Monsieur Moyano

Hagamos un brindis por ti, ¿lo oyes?, el chocar de las copas con ese sonido transparente y brillante de las celebraciones. La voz de mi hija gritando desde la cama: “por Jose”, ¿lo oyes?

Bebo un sorbo de vino mirando los ojos de mi amigo, los ojos más bonitos del mundo, me sumerjo en ellos mientras saboreo la madera del líquido color sangre y te veo liando un cigarrillo, sentado en tu banco de madera con una sonrisa en la cara asintiendo. Te veo los ojos claros, infinitos cuando mirabas, muy pocas veces. Las más, lo hacías hacia abajo, hacia el suelo, la mesa o, como ahora, el cigarrillo que estás liando. Me enseñas una maquinita que hace por ti el trabajo, es muy práctica, metes el papel y el tabaco y al girar la rueda consigues un cigarro perfecto. Bueno, a veces no tan perfecto, entonces miras, sonríes y lo enciendes.

Fumas y cuando das una calada te veo de joven, soy capaz de ver en ese gesto el hombre joven y alegre que yo no llegué a conocer. Veo a tu hija en ese gesto, complaciente, sin ganas de pelear, tolerante con todos, demasiado tolerante con todos. Miro tus manos, grandes y cortas, tecleando al ordenador, levantas tus ojos por encima de las gafas y miras la pantalla, frunciendo el ceño y entornando los párpados, luego vuelves a bajar la mirada hacia el teclado y me concentro en tus manos otra vez. Me llaman la atención tus manos, lo sabes, pero no dices nada.

El vino ha pasado por mi cuerpo y vuelvo a mirar los ojos de mi amigo, de nuestro amigo. Me sumerjo en ellos y veo su brillo, él también ha pensado en ti, seguramente él ha recordado alguna conversación, tu tono de voz fuerte pero templado, sin mirarle a los ojos, miras hacia abajo y asientes, entiendes lo que él te dice pero no puedes hacerlo, ríes, siempre que hablas con él te ríes, te encanta su humor, su valentía y su coherencia. Te encanta su fuerza, la que tú sabes que no tienes. Es tu amigo, un gran amigo. Te gusta que te visite porque sientes que tienes respaldo, aunque no lo hayas dicho nunca.

Volvemos a chocar las copas, “por Jose”, y esta vez recordamos lo que no hicimos, lo que estábamos a punto de hacer, mi amigo ir a verte, otra vez. Yo, quizás algún día, ir a verte con mis hijas, siempre me lo decías. Cada vez que me iba, ven algún día con las niñas. Imagino qué pensarías si las vieras ahora, tan mayores, ya no niñas pero sí chicas. Nuestro amigo piensa, tardé mucho, intenta borrar de su cabeza esa idea y vuelve a sentir los ojos vidriosos. Entonces sonríe y me dice, disfrutemos la vida a tope, a Jose le gustaría seguramente que hiciéramos esto por él. Nos miramos otra vez, nos abrazamos. Es el abrazo de los vivos, los que aún tienen la oportunidad de disfrutar, los que aún pueden decir sí y no, los que aún pueden ir a recorrer el mundo, y consumirlo. Es el abrazo de los vivos que han consumido parte de su vida y asisten enmudecidos a la sorpresa de la muerte, pensando cada uno lo que a partir de ahora hará, “por Jose”, por el amigo dormido.

(De tus amigos Nano y Gema)

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *

Puedes usar las siguientes etiquetas y atributos HTML: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <strike> <strong>