Destinos

María cerró la maleta con las últimas prendas para su viaje a Estambul. La emoción circulaba caliente por su estómago y subía hasta su garganta impidiéndole hablar, haciendo su respiración jadeante y ruidosa. En su cara había una gran sonrisa, y su pensamiento volaba hacia su próximo destino. Había llevado una vida muy conservadora, pero desde hacía tres años había decidido que necesitaba volar, correr, inundar su mirada con colores, sabores, olores de diferentes lugares. Y dijo que sí, que iría a ese viaje que Andrés, su mejor amigo le había propuesto. No era barato, se dijo, pero era una oportunidad que no podía rechazar. Siempre había querido visitar esa ciudad, desde que estudiara arte en el colegio y la hermana Josefa les hablara de Santa Sofía con esa pasión inconfundible de su admirada profesora. Ella siempre llegaba a clase con diapositivas de obras de arte, apagaba la luz y comenzaba el espectáculo, cuarenta alumnas boquiabiertas con las imágenes y las palabras de la hermana Josefa, rotundas y cálidas, como si fueran parte de un cuento o una canción, penetraban en las cabezas adolescentes sin esfuerzo.

María nunca olvidaría las clases en que hablaba de Santa Sofía, esos medallones con letras turcas a cada lado de un supuesto altar con la Virgen y el niño, los mosaicos completamente indispensables de ver, Constantinopla y su riqueza, el paso del Imperio otomano, su reconversión en Mezquita, todo ello se mezclaba en la cabeza de María en formato imágenes de diapositivas que fue viendo de niña. Ahora estaba cerrando la maleta para verlo de verdad.

Andrés la recogió a las once y emprendieron ambos el viaje hasta el aeropuerto donde esperaba el resto del grupo. Casi no hablaron en el trayecto en taxi, y Andrés sabía por qué, conocía lo suficiente a su amiga para saber que el paso que estaba dando era realmente importante para ella, un viaje de cinco días a la ciudad que siempre la había estado esperando.

Llegaron a Estambul a media tarde, la jornada había ido transcurriendo y María se había ido relajando cada vez más. Entre risas y bromas consiguió calmar su ansiedad y comenzar a disfrutar de cada pequeño detalle. Dejaron las maletas en el hotel y pasearon por la ciudad, saboreando cada partícula de luz crepuscular con la caída del sol colándose entre los minaretes de la multitud de mezquitas que adornaban cada paso que iban dando. Sus ojos comenzaron a llenarse de esa luz, del sonido del almuédano llamando a la oración, un canto que vibraba en cada rincón de su cabeza y viajaba hasta el interior de su médula espinal recorriendo después cada órgano, cada músculo, cada terminación nerviosa. Un canto, sí, grueso, eterno y mudo que resonaba varias veces al día. María cerraba los ojos para poder escucharlo dentro de sí.

Se levantó ansiosa al día siguiente, era el día que irían al templo que para ella era el crisol de civilizaciones y de historia más auténtico del mundo, casi podía notar el temblor recorriéndole todo el cuerpo. Su amigo la miraba con auténtica devoción, siempre había admirado la capacidad de ella para sentir y vibrar con la emoción, era algo que le generaba mucha curiosidad y cuanto más la observaba más cuenta se daba de que hasta su rostro se desdibujaba para convertirse en una persona más vieja y nueva a la vez. Agarró su mano con fuerza y entraron.

María estaba en el centro mismo del templo, mirando hacia arriba a la cúpula flotante y luminosa, de sus ojos brotaban lágrimas de emoción que transmitían a Andrés un enorme deseo de abrazarla. Sin poder dejar de mirar al cielo que era el techo de aquel templo, María sintió una presencia más que la miraba desde algún lugar indefinido, una presencia que se parecía mucho a ella, la presencia que siempre le había acompañado en su vida. María pensó en su hermana, la que nunca llegó a conocer, y apretó la mano de Andrés más fuertemente.

——–

Ya han pasado dos años desde aquel viaje, pero María sigue vibrando cuando evoca el momento de la luz. Así lo bautizaron Andrés y ella, el momento de la luz, esa luz que entraba por las múltiples ventanas de la cúpula de Santa Sofía y que simulaba que ésta flotara. Ella piensa y recuerda no solo el impacto de esa belleza brutal, si no la sensación de presencia que le sigue acompañando a todas partes donde va. No lo ha hablado con nadie porque piensa que si lo hace la mirarán mal, quizás piensen que no está bien de la cabeza, por eso se lo guarda para sí y piensa que ella una vez, hace mucho, estuvo acompañada. Cuando no podemos hablar, ni recordar, tan solo sentir. Cuando estamos formándonos en el útero materno, ahí estuvo María con otro ser. Lo sabe por su madre, pero también lo sabe por la presencia que le acompaña siempre. Ella siente, ella piensa, pero no cuenta.

Hace poco que han comenzado a circular las historias sobre bebés robados en las décadas de los 50 hasta los 80 y María que al principio no quiso hacer caso, ahora sigue las noticias al detalle, algo se remueve en su interior y ella busca desesperadamente un detalle, un dato que le haga agarrarse a él y descansar, enterrar a su hermana tal y como le dijeron a su madre que habían hecho. Pero cuánto más lee, cuánto más escucha, más fuerte es la presencia de su hermana que le susurra en el oído: sigo a tu lado, estoy aquí. María no se lo dice a nadie, y tampoco dedica más de tres minutos a cada pensamiento al respecto. Es miedo, se dice a sí misma, es el miedo a saber y a pensar que quizás no esté muy lejos de ella o, peor, esté muy lejos. Es un pensamiento difuso, sin forma ni contenido, tan solo una presencia que se hace fuerte cuando ella vibra, cuando se emociona. ¿Por qué? se dice a sí misma, por qué aparece entonces.

Andrés es su amigo más íntimo, la persona que siempre está a su lado aunque no estén juntos. María sabe que si necesita apoyar su cabeza en un hombro, ese hombro es de Andrés. Él la mira siempre en silencio, no pregunta, sólo mira. Es el amigo que oculta sus sentimientos con las palabras pero que los muestra con sus ojos, con sus manos, con su boca. Andrés sabe que María piensa en algo que él no sabe, pero no quiere preguntar, prefiere dejar que sea ella quien confíe y se lo cuente. Recuerda en Santa Sofía, el momento de la luz, ese momento mágico, Andrés sintió la mano de María fuerte y cálida como si se tratara de metal fundido que traspasa hacia otra dimensión. Le resultó curioso, y si no fuese porque la conoce lo suficiente, hubiese pensado que estaba queriendo decirle algo. Algo que Andrés espera ansioso, ese algo parecido a una declaración de amor, a un cruce de frontera, de la amistad al amor, algo que espera desde que la conoció. Pero Andrés sabe que María está lejos de eso, y la prefiere así, amiga, confidente, silenciosa y ruidosa a la vez, sabe que quizás sea de la única manera que podrá ser. Y no le importa, pero aquella vez… sabe que vibraría con el templo, pero esas lágrimas y su mano traspasándolo eran como el mensaje que oculta una botella en medio del mar, quieres leerlo pero no puedes hasta que ésta se acerque a la orilla. Y desde hace dos años, cuando Andrés mira a María, se sumerge en su mirada esperando que el mensaje llegue hasta el borde de sus ojos. Pero sigue esperando.
María se plantea si confiar en Andrés su gran secreto. Tiene miedo de que en el momento que le ponga voz, su pensamiento se convierta en real y deje de ser tan solo una preocupación.  Andrés, ¿hace cuanto que le conozco? se pregunta, y la respuesta le acaricia la mejilla haciéndola sonreír: 14 años. Quizás sea el único que se merece saber de su secreto.

———

Se han acercado juntos al Registro, comienza la búsqueda, una búsqueda que quizás sea infructuosa, pero que Andrés le aconsejó realizar. Ya no lee la prensa, ahora sólo busca su propia historia, la que comenzó el mismo día de su nacimiento, hace treinta años, y que no sabe cuándo acabará. Es la búsqueda de su hermana pero también de sí misma porque en definitiva ¿qué sabemos de nosotros mismos? Responde a impulsos y sensaciones más que a hechos, quizás en su búsqueda se tropiece con la dececpción, quizás no encuentre ningún ser que compartió con ella mismo espacio, líquido, sonido y calor. Pero quizás sí encuentre ese momento único de ser, de estar, vivir y sentir. Quizás, al fin y al cabo, ella es al mismo tiempo María y su hermana, quizás lleven juntas más tiempo del que cree. La búsqueda ha comenzado y ya no hay vuelta atrás.

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