¿Cómo influyen las emociones en el aprendizaje?

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En los últimos eventos en los que he estado ha habido una constante casi universal, la importancia de las emociones, el afecto, a la hora de enseñar y aprender. De lo que yo deduzco otras variables como la confianza, la empatía, el buen humor… ¡Comprobado! La mayor parte de los seres humanos aprenden más y mejor en contextos en los que se sienten bien, ríen, confían y tienen emociones positivas. Lo estoy descubriendo este año después de ir conociendo diversas experiencias directas con los mismos niños en unos ambientes o en otros.

Muchos dirán que en la secundaria no se puede tener tan “buen rollito” porque los adolescentes se te suben a la parra. Y es que para unos cuantos, esta generación de adolescentes es una generación pasota, que no quiere aprender, que falta al respeto, que miente, que no saben nada… Pero nada más lejos de la realidad, los adolescentes de hoy (como los de todas las épocas) quieren aprender, eso es seguro. Lo que quizás no quieran o no sepan aprender es el lenguaje codificado que utilizamos muchas veces en el aula, el lenguaje verbal y, por supuesto, no verbal y emocional. Lo que es un hecho es que los adolescentes no toleran las injusticias, lo que ellos creen que son injusticias, comienzan a tener autonomía en sus pensamientos y eso los adultos no lo llevamos siempre bien. Esta generación además, es una generación mucho más desinhibida que las anteriores, más capaz de expresarse y de mostrar sus opiniones, cosa que en las aulas no es siempre bien tolerada. Vivimos las opiniones muchas veces como faltas de respeto. Quizás ha llegado el momento de enseñar a expresar emociones de una manera inteligente y eficaz… ¿sabemos?

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El primer problema al que nos enfrentamos es nosotros mismos, ¿cómo resolver nuestros propios déficits en cuanto a inteligencia emocional se refiere si nunca nos han enseñado qué es eso, si además nuestro entorno dedicaba gran cantidad de tiempo a entrenarnos en la disciplina y el orden? Hemos aprendido en un entorno diferente, donde los contenidos lo eran todo para poder llegar a ser algo más que tus padres. Pero ahora parece que a nuestros chicos no les importan los contenidos, parece que les importan más otros temas. Las relaciones con sus iguales, las relaciones con sus profesores y con sus padres, marcan definitivamente cómo aprenden o cómo se vuelcan o no en los estudios. Pero nosotros no nos damos cuenta porque nos da miedo. Pensamos que si les dejamos rienda suelta a sus intereses y sus formas de aprender estamos siendo blandos o quizás no estamos encaminando sus pasos. Tenemos miedo a perder el control, o la autoridad, y luchamos contra nosotros mismos para que eso no pase. Y es que tenemos dudas, no tenemos claro qué es eso de la autoridad, lo confundimos muchas veces. También nos da miedo la risa, porque creemos que es un síntoma de que no se toman en serio nada (ellos, no nosotros), y preferimos verles en el aula sentados, serios, y callados porque pensamos que así están concentrados en la clase y aprenden más.

Divertido ¿verdad?

Sin embargo la risa es la expresión del bienestar en el ser humano. Todos queremos reír, porque nos gusta sentirnos bien. Lo que pasa es que por alguna razón nos han convencido de que tanto en el trabajo como en la escuela, para rendir bien hay que estar serio y callado.

Tremendo error, cada vez hay mas empresas que crean espacios divergentes donde dar rienda suelta a la creatividad de sus empleados, son esas empresas sí, que dan gran valor al trabajo en equipo, a la comunicación y a la “disrupción”, entendiéndose ésta como algo positivo desde donde salen muy buenas ideas.

¿Y el aula entonces cómo debería ser? Aparte de cambiar radicalmente nuestros espacios físicos para aprender, sobre todo tenemos que cambiar nuestras cabezas, hacia una escuela mas emocional.

Si tuviera que soñar en cómo debería ser mi aula ideal la soñaría del siguiente modo:

Sería un grupo de personas implicadas en el proceso de enseñar y aprender, de diferentes edades e intereses, donde sobre todo se exploraran los talentos de cada uno y siempre hubiera risas. Que cada logro fuera resaltado, por muy pequeño que fuera, y que cada fracaso se convirtiera en una oportunidad para lograrlo. Los maestros se equivocarían también y mostrarían sus emociones de manera eficaz para poder enseñar a sus alumnos a mostrar las suyas. Y todos, sobre todo, estaríamos contentos de enseñar y aprender.

¿Utopías? ¿Conoces alguna escuela así? Cuéntamelo…

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