Otra noche más.

5.30 de la madrugada, te despides de tus amigos, coges el tren.
Tan solo son dos o tres paradas hasta llegar a la tuya, escoges un asiento alejada de todo el mundo, nadie sospechoso delante, al lado, detrás. Te bajas del tren subiéndote la cremallera de la chaqueta y cruzando los brazos. Caminas, caminas hasta salir a la calle, es de noche, lógico. No hay gente, también lógico. Es el momento de sacar las llaves y colocártelas estratégicamente en el puño, bien cerrado, por si acaso. Caminas, caminas hasta aproximarte a tu calle, sin música, sin ruidos, alerta. Cada dos minutos giras la cabeza para asegurarte de que nadie te sigue, nadie delante, nadie detrás, nadie a los lados, caminas. Por tu cabeza pasan miles de situaciones y miles de noticas, las advertencias de tu madre y los miedos, miedos… El puño sigue bien cerrado empuñando las llaves como si fueran una arma letal, el bolso bien pegado al cuerpo, caminas deprisa, muy deprisa, casi corriendo. Miras a tu al rededor, estoy sola, no hay nadie, caminas, sujetas las llaves con fuerza, cruzas bien los brazos, la chaqueta bien cerrada. Abres la puerta. Entras rápido en el portal y te aseguras, dos veces, de que está bien cerrado.
Respiras. Otra noche más.

Miedo al miedo

¿Qué es el miedo?
Pienso que es algo que se adquiere, que te viene de golpe y por evitar un mal mayor intentas dominarlo y te acomodas. Es cómodo no hablarlo ni intentar solucionarlo si la única consecuencia aparente es una rabieta de vez en cuando o un mal rato, pero es solo eso, una consecuencia aparente.
Es difícil saber cuando llega, cuando se pone todo del revés, patas arriba. Es más bien un proceso, alimentado por adoptar esa postura cómoda que no trae problemas, evitar, ponernos límites.
Pero tener miedo al miedo es una sensación incómoda, que te chupa la energía y te agota, como los dementores, no te deja avanzar ni cumplir tus sueños.
Cuando aparecen esas preguntas, ¿a qué tienes miedo? ¿qué es lo que puede pasar?, realmente no se bien que contestar, no es algo concreto que se pueda decir sin más como “tengo miedo a las arañas”.
Es más complicado que eso, o quizá no, quizá somos nosotros los que lo hacemos más complicado de lo que es, los que cerramos la puerta y dejamos bien controlado nuestro miedo, evitando enfrentarnos a él. Quizá lo ideal sería abrir esa puerta, todas las ventanas y dejarlo ir, echarlo de nuestras vidas porque ¿para qué tener miedo a algo que todavía no ha pasado? ¿para qué tener miedo a un miedo que aún no ha llegado?
No todo se puede controlar, a veces, casi siempre, es mejor dejarse llevar, y si nos asusta alguno de esos miedos simplemente lo enfrentamos, porque hay que darse cuenta que es más divertido vivir sin miedo que vivir evitando un miedo que ni siquiera nos ha asustado aún.
Entonces, ¿cómo lo enfrentamos? ¿cómo enfrentar algo que ni siquiera ha llegado? Son preguntas que suenan absurdas en mi cabeza, si no ha llegado lo primero que debería hacer es esperar a que llegue si es que llega. Entonces, ¿para qué intentar controlarlo todo? ¿para qué anticiparlo todo? Son esas preguntas, esas acciones, las que me hacen tener ese miedo a un miedo que todavía no me ha asustado y que probablemente no me asuste porque, cuanto más positivo pienses, mejor saldrán las cosas. Así que, consiste tan solo en respirar, hacer las cosas pequeñitas, preguntarse “¿qué es lo peor que puede pasar?” y si la respuesta no incluye un trágico accidente mortal, entonces no es tan malo y no hay por qué temerlo, solo lo vivimos.

Miedo al miedo

¿Qué es el miedo?
Pienso que es algo que se adquiere, que te viene de golpe y por evitar un mal mayor intentas dominarlo y te acomodas. Es cómodo no hablarlo ni intentar solucionarlo si la única consecuencia aparente es una rabieta de vez en cuando o un mal rato, pero es solo eso, una consecuencia aparente.
Es difícil saber cuando llega, cuando se pone todo del revés, patas arriba. Es más bien un proceso, alimentado por adoptar esa postura cómoda que no trae problemas, evitar, ponernos límites.
Pero tener miedo al miedo es una sensación incómoda, que te chupa la energía y te agota, como los dementores, no te deja avanzar ni cumplir tus sueños.
Cuando aparecen esas preguntas, ¿a qué tienes miedo? ¿qué es lo que puede pasar?, realmente no se bien que contestar, no es algo concreto que se pueda decir sin más como “tengo miedo a las arañas”.
Es más complicado que eso, o quizá no, quizá somos nosotros los que lo hacemos más complicado de lo que es, los que cerramos la puerta y dejamos bien controlado nuestro miedo, evitando enfrentarnos a él. Quizá lo ideal sería abrir esa puerta, todas las ventanas y dejarlo ir, echarlo de nuestras vidas porque ¿para qué tener miedo a algo que todavía no ha pasado? ¿para qué tener miedo a un miedo que aún no ha llegado?
No todo se puede controlar, a veces, casi siempre, es mejor dejarse llevar, y si nos asusta alguno de esos miedos simplemente lo enfrentamos, porque hay que darse cuenta que es más divertido vivir sin miedo que vivir evitando un miedo que ni siquiera nos ha asustado aún.
Entonces, ¿cómo lo enfrentamos? ¿cómo enfrentar algo que ni siquiera ha llegado? Son preguntas que suenan absurdas en mi cabeza, si no ha llegado lo primero que debería hacer es esperar a que llegue si es que llega. Entonces, ¿para qué intentar controlarlo todo? ¿para qué anticiparlo todo? Son esas preguntas, esas acciones, las que me hacen tener ese miedo a un miedo que todavía no me ha asustado y que probablemente no me asuste porque, cuanto más positivo pienses, mejor saldrán las cosas. Así que, consiste tan solo en respirar, hacer las cosas pequeñitas, preguntarse “¿qué es lo peor que puede pasar?” y si la respuesta no incluye un trágico accidente mortal, entonces no es tan malo y no hay por qué temerlo, solo lo vivimos.