Las apariencias engañan

Una vez le dijeron a mi novio que el tenía “pinta” de votar a un partido de derechas. Este juicio lo hicieron a partir de la ropa que llevaba, la manera de cortarse el pelo y por cómo hablaba de su tierra.

Se habla mucho ahora de la manera que tienen ciertos diputados de asistir al Congreso, de cómo se peinan o qué tipo de ropa llevan. Se juzga su profesionalidad o compromiso por detalles que deberíamos pasar por alto y ni siquiera paramos a comentarlos. Una sociedad crítica de lo que hablaría sería de los temas tratados en el Congreso, de los problemas o soluciones que se sopesan, etc. Sin embargo, nos hemos creado una cultura prejuiciosa en la que son más importantes las rastas de un diputado que el robo de dinero público.

Estamos hartos de oír, desde que somos pequeños, la frase “las apariencias engañan”, sin embargo, jamás la ponemos en práctica. Es inevitable la primera vez que conoces a alguien asociar una determinada personalidad con su forma de vestir y eso no es malo, ya que, la primera impresión cuenta. Pero el problema llega cuando cuestionamos la capacidad profesional, lingüística, etc.  de uno en función de su vestimenta o su forma de vivir.

Ya no solo en la vida política, sino también en los ámbitos más cotidianos se dan este tipo de prejuicios. Se considera que si vistes de ciertas marcas es porque tienes un nivel de vida determinado y, por lo tanto, hablas y actúas de una determinada manera.

Se hacen diferencias en función del barrio donde vivas o la universidad a la que vayas. No paro de oír frases del tipo: “en esa universidad son todos unos perroflautas” “ese barrio es de gitanos, te roban seguro” “mira en qué tiendas compra su ropa”. Pero luego todos nos llevamos las manos a la cabeza cuando nos pasa a nosotros, cuando somos nosotros los criticados y colocados en cierto “estatus” por nuestra forma de ser.

Es cierto que la primera impresión que nos llega de alguien cuenta, es cierto que todos criticamos y juzgamos —más si es alguien que no nos gusta— y si, es cierto que no todos tenemos el mismo nivel de vida. Pero también es cierto que no se es mejor ni más capaz por tener un nivel de vida mayor, vestir con trajes de marcas reconocidas o ir perfectamente peinado según marcan los protocolos estéticos.

Nos hace falta pararnos un momento e interesarnos en conocer a la persona con la que vamos a compartir espacio, profesión, carrera, trabajo, escenario… Nos hace falta apartar nuestros primeros prejuicios y cambiar las impresiones, solo así podremos convivir y compartir un mundo más justo.

Las apariencias engañan

Una vez le dijeron a mi novio que tenía “pinta” de votar a un partido de derechas. Este juicio lo hicieron a partir de la ropa que llevaba, la manera de cortarse el pelo y por cómo hablaba de su tierra.

Se habla mucho ahora de la manera que tienen ciertos diputados de asistir al Congreso, de cómo se peinan o qué tipo de ropa llevan. Se juzga su profesionalidad o compromiso por detalles que deberíamos pasar por alto y ni siquiera paramos a comentarlos. Una sociedad crítica de lo que hablaría sería de los temas tratados en el Congreso, de los problemas o soluciones que se sopesan, etc. Sin embargo, nos hemos creado una cultura prejuiciosa en la que son más importantes las rastas de un diputado que el robo de dinero público.

Estamos hartos de oír, desde que somos pequeños, la frase “las apariencias engañan”, sin embargo, jamás la ponemos en práctica. Es inevitable la primera vez que conoces a alguien asociar una determinada personalidad con su forma de vestir y eso no es malo, ya que, la primera impresión cuenta. Pero el problema llega cuando cuestionamos la capacidad profesional, lingüística, etc.  de uno en función de su vestimenta o su forma de vivir.

Ya no solo en la vida política, sino también en los ámbitos más cotidianos se dan este tipo de prejuicios. Se considera que si vistes de ciertas marcas es porque tienes un nivel de vida determinado y, por lo tanto, hablas y actúas de una determinada manera.

Se hacen diferencias en función del barrio donde vivas o la universidad a la que vayas. No paro de oír frases del tipo: “en esa universidad son todos unos perroflautas” “ese barrio es de gitanos, te roban seguro” “mira en qué tiendas compra su ropa”. Pero luego todos nos llevamos las manos a la cabeza cuando nos pasa a nosotros, cuando somos nosotros los criticados y colocados en cierto “estatus” por nuestra forma de ser.

Es cierto que la primera impresión que nos llega de alguien cuenta, es cierto que todos criticamos y juzgamos —más si es alguien que no nos gusta— y si, es cierto que no todos tenemos el mismo nivel de vida. Pero también es cierto que no se es mejor ni más capaz por tener un nivel de vida mayor, vestir con trajes de marcas reconocidas o ir perfectamente peinado según marcan los protocolos estéticos.

Nos hace falta pararnos un momento e interesarnos en conocer a la persona con la que vamos a compartir espacio, profesión, carrera, trabajo, escenario… Nos hace falta apartar nuestros primeros prejuicios y cambiar las impresiones, solo así podremos convivir y compartir un mundo más justo.

Las apariencias engañan

Una vez le dijeron a mi novio que tenía “pinta” de votar a un partido de derechas. Este juicio lo hicieron a partir de la ropa que llevaba, la manera de cortarse el pelo y por cómo hablaba de su tierra.

Se habla mucho ahora de la manera que tienen ciertos diputados de asistir al Congreso, de cómo se peinan o qué tipo de ropa llevan. Se juzga su profesionalidad o compromiso por detalles que deberíamos pasar por alto y ni siquiera pararnos a comentarlos. Una sociedad crítica de lo que hablaría sería de los temas tratados en el Congreso, de los problemas o soluciones que se sopesan, etc. Sin embargo, nos hemos creado una cultura prejuiciosa en la que son más importantes las rastas de un diputado que el robo de dinero público.

Estamos hartos de oír, desde que somos pequeños, la frase “las apariencias engañan”, sin embargo, jamás la ponemos en práctica. Es inevitable la primera vez que conoces a alguien asociar una determinada personalidad con su forma de vestir y eso no es malo, ya que, la primera impresión cuenta. Pero el problema llega cuando cuestionamos la capacidad profesional, lingüística, etc.  de uno en función de su vestimenta o su forma de vivir.

Ya no solo en la vida política, sino también en los ámbitos más cotidianos se dan este tipo de prejuicios. Se considera que si vistes de ciertas marcas es porque tienes un nivel de vida determinado y, por lo tanto, hablas y actúas de una determinada manera.

Se hacen diferencias en función del barrio donde vivas o la universidad a la que vayas. No paro de oír frases del tipo: “en esa universidad son todos unos perroflautas” “ese barrio es de gitanos, te roban seguro” “mira en qué tiendas compra su ropa”. Pero luego todos nos llevamos las manos a la cabeza cuando nos pasa a nosotros, cuando somos nosotros los criticados y colocados en cierto “estatus” por nuestra forma de ser.

Es cierto que la primera impresión que nos llega de alguien cuenta, es cierto que todos criticamos y juzgamos —más si es alguien que no nos gusta— y si, es cierto que no todos tenemos el mismo nivel de vida. Pero también es cierto que no se es mejor ni más capaz por tener un nivel de vida mayor, vestir con trajes de marcas reconocidas o ir perfectamente peinado según marcan los protocolos estéticos.

Nos hace falta pararnos un momento e interesarnos en conocer a la persona con la que vamos a compartir espacio, profesión, carrera, trabajo, escenario… Nos hace falta apartar nuestros primeros prejuicios y cambiar las impresiones, solo así podremos convivir y compartir un mundo más justo.

Las apariencias engañan

Una vez le dijeron a mi novio que tenía “pinta” de votar a un partido de derechas. Este juicio lo hicieron a partir de la ropa que llevaba, la manera de cortarse el pelo y por cómo hablaba de su tierra.

Se habla mucho ahora de la manera que tienen ciertos diputados de asistir al Congreso, de cómo se peinan o qué tipo de ropa llevan. Se juzga su profesionalidad o compromiso por detalles que deberíamos pasar por alto y ni siquiera pararnos a comentarlos. Una sociedad crítica de lo que hablaría sería de los temas tratados en el Congreso, de los problemas o soluciones que se sopesan, etc. Sin embargo, nos hemos creado una cultura prejuiciosa en la que son más importantes las rastas de un diputado que el robo de dinero público.

Estamos hartos de oír, desde que somos pequeños, la frase “las apariencias engañan”, sin embargo, jamás la ponemos en práctica. Es inevitable la primera vez que conoces a alguien asociar una determinada personalidad con su forma de vestir y eso no es malo, ya que, la primera impresión cuenta. Pero el problema llega cuando cuestionamos la capacidad profesional, lingüística, etc.  de uno en función de su vestimenta o su forma de vivir.

Ya no solo en la vida política, sino también en los ámbitos más cotidianos se dan este tipo de prejuicios. Se considera que si vistes de ciertas marcas es porque tienes un nivel de vida determinado y, por lo tanto, hablas y actúas de una determinada manera.

Se hacen diferencias en función del barrio donde vivas o la universidad a la que vayas. No paro de oír frases del tipo: “en esa universidad son todos unos perroflautas” “ese barrio es de gitanos, te roban seguro” “mira en qué tiendas compra su ropa”. Pero luego todos nos llevamos las manos a la cabeza cuando nos pasa a nosotros, cuando somos nosotros los criticados y colocados en cierto “estatus” por nuestra forma de ser.

Es cierto que la primera impresión que nos llega de alguien cuenta, es cierto que todos criticamos y juzgamos —más si es alguien que no nos gusta— y si, es cierto que no todos tenemos el mismo nivel de vida. Pero también es cierto que no se es mejor ni más capaz por tener un nivel de vida mayor, vestir con trajes de marcas reconocidas o ir perfectamente peinado según marcan los protocolos estéticos.

Nos hace falta pararnos un momento e interesarnos en conocer a la persona con la que vamos a compartir espacio, profesión, carrera, trabajo, escenario… Nos hace falta apartar nuestros primeros prejuicios y cambiar las impresiones, solo así podremos convivir y compartir un mundo más justo.

Las apariencias engañan

Una vez le dijeron a mi novio que tenía “pinta” de votar a un partido de derechas. Este juicio lo hicieron a partir de la ropa que llevaba, la manera de cortarse el pelo y por cómo hablaba de su tierra.

Se habla mucho ahora de la manera que tienen ciertos diputados de asistir al Congreso, de cómo se peinan o qué tipo de ropa llevan. Se juzga su profesionalidad o compromiso por detalles que deberíamos pasar por alto y ni siquiera pararnos a comentarlos. Una sociedad crítica de lo que hablaría sería de los temas tratados en el Congreso, de los problemas o soluciones que se sopesan, etc. Sin embargo, nos hemos creado una cultura prejuiciosa en la que son más importantes las rastas de un diputado que el robo de dinero público.

Estamos hartos de oír, desde que somos pequeños, la frase “las apariencias engañan”, sin embargo, jamás la ponemos en práctica. Es inevitable la primera vez que conoces a alguien asociar una determinada personalidad con su forma de vestir y eso no es malo, ya que, la primera impresión cuenta. Pero el problema llega cuando cuestionamos la capacidad profesional, lingüística, etc.  de uno en función de su vestimenta o su forma de vivir.

Ya no solo en la vida política, sino también en los ámbitos más cotidianos se dan este tipo de prejuicios. Se considera que si vistes de ciertas marcas es porque tienes un nivel de vida determinado y, por lo tanto, hablas y actúas de una determinada manera.

Se hacen diferencias en función del barrio donde vivas o la universidad a la que vayas. No paro de oír frases del tipo: “en esa universidad son todos unos perroflautas” “ese barrio es de gitanos, te roban seguro” “mira en qué tiendas compra su ropa”. Pero luego todos nos llevamos las manos a la cabeza cuando nos pasa a nosotros, cuando somos nosotros los criticados y colocados en cierto “estatus” por nuestra forma de ser.

Es cierto que la primera impresión que nos llega de alguien cuenta, es cierto que todos criticamos y juzgamos —más si es alguien que no nos gusta— y si, es cierto que no todos tenemos el mismo nivel de vida. Pero también es cierto que no se es mejor ni más capaz por tener un nivel de vida mayor, vestir con trajes de marcas reconocidas o ir perfectamente peinado según marcan los protocolos estéticos.

Nos hace falta pararnos un momento e interesarnos en conocer a la persona con la que vamos a compartir espacio, profesión, carrera, trabajo, escenario… Nos hace falta apartar nuestros primeros prejuicios y cambiar las impresiones, solo así podremos convivir y compartir un mundo más justo.