Ellos

Él se para delante de la sección de lácteos del supermercado, observa detenidamente la cantidad de marcas diferentes buscando una que no haya probado, una nueva. Piensa en ello “una nueva” y se acuerda de ella, imagina su postura, su cara y su voz si estuviera a su lado, imagina que dice “pero bueno, ¿tú es que tienes que probarlo todo?”, a lo que él respondería con su media sonrisa ladeada “claro”. Imagina cuál sería entonces la reacción de ella, sonreiría, o mejor, se reiría con esa risa fresca de aroma a fragancia infantil. Así sería, y volverían a mirar los dos la sección de lácteos del supermercado, él buscando y ella observándole. Pero hoy no está ella, hoy sólo está él buscando y no puede evitar recordarla. No le gusta sentirse prisionero de un recuerdo, prefiere vivir el momento, recordar y añorar son palabras que bucean por su interior y le cambian la mirada y eso no es lo que él necesita en este momento. Decide coger un postre de marca desconocida, al mirarlo se centra en los ingredientes y consigue olvidarla momentáneamente.

Ella conduce hacia casa de sus padres, no tiene ganas de ir pero hace tiempo que no les ve y la responsabilidad manda. Intenta escuchar música y cantar, una fórmula que siempre la ha ayudado cuando el vacío recorre su estómago. Suena una canción y le recuerda a él. Piensa que casi todo le recuerda a él, y no puede evitar sonreír al pensar qué ruidito haría con la canción, una especie de “tshu, tshu, tshu” al ritmo del compás dejando escapar el aire para que suene como un susurro, mientras la mira por dentro. Canta y le ve, visualiza su rostro que tiene grabado en su memoria como si fuera ella misma, y amplía la sonrisa hasta convertirse en una media luna. Parada en el semáforo mira a su lado y ve que un conductor la mira con cara de desaprobación y ella ríe y después sella sus labios en gesto de “vaya, pensará que estoy loca”.

Ya en casa, él decide probar su nuevo postre, acto que requiere una preparación previa. No hay que ir directamente al acto compulsivo de probar, primero ha de preparar algo de comer con un poco de vino. Paladea el vino mientras machaca especias para aderezar el foie de pato, por supuesto fresco y a la plancha, incorpora la mezcla junto con una gota de aceite y vuelve a recordarla. La primera vez que preparó este plato para ella, ja, qué cara puso “¿higado de pato? ¿casi crudo?”, él sin casi responder se lo dio a probar y comprobó que a pesar de su sorpresa le gustó. Siempre había pensado que una persona que es capaz de probar cosas nuevas y saborearlas es que era una persona digna de confianza, así que pensó que ella era de fiar. Aún sin conocerla apenas, ese detalle quedó en su memoria como un dato importante, y según lo recuerda visualiza la cara que pone cuando prueba algo que ha cocinado él, cómo cierra los ojos y dice “uhhmmm, buenísimo… ¿sabes que podrías dedicarte a la cocina?”. Bebe otro sorbo de vino y cierra los ojos, ¿por qué vuelve a pensar en ella? Mira el emplatado y comienza a comer, mirando su copa y pensando que después se comerá el postre, quizás luego pueda contarle a ella qué tal está e incluso aconsejarla para que lo compre.

Por la carretera va pensando en lo que le espera en casa de sus padres, multitud de preguntas incómodas, ¿por qué no has venido antes?, ¿tanto trabajo tienes?, ¿ya no te acuerdas de tus padres?… va preparando las respuestas para todas las preguntas, “no he podido, tengo trabajo, me acuerdo mucho mamá pero no me da la vida…”, y mientras piensa en el día anterior, junto a él, mirando juntos la tele semidesnudos, tomando vino de la misma copa y un postre a medias, oliéndose como dos animales, abrazados… Nota un cosquilleo caliente que le recorre desde los pies hasta la cabeza, erizando su cabello, el vello de sus brazos, volviendo a bajar hasta sus muslos, “para, estás conduciendo” se dice. Se avergüenza de tener que mentir a sus padres, es cierto que tiene trabajo, pero no siempre es el trabajo la causa de su ausencia. Quiere a sus padres, pero sabe que no entenderían la relación con él.

Su relación, prefieren mantenerla en secreto, o al menos sin determinar a qué categoría pertenece. Saben que les gusta estar juntos, que les gusta hablar, comer, tener sexo y hasta leer juntos. Su relación es lo que ella guarda como un tesoro que la mantiene a salvo del mundo exterior, es la llave de su propio universo que antes nunca había sido capaz de ver ni de mostrar a nadie. Cuando él apareció en su vida, despertó por fin del letargo al que ella misma se había sometido, demasiado aburrimiento como para no identificar lo que tanto tiempo había buscado. Ella estaba esperando dormida y despertó. Él, sin embargo, tropezó con su relación sin haberse preparado para ella, encontró un lugar inesperado y un hueco para su cabeza, esa cabeza que siempre llevó el peso suyo y de los demás. Es por eso que él sigue sorprendido, aún después del tiempo juntos, aún no sabe que han construido una relación diferente a todo, que les ayuda también cuando quieren estar solos.

Abre cuidadosamente el postre y lo huele, siempre hace eso, primero el olfato. Al saborearlo comprueba que es un postre más, está bueno pero no cree que sea lo suficientemente bueno como para comprarlo muchas más veces. Inmediatamente se acuerda del postre favorito de ella, y sonríe. Él lo compra para comérselo juntos, sentados en la cama entre besos. Un día ella le dijo que ya no podía tomarlo sola, y eso le hizo mucha gracia. Quizás si tomáramos igual este postre, sería mucho más deseable, piensa, y sigue paladeando cada cucharada imaginando que lo toma con ella y de ella.

A punto está de llegar a casa de sus padres, intenta borrar de su mente todos los recuerdos recientes de sus tardes con él para poder mostrar la cara adecuada y que no hagan más preguntas de la cuenta. Sin embargo, después de los saludos y los besos de recibimiento, justo cuando se sientan a la mesa a comer, su cabeza vuela de nuevo y busca el sabor de sus guisos, la mirada perdida sobre la cazuela, los olores del vivir y del disfrutar. Su madre pregunta, ¿te gusta?, ella dice un sí rápido sin pensar, como si sintiera que sus pensamientos son públicos y quisiera ocultarlos. Su madre insiste, me ha faltado un poco de sal, pero es que como tu padre y yo tenemos la tensión alta… ella dice, está bueno mamá, no te preocupes, y baja la mirada buscando un trozo de comida para meterse en la boca y callar para volver a pensar.

Él está saciado, la comida estuvo bien y aunque la recordó varias veces, ya no le asusta que ella asalte sus pensamientos así sin previo aviso, le sorprende y piensa en que quizás deberían tener más distancia entre ellos para evitar caer en la rutina. Sí, el día ha estado bien sin ella, piensa, aunque vuelve a pensar que le apetece mucho volver a verla y tocarla.

Ella ha terminado de comer y charla con sus padres sobre sus vidas, las vidas de sus hermanos, los nietos, la casa… Está entretenida y se siente en casa, los abrazos de su madre la reconfortan pero también le hacen sentir culpa y un poco de vergüenza por no ser más fuerte y poner distancia en la relación con él. Piensa que quizás ella espere demasiado, aunque él ya está tan dentro que es difícil alejarle. Su madre le diría, ten cuidado, pero ella huye de esa frase rápidamente porque la tiene asociada a otros tiempos, unos peores donde la frase ten cuidado implicaba letargo y oscuridad. Ella sabe que arriesga, pero necesita su luz, sus ganas de vivir y su entrega, aunque a veces esa entrega no vaya dirigida a ella y haya de compartirlo.

Cierran los ojos y se ven, pero no de la misma forma. Él la ve sonriendo, cerrando los ojos y gimiendo ante cada uno de los placeres que pone a su disposición. Pero también la ve caerse y levantarse, muchas veces, se pregunta ¿hasta cuando aguantará? Ella le ve callado, mirando con los ojos de desnudar, oliendo cada ingrediente para después metérselo a la boca para saborearlo con su boca serena. Pero también se ve caer y levantarse a sus pies, le ve mirarla, casi con divertimento, cada caída, y cree adivinar que él se pregunta ¿por qué se cae? Él cree que la vida es fácil, ella cree que junto a él lo es. Quizás ella debería plantearse alejarse, probar a ser sin él, pero cada recuerdo pesa y vuelve para acompañarla aún en las noches en que está sola.

Cierran los ojos y se abrazan. Ella acaricia sus brazos y su espalda, y él se deja hacer. Es el momento en que él es más auténtico, más niño y más anciano a la vez. El momento en que ella le arrulla en su regazo y le dice que merece la pena caerse y levantarse, que él merece la pena. Y ella espera que llegue el día en que él le de su mano para levantarse y no caer más.

Buenas noches, dice ella. Buenas noches, dice él. Fundido en negro hasta el día siguiente que quizás vayan juntos a la sección de lácteos en el supermercado.

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