La avaricia rompió el saco

A la avaricia no le gustan los tiempos de crisis, más que nada porque en estos tiempos se vacían sus arcas y le resulta difícil seguir viviendo. Cuando llega este tiempo, la avaricia se pone a cubierto, aparece con cara de inocencia y esconde todo lo que puede bajo su manto, para ponerse a buscar algún incauto que no la reconozca y cometa todo tipo de imprudencias en su nombre.

La mayor parte de las veces, la avaricia no es consciente de que su saco está muy lleno, normalmente no se para a mirar cuánto espacio le queda, simplemente sigue acumulando sin consumir, sin ni siquiera disfrutar de todo lo que llega a poseer.

Muchas veces la avaricia se instala en tu mesa de trabajo, y te aconseja para que acumules tú también cosas, suele decirte que tienes que trabajar duro, llegar a mejorar tu situación económica, y te enseña catálogos de coches, casas con jardín, folletos de vacaciones. Todo un mundo de servicios y lujos que tú quieres conseguir después de hablar con ella. Y sigues trabajando para conseguirlo, pero nunca puedes disfrutarlo porque la avaricia termina por consumir tu tiempo, ese que necesitas para descansar en tu jardín, conducir tu coche o irte de vacaciones. Es que la avaricia es mentirosa.

Físicamente es bastante normal, casi nunca te das cuenta de quién es hasta que te empieza a hablar. Puede incluso estar durmiendo contigo, interrumpe tu sueño con consejos. No es ni muy alta ni muy baja, ni muy gorda ni muy delgada, pero su rostro es pálido, tiene los ojos juntos y la nariz aguileña. Alrededor del cuello lleva una bufanda como de plumas suaves que te hace cosquillas cuando te susurra al oído sobre lo importante que es poseer bienes. La avaricia te aconseja también sobre tu futuro, suele decirte que hay que guardar para el mañana. A veces es incluso buena consejera, pero el problema es cuando le dejas ganar terreno porque ella no tiene límite.

Conocí una vez a una mujer que se dejó aconsejar por ella, al principio todo fue bien porque la mujer necesitaba pensar en tener un trabajo para conseguir dinero, para comer, para vestir, para comprar una casa. Cuando tuvo todo eso pensó que podría tener una casa mejor, la que había adquirido era muy pequeña, así que buscó una casa más grande y siguió trabajando para poder pagarla. La casa más grande también era más cara, así que trabajó más. Estaba más lejos de su trabajo, así que pensó en tener un coche para desplazarse con más comodidad. Encontró un coche mediano que le permitía moverse por la ciudad con comodidad, pero no tenía donde aparcarlo, así que buscó un garaje para poder guardarlo.

Esta mujer seguía sin estar del todo contenta, la avaricia se había instalado en su casa y compartía con ella todos los minutos del día. Charlaban continuamente sobre las cosas que aún no había conseguido. Tener una casa, un coche, estaba bien, pero necesitaba más. Pasó el tiempo y la avaricia seguía instalada en su casa, se había hecho dueña de la situación, mi pobre amiga ya no hacía otra cosa que trabajar para seguir acumulando bienes y comodidades que luego no tenía tiempo de disfrutar. Entretanto la avaricia estaba cada vez más gorda, apenas se podía mover del sillón en el que se había instalado. La mujer la alimentaba, le daba todo lo que pedía. Ella siempre tenía la sensación de no satisfacerla totalmente, y se sentía mal.

Un día llegó a casa y se encontró con que la avaricia estaba rodeada de un grupo de personas. Todas ellas iban vestidas igual, con traje oscuro de marca, corbata, gemelos de oro, gafas de sol negras y el pelo engominado hacia atrás.
Sonreían con una especie de mueca, rodeando a la avaricia a la que miraban con ojos de admiración y respeto. La mujer sintió un escalofrío al ver el grupo, pero se dirigió amablemente a ellos. Estos le explicaron el motivo de su visita, querían ayudarla a conseguir sus objetivos, la avaricia les había llamado porque la había notado estresada y poco satisfecha, y había decidido que ellos podrían echarle una mano.

Trazaron un plan para conseguir que la mujer se convirtiera por fin en una persona de éxito. A partir de ese momento, perdí la pista de mi amiga, nunca más supe de ella, desapareció sin dejar rastro, ni su casa, ni su coche, sólo encontré un saco roto en la habitación donde había alojado a la avaricia. Dentro de él había algunos sueños viejos que la mujer tuvo hace ya mucho tiempo.

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