad con su forma de vestir y eso no es malo, ya que, la primera impresión cuenta. Pero el problema llega cuando cuestionamos la capacidad profesional, lingüística, etc.  de uno en función de su vestimenta o su forma de vivir.

Ya no solo en la vida política, sino también en los ámbitos más cotidianos se dan este tipo de prejuicios. Se considera que si vistes de ciertas marcas es porque tienes un nivel de vida determinado y, por lo tanto, hablas y actúas de una determinada manera.

Se hacen diferencias en función del barrio donde vivas o la universidad a la que vayas. No paro de oír frases del tipo: “en esa universidad son todos unos perroflautas” “ese barrio es de gitanos, te roban seguro” “mira en qué tiendas compra su ropa”. Pero luego todos nos llevamos las manos a la cabeza cuando nos pasa a nosotros, cuando somos nosotros los criticados y colocados en cierto “estatus” por nuestra forma de ser.

Es cierto que la primera impresión que nos llega de alguien cuenta, es cierto que todos criticamos y juzgamos —más si es alguien que no nos gusta— y si, es cierto que no todos tenemos el mismo nivel de vida. Pero también es cierto que no se es mejor ni más capaz por tener un nivel de vida mayor, vestir con trajes de marcas reconocidas o ir perfectamente peinado según marcan los protocolos estéticos.

Nos hace falta pararnos un momento e interesarnos en conocer a la persona con la que vamos a compartir espacio, profesión, carrera, trabajo, escenario… Nos hace falta apartar nuestros primeros prejuicios y cambiar las impresiones, solo así podremos convivir y compartir un mundo más justo.

Las apariencias engañan

Una vez le dijeron a mi novio que tenía “pinta” de votar a un partido de derechas. Este juicio lo hicieron a partir de la ropa que llevaba, la manera de cortarse el pelo y por cómo hablaba de su tierra.

Se habla mucho ahora de la manera que tienen ciertos diputados de asistir al Congreso, de cómo se peinan o qué tipo de ropa llevan. Se juzga su profesionalidad o compromiso por detalles que deberíamos pasar por alto y ni siquiera paramos a comentarlos. Una sociedad crítica de lo que hablaría sería de los temas tratados en el Congreso, de los problemas o soluciones que se sopesan, etc. Sin embargo, nos hemos creado una cultura prejuiciosa en la que son más importantes las rastas de un diputado que el robo de dinero público.

Estamos hartos de oír, desde que somos pequeños, la frase “las apariencias engañan”, sin embargo, jamás la ponemos en práctica. Es inevitable la primera vez que conoces a alguien asociar una determinada personalidad con su forma de vestir y eso no es malo, ya que, la primera impresión cuenta. Pero el problema llega cuando cuestionamos la capacidad profesional, lingüística, etc.  de uno en función de su vestimenta o su forma de vivir.

Ya no solo en la vida política, sino también en los ámbitos más cotidianos se dan este tipo de prejuicios. Se considera que si vistes de ciertas marcas es porque tienes un nivel de vida determinado y, por lo tanto, hablas y actúas de una determinada manera.

Se hacen diferencias en función del barrio donde vivas o la universidad a la que vayas. No paro de oír frases del tipo: “en esa universidad son todos unos perroflautas” “ese barrio es de gitanos, te roban seguro” “mira en qué tiendas compra su ropa”. Pero luego todos nos llevamos las manos a la cabeza cuando nos pasa a nosotros, cuando somos nosotros los criticados y colocados en cierto “estatus” por nuestra forma de ser.

Es cierto que la primera impresión que nos llega de alguien cuenta, es cierto que todos criticamos y juzgamos —más si es alguien que no nos gusta— y si, es cierto que no todos tenemos el mismo nivel de vida. Pero también es cierto que no se es mejor ni más capaz por tener un nivel de vida mayor, vestir con trajes de marcas reconocidas o ir perfectamente peinado según marcan los protocolos estéticos.

Nos hace falta pararnos un momento e interesarnos en conocer a la persona con la que vamos a compartir espacio, profesión, carrera, trabajo, escenario… Nos hace falta apartar nuestros primeros prejuicios y cambiar las impresiones, solo así podremos convivir y compartir un mundo más justo.

Adoctrinamiento

Tengo la sensación de que todas las personas, cuando llegamos a esas edad en la que nos queremos comer el mundo, sentimos que hemos nacido para hacer cosas grandes e importantes, cosas que podrían cambiar radicalmente el planeta en el que nos ha tocado vivir. Sin embargo, llega un punto en el que nos paramos en seco y nos conformamos no con nuestros sueños, sino con mucho menos.

Una profesora de lengua nos preguntó una vez en clase qué era lo que nos había hecho perder la curiosidad, el querer conocer, el querer llegar a más. Y tenía toda la razón, porque nosotros solos nos hemos limitado a hacer lo que hacen todos, estudiar lo que estudian todos y trabajar solo para ganar dinero porque, desgraciadamente, es lo que nos gobierna, el dinero.

Nos han adoctrinado, no se sabe quién, quizá nosotros mismos, pero vivimos en una sociedad en la que a los jóvenes les parece tres veces más “guay” saltarse las clases y fumarse un porro que aprender cosas nuevas, quizás también porque a muchos profesores les han obligado a que les parezca más enriquecedor dar todo el temario leyendo el libro en vez de que sus alumnos aprendan de verdad algo útil para la vida que les espera. Una sociedad en la que lo importante es evaluar, evaluar y evaluar nuestros conocimientos a base de exámenes con el simple objetivo de pasar a la Universidad con una buena nota en la Selectividad y que nos sigan evaluando toda nuestra vida.

Una sociedad en la que el poder corrompe y el dinero nos domina. Una sociedad en la que la falta de cultura y conocimiento de nuestra historia nos hace recaer una y otra vez en los mismos errores que nosotros cometimos. Una supuesta sociedad moderna en la que el machismo sigue existiendo, no solo en agresiones y violencia de género, si no en el ámbito más cotidiano, aunque no sea excesivamente explícito y solo sean “cosas de chiquillos”. Una sociedad que desmonta los sueños para que los que tienen mucho sigan teniéndolo y los que no tienen nada o muy poco, no importen.

 

Cuando nos demos cuenta de que, efectivamente, la libertad de uno mismo acaba en el mismo momento en el que arrebatamos la de otro, ahí, habremos cambiado el mundo.

Dictadura estética

Yo se que no estoy gorda, ni soy terriblemente fea, ni tonta de remate. Pero, a veces, no puedes evitar mirarte al espejo y observar cada uno de los detalles del cuerpo. Te miras la tripa, que sobresale un poco e, inconscientemente, piensas en la gente de alrededor, tan planitas, sin tripitas que sobresalgan… Entonces dices para tus adentros “¿Y si adelgazo un poco?”, pero luego no eres capaz de dejar de comer, ni de ir a hacer algo de ejercicio. Sin embargo, sentirte mal al comer un dulce o al estar tumbado mucho tiempo, eso no lo puedes evitar porque, realmente, lo que quieres es que desaparezca ese detalle tan molesto —como la tripa, una nariz algo más grande, unos dientes torcidos— y no piensas precisamente en la salud, solo piensas en lo “mona” que estarías sin alguno de esos detalles —que para tus adentros llamas “defectos”—. Llega un punto en el que te medio desesperas al mirar fotos de otras chicas, mucho más delgadas, con unos dientes perfectos, o un nariz chiquitita. Entonces, solo te apetece agarrarte esa tripita tan molesta para ver si desaparece. Pero no, solo consigues que se quede con unos arañazos rojos que son aún más feos que lo poco que sobresale el vientre. Y luego viene sentirte mal y echarte a llorar, pensar que estas loca o que eres tonta por no quererte.

“Hay que sentirse bien con uno mismo”, “Gústate tal y como eres”, “No eres tonta”, “Mucha gente paga por estar como tu”… Y un sinfín de frases similares que te repite tu madre o amigas cuando comentas que te sientes algo incómoda o insegura con tu cuerpo y con tus acciones.

Sales a la calle y ¿qué ves?, miles de anuncios con modelos delgadas, que sabes perfectamente que son antinaturales, pero que aún así te hacen sentir como si necesitaras ser un espagueti con pechos grandes y largas piernas, sin sonreír y con un hombre al lado al que seducir con todos esos huesecitos que se te marcan.

¿Desde cuando hemos cambiado el prototipo de mujer natural? ¿Desde cuando hemos decidido que el cuerpo de una niña,  sin curvas, sin pelos, sin muslos, es mas bonito que una mujer natural, sea como sea?

Pero lo peor no es esto, no es mirarte al espejo y compararte, ni es pensar que esas mujeres antinaturales que salen en las marquesinas y en las televisiones son preciosas, no. Lo peor es la sociedad, el pensamiento de la gente, el prototipo de personas deformes y antinaturales que hemos creado. Lo peor es que los adolescentes, ahora más que nunca, sufren anorexia, o simplemente tienen un problema serio de inseguridad respecto a su cuerpo y, lo más grave, respecto a su personalidad —por miedo a ser rechazados—. Muchas veces porque los compañeros en el instituto comentan y susurran, critican y se ríen. Ahora, una mujer bonita no es aquella natural, con una sonrisa de oreja a oreja, con el cuerpo que tenga sin cambiarlo lo más mínimo, sea cual sea, y la personalidad propia y preciosa de cada uno. Ahora lo que les han enseñado a los jóvenes es que una mujer bonita es aquella a la que no le sobra ni un kilo, —sino que más bien le falta un par de días en casa de la abuela—, aquella que necesita untarse la cara en maquillaje y achicharrarse el pelo para tenerlo bien liso.

No dejan libertad alguna en la forma de vestir, de peinarse, de hablar e, incluso, de pensar. Se ha perdido toda clase de respeto hacia cualquiera: el chico que tienes al lado sentado, el vecino, una simple persona al lado tuyo en el metro… cualquiera, no hay respeto porque nos han adoctrinado a pensar, vestir, criticar, hablar de determinada manera. Estamos en una autentica dictadura estética.

Dictadura estética

Yo se que no estoy gorda, ni soy terriblemente fea, ni tonta de remate. Pero, a veces, no puedes evitar mirarte al espejo y observar cada uno de los detalles del cuerpo. Te miras la tripa, que sobresale un poco e, inconscientemente, piensas en la gente de alrededor, tan planitas, sin tripitas que sobresalgan… Entonces dices para tus adentros “¿Y si adelgazo un poco?”, pero luego no eres capaz de dejar de comer, ni de ir a hacer algo de ejercicio. Sin embargo, sentirte mal al comer un dulce o al estar tumbado mucho tiempo, eso no lo puedes evitar porque, realmente, lo que quieres es que desaparezca ese detalle tan molesto —como la tripa, una nariz algo más grande, unos dientes torcidos— y no piensas precisamente en la salud, solo piensas en lo “mona” que estarías sin alguno de esos detalles —que para tus adentros llamas “defectos”—. Llega un punto en el que te medio desesperas al mirar fotos de otras chicas, mucho más delgadas, con unos dientes perfectos, o un nariz chiquitita. Entonces, solo te apetece agarrarte esa tripita tan molesta para ver si desaparece. Pero no, solo consigues que se quede con unos arañazos rojos que son aún más feos que lo poco que sobresale el vientre. Y luego viene sentirte mal y echarte a llorar, pensar que estas loca o que eres tonta por no quererte.

“Hay que sentirse bien con uno mismo”, “Gústate tal y como eres”, “No eres tonta”, “Mucha gente paga por estar como tu”… Y un sinfín de frases similares que te repite tu madre o amigas cuando comentas que te sientes algo incómoda o insegura con tu cuerpo y con tus acciones.

Sales a la calle y ¿qué ves?, miles de anuncios con modelos delgadas, que sabes perfectamente que son antinaturales, pero que aún así te hacen sentir como si necesitaras ser un espagueti con pechos grandes y largas piernas, sin sonreír y con un hombre al lado al que seducir con todos esos huesecitos que se te marcan.

¿Desde cuando hemos cambiado el prototipo de mujer natural? ¿Desde cuando hemos decidido que el cuerpo de una niña,  sin curvas, sin pelos, sin muslos, es mas bonito que una mujer natural, sea como sea?

Pero lo peor no es esto, no es mirarte al espejo y compararte, ni es pensar que esas mujeres antinaturales que salen en las marquesinas y en las televisiones son preciosas, no. Lo peor es la sociedad, el pensamiento de la gente, el prototipo de personas deformes y antinaturales que hemos creado. Lo peor es que los adolescentes, ahora más que nunca, sufren anorexia, o simplemente tienen un problema serio de inseguridad respecto a su cuerpo y, lo más grave, respecto a su personalidad —por miedo a ser rechazados—. Muchas veces porque los compañeros en el instituto comentan y susurran, critican y se ríen. Ahora, una mujer bonita no es aquella natural, con una sonrisa de oreja a oreja, con el cuerpo que tenga sin cambiarlo lo más mínimo, sea cual sea, y la personalidad propia y preciosa de cada uno. Ahora lo que les han enseñado a los jóvenes es que una mujer bonita es aquella a la que no le sobra ni un kilo, —sino que más bien le falta un par de días en casa de la abuela—, aquella que necesita untarse la cara en maquillaje y achicharrarse el pelo para tenerlo bien liso.

No dejan libertad alguna en la forma de vestir, de peinarse, de hablar e, incluso, de pensar. Se ha perdido toda clase de respeto hacia cualquiera: el chico que tienes al lado sentado, el vecino, una simple persona al lado tuyo en el metro… cualquiera, no hay respeto porque nos han adoctrinado a pensar, vestir, criticar, hablar de determinada manera. Estamos en una autentica dictadura estética.

Dictadura estética

Yo se que no estoy gorda, ni soy terriblemente fea, ni tonta de remate. Pero, a veces, no puedes evitar mirarte al espejo y observar cada uno de los detalles del cuerpo. Te miras la tripa, que sobresale un poco e, inconscientemente, piensas en la gente de alrededor, tan planitas, sin tripitas que sobresalgan… Entonces dices para tus adentros “¿Y si adelgazo un poco?”, pero luego no eres capaz de dejar de comer, ni de ir a hacer algo de ejercicio. Sin embargo, sentirte mal al comer un dulce o al estar tumbado mucho tiempo, eso no lo puedes evitar porque, realmente, lo que quieres es que desaparezca ese detalle tan molesto —como la tripa, una nariz algo más grande, unos dientes torcidos— y no piensas precisamente en la salud, solo piensas en lo “mona” que estarías sin alguno de esos detalles —que para tus adentros llamas “defectos”—. Llega un punto en el que te medio desesperas al mirar fotos de otras chicas, mucho más delgadas, con unos dientes perfectos, o un nariz chiquitita. Entonces, solo te apetece agarrarte esa tripita tan molesta para ver si desaparece. Pero no, solo consigues que se quede con unos arañazos rojos que son aún más feos que lo poco que sobresale el vientre. Y luego viene sentirte mal y echarte a llorar, pensar que estas loca o que eres tonta por no quererte.

“Hay que sentirse bien con uno mismo”, “Gústate tal y como eres”, “No eres tonta”, “Mucha gente paga por estar como tu”… Y un sinfín de frases similares que te repite tu madre o amigas cuando comentas que te sientes algo incómoda o insegura con tu cuerpo y con tus acciones.

Sales a la calle y ¿qué ves?, miles de anuncios con modelos delgadas, que sabes perfectamente que son antinaturales, pero que aún así te hacen sentir como si necesitaras ser un espagueti con pechos grandes y largas piernas, sin sonreír y con un hombre al lado al que seducir con todos esos huesecitos que se te marcan.

¿Desde cuando hemos cambiado el prototipo de mujer natural? ¿Desde cuando hemos decidido que el cuerpo de una niña,  sin curvas, sin pelos, sin muslos, es mas bonito que una mujer natural, sea como sea?

Pero lo peor no es esto, no es mirarte al espejo y compararte, ni es pensar que esas mujeres antinaturales que salen en las marquesinas y en las televisiones son preciosas, no. Lo peor es la sociedad, el pensamiento de la gente, el prototipo de personas deformes y antinaturales que hemos creado. Lo peor es que los adolescentes, ahora más que nunca, sufren anorexia, o simplemente tienen un problema serio de inseguridad respecto a su cuerpo y, lo más grave, respecto a su personalidad —por miedo a ser rechazados—. Muchas veces porque los compañeros en el instituto comentan y susurran, critican y se ríen. Ahora, una mujer bonita no es aquella natural, con una sonrisa de oreja a oreja, con el cuerpo que tenga sin cambiarlo lo más mínimo, sea cual sea, y la personalidad propia y preciosa de cada uno. Ahora lo que les han enseñado a los jóvenes es que una mujer bonita es aquella a la que no le sobra ni un kilo, —sino que más bien le falta un par de días en casa de la abuela—, aquella que necesita untarse la cara en maquillaje y achicharrarse el pelo para tenerlo bien liso.

No dejan libertad alguna en la forma de vestir, de peinarse, de hablar e, incluso, de pensar. Se ha perdido toda clase de respeto hacia cualquiera: el chico que tienes al lado sentado, el vecino, una simple persona al lado tuyo en el metro… cualquiera, no hay respeto porque nos han adoctrinado a pensar, vestir, criticar, hablar de determinada manera. Estamos en una autentica dictadura estética.