Al menos la música…

Sales de casa con prisa, la hora no perdona y ya te has demorado cinco minutos de más en la cama. Comienzas a andar y sacas del bolso los auriculares y el mp3. Te los colocas en los oídos y enciendes la música, escoges con cuidado qué disco quieres escuchar hoy. Sí, quizás hoy necesitas un poco de ritmo. Empieza la primera canción y tú a caminar al ritmo de esa canción.

De pronto miras a tu alrededor y ves que la gente se vuelve hacia ti, te mira y sonríe. Comienzas a sentir la sangre circular, tienes ganas de cantar y bailar, pero sólo caminas al ritmo de la música. De pronto una chica te mira y empieza a bailar. Al principio no entiendes cómo puede ser que baile al ritmo de tu música, si sólo tú puedes escucharla, pero decides que es grato ver que alguien baile con esa sonrisa tan bonita. Sigues andando y vas descubriendo cómo toda la gente a tu alrededor baila y canta. El frutero descarga las cajas de fruta del camión con el ritmo adecuado, sonríe mientras le pasa el cajón al ayudante que también mueve los pies ligeros y pega saltos al son de tu música. El chico del maletín de cuero y traje también baila, éste un poco más rígido, pero se mueve también y balancea levemente el maletín. Al llegar al semáforo se sube al borde y se da una vuelta sobre él, cantando alegre.

Sigues caminando con ritmo, tu corazón cada vez está más ancho, no puedes creer que la música, tu música, esté consiguiendo que la gente entera de Madrid baile y cante. Si hasta los pájaros grises de la ciudad parece como si se movieran por el cielo con el ritmo adecuado.

Llegas a la parada del autobús, sin dejar de admirar cómo la gente se mueve con la liviandad del baile y escuchas la música, escuchas también los coros que hace la gente alrededor, con esa voz bien entonada, como si todos formaran una gran coral. Enfrente de la parada del autobús hay una comisaría. Esta mañana hasta los policías bailan al son, los detenidos salen del coche de policía y comienzan a bailar con ellos. Hacen una especie de coreografía mirándose y sonriéndose mutuamente, mientras te dirigen miradas de complicidad por su estado, alegría, con gran alegría.

Casi sin darte cuenta llega el autobús, y el conductor va meneando la cabeza y cantando, te saluda con un gesto de asentimiento y admiración. Todos los pasajeros se levantan y comienzan a bailar dentro del autobús. Dentro y fuera todos bailan. En los coches ves a la gente moverse también. Realmente es fantástico, esta mañana tú sonríes, caminas casi sin pisar el suelo, y la gente es amable y sonríe.

Llegaste al final del trayecto, bajas del autobús haciendo un gesto con la mano a todos los pasajeros que se despiden de ti bailando por encima de los asientos, y en el pasillo. Cuando pisas el suelo contemplas toda la calle en movimiento, la música lo inunda todo, los tenderos salen de sus tiendas para unirse a los viandantes, se cogen de la mano y saltan al ritmo de tu música.

Tienes que entrar en la oficina, te preguntas si allí estarán igual, piensas en la señorita Rodríguez, tan gris, y te entra la risa al intentar imaginarla bailando. Lo mismo te pasa con Mercedes, aunque ésta seguramente tenga mucha más gracia, pero es que siempre está tan triste…

Abres la puerta y allí están todos, te parece que les has visto bailar pero ya has parado la música y de repente, el silencio cotidiano de la oficina. Te quitas los auriculares y saludas, “buenos días”, sin recibir más que alguna respuesta tímida desde un lugar indeterminado. Escuchas el ruido del teléfono y alguien que contesta, “Limpiezas Pérez, ¿dígame? Le atiende Esther”. Pasas cerca de la mesa de Adriana, y notas cómo esta te echa una mirada de lado, aunque sin levantar la cabeza, y te dice: “tienes un encargo, unas oficinas en la calle Génova, han dejado el teléfono, está encima de tu mesa”.

Vas a tu mesa y ahí está, el teléfono del encargo, los papeles que se amontonan y tu ordenador. Sientes un cansancio tremendo antes de sentarte. Colocas el mp3 en tu bolso y piensas, “al menos me queda la música…”

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