Otra noche más.

5.30 de la madrugada, te despides de tus amigos, coges el tren.
Tan solo son dos o tres paradas hasta llegar a la tuya, escoges un asiento alejada de todo el mundo, nadie sospechoso delante, al lado, detrás. Te bajas del tren subiéndote la cremallera de la chaqueta y cruzando los brazos. Caminas, caminas hasta salir a la calle, es de noche, lógico. No hay gente, también lógico. Es el momento de sacar las llaves y colocártelas estratégicamente en el puño, bien cerrado, por si acaso. Caminas, caminas hasta aproximarte a tu calle, sin música, sin ruidos, alerta. Cada dos minutos giras la cabeza para asegurarte de que nadie te sigue, nadie delante, nadie detrás, nadie a los lados, caminas. Por tu cabeza pasan miles de situaciones y miles de noticas, las advertencias de tu madre y los miedos, miedos… El puño sigue bien cerrado empuñando las llaves como si fueran una arma letal, el bolso bien pegado al cuerpo, caminas deprisa, muy deprisa, casi corriendo. Miras a tu al rededor, estoy sola, no hay nadie, caminas, sujetas las llaves con fuerza, cruzas bien los brazos, la chaqueta bien cerrada. Abres la puerta. Entras rápido en el portal y te aseguras, dos veces, de que está bien cerrado.
Respiras. Otra noche más.

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