Un café y un bollo

El otro día, como cualquier otro día, volvía de la universidad en el Cercanías de Madrid, tenía que comer en la universidad y de postre decidí comprarme un café y un bollo.

El tren iba vacío por la hora que era, así que decidí poner mi bolso en el asiento de al lado, pero poco después tuve que quitarlo porque un chico quería sentarse a mi lado. Hasta aquí podéis pensar que vaya porquería de artículo porque no cuenta nada interesante ni reivindicativo.

Pues bien, iba yo bebiéndome mi café cuando noté como me acariciaban la pierna, me quedé un poco extrañada pero en ese momento pensé que se estaría acomodando en su asiento y me había rozado sin querer. Entonces, sentí como volvía a acariciarme la pierna y ahí, si que me quedé paralizada…
No supe como reaccionar, ni siquiera supe que decirle, tenía una sensación tan incomoda que no podía ni moverme, se me cerró el estómago y no podía dejar de mirar al frente.

Nunca me había pasado nada parecido. Si, me habían dicho de todo por la calle, si, habían intentado sacar la mano del coche para tocarme el culo en un cruce y si, me habían soltado piropos delante de mi madre, pero ¿tocarme?.
En ese momento tenía que reaccionar, el chico no paraba de mirarme y hasta se había girado y había puesto su brazo rodeando mi asiento. En mi cabeza aparecieron múltiples situaciones repugnantes por las que no quería pasar, por las que ninguna mujer debería pasar, así que agarré con fuerza mi bolso, mi café y mi bollo y me levante más rápido que en toda mi vida. Avancé todo lo que pude por el tren hasta sentarme al lado de una mujer, allí, ya por fin más tranquila, pude terminarme mi café y mi bollo, pero aún con la mirada alerta cada vez que alguien pasaba por mi lado.

Os juro que nunca una caricia había sido tan repugnante como aquellas, que una mirada no me producía tanta rabia como la de aquel chico, y eso que solo fueron dos caricias y una mirada. No quiero ni imaginar por todo lo que pasan muchísimas mujeres que sufren la violencia y el machismo que nos rodea.
Para que luego me digan que “esas cosas no son para tanto”.

Un café y un bollo

El otro día, como cualquier otro, volvía de la universidad en el Cercanías de Madrid, tenía que comer en la universidad y de postre decidí comprarme un café y un bollo.

El tren iba vacío por la hora que era, así que decidí poner mi bolso en el asiento de al lado, pero poco después tuve que quitarlo porque un chico quería sentarse a mi lado. Hasta aquí podéis pensar que vaya porquería de artículo porque no cuenta nada interesante ni reivindicativo.

Pues bien, iba yo bebiéndome mi café cuando noté como me acariciaban la pierna, me quedé un poco extrañada pero en ese momento pensé que se estaría acomodando en su asiento y me había rozado sin querer. Entonces, sentí como volvía a acariciarme la pierna y ahí, si que me quedé paralizada…
No supe como reaccionar, ni siquiera supe que decirle, tenía una sensación tan incomoda que no podía ni moverme, se me cerró el estómago y no podía dejar de mirar al frente.

Nunca me había pasado nada parecido. Si, me habían dicho de todo por la calle, si, habían intentado sacar la mano del coche para tocarme el culo en un cruce y si, me habían soltado piropos delante de mi madre, pero ¿tocarme?.
En ese momento tenía que reaccionar, el chico no paraba de mirarme y hasta se había girado y había puesto su brazo rodeando mi asiento. En mi cabeza aparecieron múltiples situaciones repugnantes por las que no quería pasar, por las que ninguna mujer debería pasar, así que agarré con fuerza mi bolso, mi café y mi bollo y me levante más rápido que en toda mi vida. Avancé todo lo que pude por el tren hasta sentarme al lado de una mujer, allí, ya por fin más tranquila, pude terminarme mi café y mi bollo, pero aún con la mirada alerta cada vez que alguien pasaba por mi lado.

Os juro que nunca una caricia había sido tan repugnante como aquellas, que una mirada no me producía tanta rabia como la de aquel chico, y eso que solo fueron dos caricias y una mirada. No quiero ni imaginar por todo lo que pasan muchísimas mujeres que sufren la violencia y el machismo que nos rodea.
Para que luego me digan que “esas cosas no son para tanto”.

Un café y un bollo

El otro día, como cualquier otro, volvía de la universidad en el Cercanías de Madrid, tenía que comer en la universidad y de postre decidí comprarme un café y un bollo.

El tren iba vacío por la hora que era, así que decidí poner mi bolso en el asiento de al lado, pero poco después tuve que quitarlo porque un chico quería sentarse a mi lado. Hasta aquí podéis pensar que vaya porquería de artículo porque no cuenta nada interesante ni reivindicativo.

Pues bien, iba yo bebiéndome mi café cuando noté como me acariciaban la pierna, me quedé un poco extrañada pero en ese momento pensé que se estaría acomodando en su asiento y me había rozado sin querer. Entonces, sentí como volvía a acariciarme la pierna y ahí, si que me quedé paralizada…
No supe como reaccionar, ni siquiera supe que decirle, tenía una sensación tan incomoda que no podía ni moverme, se me cerró el estómago y no podía dejar de mirar al frente.

Nunca me había pasado nada parecido. Si, me habían dicho de todo por la calle, si, habían intentado sacar la mano del coche para tocarme el culo en un cruce y si, me habían soltado piropos delante de mi madre, pero ¿tocarme?.
En ese momento tenía que reaccionar, el chico no paraba de mirarme y hasta se había girado y había puesto su brazo rodeando mi asiento. En mi cabeza aparecieron múltiples situaciones repugnantes por las que no quería pasar, por las que ninguna mujer debería pasar, así que agarré con fuerza mi bolso, mi café y mi bollo y me levante más rápido que en toda mi vida. Avancé todo lo que pude por el tren hasta sentarme al lado de una mujer, allí, ya por fin más tranquila, pude terminarme mi café y mi bollo, pero aún con la mirada alerta cada vez que alguien pasaba por mi lado.

Os juro que nunca una caricia había sido tan repugnante como aquellas, que una mirada no me producía tanta rabia como la de aquel chico, y eso que solo fueron dos caricias y una mirada. No quiero ni imaginar por todo lo que pasan muchísimas mujeres que sufren la violencia y el machismo que nos rodea.
Para que luego me digan que “esas cosas no son para tanto”.

Un café y un bollo

El otro día, como cualquier otro, volvía de la universidad en el Cercanías de Madrid, tenía que comer en la universidad y de postre decidí comprarme un café y un bollo.

El tren iba vacío por la hora que era, así que decidí poner mi bolso en el asiento de al lado, pero poco después tuve que quitarlo porque un chico quería sentarse a mi lado. Hasta aquí podéis pensar que vaya porquería de artículo porque no cuenta nada interesante ni reivindicativo.

Pues bien, iba yo bebiéndome mi café cuando noté como me acariciaban la pierna, me quedé un poco extrañada pero en ese momento pensé que se estaría acomodando en su asiento y me había rozado sin querer. Entonces, sentí como volvía a acariciarme la pierna y ahí, si que me quedé paralizada…
No supe como reaccionar, ni siquiera supe que decirle, tenía una sensación tan incomoda que no podía ni moverme, se me cerró el estómago y no podía dejar de mirar al frente.

Nunca me había pasado nada parecido. Si, me habían dicho de todo por la calle, si, habían intentado sacar la mano del coche para tocarme el culo en un cruce y si, me habían soltado piropos delante de mi madre, pero ¿tocarme?.
En ese momento tenía que reaccionar, el chico no paraba de mirarme y hasta se había girado y había puesto su brazo rodeando mi asiento. En mi cabeza aparecieron múltiples situaciones repugnantes por las que no quería pasar, por las que ninguna mujer debería pasar, así que agarré con fuerza mi bolso, mi café y mi bollo y me levante más rápido que en toda mi vida. Avancé todo lo que pude por el tren hasta sentarme al lado de una mujer, allí, ya por fin más tranquila, pude terminarme mi café y mi bollo, pero aún con la mirada alerta cada vez que alguien pasaba por mi lado.

Os juro que nunca una caricia había sido tan repugnante como aquellas, que una mirada no me producía tanta rabia como la de aquel chico, y eso que solo fueron dos caricias y una mirada. No quiero ni imaginar por todo lo que pasan muchísimas mujeres que sufren la violencia y el machismo que nos rodea.
Para que luego me digan que “esas cosas no son para tanto”.

Un café y un bollo

El otro día, como cualquier otro, volvía de la universidad en el Cercanías de Madrid, tenía que comer en la universidad y de postre decidí comprarme un café y un bollo.

El tren iba vacío por la hora que era, así que decidí poner mi bolso en el asiento de al lado, pero poco después tuve que quitarlo porque un chico quería sentarse a mi lado. Hasta aquí podéis pensar que vaya porquería de artículo porque no cuenta nada interesante ni reivindicativo.

Pues bien, iba yo bebiéndome mi café cuando noté como me acariciaban la pierna, me quedé un poco extrañada pero en ese momento pensé que se estaría acomodando en su asiento y me había rozado sin querer. Entonces, sentí como volvía a acariciarme la pierna y ahí, si que me quedé paralizada…
No supe como reaccionar, ni siquiera supe que decirle, tenía una sensación tan incomoda que no podía ni moverme, se me cerró el estómago y no podía dejar de mirar al frente.

Nunca me había pasado nada parecido. Si, me habían dicho de todo por la calle, si, habían intentado sacar la mano del coche para tocarme el culo en un cruce y si, me habían soltado piropos delante de mi madre, pero ¿tocarme?.
En ese momento tenía que reaccionar, el chico no paraba de mirarme y hasta se había girado y había puesto su brazo rodeando mi asiento. En mi cabeza aparecieron múltiples situaciones repugnantes por las que no quería pasar, por las que ninguna mujer debería pasar, así que agarré con fuerza mi bolso, mi café y mi bollo y me levante más rápido que en toda mi vida. Avancé todo lo que pude por el tren hasta sentarme al lado de una mujer, allí, ya por fin más tranquila, pude terminarme mi café y mi bollo, pero aún con la mirada alerta cada vez que alguien pasaba por mi lado.

Os juro que nunca una caricia había sido tan repugnante como aquellas, que una mirada no me producía tanta rabia como la de aquel chico, y eso que solo fueron dos caricias y una mirada. No quiero ni imaginar por todo lo que pasan muchísimas mujeres que sufren la violencia y el machismo que nos rodea.
Para que luego me digan que “esas cosas no son para tanto”.

¿Y los hombres?

¿Sabías que han muerto 29 hombres a manos de sus mujeres? ¿Y esos hombres que se quedan sin ver a sus hijos y encima pagan más en un divorcio? ¿Luego pedimos igualdad cuando estamos discriminando al género masculino?

 

Esta clase de preguntas y muchas parecidas son las que me han lanzado a escribir. Llevo un tiempo escuchando y leyendo este tipo de indignaciones y, la verdad, es que me cuesta reaccionar de manera serena.

 

Para empezar, me gustaría aclarar que no se puede meter en el mismo saco sentencias de divorcios, violencia de género, micromachismos, etc. Si, todo forma parte de la sociedad machista patriarcal que nuestra cultura ha creado para nosotros, pero son diferentes conceptos.

El machismo afecta tanto a hombres como a mujeres y, muchas veces, cuando se les llena la boca de acusaciones a aquellos que pedimos una sociedad feminista, se les olvida parar un segundo, solo uno, y reflexionar sobre ello. Una sociedad feminista no implica una supremacía de la mujer, no implica que el hombre tenga que “obedecer” las leyes de la mujer. El feminismo no implica darle la vuelta a la tortilla y hacer pasar al hombre por todo lo que las mujeres hemos pasado durante años. El feminismo implica una sociedad libre de mejores y peores, libre de desigualdades laborales, acoso escolar, de roles, una sociedad libre de violencia —en todos sus ámbitos—.

Cuando analizamos cada una de las situaciones por las que pedimos igualdad, nos damos cuenta de que tanto ellas como ellos sufren las consecuencias de nuestra cultura. Si, es cierto que un padre puede llegar a tener menos derechos que una madre en un divorcio, pero esto sigue siendo una consecuencia del machismo, ya que, la madre es la que siempre se ha hecho cargo de los hijos (al igual que del hogar, la limpieza, la cocina, etc.) y el padre es el que llevaba el dinero a casa. Pero también es cierto que ciertos padres, debido a esa cultura machista, dejan de ver a sus hijos y deciden tan solo pagar una pensión alimenticia, o ni siquiera eso. En cualquier caso, esa decisión la tiene un juez y cada juicio es diferente porque no todas las familias son iguales.

Tampoco se puede relacionar estas sentencias judiciales con la Ley de Violencia de Género, ni agrupar los asesinatos de hombres con la violencia a las mujeres. Eso es simplemente una excusa para evitar el gran problema que se quiere erradicar, y es que son demasiadas las víctimas de maltrato por la supremacía masculina. Con esto no insinúo que esté bien asesinar a tu pareja masculina, es igualmente un delito, solo digo que nos dejemos de excusas, ya que, a nadie se le ocurre contestar con un “si pero ¿y los niños asesinados por sus padres?” a un comentario sobre violencia de género.

 

Lo que tenemos que observar es que todos los casos son consecuencia de la sociedad patriarcal y que solo con la lucha por la igualdad podremos conseguir que ambos géneros tengan los mismos derechos, libertades y respeto. El gran problema está claro, vivimos inmersos en un círculo del que no vamos a salir hasta que digamos “¡Hasta aquí!” basta de desigualdad, luchemos por un mundo feminista, porque el feminismo es para todos.

¿Y los hombres?

¿Sabías que han muerto 29 hombres a manos de sus mujeres? ¿Y esos hombres que se quedan sin ver a sus hijos y encima pagan más en un divorcio? ¿Luego pedimos igualdad cuando estamos discriminando al género masculino?

 

Esta clase de preguntas y muchas parecidas son las que me han lanzado a escribir. Llevo un tiempo escuchando y leyendo este tipo de indignaciones y, la verdad, es que me cuesta reaccionar de manera serena.

 

Para empezar, me gustaría aclarar que no se puede meter en el mismo saco sentencias de divorcios, violencia de género, micromachismos, etc. Si, todo forma parte de la sociedad machista patriarcal que nuestra cultura ha creado para nosotros, pero son diferentes conceptos.

El machismo afecta tanto a hombres como a mujeres y, muchas veces, cuando se les llena la boca de acusaciones a aquellos que pedimos una sociedad feminista, se les olvida parar un segundo, solo uno, y reflexionar sobre ello. Una sociedad feminista no implica una supremacía de la mujer, no implica que el hombre tenga que “obedecer” las leyes de la mujer. El feminismo no implica darle la vuelta a la tortilla y hacer pasar al hombre por todo lo que las mujeres hemos pasado durante años. El feminismo implica una sociedad libre de mejores y peores, libre de desigualdades laborales, acoso escolar, de roles, una sociedad libre de violencia —en todos sus ámbitos—.

Cuando analizamos cada una de las situaciones por las que pedimos igualdad, nos damos cuenta de que tanto ellas como ellos sufren las consecuencias de nuestra cultura. Si, es cierto que un padre puede llegar a tener menos derechos que una madre en un divorcio, pero esto sigue siendo una consecuencia del machismo, ya que, la madre es la que siempre se ha hecho cargo de los hijos (al igual que del hogar, la limpieza, la cocina, etc.) y el padre es el que llevaba el dinero a casa. Pero también es cierto que ciertos padres, debido a esa cultura machista, dejan de ver a sus hijos y deciden tan solo pagar una pensión alimenticia, o ni siquiera eso. En cualquier caso, esa decisión la tiene un juez y cada juicio es diferente porque no todas las familias son iguales.

Tampoco se puede relacionar estas sentencias judiciales con la Ley de Violencia de Género, ni agrupar los asesinatos de hombres con la violencia a las mujeres. Eso es simplemente una excusa para evitar el gran problema que se quiere erradicar, y es que son demasiadas las víctimas de maltrato por la supremacía masculina. Con esto no insinúo que esté bien asesinar a tu pareja masculina, es igualmente un delito, solo digo que nos dejemos de excusas, ya que, a nadie se le ocurre contestar con un “si pero ¿y los niños asesinados por sus padres?” a un comentario sobre violencia de género.

 

Lo que tenemos que observar es que todos los casos son consecuencia de la sociedad patriarcal y que solo con la lucha por la igualdad podremos conseguir que ambos géneros tengan los mismos derechos, libertades y respeto. El gran problema está claro, vivimos inmersos en un círculo del que no vamos a salir hasta que digamos “¡Hasta aquí!” basta de desigualdad, luchemos por un mundo feminista, porque el feminismo es para todos.

¿Y los hombres?

¿Sabías que han muerto 29 hombres a manos de sus mujeres? ¿Y esos hombres que se quedan sin ver a sus hijos y encima pagan más en un divorcio? ¿Luego pedimos igualdad cuando estamos discriminando al género masculino?

 

Esta clase de preguntas y muchas parecidas son las que me han lanzado a escribir. Llevo un tiempo escuchando y leyendo este tipo de indignaciones y, la verdad, es que me cuesta reaccionar de manera serena.

 

Para empezar, me gustaría aclarar que no se puede meter en el mismo saco sentencias de divorcios, violencia de género, micromachismos, etc. Si, todo forma parte de la sociedad machista patriarcal que nuestra cultura ha creado para nosotros, pero son diferentes conceptos.

El machismo afecta tanto a hombres como a mujeres y, muchas veces, cuando se les llena la boca de acusaciones a aquellos que pedimos una sociedad feminista, se les olvida parar un segundo, solo uno, y reflexionar sobre ello. Una sociedad feminista no implica una supremacía de la mujer, no implica que el hombre tenga que “obedecer” las leyes de la mujer. El feminismo no implica darle la vuelta a la tortilla y hacer pasar al hombre por todo lo que las mujeres hemos pasado durante años. El feminismo implica una sociedad libre de mejores y peores, libre de desigualdades laborales, acoso escolar, de roles, una sociedad libre de violencia —en todos sus ámbitos—.

Cuando analizamos cada una de las situaciones por las que pedimos igualdad, nos damos cuenta de que tanto ellas como ellos sufren las consecuencias de nuestra cultura. Si, es cierto que un padre puede llegar a tener menos derechos que una madre en un divorcio, pero esto sigue siendo una consecuencia del machismo, ya que, la madre es la que siempre se ha hecho cargo de los hijos (al igual que del hogar, la limpieza, la cocina, etc.) y el padre es el que llevaba el dinero a casa. Pero también es cierto que ciertos padres, debido a esa cultura machista, dejan de ver a sus hijos y deciden tan solo pagar una pensión alimenticia, o ni siquiera eso. En cualquier caso, esa decisión la tiene un juez y cada juicio es diferente porque no todas las familias son iguales.

Tampoco se puede relacionar estas sentencias judiciales con la Ley de Violencia de Género, ni agrupar los asesinatos de hombres con la violencia a las mujeres. Eso es simplemente una excusa para evitar el gran problema que se quiere erradicar, y es que son demasiadas las víctimas de maltrato por la supremacía masculina. Con esto no insinúo que esté bien asesinar a tu pareja masculina, es igualmente un delito, solo digo que nos dejemos de excusas, ya que, a nadie se le ocurre contestar con un “si pero ¿y los niños asesinados por sus padres?” a un comentario sobre violencia de género.

 

Lo que tenemos que observar es que todos los casos son consecuencia de la sociedad patriarcal y que solo con la lucha por la igualdad podremos conseguir que ambos géneros tengan los mismos derechos, libertades y respeto. El gran problema está claro, vivimos inmersos en un círculo del que no vamos a salir hasta que digamos “¡Hasta aquí!” basta de desigualdad, luchemos por un mundo feminista, porque el feminismo es para todos.

¿Y los hombres?

¿Sabías que han muerto 29 hombres a manos de sus mujeres? ¿Y esos hombres que se quedan sin ver a sus hijos y encima pagan más en un divorcio? ¿Luego pedimos igualdad cuando estamos discriminando al género masculino?

 

Esta clase de preguntas y muchas parecidas son las que me han lanzado a escribir. Llevo un tiempo escuchando y leyendo este tipo de indignaciones y, la verdad, es que me cuesta reaccionar de manera serena.

 

Para empezar, me gustaría aclarar que no se puede meter en el mismo saco sentencias de divorcios, violencia de género, micromachismos, etc. Si, todo forma parte de la sociedad machista patriarcal que nuestra cultura ha creado para nosotros, pero son diferentes conceptos.

El machismo afecta tanto a hombres como a mujeres y, muchas veces, cuando se les llena la boca de acusaciones a aquellos que pedimos una sociedad feminista, se les olvida parar un segundo, solo uno, y reflexionar sobre ello. Una sociedad feminista no implica una supremacía de la mujer, no implica que el hombre tenga que “obedecer” las leyes de la mujer. El feminismo no implica darle la vuelta a la tortilla y hacer pasar al hombre por todo lo que las mujeres hemos pasado durante años. El feminismo implica una sociedad libre de mejores y peores, libre de desigualdades laborales, acoso escolar, de roles, una sociedad libre de violencia —en todos sus ámbitos—.

Cuando analizamos cada una de las situaciones por las que pedimos igualdad, nos damos cuenta de que tanto ellas como ellos sufren las consecuencias de nuestra cultura. Si, es cierto que un padre puede llegar a tener menos derechos que una madre en un divorcio, pero esto sigue siendo una consecuencia del machismo, ya que, la madre es la que siempre se ha hecho cargo de los hijos (al igual que del hogar, la limpieza, la cocina, etc.) y el padre es el que llevaba el dinero a casa. Pero también es cierto que ciertos padres, debido a esa cultura machista, dejan de ver a sus hijos y deciden tan solo pagar una pensión alimenticia, o ni siquiera eso. En cualquier caso, esa decisión la tiene un juez y cada juicio es diferente porque no todas las familias son iguales.

Tampoco se puede relacionar estas sentencias judiciales con la Ley de Violencia de Género, ni agrupar los asesinatos de hombres con la violencia a las mujeres. Eso es simplemente una excusa para evitar el gran problema que se quiere erradicar, y es que son demasiadas las víctimas de maltrato por la supremacía masculina. Con esto no insinúo que esté bien asesinar a tu pareja masculina, es igualmente un delito, solo digo que nos dejemos de excusas, ya que, a nadie se le ocurre contestar con un “si pero ¿y los niños asesinados por sus padres?” a un comentario sobre violencia de género.

 

Lo que tenemos que observar es que todos los casos son consecuencia de la sociedad patriarcal y que solo con la lucha por la igualdad podremos conseguir que ambos géneros tengan los mismos derechos, libertades y respeto. El gran problema está claro, vivimos inmersos en un círculo del que no vamos a salir hasta que digamos “¡Hasta aquí!” basta de desigualdad, luchemos por un mundo feminista, porque el feminismo es para todos.

¿Y los hombres?

¿Sabías que han muerto 29 hombres a manos de sus mujeres? ¿Y esos hombres que se quedan sin ver a sus hijos y encima pagan más en un divorcio? ¿Luego pedimos igualdad cuando estamos discriminando al género masculino?

 

Esta clase de preguntas y muchas parecidas son las que me han lanzado a escribir. Llevo un tiempo escuchando y leyendo este tipo de indignaciones y, la verdad, es que me cuesta reaccionar de manera serena.

 

Para empezar, me gustaría aclarar que no se puede meter en el mismo saco sentencias de divorcios, violencia de género, micromachismos, etc. Si, todo forma parte de la sociedad machista patriarcal que nuestra cultura ha creado para nosotros, pero son diferentes conceptos.

El machismo afecta tanto a hombres como a mujeres y, muchas veces, cuando se les llena la boca de acusaciones a aquellos que pedimos una sociedad feminista, se les olvida parar un segundo, solo uno, y reflexionar sobre ello. Una sociedad feminista no implica una supremacía de la mujer, no implica que el hombre tenga que “obedecer” las leyes de la mujer. El feminismo no implica darle la vuelta a la tortilla y hacer pasar al hombre por todo lo que las mujeres hemos pasado durante años. El feminismo implica una sociedad libre de mejores y peores, libre de desigualdades laborales, acoso escolar, de roles, una sociedad libre de violencia —en todos sus ámbitos—.

Cuando analizamos cada una de las situaciones por las que pedimos igualdad, nos damos cuenta de que tanto ellas como ellos sufren las consecuencias de nuestra cultura. Si, es cierto que un padre puede llegar a tener menos derechos que una madre en un divorcio, pero esto sigue siendo una consecuencia del machismo, ya que, la madre es la que siempre se ha hecho cargo de los hijos (al igual que del hogar, la limpieza, la cocina, etc.) y el padre es el que llevaba el dinero a casa. Pero también es cierto que ciertos padres, debido a esa cultura machista, dejan de ver a sus hijos y deciden tan solo pagar una pensión alimenticia, o ni siquiera eso. En cualquier caso, esa decisión la tiene un juez y cada juicio es diferente porque no todas las familias son iguales.

Tampoco se puede relacionar estas sentencias judiciales con la Ley de Violencia de Género, ni agrupar los asesinatos de hombres con la violencia a las mujeres. Eso es simplemente una excusa para evitar el gran problema que se quiere erradicar, y es que son demasiadas las víctimas de maltrato por la supremacía masculina. Con esto no insinúo que esté bien asesinar a tu pareja masculina, es igualmente un delito, solo digo que nos dejemos de excusas, ya que, a nadie se le ocurre contestar con un “si pero ¿y los niños asesinados por sus padres?” a un comentario sobre violencia de género.

 

Lo que tenemos que observar es que todos los casos son consecuencia de la sociedad patriarcal y que solo con la lucha por la igualdad podremos conseguir que ambos géneros tengan los mismos derechos, libertades y respeto. El gran problema está claro, vivimos inmersos en un círculo del que no vamos a salir hasta que digamos “¡Hasta aquí!” basta de desigualdad, luchemos por un mundo feminista, porque el feminismo es para todos.