Juntas

¡Son dos niñas, dos niñas! Eso fue lo primero que escuché antes de abrir los ojos después de la cesárea. Son dos niñas, y están bien. Lo primero que dije fue, ¿están bien? Alguien me respondió que sí, y después me dijeron el peso:  dos kilos setecientos y dos kilos trescientos. Entonces fue cuando pensé que ese peso, el último, me impediría llevaros conmigo a casa a las dos, y una mezcla de alivio, porque estábais bien, y tristeza por no poder teneros aún, me invadió. Y a continuación comencé a sentir dolor, un dolor intenso en el vientre, un dolor vacío porque vosotras ya no estábais dentro de mí, y no había podido veros aún, todavía no os había visto.

Había sido un embarazo largo, lleno de temores porque naciérais sanas, a término, y  porque no me pasara nada. Aproximadamente sobre el quinto mes, una amiga me contó cómo la mujer de un amigo suyo que había tenido gemelos había muerto en el parto. La verdad, a veces creo que la gente no piensa, ¿cómo era posible que me dijera tal cosa después de que supiera que iba a tener gemelos? Hace falta tener poco tacto. Otro día mi madre me advirtió, “ten todo preparado, los gemelos se adelantan, tu tía tuvo a tus primas con siete meses, y pesaron sólo un kilo y pico, lo más seguro es que las tengas que dejar en el hospital, vete mentalizando”, ¡lloré tanto! Mi marido no lo entendió, yo lloraba porque tenía miedo, y él me miraba como si fuera una total desconocida o como si fuera estúpida. El sentimiento de soledad que me invadía sólo se aliviaba cuando notaba con fuerza vuestras patadas.

Todo el embarazo dando vueltas a la cabeza, comunicándome con vosotras, pidiéndoos que saliérais a vuestro tiempo, no antes ni después, y sobre todo, que naciérais sanas, y con buen peso, pero sobre todo, sanas.

Allí estaba ya, llegásteis sólo con una semana de adelanto, y alguien me decía que érais niñas y que estábais bien, sanitas y preciosas, pero yo no os había visto aún y a medida que pasaban las horas me sentía peor, necesitaba sentiros nuevamente, teneros conmigo, acariciaros, ¿qué cara tendríais?, ¿cómo sería tocaros? Durante todo el día tuve sueño, pero no pude dormir, tenía muchas ganas de saber, de sentiros, tanto tiempo juntas y ahora ¿dónde estábais? y ¿qué podríais estar pensando vosotras? lejos de mí, al menos ¿os habrían puesto juntas? El dolor no bajaba, pero ya casi ni me acordaba de él, era mucho más intensa mi ansia por veros, por conoceros.

Fue a mediodía cuando me llamaron para explicarme que una de vosotras se quedaría en observación porque tenía la cabecita deformada y bajo peso, era la que pesó dos kilos trescientos. No podría verte, no podría tocarte, no podría olerte y besarte hasta que yo pudiera subir a la planta cuarta, donde estabas con otros niños, incluida tu hermana. En primer lugar me sentí aterrorizada, pensar en tu cabeza deformada me llenaba de miedo, aunque el médico dijera que no pasaba nada, que sería postural, pero yo sentía que ya no había sido perfecto como yo lo imaginaba. Todo empezó a torcerse desde el momento en que me anunciaron que sería cesárea. Yo había querido un parto natural, sentiros nacer, veros llorar, pero nada de eso pudo ser.  Y ahora estabas allí, rodeada de gente extraña, y yo no podía verte.

Tu padre no me había comentado nada, decía que érais preciosas las dos, él sí pudo veros nada más nacer, él sí estuvo cerca y pudo observaros, tocaros, oleros, hablaros. En cambio yo sólo sentí que me habían robado, de mi interior, lo más preciado desde hacía varios meses. Habíamos pasado tanto tiempo juntas, os había sentido tantas veces y os había tocado y hablado, que cuando desperté sentí que os habían robado, que me habían arrebatado mi propio contenido.

La habitación no paraba de llenarse y vaciarse de gente a lo largo del día, y yo aún no había podido veros, ¡ni siquiera a una! Que había perdido temperatura, me dijeron, y tenía que quedarse en el nido con su hermana, las dos juntas en observación. Ni podía dormir, ni podía sonreír, ni podía dejar de pensar en el paso del tiempo, en el momento en que podría reunirme de nuevo con vosotras.

Cuando llegó la noche, a eso de las ocho y media, el teléfono volvió a sonar, esta vez para anunciarme que iban a bajar a la habitación a una de vosotras dos, la de mayor peso. Mi pecho se llenó de alegría y explotó dentro de mí un sentimiento de ansia mayor que el que había experimentado a lo largo de todo el día, iba a conocer a una de vosotras, una de mis niñas. Por fin iba a poder tocarte, y escucharte, hablarte, reírte, llorarte, sentirte y cuidarte. A la vez que sentía todo eso, sentía también una pena infinita por mi otra niña, la que no iba a poder tener ese día. No podía tener felicidad plena, era como si me fueran a traer sólo la mitad de mí, como si me trajeran un brazo, una pierna, una oreja, un ojo… siempre faltaba el otro brazo, la otra pierna, oreja, ojo. Estaba feliz, pero sólo medio feliz.

A eso de las nueve de la noche, llamaron a la puerta de la habitación, como no podía levantarme de la cama, no vi tu entrada, sólo vi un montón de gente alrededor de tu sonido, el sonido de tu llanto. Mi tía, mi marido, mi hermana, mi madre, mi padre, mi suegra, mi suegro, todos alrededor de tu cuna, dándome la espalda, mirándote a ti, y yo intentando levantarme para verte, porque ya te estaba oyendo. Fue tu abuela, mi madre, quien decidió mirarme y verme, fue ella la que se dio cuenta, echó a todo el mundo y te cogió para ponerte encima de mi pecho, ya no recuerdo dónde estaba todo el mundo, sólo recuerdo tu peso, tu olor, tu temblor, tu llanto que se calmó apenas notaste mi calor. Ya no sentí dolor, ni pena, ni miedo, tú me hablabas de tu hermana, me decías que todo había salido bien, que no me preocupara, que ella me estaba esperando, pero que no tenía miedo. A partir de ese momento en que tu abuela, mi madre, te juntó conmigo, ya pude relajarme. Una de mis niñas estaba conmigo, otra vez, juntas.

Día y medio después, pude subir a ver a tu hermana, mi otra niña, y ahí sí la felicidad fue completa. Te cogí en brazos y me sonreíste, reconociste mi voz, y  ya pude dormir de verdad tranquila, aunque aún tuve que esperar para que estuviéramos juntas las tres, sólo diez días. Diez días llenos de ganas, de tensión, de preocupación, pero tan solo diez días. Sólo diez días después, volvimos a estar juntas las tres.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *

Puedes usar las siguientes etiquetas y atributos HTML: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <strike> <strong>