Indefensión Aprendida

Hace dos fines de semana me encontré en mi twitter con una grata sorpresa, @jjdeharo había publicado un vídeo para reflexionar sobre “Indefensión Aprendida”.

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Como es un tema que desde primero de carrera me comenzó a interesar y me sigue pareciendo muy interesante, me llamó mucho la atención. Como vemos en el vídeo, es muy sencillo y rápido que puedan causarnos el aprendizaje de la indefensión. He de decir que desde primero de carrera me interesó este tema por dos motivos: porque fue en ese curso cuando leí el libro “Indefensión” de Selligman (1985) y porque fue en la carrera donde tuve unos cinco años para sentirla en mí misma.

Siempre había sido una alumna brillante, entendiendo por este concepto una alumna capaz de aprobar todo y sacar notas altas, pero al llegar a la Universidad a estudiar la única carrera que yo había querido estudiar, comencé a suspender absolutamente todas las asignaturas. Al principio pensé que era un tema de adaptación, de nivel, falta de estudio, pero poco a poco fui descubriendo que se debía a un tema competencial ante los exámenes. Me llevó seis años aprender a aprobar, y conseguir mi objetivo: poder licenciarme.

Pero vamos al concepto y lo que esto puede suponer en muchas de las instituciones educativas actuales. Pensemos por un momento si este término no puede estar relacionado con el famoso Fracaso Escolar que nos trae de cabeza, intentando rehacer leyes y temarios, y demás temas burocráticos para luchar contra él sin obtener la mayor parte de las veces éxito.

Hace unos años me fui de vacaciones de Navidad con unos amigos que tenían un hijo adolescente de 14 años que había suspendido alrededor de cinco asignaturas. No era la primera vez, ya era reiterativo, llevaba suspendiendo desde que había entrado en la ESO. La actitud del chico era de pasotismo absoluto, daba a entender que no le importaba suspender y que la culpa de todo era de los profesores. Los adultos que estábamos con él intentábamos explicarle que tenía que sacar el genio, estudiar, luchar, hablar con los profesores… Estuvimos un buen rato dándole alternativas, preocupándonos por él cuando él no daba muestras de estar preocupado. Sin embargo sí lo estaba, probablemente más que preocupado, estaba indefenso. Tal y como comenta Selligman en su libro, cuando no encontramos la “puerta de salida a la situación aversiva” nos quedamos inmóviles y en un rincón “aguantando lo que nos venga”. Y en este punto es importante la forma en que veamos la salida, nuestra forma de enfocar la vida, si creemos que somos nosotros quienes hemos de salir (lugar de control interno) o si creemos que está fuera de nosotros (lugar de control externo). En definitiva, si llegamos a la conclusión de que tenemos que seguir intentándolo, o si creemos que hagamos lo que hagamos el resultado será el mismo.

Este chaval había llegado a la conclusión de que hiciera lo que hiciera, suspendería. Aprendió la indefensión. Y eso le llevó al más absoluto fracaso, nunca terminó la secundaria y en la actualidad se dedica profesionalmente a algo que le hace feliz pero que descubrió tarde: la cocina. Finalmente parece que sí aprendió a salir.

Ahí va mi reflexión sobre el tema, ¿qué podemos hacer para que estos chavales no desarrollen indefensión aprendida, o que si lo desarrollan tengan alguna herramienta para que puedan desaprenderla? ¿hacemos algo cuando vemos a un chico “pasota” que no le importa fracasar? ¿somos capaces de darnos cuenta de que quizás no estemos dando las mismas “listas de palabras” a unos que a otros?

Y a modo de final, enlazo este artículo del Blog de Francesc Puertas, que leí también hace unas semanas para lograr que al menos seamos capaces de salir de situaciones de indefensión que inevitablemente hemos de vivir. Quizás ahí reside el reto, enseñar también a localizar dentro de uno los recursos, habilidades y capacidades para salir de ella.

 

Esos locos no tan bajitos… para los adolescentes

Tengo que empezar este artículo felicitando al Grupo Abierto de Debate Unamuno-Prim, por organizar la Tertulia de ayer en el Club Savoy donde tuve la oportunidad de escuchar a Javier Urra, y que ha servido de inspiración y de reflexión profunda hacia un tema que normalmente hace que la mayor parte de nosotros contemplemos con cierta tensión: la adolescencia.

Me gustó comprobar que la psicología no es esa disciplina en tierra de nadie y plagada de intrusistas de diferentes disciplinas (a cual más esotérica) que hacen de ella casi una afición en boca de todo el mundo. Me gustó comprobar que hay profesionales que la dignifican y que hacen de ella lo que es, una disciplina indispensable para el avance y la adaptación de las personas a la sociedad.

Pero sobre todo me encantó descubrir que hay personas que, aunque han tenido que presenciar y trabajar con escenarios tremendamente duros, siguen siendo positivos, y creen que la adolescencia y los jóvenes son apasionantes.

Además de psicóloga soy madre de dos hijas adolescentes, gemelas. En este momento tienen catorce años, pero muy pronto cumplirán quince, y por tanto seguirán avanzando hacia ese terreno que los adultos (sobre todo los padres) contemplamos con cierto temor. Hace dos años que estoy en pleno proceso de aprendizaje con ellas, otra vez. Aprendí mucho de su infancia, aprendí de elllas pero aprendí mucho de mí misma en mi nuevo papel de madre. Cuando los hijos se convierten en adolescentes, los adultos nos creemos que ya está todo hecho, pensamos que ya hemos atendido sus necesidades, y que es el momento en que ellos han de comenzar a “independizarse”. Y eso es cierto, lo de la independencia, pero no hemos terminado de hacer nuestro trabajo, es más, aparecen nuevos escenarios desconocidos que nos hacen tambalear el suelo sobre el que pensábamos que pisábamos firme. Y sí, estoy volviendo a aprender mucho, de ellas pero también de mí misma. Enfrentarme a las situaciones de mis dos hijas adolescentes me hace replantearme nuevamente cuál ha de ser mi papel.

Escuchar ayer a Javier Urra me tranquilizó, porque no es cierto que tener adolescentes sea algo por lo que dar el pésame, más bien al contrario, ha de ser algo emocionante y apasionante lleno de retos personales que les ayude a madurar y hacerse independientes de verdad. A veces confundimos independencia con desapego o con dejar hacer. Y particularmente creo que es importante discriminar entre fomentar su autonomía y dejarles desprotegidos completamente. Hay que estar pero no vigilar, confiar pero siempre con los ojos abiertos y, sobre todo, hay que hablar, hablar mucho para que aprendan a protegerse y a ser responsables de sus actos.

Alguno de los tertulianos ayer decía que nuestra sociedad es permisiva, pero yo no estoy del todo de acuerdo. Es cierto que es una sociedad permisiva, pero a la vez reclama penas, reclama actuaciones siempre en el sentido penalizador, ejemplificador… siempre desde el aprendizaje basado en el castigo. Pero yo no creo que esto funcione, el castigo no enseña, al menos si se hace de manera emocional sólo buscando la reparación del daño cuando en muchos casos esa reparación nunca se va a producir dada la gravedad de los hechos. Y aunque  es cierto que necesitamos esas penas para aquellos que traspasan la línea, es mucho más importante pensar en lo que estamos haciendo como sociedad con nuestros adolescentes. ¿Somos una sociedad permisiva o somos una sociedad “adolescente”? Mis compañeros se ríen cuando digo esta frase, que somos una sociedad adolescente. En el sentido de que no queremos crecer ni madurar, pero a la vez nos sentimos “súper mayores” para algunos temas, como el alcohol, las drogas, la moda, la alimentación… y ofrecemos modelos poco responsables. La responsabilidad es la clave del proceso de autonomía en una persona. No podemos estar siempre encima de nuestros hijos, eso lo sabemos, pero hemos de propiciar que caminen con paso tranquilo y seguro hacia la independencia sin romper los vínculos que siempre nos han unido a ellos. Crecer no significa abandono.

Muchas veces los padres tenemos miedo, y cuando eso pasa es muy difícil educar. Tenemos miedo a que les pueda pasar algo, miedo a que alguien les influya negativamente y miedo a no tenerlos más en formato pequeño. Muchas veces observo a padres y madres de mi entorno con sus hijos e hijas adolescentes y tengo la sensación de que en realidad lo que sienten es nostalgia de lo que sus hijos fueron y que no volverán a ser, unos niños. Y cuando observo eso me da mucha pena porque aunque es cierto que los hijos crecen, en realidad no hay mejor noticia que esa, y pretender que sigan siendo unos niños es encarcelarlos y alejarlos de nosotros. No podemos pretender que sigan siendo esos locos bajitos que nos admiran profundamente y sobre todas las cosas de manera incondicional. Lo que sí debemos hacer es promover una relación sana con unos “locos” ya no tan bajitos, que han ampliado su círculo de admiración. Admiran a sus amigos, a sus cantantes favoritos, a sus hobbies, a sus novios y novias… pero también admiran a sus padres y profesores si son capaces de mantener un criterio y una relación basada en la confianza y el respeto.

Evidentemente hay casos para todos los gustos, pero creo que hemos de desmitificar la adolescencia y convertirla en una etapa apasionante donde está todo por descubrir, donde está todo por aprender. Merece la pena convertirse en educadores también de adolescentes, seamos responsables y enseñaremos a ser responsables, seamos respetuosos y enseñaremos a respetar, seamos padres y madres, no colegas, no represores ni espías, simplemente padres y madres, porque así enseñamos a serlo el día de mañana.

Sé que estas palabras suenan como algo muy bonito y que muchas veces no es fácil, pero creo en la educación como una de las únicas formas de evolución del ser humano, como una de las herramientas indispensables para terminar con la violencia y el dolor. Y aunque parece que en nuestra sociedad andamos un poco deprimidos observando situaciones incomprensibles entre padres e hijos, o entre chicos y chicas, no podemos dejar de hacer. Una sociedad responsable es aquella que asume que algo está haciendo mal si las cosas van mal entre nuestros jóvenes, pero también es una sociedad que es capaz de asumir que puede cambiar para mejorar. Solo se me ocurre la educación como instrumento para la evolución de nuestra sociedad.

Tecno-adicciones y otras hierbas

El pasado 17 de septiembre El Confidencial publicó un reportaje sobre Niños adictos a la Blackberry en el que tuve la oportunidad de participar como “experta” en el tema. El títular era ese y el subtitular: “No es recomendable que los menores de 17 años tengan su propio dispositivo” y exponía dos posturas contrapuestas aunque no tan diferentes como veremos a continuación. En cualquier caso no me considero “tecnófila” como me presentan en el artículo, si no más bien preocupada e interesada en los procesos de cambios y adaptación.

El artículo expone que también los dispositivos electrónicos móviles pueden generar adicciones igual que las sustancias consideradas adictivas hasta ahora. Y efectivamente es así, pero esto no va relacionado con el uso que normalmente vemos a nuestros jóvenes hacer. La ausencia de límites en general conlleva muchos trastornos para los niños, tanto si usan o no móviles, blackberrys, iPhones… Hay una serie de repertorios fundamentales que el ser humano debe aprender para tener una adecuada adaptación a la sociedad, como por ejemplo horarios, límites,  consecuencias a su comportamiento, recibir y expresar afecto,  resistencia a la frustración, demora del refuerzo… y si somos capaces de enseñar todos estos repertorios y algunos más a nuestros infantes, seremos capaces de hacerles ver que no pueden depender de ninguna sustancia ni ningún dispositivo para ser felices.

Los cambios generacionales en general se llevan mal. Esta mañana en el vestuario de la piscina escuchaba como dos mujeres comentaban que los niños de ahora no quieren aprender, que no sienten curiosidad, y que es importantísimo el clima de cultura que se viva en las casas. Son comentarios demasiado serios, si el ser humano está llegando a no querer aprender estamos completamente sentenciados a la extinción como especie. Por otra parte, nunca ha existido tanta cultura en las casas como ahora, por lo menos en mi ciudad. Yo recuerdo mi infancia y mi adolescencia (y no es que sea una jovencita precisamente) y sé que en mi casa la cultura estaba restringida, no porque mis padres no quisieran si no porque no podían, porque el entorno educativo era muy diferente, porque nuestros padres bastante tenían con suministrarnos el acceso a la educación-cultura que ellos no pudieron tener en muchos casos. Y esto se traducía en enciclopedias de 50 tomos con el saber estático y, en algunos casos, doctrinario. Se traducía después en algunos programas educativos que podíamos ver con cuentagotas, y quien tuviera suerte, quizás, podría tener algún padre, madre o hermano mayor que le ayudara con los deberes aunque esto era en contadas ocasiones. ¿Recordamos con nostalgia esta época? ¿o es que estamos absolutamente perdidos con la generación que nos acompaña ahora? ¿Creemos que éramos mejores o teníamos menos riesgos? Durante mi adolescencia el riesgo a consumir drogas en edades tempranas era real, existían también (como ahora) y además teníamos mucha menos información tanto padres como hijos. No por eso nos hicimos todos drogadictos.

¿Y queríamos aprender? ¿O teníamos que aprender? Era una deuda con tus padres, con la sociedad, con tu entorno, con tu generación. Pero evidentemente, tampoco esto era para todos.

Vivimos una etapa magnífica para el saber, tenemos una generación magnífica para el aprendizaje, pero tenemos muchos miedos y muchos prejuicios. Demasiada nostalgia de tiempos pasados que nos impide desarrollar la creatividad para explorar nuevos lugares, nuevos métodos, nuevos escenarios para la generación actual que se caracteriza por formas diferentes de aprendizaje, de relacionarse con el entorno. Es una generación muy motivada para el aprendizaje, al contrario de lo que mucha gente se empeña en hacernos creer.

Sin embargo, es una generación con poca orientación justamente porque sus adultos (nosotros) nos empeñamos en no quererlos conocer. Queremos que sean como éramos nosotros, nos extrañan sus formas de reaccionar, y nos molestan. Y como no sabemos, les dejamos hacer. Y como TODOS lo hacen, no se nos vaya a frustrar, hay que dejarles hacer lo que hacen todos. Y ahí sí que existen riesgos de adicciones o determinados comportamientos que les impida desarrollarse adecuadamente. Han de plantearse los límites también con las tecnologías móviles, hay que mostrarles lo absurdo de sus comportamientos (cuando se den). Pero hemos de mentalizarnos de que las tecnologías móviles o no, tienen mucho de positivo para que ellos quieran aprender también.

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Las adicciones existen, normalmente motivadas por la ausencia de aprendizaje de diferentes repertorios. Una Blackberry por supuesto que tiene riesgos de generar adicciones, pero no todos los niños con BB son adictos. Ni tampoco lo son los que continuamente consultan sus mensajes o, incluso, participan de una reunión liderada por estos aparatitos con sus amigos. La adicción la define el comportamiento que se da cuando no existe el elemento adictivo, si a esos niños les quitamos la BB u otro de los dispositivos móviles a los que están enganchados, manifiestan síntomas de un síndrome de abstinencia (irascibilidad, ansiedad, obsesión, …), en definitiva muestran dependencia y pérdida de control sobre el dispositivo. Y esto se puede dar, pero no creo que el hecho de prohibir y limitar la edad de acceso sea la solución. Creo que la solución se ha de dar durante toda la vida del individuo. Enseñamos y orientamos desde que nacen, y no hemos de dejar de hacerlo con ninguna de las cosas que se encuentren en el camino, ni con los aparatitos, ni con las sustancias, ni con las personas. Es una educación del carácter, de saber decir no, de tener autocontrol.

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Poner límites de edad sólo provoca que los niños tengan la necesidad de mentir, como pasa con las redes sociales (¿cuántos niños tienen tuenti o facebook con 12 años?), a sabiendas de los padres que lo consideran normal. ¿Alguna vez nos hemos planteado que permitir que un niño mienta sobre su edad en las redes, está enseñándole a mentir en otros sitios? Quizás sólo estamos centrándonos en el aparato (BB, iPhone, iPod, móvil) en lugar de en lo que no se ve. Quizás estamos dejando de hacer algunas cosas que como sociedad deberíamos hacer, como enseñar a utilizar las cosas, y a prevenir la aparición de conductas dañinas y poco saludables.

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Notas finales, ¿vacaciones?

Voy a dedicar esta entrada a mis hijas de 14 años, porque ya están en la ESO, porque ya han aprendido a suspender, porque ya han aprendido a bloquearse en los exámenes y a saber lo que son las etiquetas invisibles que nos coloca la gente. Porque son casi Adolescentes, porque están en riesgo de formar parte del porcentaje de chavales que “fracasan” en los estudios convirtiéndose en personas con un futuro limitado, al menos desde un punto de vista académico.

Y voy a empezar colgando este vídeo porque creo que introduce muy bien el sentimiento de ansiedad que yo, como madre y también como profesional, he sentido y sigo sintiendo frente a ESO que se supone que nuestros hijos tienen que superar.Imagen de previsualización de YouTube

Después del ver el vídeo deberíamos preguntarnos ¿por qué?, ¿por qué todos esos chicos se aburren en el aula? ¿por qué todos esos profesores se aburren de su trabajo? ¿por qué todos ellos fracasan en el objetivo de enseñar y aprender? Mis hijas de 14 años son dos niñas estudiosas, responsables, alegres y con energía para estudiar ESO y más cosas como música o teatro e, incluso, algún deporte. Pero desde hace dos años, desde que pasaron a ser estudiantes de secundaria, sienten que no llegan a conseguir los objetivos que les ponen sus profesores, suspenden, sí, pero estudiando, y esto es lo más sorprendente. Ahora ha terminado el curso, pero alguna que otra asignatura ha quedado pendiente para septiembre, cosa que es la primera vez que sucede y que les ha supuesto mucho estrés. Aunque sus profesores les transmiten un mensaje de tranquilidad, “no pasa nada, en septiembre lo vas a conseguir y además con nota!” Y yo me pregunto, si va a sacar nota en septiembre ¿por qué no lo pueden sacar en junio? Y lo que me parece todavía más curioso, ¿por qué saben que lo conseguirá basándose en un examen? Todos sabemos que los exámenes son pruebas de un momento, de un día, de una hora. No es lo mismo hacer un examen a la semana que dos exámenes diarios, tampoco es lo mismo hacer un examen a las ocho de la mañana que a las dos de la tarde. Pero sobre todo, ¿ por qué damos tanta importancia a los exámenes como métodos de evaluación? Me gusta esta entrada en este blog, “El Adarve”, porque me siento completamente identificada con el sufrimiento, como madre, pero también como profesional relacionada con formación del profesorado, con educación, con innovación. Sinceramente, creo que falta mucho, mucho todavía para que hablemos de innovación en el aula por muchas pizarras digitales que coloquemos y nuestros alumnos vayan cargados con ordenadores portátiles en lugar de libros. Falta mucho porque todavía no nos hemos metido a fondo con la Evaluación, nos falta seguridad para poder decidir que no necesito exámenes (o al menos sólo exámenes) para poder medir las competencias de mis alumnos. Nos falta valor para acercarnos de verdad a la evaluación, ¿quizás porque no queremos ver el reflejo de nuestra propia competencia como enseñantes?

Hablamos de competencias, pero cuando decimos esta palabra siempre nos referimos a los alumnos, las competencias básicas que nuestros alumnos tienen que tener. Pero, ¿y las competencias docentes? Muchas veces tengo la sensación de que los docentes no quieren formarse para adquirir dichas competencias, la mayor parte de las veces lo hacen para obtener alguna certificación pero luego siguen replicando una y otra vez el mismo método, la misma forma de exponer (que no de enseñar), la misma forma de evaluar o, mejor dicho, de examinar.

Le dedico esta entrada a mis hijas para decirles además, que me encantan las competencias que ya tienen adquiridas: las de la responsabilidad, el interés, el esfuerzo, el compañerismo, la amistad, el juicio crítico (no todas ellas adquiridas en la escuela, por cierto). A ellas y a muchos otros chicos, les envío muchos ánimos para los cursos que aún les quedan, pero sobre todo muchos ánimos para todo lo que les queda por hacer en la vida y que será lo que ellos quieran hacer.

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La importancia de la confianza para evaluar

Ayer tuve la magnífica oportunidad de asistir a una conferencia virtual impartida por mi amiga Núria de Salvador sobre Evaluación y TIC. Tengo que decir que me encantó, tanto por la forma de exponer los contenidos y las ideas, como por el gran trabajo realizado con su grupo de alumnos.

Núria es profesora de secundaria en un instituto de la periferia de Barcelona donde hay un 67% de inmigración y un nivel bajito de aprendizaje, y ella sólo ha suspendido a un niño y además, como nos contaba ayer, todos (alumnos y profesora) están intentado trabajar para que ese niño apruebe finalmente.

Cuando dices esto, mucha gente puede pensar que Núria es una profesora “floja”, poco exigente, y sin embargo ella es una de las profesoras que conozco que está en permanente aprendizaje e investigación, por lo que la amplitud con que plantea a sus alumnos la diversidad de tareas es bastante más exigente y requiere de más estrategias que la mayor parte de tareas que propondría un profesor “tradicional” de los que suspenden masivamente, por ejemplo aprobar a un sólo niño de toda una clase (vivido por una de mis hijas recientemente).

¿Y por qué pasa esto? Creo que la diferencia estriba en el enfoque que hagas del aula y de los alumnos. Puedes tratarlos de manera vertical donde tú eres el que estás en la cúspide y tienes todo el saber, y por lo tanto no confías en sus capacidades ni en su aprendizaje. Tú te conviertes en el líder indiscutible que tiene todo el saber y el poder, un poder que es, además, irrevocable y nada negociable. Planteas las tareas de forma estructurada pero no das visión global de objetivos y adquisición de competencias y nuestros alumnos muchas veces no saben para qué están ahí.

Pero también puedes basar tu sistema en una evaluación “confiada”. Es decir, basada en premios, y no en castigos, y además consensuados. El resultado es que los chavales trabajan, aprenden y aprueban. Trabajan más, probablemente, que cuando su profesor les guía de la mano hasta las últimas consecuencias.

Y en todo ese camino utilizas las TIC… y éstas te abren un panorama fundamental para motivar, abrir y generar trabajo para adquirir muchas de las competencias que nuestros alumnos han de adquirir.

¿Y por qué basado en premios? Porque los seres humanos aprenden siempre por refuerzos, pero difícilmente por castigos. El castigo genera indefensión la mayor parte de los casos y poca construcción creativa de conocimiento. El castigo sólo funciona cuando hay una alternativa reforzante y normalmente se nos olvida esta segunda parte. Pero muchas veces en las aulas de secundaria basamos nuestra didáctica (sobre todo para controlar el comportamiento) en penalizaciones, en puntos negativos en lugar de positivos. Y lo de dar positivos nos parece que nos hace ser “blandos”, cuando lo que sucede es que los alumnos comienzan a confiar en tí, y tú puedes confiar en ellos. Y esto es porque son ellos los que tienen en su mano conseguir los positivos, ellos son “autónomos” en la evolución de su propio aprendizaje y esto construye muchas más competencias además de las que el currículum exige.

Y por último, cuando el profesor evalúa está pensando en comprobar cuáles son los aprendizaje obtenidos y el avance de sus alumnos gracias a las tareas y diseño metodológico propuesto. Si éste ha sido bien diseñado por el profesor, consensuado y entendido por los alumnos, éstos tendrán éxito y, por supuesto, el profesor también. Mi opinión es que un profesor que aprueba es un buen profesor, y es competente en su trabajo: enseñar.