El espejo de Alicia

Alicia se miró al espejo y vio una niña que no era ella, como si hubiese perdido su alma, el espejo la miraba con sus mismos ojos y su misma boca, hasta su misma ropa, pero no era ella. No conseguía saber qué era, sonrió y el espejo sonrió, sacó la lengua y también la imagen lo hizo, movió una mano, la otra, saltó, se agachó, se puso de perfil, nada, seguía igual, la imagen hacía todo lo que ella, pero no era ella. Despacio, se acercó y miró dentro de sus ojos, los de la imagen, los suyos propios y, de repente, los ojos se agrandaron hasta convertirse en dos grandes agujeros oscuros que la aspiraban hacia dentro y cayó.

Pensó que estaba soñando, igual que Alicia en el País de las Maravillas, cayendo a través de la madriguera, o Alicia a través del espejo, ¡claro, eso era!, lo que había detrás de su espejo. Quiso despertar pero no sentía que estuviera dormida, hasta se pellizcó y se hizo daño. No entendía qué estaba pasando, los sueños son absurdos pero esto era muy real, veía claramente las paredes del lugar donde había caido,  que eran rugosas y húmedas, le recordaban a una cueva. Hasta el olor era húmedo y oscuro, como si se hallara en el interior de un sótano. Intentó encontrar algo con lo que iluminar el recinto para buscar la salida, por lo menos saber si podría volver, y tanteó con las manos temerosas el suelo y la pared. Tropezó con una piedra y volvió a caer quedando boca abajo. Allí estaba, era como una especie de farol diminuto con una luz diminuta. Reptó hasta él y lo cogió. En ese momento, el farol comenzó a emitir más luz, creció hasta hacerse del tamaño de su mano e iluminó la estancia. Alicia sentía el corazón en la garganta, le dolía la cabeza y le escocían los ojos, pero había algo en esa luz que la reconfortaba. Miró alrededor de sí y pudo ver una habitación parecida a una cueva pero mucho más bonita, las paredes estaban manchadas de humedad, pero el techo era abovedado y tenía varias comunicaciones a otras estancias similares. Volvió a negar con la cabeza, como diciéndose a sí misma que su imaginación era demasiado, pero la luz siguió brillando y ella se sintió confiada al mismo tiempo que intrigada por saber donde estaba. Se dio la vuelta y ahí estaba, ella misma, mirándola sonriendo. Por un momento pensó que se había vuelto loca y cerró los ojos, ¡la imagen del espejo estaba allí con ella! No podía ser, eso sólo pasaba en los cuentos y en los sueños.

- No temas, no estás loca, es cierto que me está viendo – le dijo la imagen.

Alicia abrió los ojos mucho y la volvió a ver, allí estaba. Tuvo ganas de salir corriendo pero ¿adonde? No sabía donde estaba, así que respondió:

- Pero ¿tú quien eres? Pareces yo, mejor dicho, eres yo, pero pareces otra.

- Soy tu imagen, la del espejo, te he traido hasta aquí para que me reconozcas y volvamos juntas al otro lado, a tu casa, a nuestra casa.

- ¿Pero qué dices? Como vas a ser mi imagen, no estamos en el País de Nunca Jamás, no soy Peter Pan. Ya sé que esto será un sueño pero la verdad, está durando más de la cuenta, yo quiero despertar.

La otra Alicia comenzó a caminar, se metió por una de las dependencias de la sala y desapareció. Alicia se quedó quieta por un momento, pensando que quizás si volviera a cerrar muy fuerte los ojos cuando los abriera estaría en su cama, pero no fue así. Decidió levantarse y caminar detrás de su imagen. Al entrar en la nueva estancia reconoció otras paredes, incluso otra luz. Parecían las paredes de su instituto, con azulejos verdes hasta la mitad y una pintura color beige descascarillada hasta el techo. En el centro de la sala estaba ella (mejor dicho, su otra ella) con otra niña que reconoció al instante, su mejor amiga. Ambas se pasaban notas y reían, no había nadie más, pero parecía que ellas sentían que estaban haciendo algo malo porque se reían por lo bajo y miraban continuamente hacia el frente como si estuvieran en clase. Reconoció la escena, se vio a sí misma en el Instituto y sonrió por primera vez. Le duró poco la sonrisa porque la escena cambió y comenzó una nueva, su amiga le decía que hiciera algo que ella no quería hacer, y ella lo hacía a regañadientes para no disgustarla. Aunque no escuchaba sus voces, Alicia volvió a reconocer la escena… un momento, se dijo, ¿qué está pasando aquí? ¿estoy presenciando mi propia vida?, ¿acaso estoy muerta? ¡Es como el Cuento de Navidad!, exclamó. La otra Alicia se volvió y la miró: “quizás empieces a reconocerme ¿no? Al fin y al cabo, somos una”, le dijo y se volvió a ir, dejándola sola otra vez.

Cada vez estaba más confusa, no le gustaba lo que había presenciado, ni tampoco lo que le había respondido la niña esa. Se había reconocido, pero unos meses atrás, y además había algo en esa imagen que le hacía diferente, era como una especie de suplente o doble, una Alicia mucho más oscura, con más tensión. Hasta cuando sonreía se veía que no era ella, porque ella sonreía más como su hermana gemela, con los ojos, con la boca y con los dientes, como su madre, achinando los ojos hasta hacerse dos rayitas finas. Pero la imagen proyectaba una sonrisa seria, sin arrugas, dejando ver los dientes sí, pero el resto de la cara permaneciendo igual, definitivamente no era ella.

Sin embargo entró en la siguiente habitación y volvió a cambiar de escenario. Ahora era como su casa, de hecho olía como en su casa, a una mezcla de cocina, incienso y colonia. Miró y la volvió a ver, esta vez le dio un vuelco el corazón, la imagen (su imagen) estaba con su madre y su hermana. Un pinchazo profundo debajo de sus ojos la sacudió entera, ¿también estaba su madre en todo esto? Parecía que actuase como si fuera ella, pero notaba un rayo de preocupación en la frente de su madre. Su hermana las observaba nerviosa y hacía gestos para tranquilizar a su madre. La imagen de Alicia, miraba fijamente a su madre sin pestañear con los ojos abiertos de par en par y una seriedad indiferente que comenzó a mover todas las cosas de la estancia. Cuanto más miraba así, más se movían los cubiertos, las cacerolas, el mantel, los vestidos y cabellos de su madre y hermana, que a estas alturas miraban desconcertadas a la imagen de Alicia, le pedían que dejara de hacerlo, pero ella seguía mirando así.

Alicia se acercó a su imagen y le cerró los ojos. Sujetó con una mano los ojos de la imagen que, por cierto, era tan real como ella misma. Con la otra mano tocó a su madre en la frente para borrarle ese rayo de preocupación que se había convertido en una arruga profunda como si hubiese cumplido diez años de golpe. Su hermana, temerosa, se acercó y le ayudó a tapar los ojos a su imagen para que pudiera abrazar a su madre. Entonces la otra Alicia volvió a hablar:

- ¿Qué pasa Alicia?, ¿vas a dejar que tu hermana me elimine así como así? Tú sabes quien soy, sabes que soy la que quieres ser. Si me reconoces, podremos irnos juntas y ya nunca más sentirás miedo. Tú sabes a qué me refiero, sabes que no eres como tu hermana, tampoco como tu madre. Tú eres diferente, eres como yo.

Alicia lloraba y se tapaba los oídos para no escuchar. El sonido de la voz inundaba su cabeza y comenzó a ver imágenes: la de sí misma de niña, obediente y buena, no queriendo herir a nadie, no queriendo herir a su madre sobre todo a su madre; se vio en clase, maltratada por esa compañera; y se vio en las noches oscuras, en camas ajenas con manos ajenas, llorando, consolada solo por su hermana, anhelando a su madre en su otra casa, notando las horas una tras otra hasta poder volver. Apretó más los ojos y logró verse sonriendo de verdad produciéndole una sensación de bienestar y una determinación que hasta ese momento no había sentido. Se separó de su madre, y se puso frente a su imagen, apartó las manos de su hermana de los ojos de la otra Alicia y la miró. Abrió los ojos, y miró, como antes había hecho en el espjo, se acercó y sonrió arrugando tanto los ojos que ya no eran igual que los ojos de su imagen. Poco a poco, Alicia empezó a reír, primero tímidamente, después muy fuerte, con ganas. Agarró las manos de su madre y hermana y trasladó una corriente de optimismo y seguridad que las mantuvo unidas mientras, mirando a los ojos de la falsa imagen comenzaron a flotar y a volar alto, libres. Abajo quedaron las imágenes de su cabeza, la imagen falsa de sí misma que la miraba con la boca en círculo por la sorpresa pero cada vez más y más pequeña.

Alicia llegó acompañada a su casa, una casa rodeada de espejos que le devolvían una imagen de sí misma, la imagen de una adolescente con ganas de enfrentarse al mundo.

El espejo de Alicia

Alicia se miró al espejo y vio una niña que no era ella, como si hubiese perdido su alma, el espejo la miraba con sus mismos ojos y su misma boca, hasta su misma ropa, pero no era ella. No conseguía saber qué era, sonrió y el espejo sonrió, sacó la lengua y también la imagen lo hizo, movió una mano, la otra, saltó, se agachó, se puso de perfil, nada, seguía igual, la imagen hacía todo lo que ella, pero no era ella. Despacio, se acercó y miró dentro de sus ojos, los de la imagen, los suyos propios y, de repente, los ojos se agrandaron hasta convertirse en dos grandes agujeros oscuros que la aspiraban hacia dentro y cayó.

Pensó que estaba soñando, igual que Alicia en el País de las Maravillas, cayendo a través de la madriguera, o Alicia a través del espejo, ¡claro, eso era!, lo que había detrás de su espejo. Quiso despertar pero no sentía que estuviera dormida, hasta se pellizcó y se hizo daño. No entendía qué estaba pasando, los sueños son absurdos pero esto era muy real, veía claramente las paredes del lugar donde había caido,  que eran rugosas y húmedas, le recordaban a una cueva. Hasta el olor era húmedo y oscuro, como si se hallara en el interior de un sótano. Intentó encontrar algo con lo que iluminar el recinto para buscar la salida, por lo menos saber si podría volver, y tanteó con las manos temerosas el suelo y la pared. Tropezó con una piedra y volvió a caer quedando boca abajo. Allí estaba, era como una especie de farol diminuto con una luz diminuta. Reptó hasta él y lo cogió. En ese momento, el farol comenzó a emitir más luz, creció hasta hacerse del tamaño de su mano e iluminó la estancia. Alicia sentía el corazón en la garganta, le dolía la cabeza y le escocían los ojos, pero había algo en esa luz que la reconfortaba. Miró alrededor de sí y pudo ver una habitación parecida a una cueva pero mucho más bonita, las paredes estaban manchadas de humedad, pero el techo era abovedado y tenía varias comunicaciones a otras estancias similares. Volvió a negar con la cabeza, como diciéndose a sí misma que su imaginación era demasiado, pero la luz siguió brillando y ella se sintió confiada al mismo tiempo que intrigada por saber donde estaba. Se dio la vuelta y ahí estaba, ella misma, mirándola sonriendo. Por un momento pensó que se había vuelto loca y cerró los ojos, ¡la imagen del espejo estaba allí con ella! No podía ser, eso sólo pasaba en los cuentos y en los sueños.

- No temas, no estás loca, es cierto que me está viendo – le dijo la imagen.

Alicia abrió los ojos mucho y la volvió a ver, allí estaba. Tuvo ganas de salir corriendo pero ¿adonde? No sabía donde estaba, así que respondió:

- Pero ¿tú quien eres? Pareces yo, mejor dicho, eres yo, pero pareces otra.

- Soy tu imagen, la del espejo, te he traido hasta aquí para que me reconozcas y volvamos juntas al otro lado, a tu casa, a nuestra casa.

- ¿Pero qué dices? Como vas a ser mi imagen, no estamos en el País de Nunca Jamás, no soy Peter Pan. Ya sé que esto será un sueño pero la verdad, está durando más de la cuenta, yo quiero despertar.

La otra Alicia comenzó a caminar, se metió por una de las dependencias de la sala y desapareció. Alicia se quedó quieta por un momento, pensando que quizás si volviera a cerrar muy fuerte los ojos cuando los abriera estaría en su cama, pero no fue así. Decidió levantarse y caminar detrás de su imagen. Al entrar en la nueva estancia reconoció otras paredes, incluso otra luz. Parecían las paredes de su instituto, con azulejos verdes hasta la mitad y una pintura color beige descascarillada hasta el techo. En el centro de la sala estaba ella (mejor dicho, su otra ella) con otra niña que reconoció al instante, su mejor amiga. Ambas se pasaban notas y reían, no había nadie más, pero parecía que ellas sentían que estaban haciendo algo malo porque se reían por lo bajo y miraban continuamente hacia el frente como si estuvieran en clase. Reconoció la escena, se vio a sí misma en el Instituto y sonrió por primera vez. Le duró poco la sonrisa porque la escena cambió y comenzó una nueva, su amiga le decía que hiciera algo que ella no quería hacer, y ella lo hacía a regañadientes para no disgustarla. Aunque no escuchaba sus voces, Alicia volvió a reconocer la escena… un momento, se dijo, ¿qué está pasando aquí? ¿estoy presenciando mi propia vida?, ¿acaso estoy muerta? ¡Es como el Cuento de Navidad!, exclamó. La otra Alicia se volvió y la miró: “quizás empieces a reconocerme ¿no? Al fin y al cabo, somos una”, le dijo y se volvió a ir, dejándola sola otra vez.

Cada vez estaba más confusa, no le gustaba lo que había presenciado, ni tampoco lo que le había respondido la niña esa. Se había reconocido, pero unos meses atrás, y además había algo en esa imagen que le hacía diferente, era como una especie de suplente o doble, una Alicia mucho más oscura, con más tensión. Hasta cuando sonreía se veía que no era ella, porque ella sonreía más como su hermana gemela, con los ojos, con la boca y con los dientes, como su madre, achinando los ojos hasta hacerse dos rayitas finas. Pero la imagen proyectaba una sonrisa seria, sin arrugas, dejando ver los dientes sí, pero el resto de la cara permaneciendo igual, definitivamente no era ella.

Sin embargo entró en la siguiente habitación y volvió a cambiar de escenario. Ahora era como su casa, de hecho olía como en su casa, a una mezcla de cocina, incienso y colonia. Miró y la volvió a ver, esta vez le dio un vuelco el corazón, la imagen (su imagen) estaba con su madre y su hermana. Un pinchazo profundo debajo de sus ojos la sacudió entera, ¿también estaba su madre en todo esto? Parecía que actuase como si fuera ella, pero notaba un rayo de preocupación en la frente de su madre. Su hermana las observaba nerviosa y hacía gestos para tranquilizar a su madre. La imagen de Alicia, miraba fijamente a su madre sin pestañear con los ojos abiertos de par en par y una seriedad indiferente que comenzó a mover todas las cosas de la estancia. Cuanto más miraba así, más se movían los cubiertos, las cacerolas, el mantel, los vestidos y cabellos de su madre y hermana, que a estas alturas miraban desconcertadas a la imagen de Alicia, le pedían que dejara de hacerlo, pero ella seguía mirando así.

Alicia se acercó a su imagen y le cerró los ojos. Sujetó con una mano los ojos de la imagen que, por cierto, era tan real como ella misma. Con la otra mano tocó a su madre en la frente para borrarle ese rayo de preocupación que se había convertido en una arruga profunda como si hubiese cumplido diez años de golpe. Su hermana, temerosa, se acercó y le ayudó a tapar los ojos a su imagen para que pudiera abrazar a su madre. Entonces la otra Alicia volvió a hablar:

- ¿Qué pasa Alicia?, ¿vas a dejar que tu hermana me elimine así como así? Tú sabes quien soy, sabes que soy la que quieres ser. Si me reconoces, podremos irnos juntas y ya nunca más sentirás miedo. Tú sabes a qué me refiero, sabes que no eres como tu hermana, tampoco como tu madre. Tú eres diferente, eres como yo.

Alicia lloraba y se tapaba los oídos para no escuchar. El sonido de la voz inundaba su cabeza y comenzó a ver imágenes: la de sí misma de niña, obediente y buena, no queriendo herir a nadie, no queriendo herir a su madre sobre todo a su madre; se vio en clase, maltratada por esa compañera; y se vio en las noches oscuras, en camas ajenas con manos ajenas, llorando, consolada solo por su hermana, anhelando a su madre en su otra casa, notando las horas una tras otra hasta poder volver. Apretó más los ojos y logró verse sonriendo de verdad produciéndole una sensación de bienestar y una determinación que hasta ese momento no había sentido. Se separó de su madre, y se puso frente a su imagen, apartó las manos de su hermana de los ojos de la otra Alicia y la miró. Abrió los ojos, y miró, como antes había hecho en el espjo, se acercó y sonrió arrugando tanto los ojos que ya no eran igual que los ojos de su imagen. Poco a poco, Alicia empezó a reír, primero tímidamente, después muy fuerte, con ganas. Agarró las manos de su madre y hermana y trasladó una corriente de optimismo y seguridad que las mantuvo unidas mientras, mirando a los ojos de la falsa imagen comenzaron a flotar y a volar alto, libres. Abajo quedaron las imágenes de su cabeza, la imagen falsa de sí misma que la miraba con la boca en círculo por la sorpresa pero cada vez más y más pequeña.

Alicia llegó acompañada a su casa, una casa rodeada de espejos que le devolvían una imagen de sí misma, la imagen de una adolescente con ganas de enfrentarse al mundo.

El espejo de Alicia

Alicia se miró al espejo y vio una niña que no era ella, como si hubiese perdido su alma, el espejo la miraba con sus mismos ojos y su misma boca, hasta su misma ropa, pero no era ella. No conseguía saber qué era, sonrió y el espejo sonrió, sacó la lengua y también la imagen lo hizo, movió una mano, la otra, saltó, se agachó, se puso de perfil, nada, seguía igual, la imagen hacía todo lo que ella, pero no era ella. Despacio, se acercó y miró dentro de sus ojos, los de la imagen, los suyos propios y, de repente, los ojos se agrandaron hasta convertirse en dos grandes agujeros oscuros que la aspiraban hacia dentro y cayó.

Pensó que estaba soñando, igual que Alicia en el País de las Maravillas, cayendo a través de la madriguera, o Alicia a través del espejo, ¡claro, eso era!, lo que había detrás de su espejo. Quiso despertar pero no sentía que estuviera dormida, hasta se pellizcó y se hizo daño. No entendía qué estaba pasando, los sueños son absurdos pero esto era muy real, veía claramente las paredes del lugar donde había caido,  que eran rugosas y húmedas, le recordaban a una cueva. Hasta el olor era húmedo y oscuro, como si se hallara en el interior de un sótano. Intentó encontrar algo con lo que iluminar el recinto para buscar la salida, por lo menos saber si podría volver, y tanteó con las manos temerosas el suelo y la pared. Tropezó con una piedra y volvió a caer quedando boca abajo. Allí estaba, era como una especie de farol diminuto con una luz diminuta. Reptó hasta él y lo cogió. En ese momento, el farol comenzó a emitir más luz, creció hasta hacerse del tamaño de su mano e iluminó la estancia. Alicia sentía el corazón en la garganta, le dolía la cabeza y le escocían los ojos, pero había algo en esa luz que la reconfortaba. Miró alrededor de sí y pudo ver una habitación parecida a una cueva pero mucho más bonita, las paredes estaban manchadas de humedad, pero el techo era abovedado y tenía varias comunicaciones a otras estancias similares. Volvió a negar con la cabeza, como diciéndose a sí misma que su imaginación era demasiado, pero la luz siguió brillando y ella se sintió confiada al mismo tiempo que intrigada por saber donde estaba. Se dio la vuelta y ahí estaba, ella misma, mirándola sonriendo. Por un momento pensó que se había vuelto loca y cerró los ojos, ¡la imagen del espejo estaba allí con ella! No podía ser, eso sólo pasaba en los cuentos y en los sueños.

- No temas, no estás loca, es cierto que me está viendo – le dijo la imagen.

Alicia abrió los ojos mucho y la volvió a ver, allí estaba. Tuvo ganas de salir corriendo pero ¿adonde? No sabía donde estaba, así que respondió:

- Pero ¿tú quien eres? Pareces yo, mejor dicho, eres yo, pero pareces otra.

- Soy tu imagen, la del espejo, te he traido hasta aquí para que me reconozcas y volvamos juntas al otro lado, a tu casa, a nuestra casa.

- ¿Pero qué dices? Como vas a ser mi imagen, no estamos en el País de Nunca Jamás, no soy Peter Pan. Ya sé que esto será un sueño pero la verdad, está durando más de la cuenta, yo quiero despertar.

La otra Alicia comenzó a caminar, se metió por una de las dependencias de la sala y desapareció. Alicia se quedó quieta por un momento, pensando que quizás si volviera a cerrar muy fuerte los ojos cuando los abriera estaría en su cama, pero no fue así. Decidió levantarse y caminar detrás de su imagen. Al entrar en la nueva estancia reconoció otras paredes, incluso otra luz. Parecían las paredes de su instituto, con azulejos verdes hasta la mitad y una pintura color beige descascarillada hasta el techo. En el centro de la sala estaba ella (mejor dicho, su otra ella) con otra niña que reconoció al instante, su mejor amiga. Ambas se pasaban notas y reían, no había nadie más, pero parecía que ellas sentían que estaban haciendo algo malo porque se reían por lo bajo y miraban continuamente hacia el frente como si estuvieran en clase. Reconoció la escena, se vio a sí misma en el Instituto y sonrió por primera vez. Le duró poco la sonrisa porque la escena cambió y comenzó una nueva, su amiga le decía que hiciera algo que ella no quería hacer, y ella lo hacía a regañadientes para no disgustarla. Aunque no escuchaba sus voces, Alicia volvió a reconocer la escena… un momento, se dijo, ¿qué está pasando aquí? ¿estoy presenciando mi propia vida?, ¿acaso estoy muerta? ¡Es como el Cuento de Navidad!, exclamó. La otra Alicia se volvió y la miró: “quizás empieces a reconocerme ¿no? Al fin y al cabo, somos una”, le dijo y se volvió a ir, dejándola sola otra vez.

Cada vez estaba más confusa, no le gustaba lo que había presenciado, ni tampoco lo que le había respondido la niña esa. Se había reconocido, pero unos meses atrás, y además había algo en esa imagen que le hacía diferente, era como una especie de suplente o doble, una Alicia mucho más oscura, con más tensión. Hasta cuando sonreía se veía que no era ella, porque ella sonreía más como su hermana gemela, con los ojos, con la boca y con los dientes, como su madre, achinando los ojos hasta hacerse dos rayitas finas. Pero la imagen proyectaba una sonrisa seria, sin arrugas, dejando ver los dientes sí, pero el resto de la cara permaneciendo igual, definitivamente no era ella.

Sin embargo entró en la siguiente habitación y volvió a cambiar de escenario. Ahora era como su casa, de hecho olía como en su casa, a una mezcla de cocina, incienso y colonia. Miró y la volvió a ver, esta vez le dio un vuelco el corazón, la imagen (su imagen) estaba con su madre y su hermana. Un pinchazo profundo debajo de sus ojos la sacudió entera, ¿también estaba su madre en todo esto? Parecía que actuase como si fuera ella, pero notaba un rayo de preocupación en la frente de su madre. Su hermana las observaba nerviosa y hacía gestos para tranquilizar a su madre. La imagen de Alicia, miraba fijamente a su madre sin pestañear con los ojos abiertos de par en par y una seriedad indiferente que comenzó a mover todas las cosas de la estancia. Cuanto más miraba así, más se movían los cubiertos, las cacerolas, el mantel, los vestidos y cabellos de su madre y hermana, que a estas alturas miraban desconcertadas a la imagen de Alicia, le pedían que dejara de hacerlo, pero ella seguía mirando así.

Alicia se acercó a su imagen y le cerró los ojos. Sujetó con una mano los ojos de la imagen que, por cierto, era tan real como ella misma. Con la otra mano tocó a su madre en la frente para borrarle ese rayo de preocupación que se había convertido en una arruga profunda como si hubiese cumplido diez años de golpe. Su hermana, temerosa, se acercó y le ayudó a tapar los ojos a su imagen para que pudiera abrazar a su madre. Entonces la otra Alicia volvió a hablar:

- ¿Qué pasa Alicia?, ¿vas a dejar que tu hermana me elimine así como así? Tú sabes quien soy, sabes que soy la que quieres ser. Si me reconoces, podremos irnos juntas y ya nunca más sentirás miedo. Tú sabes a qué me refiero, sabes que no eres como tu hermana, tampoco como tu madre. Tú eres diferente, eres como yo.

Alicia lloraba y se tapaba los oídos para no escuchar. El sonido de la voz inundaba su cabeza y comenzó a ver imágenes: la de sí misma de niña, obediente y buena, no queriendo herir a nadie, no queriendo herir a su madre sobre todo a su madre; se vio en clase, maltratada por esa compañera; y se vio en las noches oscuras, en camas ajenas con manos ajenas, llorando, consolada solo por su hermana, anhelando a su madre en su otra casa, notando las horas una tras otra hasta poder volver. Apretó más los ojos y logró verse sonriendo de verdad produciéndole una sensación de bienestar y una determinación que hasta ese momento no había sentido. Se separó de su madre, y se puso frente a su imagen, apartó las manos de su hermana de los ojos de la otra Alicia y la miró. Abrió los ojos, y miró, como antes había hecho en el espjo, se acercó y sonrió arrugando tanto los ojos que ya no eran igual que los ojos de su imagen. Poco a poco, Alicia empezó a reír, primero tímidamente, después muy fuerte, con ganas. Agarró las manos de su madre y hermana y trasladó una corriente de optimismo y seguridad que las mantuvo unidas mientras, mirando a los ojos de la falsa imagen comenzaron a flotar y a volar alto, libres. Abajo quedaron las imágenes de su cabeza, la imagen falsa de sí misma que la miraba con la boca en círculo por la sorpresa pero cada vez más y más pequeña.

Alicia llegó acompañada a su casa, una casa rodeada de espejos que le devolvían una imagen de sí misma, la imagen de una adolescente con ganas de enfrentarse al mundo.