Me gusta, no me gusta

Me gusta cuando me miras porque puedo desnudarme entera y mostrarme, sentir que me ves aun cuando no todo lo que ves te guste. Me gusta porque buceas y encuentras mi lado dulce, que todo el mundo ve, pero también encuentras mi espacio amargo, ese de sabor metal que me envuelve cuando tengo miedo. Me gusta que levantes ligeramente esa capa de color cobre para que salgan mis lágrimas cuando frunzo el ceño y protesto. Me gusta sonreír y reír, sobre todo reír, sentir que estoy viva y que regalo alegría alrededor, ese movimiento suave en la tripa que me recuerda que somos seres simples. Me encanta el desayuno, saborear un zumo de frutas e ir distinguiendo cuántas hay, jugar con mis hijas a adivinar de qué son los sabores, si de fresa, kiwi, plátano, o de uvas. Me gusta imaginar el recorrido que hacen las frutas por sus cuerpos pequeños, como las espinacas en Popeye. Me gusta el olor, el sabor, el color, el tacto del café recién hecho por las mañanas, soy capaz de ver cómo ese líquido caliente y oscuro me levanta los párpados, abre mis fosas nasales, recorre mi cuerpo y le llena de calor vital. Me gustan también las tostadas, pero lo que más me gusta es cuando me preparan el desayuno, levantarme y sentir que todo está en marcha, escuchar el ruido en la cocina, el exprimidor, la cafetera, el tostador… me reconforta saber que hay alguien que me cuida. Me encanta estar con mi madre y abrazarla, respirar su aroma de mujer triunfante e indefensa a la vez. Me gusta mirarla, comprender su esencia. Me gusta ver a mis hijas abrazar a mi madre, me gusta escuchar sonidos de ronroneo cuando se abrazan. Me gusta que mi madre cocine para mis hijas y para mí porque la comida tiene sabor a infancia, a doble infancia, la mía y la de ellas. No me gusta que maltraten a mi madre, me sube un calor oscuro que me impulsa al pozo del que tú me sacas con tu mirada. No me gusta el silencio de mis hijas, esa languidez en sus movimientos cuando están heridas. No me gusta que las manipulen porque me hacen sentirme una heroína frustrada de cuento, con ganas de repartir justicia y salvarlas del malo pero sin poder hacerlo.

Me gusta desordenar mi vida algunas veces, quedarme en la cama hasta el mediodía leyendo hasta que me duelen los ojos, sólo levantarme para desayunar y volver a la cama y zambullirme en el libro. No me gusta terminar un buen libro, pero tampoco me gusta volver a leerlo inmediatamente porque no lo saboreo igual, este es un problema porque puedo llegar a llorar sólo por pensar que ya lo he terminado. También me gusta la vida ordenada, volver a las rutinas después de un tiempo de desorden, y necesito para eso que el tiempo acompañe, si es verano no se puede tener orden, entonces ¿a qué viene tan buen tiempo cuando hay que volver a la rutina? Me gusta el verano, pero cuando transcurre me acuerdo del invierno e imagino mis pies envueltos en la manta frente a la televisión con una buena película. Me gusta el cine, las historias que hay detrás. Algunas películas me han hecho soñar, levantarme pensando en determinado personaje e imaginar cómo sería mi vida si fuera él o ella. Me  gusta que el cine me haga pensar, o reír. No me gusta el cine que pretende hacer pensar pero no lo consigue, esas películas son falsificadoras y me molestan bastante.

Me gusta, apasiona, la música. Cantar, bailar, escucharla. Me gusta ver cómo mis hijas aprenden a tocar, sus melodías se meten en mi cuerpo por los oídos, los ojos, la nariz y la boca, me inundan de sensaciones, saboreo la alegría que desprenden y me hacen sonreír, ¿Por qué te ríes, mami?, porque me encanta escucharos. Me gusta pensar que algún día pueda haber un mundo basado en la música, un conjunto de personas haciendo melodías en su día a día, creando un entorno de colores diferentes que iluminen nuestra ceguera habitual. Me gustan los colores vivos, y no me gustan los hombres y mujeres grises porque me dan mucho frío interior y me desaparecen las ganas de reír. Pero sí me gustan los globos de colores vivos en el cielo, me  parecen el sabor de la esperanza. Lanzar cartulinas y globos de colores para hacer explotar la risa en todo el mundo, crear un mundo sonoro de cascabeles encadenados, y que los colores, rojo, naranja, amarillo, verde, azul, caiga sobre todas esas risas envolviéndolas de simpleza y buenas intenciones.

No me gusta la mentira, no me gusta la miseria, no me gusta la cobardía, no me gusta la no responsabilidad, no me gustan las cejas juntas. No me gusta que me digas que la única salida es la venganza, que cuando te dañan hay que dañar porque si no pasas por tonta. No me gusta el maltrato a las palabras inteligencia, bondad, amistad, solidaridad. Me gusta sentir amigos, rodearme de la red que tejen a mi alrededor para que pueda apoyarme cuando el invierno más crudo se instala en mi casa. Me gusta explorar la relación bondad-inteligencia, demostrar otros modelos aunque en ellos caiga exhausta y tus ojos dejen de mirarme. Me gusta tocar, hundir mis dedos en la piel de mis amigos, mi familia, la tuya. Me gusta sentir que me sienten, llegar a tocar los músculos, las venas y huesos de la gente amiga, sentir su calor y su ritmo. Me gusta acariciar, conectarme a través del tacto suave para fundirme y prolongarme en la parcela de cuerpo acariciada. Me encanta entrar de noche en la habitación de mis hijas y aspirar su aroma de dormidas, ese sudor ácido como el del limón fresco, diferente al del adulto, lleno de sueños agitados pertenecientes a un mundo que yo ya casi he olvidado. Me gusta tocar sus cabecitas y besarlas, mirarlas para contagiarme un poco de su ritmo y paz. No me gusta que se despierten sobresaltadas porque han tenido un sueño real, perteneciente al mundo adulto. No me gusta no poder consolarlas.

Ah, y me gusta ser mujer, desnudarme y que me toques, me acaricies y me hagas chillar, reír, llorar, sentir. Me gusta sentir el agua de la ducha recorrerme y depurarme cada mañana, las gotas que caen hasta la punta de mis pies, y aquellas que se entretienen en cada pliegue de mi piel madura. Me gusta ponerme tacones, pero no me gustan las faldas, a no ser que sean largas y haya que sujetarlas para poder subir escaleras y arrastrarlas cuando bajas. Me gusta caminar por la ciudad, mirar hacia arriba de los edificios altos en contraste con el cielo, cerrar los ojos y sentir el bullicio del ser humano, abrirlos y ver la procesión de vidas diferentes, con diferentes historias que contar, cada una la suya. Me gusta mirar a los ojos de la gente cuando paso por la calle e imaginar cuál será la suya, y soñar con ella. Me gusta pensar que hay infinitas historias que contar, la de cada persona que se mueve rápido por la ciudad, el que corre para llegar al metro, el que sujeta su cabeza dentro del coche metido en un atasco, la mujer que pasa y se contonea provocando el movimiento de cabeza de unos cuantos a su alrededor, el que se acerca pidiendo ayuda para orientarse en una ciudad como la mía. Me gusta imaginar de cada persona ajena, sus “me gusta, no me gusta”. No me gusta que no nos miremos cuando vamos en un vagón de metro, no me gusta que retiren la cara a un niño que nos mira y nos sonríe sin pensar que está en un entorno hostil.

Me gusta la ciudad, pero también me gusta salir para poder descansar de ella, escuchar una buena tormenta desde un sillón frente a una chimenea, una buena compañía y un bocata de chorizo frito, ¿qué más se puede pedir?

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