La guarida del lobo

La mujer se despertó desnuda cerca de la guarida del lobo. Cuando abrió los ojos no recordaba nada de su vida anterior. Tenía frío y quiso buscar algo con que taparse, pero no encontró nada útil. Quizás si amontonaba varias de las hojas secas que la rodeaban podría cobijarse, pero no podría moverse. Miró alrededor para identificar el terreno, había árboles de hojas con formas lobuladas que conferían un aspecto sinuoso al entorno y que chocaba con las áridas rocas que se hallaban a sus pies. Recorrió con la vista el suelo, las hojas caídas, la hierba seca y puntiaguda que la hería con cada movimiento hasta que descubrió una entrada en la roca más grande. Podría ser una guarida de algún animal, o quizás simplemente fuera una cueva deshabitada. De todos modos, le pareció un buen lugar para resguardarse y se dirigió hacia allí, no sin cierto temor.

Acercó la cabeza a la entrada, percibió tan solo oscuridad y un penetrante olor a fuerza pero se sintió segura. Entró un poco más y notó calor, se dejó caer y se quedó dormida al instante.

- ¿Quién eres y por qué estás en mi casa?, dijo una voz ronca sin rostro.

La mujer despertó sobresaltada al escuchar esa voz, pero no supo qué contestar.

- ¿Quién eres y por qué estás en mi casa?, volvió a preguntar la voz.
- Tenía frío, y la hierba me hacía daño – respondió la mujer.
- ¿Quién eres?
- Soy una mujer, no sé de dónde vengo, he despertado en este paraje, pero no recuerdo apenas nada.

La voz se acercó un poco más a ella hasta que pudo distinguir unos dientes afilados y unos ojos astutos. La mujer sintió el impulso de taparse, pero no tuvo nada con qué hacerlo, así que permaneció sentada acurrucada consigo misma esperando que esos dientes se clavaran sobre su piel. Sin embargo, no pasó nada de eso, la criatura se acercó un poco más y la olfateó.

- Hueles muy bien, mujer.
- ¿Vas a comerme?, le dijo la mujer.

La voz no respondió, simplemente se echó sobre ella y le dio calor. La mujer primero sintió pánico, intentó huir, pero se dio cuenta de que el peso del animal era superior al suyo, y que poco a poco empezaba a sentirse segura. El calor se extendió por su cuerpo hasta que se volvió a dormir.

No supo cuánto tiempo estuvo así pero debió de ser bastante porque cuando despertó era de noche en el exterior. Ya no notaba el peso del animal pero sentía calor. Se miró y descubrió que estaba vestida con la piel cálida y fuerte del lobo. Tuvo miedo, ¿dónde estaba él?, ¿por qué tenía su piel?, ¿quién había sido capaz de quitarle la piel al lobo para dársela a ella? Comenzó a inquietarse, no veía nada ni nadie. Palpó con sus manos el suelo y consiguió ponerse en pie. La cabeza rozaba con el techo de la cueva por lo que tuvo que inclinarse ligeramente para andar hacia la salida. Guiándose por la pared consiguió salir al aire libre. Una luna llena iluminaba el lugar y remarcaba las formas y las sombras de los árboles, la hierba y las rocas. Encima de una de ellas distinguió el perfil de un lobo echado sobre el costado mirando hacia el cielo. La mujer pensó que debía ser él y se acercó.

Al acercarse observó que el lobo no tenía el pelaje que le había caracterizado y en su lugar había aparecido una fina capa de piel blanquecina que emitía destellos a la luz de la luna llena. El lobo tiritaba.

Ella sintió una gran pena al contemplar esto, el lobo la había protegido,  dado calor y fuerza, y ahora estaba allí mirando hacia el cielo y temblando de frío. Intentó quitarse la piel, pero estaba pegada a ella, así que se arrancó una tira y la colocó sobre el lomo del animal, y después otra, y otra, hasta que quedó hecha jirones sobre su cuerpo. El lobo la miró con sus ojos astutos y le dijo:

- Gracias por intentar darme calor, pero es mejor que te eches sobre mí igual que hice yo contigo. La piel me crecerá y ambos podremos tener calor, fuerza y protección.
- ¿Cómo voy a hacer que te crezca la piel echándome sobre ti? Así solo conseguiré darte calor, pero mírate, ya no tienes pelo, por alguna razón que no conozco lo tengo yo pegado a mi cuerpo.
- Cuando estabas desnuda, yo te cubrí, tenías frío y te di calor, tenías miedo y yo te protegí. Así me quedé sin mi pelo, tú lo necesitabas más que yo. Ahora soy yo quien necesita que me cubras, me des calor y un poco de protección. Pero no lo obtendré con jirones de tu piel, sólo lo tendré si tú te entregas de la misma forma a como lo hice yo.

La mujer pensó en estas palabras, comprendió que el lobo, no sólo no le había hecho daño pese a su aspecto feroz, si no que le había protegido del frío y del miedo. Sintió que estaba en deuda con él, y que si era como él decía, sellarían una relación perpetua basada en la confianza y en la amistad mutua.

Y así fue, la mujer se echó sobre el lobo y a la luz de la luna pudo verse cómo ambos reponían su pelaje y su fuerza, y juntos ya no volvieron a sentir frío.

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