Mona Lisa

Lisa suelta su cabellera y se mira en el espejo, contempla sus ojos ligeramente achinados de color miel y sonríe con esa sonrisa misteriosa que sólo el espejo sabe captar. Despacio se baja el vestido y contempla sus senos firmes y grandes, los acaricia y cierra los ojos, evoca momentos de placer, se concentra en el cosquilleo de su vientre y sonríe, otra vez con esa sonrisa misteriosa de Mona Lisa. Lisa es Mona Lisa, sonríe a la cámara, sonríe al espejo, sonríe al pintor. A cada uno de los hombres que se acuestan a su lado y la desean. Sonríe y mantiene el interés, seduce y juega al juego en que sólo hay un final posible, terminar en una cama cumpliendo con su parte del juego. Después… “nadie dijo que fuera tu novia”, unos lo entienden otros… no!

Hoy Lisa espera visita, una segunda visita. Este hombre es diferente, más mayor, lo que le convierte en una pieza única a seducir. Lo sedujo, casi como a los demás, sonrisa, movimiento de cabeza, mirada esquiva, demasiado fácil. Ahora sabe que lo tendrá durante unos días, se plantea si mostrarse o no, ¿podría ser un amigo? Baja su mano por el vientre y acaricia su sexo, húmedo, figura en su mente que es otra mano la que acaricia y le hace gemir, pero no es capaz de distinguir esa mano, simplemente es una mano diferente a la suya. No sabe poner caras porque tiene guardadas montones de caras en su memoria, con los ojos cerrados, con los ojos abiertos, con la boca apretada o gimiendo. Ella sabe lo que puede dar, pero pocas veces sabe apreciar lo que recibe. Se mira, esta vez a los ojos, contempla un pozo profundo donde se remueven miles de recuerdos, comienzan a salir sin orden, el primer beso, la humedad de su sexo adolescente, el dolor de la primera vez… no quiere verlo, no quiere pensarse, tan solo salir a cazar. Hoy cazará una rareza, ella lo sabe, esta vez en su territorio, podrá mostrar partes de sí misma o no.

Mira al espejo y sonríe, el espejo le da la recompensa, Lisa nunca se expone, ella es equilibrada y misteriosa, lo justo para intensificar el deseo por ella.

  • Vamos a cenar, te llevaré a uno de mis sitios favoritos.
  • ¿Qué se come?
  • Sobre todo pescado, pero tienen un poco de todo.

Él se relame, se entrega a los placeres de la comida primero, del sexo después. Pero primero cenan, y charlan de fútbol, de libros, de música, de cine… poco a poco el vino suelta la lengua y la mirada, depositan en las copas dosis de deseo, un deseo alimentado por la sonrisa de ella primero, la mirada de él después. Él consume la vida a tragos, come, bebe, observa y toca sin prisa, sabe que lo hará, sabe lo que hará, y quiere saborear el momento. Desea más que nada en el mundo romper la sonrisa de Mona Lisa, desea que ella admire sus cualidades más allá del físico. Sale de su cuerpo y se contonea, desplaza el centro de gravedad y se inclina hacia ella, y susurra preguntas inocentes cargadas de profundidad.

Pero Lisa es sobre todo resistente a los encantos de la seducción, ella sólo piensa en el momento de jugar, está pensando en cómo lo va a hacer, quiere hacer que él muera por ella, que gima y pierda el control. Está acostumbrada a ello, sabe que en el momento de la penetración sólo hay que moverse para que ellos se derramen en un grito de triunfo. Ella sabe que él es distinto, pero confía en que esta segunda vez sea capaz de llevarle al pozo de la desesperación. Intenta erigirse en reina, pero él la devuelve de un soplo a su tronito de princesa consentida.

Lisa se enfada, pero disimula el enfado. Vuelve a sonreír para mostrar seguridad, se mira al espejo, y una vez compuesta, le devuelve la mirada y pide disculpas, “me adelanté”.

Él maneja la situación como un maestro, propone ir a tomar algo, ella acepta. Beben, bailan, se besan. Lisa ya se siente segura, se besan, vuelve a sentir su triunfo. Él siente que le ha regalado un beso a cambio de que pueda seguirse mirando al espejo y seducir. Ahora baja los párpados lo suficiente como para dar a su mirada un aspecto arrasador, ella esquiva su mirada, le provoca miedo y las piernas le avisan de que esa mirada podría hacerle caer y perder el equilibrio. Él busca sus ojos, y los encuentra, vuelve a besar, ya está cerca de conseguir que Lisa pierda su sonrisa de Mona y muestre su sonrisa de persona.

Durante el sexo no ha dejado de ser perfecta. Lisa no frunce el ceño, no grita exageradamente, no mira más que de reojo. Lisa gime con el tono adecuado, el que provoca y excita, abre los ojos a ratos y contempla brevemente si él está descontrolado. Quiere descontrolarlo, quiere el desayuno en la cama por la mañana, flores en la oficina y cartitas de amor declarándose. Si cierra los ojos lo sueña y lo ve, lo peor es cuando los abre y ve el más absoluto control, ni desayunos ni flores ni cartas, tan solo cuándo quedamos la próxima vez para darnos placer.

Lisa suelta su melena frente al espejo, está desnuda y satisfecha. Comienza a mirarse de abajo a arriba, contempla sus piernas torneadas y bronceadas, su sexo revuelto, su ombligo redondo y le causa mucho placer. Sube poco a poco por el vientre y contempla sus pechos enrojecidos por el ardor de la noche, siente nuevamente cosquilleo y sonríe. El espejo le devuelve la imagen de una mujer misteriosa y enigmática llena de dudas y obligaciones. Lisa mira a sus ojos y ve asomar la sombra del servilismo, un servilismo hacia sí misma y hacia esa imagen que el espejo refleja tan bien. Aparta los ojos del espejo y sonriendo se mete en la ducha.

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