¡Viva la mujer que lucha!
Ya no tuvo que levantar su puño morado al grito de: “¡Viva la mujer que lucha!” nunca más. Porque ya no caminaba con miedo por la calle, no se sentía encerrada a su lado, podía comprarle muñecas a su niño y camiones a su niña, podía elegir si tener hijos.
Nunca más tuvo que luchar por la igualdad, porque nunca se rindió.