Una cena íntima

Apenas llegó a su casa se bajó las medias y las bragas y comenzó a tocarse, estaba completamente excitada y le fue muy fácil introducirse el consolador. Llegó al orgasmo fácilmente. Se incorporó y limpió cuidadosamente el consolador, lo metió en la caja y se volvió a poner las bragas y las medias. Se dirigió a la nevera y sacó calabacines, zanahorias, tomates, patatas y huevos y se puso a preparar la cena. Sus hijos entraron por la puerta pegando voces, “¿qué hay para cenar?”, y ella no respondió.

- ¿Qué hay para cenar?, dijo el mayor
- Estoy preparando un pisto con huevos, ¿qué tal el trabajo?
- Un asco, me gustaría que me echaran
- No digas tonterías…
- No digo tonterías, estoy harto, igual que estoy harto de…
- Más harto estoy yo, intervino su hijo menor, no voy a cenar, tengo que estudiar.
- Pero ¿cómo te vas a ir a la cama sin cenar?, dijo ella
- Déjame en paz, madre, ya soy mayorcito!
- Déjale, dijo el mayor, habrá discutido con su amiguita!
- ¡Te voy a partir la cara, maricón, un día te parto la cara!
- ¡Uy qué miedo das!
- Por favor! dejad de discutir, dijo ella.

Había dejado la sartén en el fuego y se agarraba la cabeza con las dos manos, intentando no escuchar. Por qué tenían que hacer eso, por qué todo le recordaba a él. Su hijo pequeño se encerró en el cuarto, el mayor se quedó sentado en la cocina mascando chicle, con la vista perdida. Ella continuó preparando la cena, quiso hablar pero no pudo. Él empezó a silbar, puso la tele.

- ¿Has visto a tu padre?
- Madre, no, no le he visto ni le vamos a volver a ver. Ya estás con lo mismo de siempre, “¿has visto a tu padre?, ¿va a venir tu padre a cenar?”, entérate, mi padre te ha dejado, ¿me oyes?, de-ja-do!

No contestó, ni siquiera lo miró. Ella sabía que era mentira, su marido estaba a punto de llegar, cenarían y charlarían sobre la jornada. Después se irían a la cama, y harían el amor, sí, estaba preparada, había estado todo el día pensando en el momento en que llegaría a casa su hombre.

Sirvió la cena a su hijo pero ella prefirió esperar a su marido. Su hijo la miró con desprecio pero no dijo nada, ya estaba acostumbrado a ello. En lugar de hablar, engulló la comida mirando la televisión, mientras ella le miraba. Terminó de cenar y se levantó precipitadamente. Se encerró en su cuarto. Ella se quedó sola. Miró la tele, miró el reloj, miró de nuevo la tele. Tardaba mucho, ¿le habría pasado algo? Decidió pedir ayuda a su hijo menor.

- Paco, ¿podrías llamar a tu padre a ver si es que le ha pasado algo?, le dijo a través de la puerta.
- Madre, no le ha pasado nada, ya sabes que no va a volver.
- ¿Por qué os habéis empeñado en decirme eso?, a tu padre le ha pasado algo, llámale por favor… se le va a enfriar la cena.
- Te he dicho que me dejes en paz, ¡tengo que estudiar!

Llamó a la puerta del hijo mayor y le pidió que llamara al padre. Éste salió con un gesto amenazador y le gritó: “Cuántas veces tenemos que decírtelo, vieja chocha, tu marido te ha dejado, te ha dejado”. Ella gritó a su vez, “eso es mentira, mentira!, por qué me decís eso?” Su hijo mayor cerró la puerta de un portazo dejándola sola, llorando. Permaneció así un rato, quizás mucho o poco, da igual. Después se levantó y se fue a la cocina, sacó una botella de vino y dos copas, colocó la cena y brindó, su marido estaba ahí con una sonrisa. Charlaron de todo, de su futuro, los hijos, las vacaciones, bebieron, fumaron, y rieron tanto… Le extrañó mucho encontrarse sola de repente en la cama.

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