Un café y un bollo

El otro día, como cualquier otro, volvía de la universidad en el Cercanías de Madrid, tenía que comer en la universidad y de postre decidí comprarme un café y un bollo.

El tren iba vacío por la hora que era, así que decidí poner mi bolso en el asiento de al lado, pero poco después tuve que quitarlo porque un chico quería sentarse a mi lado. Hasta aquí podéis pensar que vaya porquería de artículo porque no cuenta nada interesante ni reivindicativo.

Pues bien, iba yo bebiéndome mi café cuando noté como me acariciaban la pierna, me quedé un poco extrañada pero en ese momento pensé que se estaría acomodando en su asiento y me había rozado sin querer. Entonces, sentí como volvía a acariciarme la pierna y ahí, si que me quedé paralizada…
No supe como reaccionar, ni siquiera supe que decirle, tenía una sensación tan incomoda que no podía ni moverme, se me cerró el estómago y no podía dejar de mirar al frente.

Nunca me había pasado nada parecido. Si, me habían dicho de todo por la calle, si, habían intentado sacar la mano del coche para tocarme el culo en un cruce y si, me habían soltado piropos delante de mi madre, pero ¿tocarme?.
En ese momento tenía que reaccionar, el chico no paraba de mirarme y hasta se había girado y había puesto su brazo rodeando mi asiento. En mi cabeza aparecieron múltiples situaciones repugnantes por las que no quería pasar, por las que ninguna mujer debería pasar, así que agarré con fuerza mi bolso, mi café y mi bollo y me levante más rápido que en toda mi vida. Avancé todo lo que pude por el tren hasta sentarme al lado de una mujer, allí, ya por fin más tranquila, pude terminarme mi café y mi bollo, pero aún con la mirada alerta cada vez que alguien pasaba por mi lado.

Os juro que nunca una caricia había sido tan repugnante como aquellas, que una mirada no me producía tanta rabia como la de aquel chico, y eso que solo fueron dos caricias y una mirada. No quiero ni imaginar por todo lo que pasan muchísimas mujeres que sufren la violencia y el machismo que nos rodea.
Para que luego me digan que “esas cosas no son para tanto”.

Un café y un bollo

El otro día, como cualquier otro, volvía de la universidad en el Cercanías de Madrid, tenía que comer en la universidad y de postre decidí comprarme un café y un bollo.

El tren iba vacío por la hora que era, así que decidí poner mi bolso en el asiento de al lado, pero poco después tuve que quitarlo porque un chico quería sentarse a mi lado. Hasta aquí podéis pensar que vaya porquería de artículo porque no cuenta nada interesante ni reivindicativo.

Pues bien, iba yo bebiéndome mi café cuando noté como me acariciaban la pierna, me quedé un poco extrañada pero en ese momento pensé que se estaría acomodando en su asiento y me había rozado sin querer. Entonces, sentí como volvía a acariciarme la pierna y ahí, si que me quedé paralizada…
No supe como reaccionar, ni siquiera supe que decirle, tenía una sensación tan incomoda que no podía ni moverme, se me cerró el estómago y no podía dejar de mirar al frente.

Nunca me había pasado nada parecido. Si, me habían dicho de todo por la calle, si, habían intentado sacar la mano del coche para tocarme el culo en un cruce y si, me habían soltado piropos delante de mi madre, pero ¿tocarme?.
En ese momento tenía que reaccionar, el chico no paraba de mirarme y hasta se había girado y había puesto su brazo rodeando mi asiento. En mi cabeza aparecieron múltiples situaciones repugnantes por las que no quería pasar, por las que ninguna mujer debería pasar, así que agarré con fuerza mi bolso, mi café y mi bollo y me levante más rápido que en toda mi vida. Avancé todo lo que pude por el tren hasta sentarme al lado de una mujer, allí, ya por fin más tranquila, pude terminarme mi café y mi bollo, pero aún con la mirada alerta cada vez que alguien pasaba por mi lado.

Os juro que nunca una caricia había sido tan repugnante como aquellas, que una mirada no me producía tanta rabia como la de aquel chico, y eso que solo fueron dos caricias y una mirada. No quiero ni imaginar por todo lo que pasan muchísimas mujeres que sufren la violencia y el machismo que nos rodea.
Para que luego me digan que “esas cosas no son para tanto”.

Un café y un bollo

El otro día, como cualquier otro, volvía de la universidad en el Cercanías de Madrid, tenía que comer en la universidad y de postre decidí comprarme un café y un bollo.

El tren iba vacío por la hora que era, así que decidí poner mi bolso en el asiento de al lado, pero poco después tuve que quitarlo porque un chico quería sentarse a mi lado. Hasta aquí podéis pensar que vaya porquería de artículo porque no cuenta nada interesante ni reivindicativo.

Pues bien, iba yo bebiéndome mi café cuando noté como me acariciaban la pierna, me quedé un poco extrañada pero en ese momento pensé que se estaría acomodando en su asiento y me había rozado sin querer. Entonces, sentí como volvía a acariciarme la pierna y ahí, si que me quedé paralizada…
No supe como reaccionar, ni siquiera supe que decirle, tenía una sensación tan incomoda que no podía ni moverme, se me cerró el estómago y no podía dejar de mirar al frente.

Nunca me había pasado nada parecido. Si, me habían dicho de todo por la calle, si, habían intentado sacar la mano del coche para tocarme el culo en un cruce y si, me habían soltado piropos delante de mi madre, pero ¿tocarme?.
En ese momento tenía que reaccionar, el chico no paraba de mirarme y hasta se había girado y había puesto su brazo rodeando mi asiento. En mi cabeza aparecieron múltiples situaciones repugnantes por las que no quería pasar, por las que ninguna mujer debería pasar, así que agarré con fuerza mi bolso, mi café y mi bollo y me levante más rápido que en toda mi vida. Avancé todo lo que pude por el tren hasta sentarme al lado de una mujer, allí, ya por fin más tranquila, pude terminarme mi café y mi bollo, pero aún con la mirada alerta cada vez que alguien pasaba por mi lado.

Os juro que nunca una caricia había sido tan repugnante como aquellas, que una mirada no me producía tanta rabia como la de aquel chico, y eso que solo fueron dos caricias y una mirada. No quiero ni imaginar por todo lo que pasan muchísimas mujeres que sufren la violencia y el machismo que nos rodea.
Para que luego me digan que “esas cosas no son para tanto”.

Un café y un bollo

El otro día, como cualquier otro, volvía de la universidad en el Cercanías de Madrid, tenía que comer en la universidad y de postre decidí comprarme un café y un bollo.

El tren iba vacío por la hora que era, así que decidí poner mi bolso en el asiento de al lado, pero poco después tuve que quitarlo porque un chico quería sentarse a mi lado. Hasta aquí podéis pensar que vaya porquería de artículo porque no cuenta nada interesante ni reivindicativo.

Pues bien, iba yo bebiéndome mi café cuando noté como me acariciaban la pierna, me quedé un poco extrañada pero en ese momento pensé que se estaría acomodando en su asiento y me había rozado sin querer. Entonces, sentí como volvía a acariciarme la pierna y ahí, si que me quedé paralizada…
No supe como reaccionar, ni siquiera supe que decirle, tenía una sensación tan incomoda que no podía ni moverme, se me cerró el estómago y no podía dejar de mirar al frente.

Nunca me había pasado nada parecido. Si, me habían dicho de todo por la calle, si, habían intentado sacar la mano del coche para tocarme el culo en un cruce y si, me habían soltado piropos delante de mi madre, pero ¿tocarme?.
En ese momento tenía que reaccionar, el chico no paraba de mirarme y hasta se había girado y había puesto su brazo rodeando mi asiento. En mi cabeza aparecieron múltiples situaciones repugnantes por las que no quería pasar, por las que ninguna mujer debería pasar, así que agarré con fuerza mi bolso, mi café y mi bollo y me levante más rápido que en toda mi vida. Avancé todo lo que pude por el tren hasta sentarme al lado de una mujer, allí, ya por fin más tranquila, pude terminarme mi café y mi bollo, pero aún con la mirada alerta cada vez que alguien pasaba por mi lado.

Os juro que nunca una caricia había sido tan repugnante como aquellas, que una mirada no me producía tanta rabia como la de aquel chico, y eso que solo fueron dos caricias y una mirada. No quiero ni imaginar por todo lo que pasan muchísimas mujeres que sufren la violencia y el machismo que nos rodea.
Para que luego me digan que “esas cosas no son para tanto”.

Un café y un bollo

El otro día, como cualquier otro día, volvía de la universidad en el Cercanías de Madrid, tenía que comer en la universidad y de postre decidí comprarme un café y un bollo.

El tren iba vacío por la hora que era, así que decidí poner mi bolso en el asiento de al lado, pero poco después tuve que quitarlo porque un chico quería sentarse a mi lado. Hasta aquí podéis pensar que vaya porquería de artículo porque no cuenta nada internaste ni reivindicativo.

Pues bien, iba yo bebiéndome mi café cuando note como me acariciaban la pierna, me quedé un poco extrañada pero en ese momento pensé que se estaría acomodando en su asiento y me había rozado sin querer. Entonces, sentí como volvía a acariciarme la pierna y, ahí, si que me quedé paralizada…
No supe como reaccionar, ni siquiera supe que decirle, tenía una sensación tan incomoda que no podía ni moverme, se me cerró el estómago y no podía dejar de mirar al frente.

Nunca me había pasado nada parecido. Si, me habían dicho de todo por la calle, si, habían intentado sacar la mano del coche para tocarme el culo en un cruce y si, me habían soltado piropos delante de mi madre, pero ¿tocarme?.
En ese momento tenía que reaccionar, el chico no paraba de mirarme y hasta se había girado y había puesto su brazo rodeando mi asiento. En mi cabeza aparecieron múltiples situaciones repugnantes por las que no quería pasar, por las que ninguna mujer debería pasar, así que agarré con fuerza mi bolso, mi café y mi bollo y me levante más rápido que en toda mi vida. Avancé todo lo que pude por el tren hasta sentarme al lado de una mujer, allí, ya por fin más tranquila, pude terminarme mi café y mi bollo, pero aún con la mirada alerta cada vez que alguien pasaba por mi lado.

Os juro que nunca una caricia había sido tan repugnante como aquellas, que una mirada no me producía tanta rabia como la de aquel chico, y eso que solo fueron dos caricias y una mirada. No quiero ni imaginar por todo lo que pasan muchísimas mujeres que sufren la violencia y el machismo que nos rodea.
Para que luego me digan que “esas cosas no son para tanto”.

Un café y un bollo

El otro día, como cualquier otro día, volvía de la universidad en el Cercanías de Madrid, tenía que comer en la universidad y de postre decidí comprarme un café y un bollo.

El tren iba vacío por la hora que era, así que decidí poner mi bolso en el asiento de al lado, pero poco después tuve que quitarlo porque un chico quería sentarse a mi lado. Hasta aquí podéis pensar que vaya porquería de artículo porque no cuenta nada internaste ni reivindicativo.

Pues bien, iba yo bebiéndome mi café cuando noté como me acariciaban la pierna, me quedé un poco extrañada, pero en ese momento pensé que se estaría acomodando en su asiento y me había rozado sin querer. Entonces, sentí como volvía a acariciarme la pierna y, ahí, si que me quedé paralizada…
No supe como reaccionar, ni siquiera supe que decirle, tenía una sensación tan incomoda que no podía ni moverme, se me cerró el estómago y no podía dejar de mirar al frente.

Nunca me había pasado nada parecido. Si, me habían dicho de todo por la calle, si, habían intentado sacar la mano del coche para tocarme el culo en un cruce y si, me habían soltado piropos delante de mi madre, pero ¿tocarme?.
En ese momento tenía que reaccionar, el chico no paraba de mirarme y hasta se había girado y había puesto su brazo rodeando mi asiento. En mi cabeza aparecieron múltiples situaciones repugnantes por las que no quería pasar, por las que ninguna mujer debería pasar, así que agarré con fuerza mi bolso, mi café y mi bollo y me levante más rápido que en toda mi vida. Avancé todo lo que pude por el tren hasta sentarme al lado de una mujer, allí, ya por fin más tranquila, pude terminarme mi café y mi bollo, pero aún con la mirada alerta cada vez que alguien pasaba por mi lado.

Os juro que nunca una caricia había sido tan repugnante como aquellas, que una mirada no me producía tanta rabia como la de aquel chico, y eso que solo fueron dos caricias y una mirada. No quiero ni imaginar por todo lo que pasan muchísimas mujeres que sufren la violencia y el machismo que nos rodea.
Para que luego me digan que “esas cosas no son para tanto”.

Un café y un bollo

El otro día, como cualquier otro día, volvía de la universidad en el Cercanías de Madrid, tenía que comer en la universidad y de postre decidí comprarme un café y un bollo.

El tren iba vacío por la hora que era, así que decidí poner mi bolso en el asiento de al lado, pero poco después tuve que quitarlo porque un chico quería sentarse a mi lado. Hasta aquí podéis pensar que vaya porquería de artículo porque no cuenta nada interesante ni reivindicativo.

Pues bien, iba yo bebiéndome mi café cuando noté como me acariciaban la pierna, me quedé un poco extrañada pero en ese momento pensé que se estaría acomodando en su asiento y me había rozado sin querer. Entonces, sentí como volvía a acariciarme la pierna y ahí, si que me quedé paralizada…
No supe como reaccionar, ni siquiera supe que decirle, tenía una sensación tan incomoda que no podía ni moverme, se me cerró el estómago y no podía dejar de mirar al frente.

Nunca me había pasado nada parecido. Si, me habían dicho de todo por la calle, si, habían intentado sacar la mano del coche para tocarme el culo en un cruce y si, me habían soltado piropos delante de mi madre, pero ¿tocarme?.
En ese momento tenía que reaccionar, el chico no paraba de mirarme y hasta se había girado y había puesto su brazo rodeando mi asiento. En mi cabeza aparecieron múltiples situaciones repugnantes por las que no quería pasar, por las que ninguna mujer debería pasar, así que agarré con fuerza mi bolso, mi café y mi bollo y me levante más rápido que en toda mi vida. Avancé todo lo que pude por el tren hasta sentarme al lado de una mujer, allí, ya por fin más tranquila, pude terminarme mi café y mi bollo, pero aún con la mirada alerta cada vez que alguien pasaba por mi lado.

Os juro que nunca una caricia había sido tan repugnante como aquellas, que una mirada no me producía tanta rabia como la de aquel chico, y eso que solo fueron dos caricias y una mirada. No quiero ni imaginar por todo lo que pasan muchísimas mujeres que sufren la violencia y el machismo que nos rodea.
Para que luego me digan que “esas cosas no son para tanto”.

Decidimos

El principal problema de nuestra sociedad es que hemos malentendido el término “feminismo”. Le hemos atribuido un significado de inferioridad respecto a importancia, consideramos que es un tema exclusivamente de la mujer y hemos decidido que, el machismo, micromachismos y lenguaje sexista, no son para tanto.

El primer paso que debemos dar para empezar un verdadero cambio es asumir y aceptar la situación en la que nos encontramos, no solo basta con decir que la mujer se encuentra en inferioridad en relación al hombre, escandalizarnos cada vez que vemos la cifra de asesinatos machistas y poner un puño morado en nuestro perfil de Facebook el 8 de Marzo. Todo eso está muy bien, si también decidimos cambiar situaciones de nuestro día a día.

Uno de los problemas importantes hoy en día es el tema que abarca el lenguaje, hemos decidido hablar tan sumamente bien que no nos damos cuenta del verdadero significado de algunas palabras y expresiones. Nos preocupamos tanto por no cometer errores ortográficos, léxicos y morfosintácticos teniendo en cuenta nuestra academia de la lengua que nos hemos olvidado de respetar y no ofender a la persona que tenemos al lado. Cambiar o, mejor dicho, evolucionar nuestra manera de hablar y nuestra lengua no solo dejaría de perjudicar a la mujer sino también al hombre, y eso es algo que tampoco recordamos. El término feminismo busca una igualdad entre ambos géneros, no la superioridad de uno solo, no busca hacer pasar a la sociedad por otra situación igual pero al revés.

Cuando empleamos palabras como “marica”, “llorica”, “nenaza”, “calientapollas”, “puta” y todos sus sinónimos, etc., o expresiones como “hay que ayudar a mamá en la cocina”, “vas provocando así vestida”, “eres una fresca/guarra”, “papá es que trabaja mucho y vuelve muy cansado”, etc., estamos asumiendo unos roles antiguos y culturales que, si no aceptamos, no cambiaremos jamás. No se trata de cambiar las normas lingüísticas, se trata de hablar de forma diferente, de emplear otras palabras que consigan mantener una igualdad entre ambos géneros para que “nenaza” no sea un insulto y “puta” sirva solo como sinónimo de prostituta, para que usemos un neutro verdaderamente neutro, para que nunca más tengamos que sentirnos inferiores cuando se refieran a todas las personas con un neutro en masculino.

Por ello el lenguaje es tan importante, por eso cargos públicos han empezado a utilizar el masculino y femenino cuando se refieres a todas las personas. Sin embargo, esto no quiere decir que la solución sea desdoblar todas las palabras del diccionario, pero si es un comienzo para evolucionar un lenguaje que tradicional y culturalmente ha infravalorado y desprestigiado a la mujer por el simple hecho de ser mujer.

Decidimos

El principal problema de nuestra sociedad es que hemos malentendido el término “feminismo”. Le hemos atribuido un significado de inferioridad respecto a importancia, consideramos que es un tema exclusivamente de la mujer y hemos decidido que, el machismo, micromachismos y lenguaje sexista, no son para tanto.
El primer paso que debemos dar para empezar un verdadero cambio es asumir y aceptar la situación en la que nos encontramos, no solo basta con decir que la mujer se encuentra en inferioridad en relación al hombre, escandalizarnos cada vez que vemos la cifra de asesinatos machistas y poner un puño morado en nuestro perfil de Facebook el 8 de Marzo. Todo eso está muy bien, si también decidimos cambiar situaciones de nuestro día a día.
Uno de los problemas importantes hoy en día es el tema que abarca el lenguaje, hemos decidido hablar tan sumamente bien que no nos damos cuenta del verdadero significado de algunas palabras y expresiones. Nos preocupamos tanto por no cometer errores ortográficos, léxicos y morfosintácticos teniendo en cuenta nuestra academia de la lengua que nos hemos olvidado de respetar y no ofender a la persona que tenemos al lado. Cambiar o, mejor dicho, evolucionar nuestra manera de hablar y nuestra lengua no solo dejaría de perjudicar a la mujer sino también al hombre, y eso es algo que tampoco recordamos. El término feminismo busca una igualdad entre ambos géneros, no la superioridad de uno solo, no busca hacer pasar a la sociedad por otra situación igual pero al revés.
Cuando empleamos palabras como “marica”, “llorica”, “nenaza”, “calientapollas”, “puta” y todos sus sinónimos, etc., o expresiones como “hay que ayudar a mamá en la cocina”, “vas provocando así vestida”, “eres una fresca/guarra”, “papá es que trabaja mucho y vuelve muy cansado”, etc., estamos asumiendo unos roles antiguos y culturales que, si no aceptamos, no cambiaremos jamás. No se trata de cambiar las normas lingüísticas, se trata de hablar de forma diferente, de emplear otras palabras que consigan mantener una igualdad entre ambos géneros para que “nenaza” no sea un insulto y “puta” sirva solo como sinónimo de prostituta, para que usemos un neutro verdaderamente neutro, para que nunca más tengamos que sentirnos inferiores cuando se refieran a todas las personas con un neutro en masculino.
Por ello el lenguaje es tan importante, por eso cargos públicos han empezado a utilizar el masculino y femenino cuando se refieres a todas las personas. Sin embargo, esto no quiere decir que la solución sea desdoblar todas las palabras del diccionario, pero si es un comienzo para evolucionar un lenguaje que tradicional y culturalmente ha infravalorado y desprestigiado a la mujer por el simple hecho de ser mujer.

Decidimos

El principal problema de nuestra sociedad es que hemos malentendido el término “feminismo”. Le hemos atribuido un significado de inferioridad respecto a importancia, consideramos que es un tema exclusivamente de la mujer y hemos decidido que, el machismo, micromachismos y lenguaje sexista, no son para tanto.

El primer paso que debemos dar para empezar un verdadero cambio es asumir y aceptar la situación en la que nos encontramos, no solo basta con decir que la mujer se encuentra en inferioridad en relación al hombre, escandalizarnos cada vez que vemos la cifra de asesinatos machistas y poner un puño morado en nuestro perfil de Facebook el 8 de Marzo. Todo eso está muy bien, si también decidimos cambiar situaciones de nuestro día a día.

Uno de los problemas importantes hoy en día es el tema que abarca el lenguaje, hemos decidido hablar tan sumamente bien que no nos damos cuenta del verdadero significado de algunas palabras y expresiones. Nos preocupamos tanto por no cometer errores ortográficos, léxicos y morfosintácticos teniendo en cuenta nuestra academia de la lengua que nos hemos olvidado de respetar y no ofender a la persona que tenemos al lado. Cambiar o, mejor dicho, evolucionar nuestra manera de hablar y nuestra lengua no solo dejaría de perjudicar a la mujer sino también al hombre, y eso es algo que tampoco recordamos. El término feminismo busca una igualdad entre ambos géneros, no la superioridad de uno solo, no busca hacer pasar a la sociedad por otra situación igual pero al revés.

Cuando empleamos palabras como “marica”, “llorica”, “nenaza”, “calientapollas”, “puta” y todos sus sinónimos, etc., o expresiones como “hay que ayudar a mamá en la cocina”, “vas provocando así vestida”, “eres una fresca/guarra”, “papá es que trabaja mucho y vuelve muy cansado”, etc., estamos asumiendo unos roles antiguos y culturales que, si no aceptamos, no cambiaremos jamás. No se trata de cambiar las normas lingüísticas, se trata de hablar de forma diferente, de emplear otras palabras que consigan mantener una igualdad entre ambos géneros para que “nenaza” no sea un insulto y “puta” sirva solo como sinónimo de prostituta, para que usemos un neutro verdaderamente neutro, para que nunca más tengamos que sentirnos inferiores cuando se refieran a todas las personas con un neutro en masculino.

Por ello el lenguaje es tan importante, por eso cargos públicos han empezado a utilizar el masculino y femenino cuando se refieres a todas las personas. Sin embargo, esto no quiere decir que la solución sea desdoblar todas las palabras del diccionario, pero si es un comienzo para evolucionar un lenguaje que tradicional y culturalmente ha infravalorado y desprestigiado a la mujer por el simple hecho de ser mujer.