De vuelta a casa

“Por fin he cerrado la puerta de mi nueva casa. Ya estoy a salvo, ya puedo dormir tranquila y aspirar el olor de mi seguridad. Mi nene está conmigo, dentro de casa. Cierro con llave y a descansar. He pasado demasiado tiempo sin dormir, tengo unas ojeras horribles, pero sé que pasará, sé que volveré a encontrar la mujer que habita en mí, esa que sabe sonreír y vivir.”

Así pensaba Beatriz después de cerrar la puerta de su casa tras la mudanza que le había llevado dos días. Se había separado de su marido hacía tres meses, pero como su casa no estaba acabada, tuvo que convivir con él y su hijo de tres años esos tres meses. Los tres meses más tensos y desastrosos de toda su vida. Sólo tenía 30 años, y se sentía cansada como si tuviera el doble, vivir bajo el mismo techo que Manuel, su ya ex-marido pero siempre padre de su hijo, había sido un tremendo error.

Para evitar verle se encerraba en su estudio, su pequeño escondite, donde trabajaba y que era el único espacio donde respiraba un poco de tranquilidad. Ni ella misma se entendía, la separación no había sido traumática, y sin embargo sentía que no podía soportar estar en el mismo espacio que él, era como si viviera con un extraño lleno de ojos que la miraban sólo a ella.

Cuando se llevaban bien, ella nunca cerraba las puertas, ni siquiera la del baño. No le importaba pasearse desnuda por la casa, ni que su marido la viera, pero cuando comenzaron los problemas y decidieron separarse, aun a pesar de compartir piso, ella sentía un pudor que nunca había experimentado y comenzó a cerrar puertas.

Beatriz y Manuel se conocieron casi de niños, veraneaban en el mismo pueblo y salían con el mismo grupo de amigos. Pero nunca habían sentido atracción hasta más tarde. Además de veranear en el mismo pueblo, compartían barrio en la ciudad y se encontraban muchas veces. Comenzaron a quedar y a conocerse. Manuel siempre trataba de mimarla, la iba a buscar a casa y después volvía a dejarla en la puerta. La esperaba a que saliera del trabajo, o incluso después de quedar con las amigas. Manuel, siempre fiel, como un perro más que como un novio. Manuel con los ojos lánguidos y la cabeza baja, la esperaba, la llevaba, la traía. Beatriz, sin embargo, siempre tuvo dudas de sus sentimientos hacia Manuel y eso fue algo que se reprochó a sí misma mucho tiempo después.

- No estoy segura de quererte, Manuel, es decir… sí te quiero, pero no sé si como novio o como amigo… es que es un lío… perdóname…
- No te preocupes, aquí estoy, yo sí te quiero, de eso estoy seguro.

Beatriz siempre recordó aquello como una muestra de amor infinito, hasta que comenzó a vivirlo como si estuviera en una especie de cárcel. Cada vez que expresaba dudas, él siempre respondía igual, “aquí estoy, yo te espero, yo te quiero”. Y siempre estaba ahí, con esa expresión de indefensión y dependencia hacia ella. La alegre y fuerte mujer que habitaba dentro de Beatriz un día, simplemente, se fue, y dio paso a Beatriz, la esposa del siempre fiel Manuel. Beatriz fue, poco a poco, convirtiéndose en una extensión de su marido. Como un brazo o una pierna, Beatriz respondía a los deseos de Manuel.

- No me gusta ese pantalón, es un poco hortera…
- ¿Me queda mal?
- No, no sé, es que a mí me gusta más otro tipo de pantalón, ya lo sabes. ¡Ah! y no me gusta que te maquilles, no lo necesitas, eres preciosa así.

Beatriz dejó de maquillarse, y no es que esto lo hubiese hecho mucho anteriormente, en general sólo lo hacía en ocasiones especiales y cuando se veía muy mala cara. Pero a Manuel no le gustaba, así que, dejó de hacerlo. También cambió su vestuario, lentamente, muy poco a poco, casi sin darse cuenta comenzó a comprarse faldas rectas y cortas en lugar de las adoradas faldas largas “hippies”, como decía Manuel. Comenzó a comprarse zapatos de tacón, en lugar de aquellos zapatos anchos, planos y cómodos que siempre le gustaba llevar.

Pero se miraba al espejo y se veía guapa, y se veía mayor y sobre todo esposa de Manuel.

- Me gustaría que tuvieras otro horario de trabajo, me aburro tanto por las tardes, dijo Manuel otro día.
- Lo sé mi amor, pero es que el negocio es así, ya sabes que el mayor volumen se tiene por la tarde.
- Ya, ya, si yo no digo que no, pero imagínate qué va a ser cuando decidamos tener hijos, porque querrás tener hijos conmigo ¿verdad?, y Manuel la besó.
- Uhhmm, claro que sí, un nene…

Beatriz decidió dejar el trabajo, ella podía trabajar desde casa y pensó que eso era lo mejor para Manuel, su futuro hijo y para ella. La mujer fuerte y alegre que habitaba dentro de ella, aún de vez en cuando le advertía, ella estaba presente como una voz profunda que advierte y muestra el camino, por eso Beatriz dejó el trabajo pero no del todo.

Un día mientras Beatriz caminaba por la calle, vio a dos chavales jugar al fútbol. A uno se le escapó el balón justo hacia ella, lo esquivó en el momento en que escuchaba al otro decir “casi das a la señora”. ¡Señora!, había dicho Señora, a sus 29 años la habían visto como una Señora. No una chica, no una joven, no, ¡una Señora! Llegó corriendo a casa y se miró al espejo. Lo que vio fue tan desagradable que decidió hablar con Manuel. Sintió como si de repente hubiese envejecido cien años, notó el peso de los huesos, de cada centímetro de carne, vio su pelo sin brillo, y unos ojos, los suyos, mirarla desde el fondo y reír a carcajadas señalando cada arruga de su piel.

- Manuel, necesito que me escuches porque estoy muy mal. Llevo tiempo un poco deprimida, me siento vieja y fea.
- No digas tonterías, estás guapísima.
- Ya, bueno, no sé. Lo que quiero decir es que últimamente me ha dado por pensar en el tipo de vida que yo quería hace tiempo, y el tipo de vida que tengo ahora, y no se corresponden. Y eso me agobia.

Manuel la miraba con la cara relajada, sin abrir la boca, simplemente la miraba y esperaba como si su mujer tuviera una rabieta de niña pequeña y esperase a que se le pasara sin intervenir.

- No sé, mírate ahora mismo, míranos. Aquí metidos siempre en casa, sin salir a ninguna parte, sin ir al cine apenas, ni al teatro… a mí siempre me encantó el teatro. Me gustaría que me ayudaras a recuperar esa parte de mi vida, que la recorrieras conmigo…
- Te olvidas de nuestro hijo, él necesita cuidados, no podemos salir ahora, Beatriz, como lo hacíamos antes…
- Pero si ya tiene dos años, podemos dejarle con los abuelos, o contratar un canguro. Necesito cambiar, me siento muy vieja, Manuel, me siento fracasada…
- Está bien, aquí estoy, saldremos algún día, pero tranquila, tú no estás vieja ni fracasada, me tienes a mí…

Pero no pasó nada nuevo, cuando salían siempre iban a los sitios que le gustaban a Manuel, a ver las películas que escogía Manuel, y siempre volvían pronto a casa, por el niño decían, por los abuelos que se querrán ir a casa, por la canguro que estará cansada. Beatriz comenzó a sentirse cansada, notaba el peso de sus pies al posarse en el suelo, cada paso dado en esos tiempos le indicaba de manera irrevocable el camino hacia la salida, hacia un mundo sin Manuel, hacia la juventud eterna.

Aquella fiesta de cumpleaños de Beatriz fue un éxito. Cumplía 30 años y decidió hacer una fiesta en casa, invitar a sus amigos, que hacía tiempo que no veía.

Manuel y ella llevaban varios meses sin comprenderse, a raíz de la “crisis” de Beatriz, Manuel había decidido volcarse en el trabajo y en la tele, cuando estaba en casa. Tenía la sensación de que había sido traicionado, pero no era capaz de decirlo, seguía esperando como si sólo se tratara de un mal momento y de un momento a otro fuera a volver su mujer, aquella que le pertenecía y que reaccionaba a sus ojos lánguidos y cabeza baja. Apenas hablaban, ni siquiera para discutir. Beatriz, sin embargo, notaba que algo crecía en su interior. Se compró ropa distinta, más de su estilo, y cuando se la enseñaba a Manuel siempre obtenía la misma respuesta, “no me gusta”. Pero ella se acostumbró a esto, ya no le importaba, porque se miraba al espejo y veía, en el fondo de sus ojos, el brillo de la mujer fuerte y alegre que un día se fue, aunque no del todo. Había vuelto y ya nada ni nadie podía pararla. Manuel pasó la fiesta de cumpleaños metido en una habitación, esperando que su mujer entrara en razón. Pero lejos de esto, Beatriz respondía a sus amigos que su marido no quería hacer una fiesta y estaba enfadado. Lo contaba con una sonrisa, divertida por la inmadurez que ella estaba descubriendo cada vez más en él, como si de repente Manuel no hubiese existido nunca en su vida, como si fuera un extraño con el que tenía que compartir espacio.

A partir de ahí, todo sucedió muy rápido. La separación fue pacífica. Manuel cada vez estaba más pequeño a su lado, casi hasta el final estuvo suplicando con la mirada, la postura y los gestos, que no lo hiciera, que no le dejara. Beatriz, sin embargo, cada vez estaba más convencida de que el error fue casarse con él, cuando hacía mucho tiempo que había sentido que su amor, el de ella, no era lo suficientemente fuerte como para entregarse como lo había hecho. Se sentía herida, pese a que esas heridas se las había causado ella misma.

Pero ese día, cuando cerró la puerta de su nueva casa, sintió que en realidad no era tan nueva, un olor familiar la invadía por entero, era el olor de lo auténtico, de la propiedad y del anhelo salvaje de ser. Sintió que había vuelto a casa, por fin, después de un largo viaje en el que había ido regalando su piel, su cabello, su sonrisa y su voz, a algún desconocido que siempre había ido pegado a ella, apartándola de alguna manera de sí misma.  Volvía a casa con los restos de ese viaje, dispuesta a poner orden entre toda esa maraña de cajas.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *

Puedes usar las siguientes etiquetas y atributos HTML: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <strike> <strong>