Todos y todas

El otro día me mandaron un mensaje que supuestamente había escrito una profesora reivindicando un correcto lenguaje castellano. En ese mensaje había frases como: “el participio en castellano es presidente y nunca presidenta” “¿hacen mal uso de la gramática por ideología o por ignorancia?” “el machisto”. Así mismo, este mensaje estaba escrito incorrectamente haciendo un mal uso de los signos de puntuación, las mayúsculas y los tiempos verbales. La profesora autora del mensaje se enorgullecía de haber estudiado con la ley educativa vigente en la dictadura y de haber estudiado asignaturas como historia, latín, filosofía, etc.

El motivo de este tipo de mensajes es que la gente no puede soportar la tendencia que se ha adquirido de utilizar un género neutro con “los” y “las” (ej: los y las estudiantes, todos y todas).

 

Me considero una gran defensora de la gramática de la lengua castellana pero ese mensaje, además de estar mal escrito, me pareció que tenía muchos contra argumentos posibles, así como a todas aquellas personas a las que les parece absurdo el neutro en masculino y femenino.

Efectivamente, una cosa son los participios de los verbos —de presidir, presidido— pero otra muy diferente son los sustantivos —el presidente, la presidenta. Sin embargo, si es cierto que se dice el medico y la medico, el músico y la músico (porque si se dijera música se confundiría con la música como sustantivo del arte).

El neutro en castellano es “los” porque en la evolución de nuestro lenguaje se perdió el género neutro que tenían el griego arcaico y el latín —padres de nuestra lengua—, pero entiendo la reivindicación que ejercen ciertos personajes públicos de “los y las estudiantes”, ya que, es el principio para acabar con la sociedad machista en la que vivimos. Desde mi punto de vista, no lo utilizan para cambiar la evolución de nuestra lengua, sino para manifestar una postura de igualdad de género ante una sociedad que aún no se ha dado cuenta de que nos falta mucho por recorrer.

 

De todas formas, una vez mi profesora de lengua castellana nos dijo que las lenguas vivas se llamaban así porque estaban en continuo cambio, evolucionando cada día. Así que es posible que en un tiempo (cuando tengamos un mundo más justo) el lenguaje deje de ser discriminatorio y tengamos un género neutro de verdad como lo tenían nuestras lenguas muertas.

Y para acabar haciendo un guiño a ese mensaje que recorre las redes sociales: me llamo Nuria, tengo 18 años y también he estudiado latín, lengua, historia de España, filosofía… pero también griego, historia del arte, literatura universal, matemáticas y economía.

No hace falta negar lo evidente para hacer un buen uso de la lengua castellana, centrémonos en lo importante, en la cultura, en una buena educación para todos porque todos merecen conocer nuestro lenguaje y ejercer un uso correcto de él.

La falsa apariencia de igualdad

Los micromachismos son aquellas discriminaciones sutiles en lo cotidiano del día a día y que vemos naturales porque llevan sucediendo durante muchos años y no suponen una excesiva alteración en nuestra vida. El primero en dar una definición a este término fue Luis Bonino, psicoterapeuta especialista en varones, masculinidad y relaciones de género.

Durante la historia del ser humano se ha experimentado una situación de desigualdad entre ambos géneros -hablamos mayoritariamente de la cultura occidental- y se ha desarrollado una sociedad patriarcal en la que la mayor parte de las situaciones giran en torno a la figura masculina ya sea padre, hermano o, en mayor medida, pareja.

 

En la actualidad, según Sara Berbel Sánchez (Dra. en psicología social), el patriarcado ha desarrollado una serie de neosexismos decorados, es decir,  nadie se atreve a manifestar abiertamente una actitud que vaya en contra de la igualdad y por ello surgen los micromachismos.

Por ello, el patriarcado adopta formas sutiles que nos acompañan desde nuestra niñez hasta en el mundo laboral y la etapa más adulta. Ejemplos claros los observamos en la ropa que anuncian de niños o los juguetes, en los cuales los roles son claros: ellas de rosa, ellos de azul, ellas guapas y perfectas, ellos inteligentes y fuertes. También la relación de los adultos y los niños en situaciones como ir al médico en las que la madre es la principal responsable. Otro ejemplo lo encontramos en el mundo laboral donde las mujeres experimentan una “doble atadura” que consiste en elegir dos modelos diferentes: modelo femenino -no se consideran competentes pero gustan- y modelo masculino -si se les considera competentes pero no gustan-.

 

La educación es el instrumento determinante para no hacer distinción de géneros en ámbitos comunes. Las culturas son las que hacen a los hombres y a las mujeres, la nuestra -así como la mayoría de las culturas- ha construido a un hombre como Guerrero, según Marina Subirats Martori (catedrática emérita de sociología y concejala de educación en Barcelona). La construcción del Guerrero pertenece a una etapa del pasado y que, sin embargo, seguimos manteniendo e inculcando a nuestros jóvenes y que se observa, sobre todo, en la publicidad. Las características principales son: no tiene enemigo visible pero lucha con armas; no se está sacrificando ni está sufriendo, al contrario, en la mayoría de la publicidad de juguetes bélicos, el niño se está divirtiendo; es invulnerable por como va vestido, lleva máscara, casco o gafas de sol, el guerrero no puede tener compasión y esos sentimientos se transmiten a través del contacto visual, de esta manera socializamos a los niños como guerreros y por ello les arrebatamos la capacidad de empatía. Esta concepción del guerrero afecta también a la relación con las niñas, se les enseña que ellas son vulnerables, débiles, a las que lo único que les importa es la belleza y que cualquiera puede ir a por ellas; ellos sin embargo son fuertes, valientes, guerreros.

 

Esta sociedad de hoy en día sigue estando hipersexulizada, el cuerpo de la mujer está idealizado y se le han impuesto unas funciones claras que tiene que cumplir.

Desde pequeñas nos enseñan, directa o indirectamente, que cada acción -vestirnos, andar, hablar, trabajar, etc- tiene como función principal gustar al sexo opuesto. Se “cosifica” a la mujer “cortándole la cabeza” para que lo único que merezca la pena es su cuerpo. “Hacer para gustar” es una máxima que todas las jóvenes llevan en su pensamiento y que superponen a siquiera gustarse a sí mismas. La naturalidad y belleza interior se deja a un lado para poder dar paso a un cuerpo idealizado que atenta contra la constitución de cada una y cuya función es gustar al resto.

 

El último aspecto importante englobado en los micromachismos es el Relato Audiovisual. Los jóvenes inmersos en esta sociedad mucho más visual, se ven bombardeados con series y películas basadas en mensajes sexistas.

El esquema es siempre el mismo: el protagonista varón es el que vive las aventuras, vence obstáculos, salva vidas, etc. y lo hace con otros varones o él solo -el mítico príncipe azul-; ella, sin embargo, es la que aporta el punto romántico, su función principal es el amor y el sexo. Por lo tanto, “si él no la elige, ella no tiene película”.

 

La lucha contra este nuevo sexismo no consiste en dejar de vestir a tu niña de rosa o prohibir ver esas comedias románticas. Consiste en educar a nuestros jóvenes en unos valores basados en el respeto y la tolerancia, enseñarles que nadie es mejor que nadie por tener determinado sexo y que los ideales son ficción. Enseñarles que los colores no son de unos o de otros, que los juguetes están para jugar y socializarse ya sean muñecas o coches. Enseñarles que ellas no son vulnerables ni necesitan que el guerrero las salve, enseñarles que ellos no tienen que ser guerreros, que pueden ser lo que quieran ser. Enseñarles que cada cuerpo tiene su constitución y que atentar contra eso solo trae problemas de autoestima o problemas de salud. Enseñarles a ser los mejores, a pensar, a ser críticos, a compartir y respetar, a crear un mundo mejor juntos, ellos y ellas.

Lo primero es quererse y respetarse a uno mismo y, solo de esa manera, podrán querernos y respetarnos los demás.

 

 

 

Nuria Sánchez de Pablo

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Luis Bonino, psicoterapeuta especialista en varones, masculinidad y relaciones de género.

http://www.luisbonino.com

 

Federación de Mujeres Progresistas.

http://www.fmujeresprogresistas.org/es/

 

II Jornadas de micromachismos, “Había una vez un machismo, ¿chiquitito?”. Madrid, 12 de Noviembre de 2015.

Ponentes:

Sara Berbel Sánchez: Dra. en psicología social por la Universidad de Barcelona y profesora de tercer ciclo universitario. Actualmente es directora del Empowerment Hub.

Marina Subirats Martori: catedrática emérita de sociología, directora del Instituto de la Mujer (1993-1996) y concejala de Educación en Barcelona. Coordinadora de la Delegación de la UE en la IV Conferencia sobre la Mujer de Naciones Unidas, Beijin 1995.

Maribel Cárdenas Jiménez: filósofa y educadora social, experta en estudios de género. Es profesora asociada de la Universidad Autónoma de Barcelona y asesora en políticas de Igualdad de la Diputación de Barcelona.

Pilar Aguilar Carrasco: ensayista y crítica de cine y televisión. Estudió Filología Moderna en Sevilla y exiliada en París, por su militancia activa contra el Franquismo, se licenció en Ciencias de la Educación y posteriormente en Ciencias Cinematográficas y Audiovisuales por la Universidad de París VII.

La falsa apariencia de igualdad

Los micromachismos son aquellas discriminaciones sutiles en lo cotidiano del día a día y que vemos naturales porque llevan sucediendo durante muchos años y no suponen una excesiva alteración en nuestra vida. El primero en dar una definición a este término fue Luis Bonino, psicoterapeuta especialista en varones, masculinidad y relaciones de género.

Durante la historia del ser humano se ha experimentado una situación de desigualdad entre ambos géneros -hablamos mayoritariamente de la cultura occidental- y se ha desarrollado una sociedad patriarcal en la que la mayor parte de las situaciones giran en torno a la figura masculina ya sea padre, hermano o, en mayor medida, pareja.

 

En la actualidad, según Sara Berbel Sánchez (Dra. en psicología social), el patriarcado ha desarrollado una serie de neosexismos decorados, es decir,  nadie se atreve a manifestar abiertamente una actitud que vaya en contra de la igualdad y por ello surgen los micromachismos.

Por ello, el patriarcado adopta formas sutiles que nos acompañan desde nuestra niñez hasta en el mundo laboral y la etapa más adulta. Ejemplos claros los observamos en la ropa que anuncian de niños o los juguetes, en los cuales los roles son claros: ellas de rosa, ellos de azul, ellas guapas y perfectas, ellos inteligentes y fuertes. También la relación de los adultos y los niños en situaciones como ir al médico en las que la madre es la principal responsable. Otro ejemplo lo encontramos en el mundo laboral donde las mujeres experimentan una “doble atadura” que consiste en elegir dos modelos diferentes: modelo femenino -no se consideran competentes pero gustan- y modelo masculino -si se les considera competentes pero no gustan-.

 

La educación es el instrumento determinante para no hacer distinción de géneros en ámbitos comunes. Las culturas son las que hacen a los hombres y a las mujeres, la nuestra -así como la mayoría de las culturas- ha construido a un hombre como Guerrero, según Marina Subirats Martori (catedrática emérita de sociología y concejala de educación en Barcelona). La construcción del Guerrero pertenece a una etapa del pasado y que, sin embargo, seguimos manteniendo e inculcando a nuestros jóvenes y que se observa, sobre todo, en la publicidad. Las características principales son: no tiene enemigo visible pero lucha con armas; no se está sacrificando ni está sufriendo, al contrario, en la mayoría de la publicidad de juguetes bélicos, el niño se está divirtiendo; es invulnerable por como va vestido, lleva máscara, casco o gafas de sol, el guerrero no puede tener compasión y esos sentimientos se transmiten a través del contacto visual, de esta manera socializamos a los niños como guerreros y por ello les arrebatamos la capacidad de empatía. Esta concepción del guerrero afecta también a la relación con las niñas, se les enseña que ellas son vulnerables, débiles, a las que lo único que les importa es la belleza y que cualquiera puede ir a por ellas; ellos sin embargo son fuertes, valientes, guerreros.

 

Esta sociedad de hoy en día sigue estando hipersexulizada, el cuerpo de la mujer está idealizado y se le han impuesto unas funciones claras que tiene que cumplir.

Desde pequeñas nos enseñan, directa o indirectamente, que cada acción -vestirnos, andar, hablar, trabajar, etc- tiene como función principal gustar al sexo opuesto. Se “cosifica” a la mujer “cortándole la cabeza” para que lo único que merezca la pena es su cuerpo. “Hacer para gustar” es una máxima que todas las jóvenes llevan en su pensamiento y que superponen a siquiera gustarse a sí mismas. La naturalidad y belleza interior se deja a un lado para poder dar paso a un cuerpo idealizado que atenta contra la constitución de cada una y cuya función es gustar al resto.

 

El último aspecto importante englobado en los micromachismos es el Relato Audiovisual. Los jóvenes inmersos en esta sociedad mucho más visual, se ven bombardeados con series y películas basadas en mensajes sexistas.

El esquema es siempre el mismo: el protagonista varón es el que vive las aventuras, vence obstáculos, salva vidas, etc. y lo hace con otros varones o él solo -el mítico príncipe azul-; ella, sin embargo, es la que aporta el punto romántico, su función principal es el amor y el sexo. Por lo tanto, “si él no la elige, ella no tiene película”.

 

La lucha contra este nuevo sexismo no consiste en dejar de vestir a tu niña de rosa o prohibir ver esas comedias románticas. Consiste en educar a nuestros jóvenes en unos valores basados en el respeto y la tolerancia, enseñarles que nadie es mejor que nadie por tener determinado sexo y que los ideales son ficción. Enseñarles que los colores no son de unos o de otros, que los juguetes están para jugar y socializarse ya sean muñecas o coches. Enseñarles que ellas no son vulnerables ni necesitan que el guerrero las salve, enseñarles que ellos no tienen que ser guerreros, que pueden ser lo que quieran ser. Enseñarles que cada cuerpo tiene su constitución y que atentar contra eso solo trae problemas de autoestima o problemas de salud. Enseñarles a ser los mejores, a pensar, a ser críticos, a compartir y respetar, a crear un mundo mejor juntos, ellos y ellas.

Lo primero es quererse y respetarse a uno mismo y, solo de esa manera, podrán querernos y respetarnos los demás.

 

 

 

Nuria Sánchez de Pablo

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Luis Bonino, psicoterapeuta especialista en varones, masculinidad y relaciones de género.

http://www.luisbonino.com

 

Federación de Mujeres Progresistas.

http://www.fmujeresprogresistas.org/es/

 

II Jornadas de micromachismos, “Había una vez un machismo, ¿chiquitito?”. Madrid, 12 de Noviembre de 2015.

Ponentes:

Sara Berbel Sánchez: Dra. en psicología social por la Universidad de Barcelona y profesora de tercer ciclo universitario. Actualmente es directora del Empowerment Hub.

Marina Subirats Martori: catedrática emérita de sociología, directora del Instituto de la Mujer (1993-1996) y concejala de Educación en Barcelona. Coordinadora de la Delegación de la UE en la IV Conferencia sobre la Mujer de Naciones Unidas, Beijin 1995.

Maribel Cárdenas Jiménez: filósofa y educadora social, experta en estudios de género. Es profesora asociada de la Universidad Autónoma de Barcelona y asesora en políticas de Igualdad de la Diputación de Barcelona.

Pilar Aguilar Carrasco: ensayista y crítica de cine y televisión. Estudió Filología Moderna en Sevilla y exiliada en París, por su militancia activa contra el Franquismo, se licenció en Ciencias de la Educación y posteriormente en Ciencias Cinematográficas y Audiovisuales por la Universidad de París VII.

Dictadura estética

Yo se que no estoy gorda, ni soy terriblemente fea, ni tonta de remate. Pero, a veces, no puedes evitar mirarte al espejo y observar cada uno de los detalles del cuerpo. Te miras la tripa, que sobresale un poco e, inconscientemente, piensas en la gente de alrededor, tan planitas, sin tripitas que sobresalgan… Entonces dices para tus adentros “¿Y si adelgazo un poco?”, pero luego no eres capaz de dejar de comer, ni de ir a hacer algo de ejercicio. Sin embargo, sentirte mal al comer un dulce o al estar tumbado mucho tiempo, eso no lo puedes evitar porque, realmente, lo que quieres es que desaparezca ese detalle tan molesto —como la tripa, una nariz algo más grande, unos dientes torcidos— y no piensas precisamente en la salud, solo piensas en lo “mona” que estarías sin alguno de esos detalles —que para tus adentros llamas “defectos”—. Llega un punto en el que te medio desesperas al mirar fotos de otras chicas, mucho más delgadas, con unos dientes perfectos, o un nariz chiquitita. Entonces, solo te apetece agarrarte esa tripita tan molesta para ver si desaparece. Pero no, solo consigues que se quede con unos arañazos rojos que son aún más feos que lo poco que sobresale el vientre. Y luego viene sentirte mal y echarte a llorar, pensar que estas loca o que eres tonta por no quererte.

“Hay que sentirse bien con uno mismo”, “Gústate tal y como eres”, “No eres tonta”, “Mucha gente paga por estar como tu”… Y un sinfín de frases similares que te repite tu madre o amigas cuando comentas que te sientes algo incómoda o insegura con tu cuerpo y con tus acciones.

Sales a la calle y ¿qué ves?, miles de anuncios con modelos delgadas, que sabes perfectamente que son antinaturales, pero que aún así te hacen sentir como si necesitaras ser un espagueti con pechos grandes y largas piernas, sin sonreír y con un hombre al lado al que seducir con todos esos huesecitos que se te marcan.

¿Desde cuando hemos cambiado el prototipo de mujer natural? ¿Desde cuando hemos decidido que el cuerpo de una niña,  sin curvas, sin pelos, sin muslos, es mas bonito que una mujer natural, sea como sea?

Pero lo peor no es esto, no es mirarte al espejo y compararte, ni es pensar que esas mujeres antinaturales que salen en las marquesinas y en las televisiones son preciosas, no. Lo peor es la sociedad, el pensamiento de la gente, el prototipo de personas deformes y antinaturales que hemos creado. Lo peor es que los adolescentes, ahora más que nunca, sufren anorexia, o simplemente tienen un problema serio de inseguridad respecto a su cuerpo y, lo más grave, respecto a su personalidad —por miedo a ser rechazados—. Muchas veces porque los compañeros en el instituto comentan y susurran, critican y se ríen. Ahora, una mujer bonita no es aquella natural, con una sonrisa de oreja a oreja, con el cuerpo que tenga sin cambiarlo lo más mínimo, sea cual sea, y la personalidad propia y preciosa de cada uno. Ahora lo que les han enseñado a los jóvenes es que una mujer bonita es aquella a la que no le sobra ni un kilo, —sino que más bien le falta un par de días en casa de la abuela—, aquella que necesita untarse la cara en maquillaje y achicharrarse el pelo para tenerlo bien liso.

No dejan libertad alguna en la forma de vestir, de peinarse, de hablar e, incluso, de pensar. Se ha perdido toda clase de respeto hacia cualquiera: el chico que tienes al lado sentado, el vecino, una simple persona al lado tuyo en el metro… cualquiera, no hay respeto porque nos han adoctrinado a pensar, vestir, criticar, hablar de determinada manera. Estamos en una autentica dictadura estética.

Dictadura estética

Yo se que no estoy gorda, ni soy terriblemente fea, ni tonta de remate. Pero, a veces, no puedes evitar mirarte al espejo y observar cada uno de los detalles del cuerpo. Te miras la tripa, que sobresale un poco e, inconscientemente, piensas en la gente de alrededor, tan planitas, sin tripitas que sobresalgan… Entonces dices para tus adentros “¿Y si adelgazo un poco?”, pero luego no eres capaz de dejar de comer, ni de ir a hacer algo de ejercicio. Sin embargo, sentirte mal al comer un dulce o al estar tumbado mucho tiempo, eso no lo puedes evitar porque, realmente, lo que quieres es que desaparezca ese detalle tan molesto —como la tripa, una nariz algo más grande, unos dientes torcidos— y no piensas precisamente en la salud, solo piensas en lo “mona” que estarías sin alguno de esos detalles —que para tus adentros llamas “defectos”—. Llega un punto en el que te medio desesperas al mirar fotos de otras chicas, mucho más delgadas, con unos dientes perfectos, o un nariz chiquitita. Entonces, solo te apetece agarrarte esa tripita tan molesta para ver si desaparece. Pero no, solo consigues que se quede con unos arañazos rojos que son aún más feos que lo poco que sobresale el vientre. Y luego viene sentirte mal y echarte a llorar, pensar que estas loca o que eres tonta por no quererte.

“Hay que sentirse bien con uno mismo”, “Gústate tal y como eres”, “No eres tonta”, “Mucha gente paga por estar como tu”… Y un sinfín de frases similares que te repite tu madre o amigas cuando comentas que te sientes algo incómoda o insegura con tu cuerpo y con tus acciones.

Sales a la calle y ¿qué ves?, miles de anuncios con modelos delgadas, que sabes perfectamente que son antinaturales, pero que aún así te hacen sentir como si necesitaras ser un espagueti con pechos grandes y largas piernas, sin sonreír y con un hombre al lado al que seducir con todos esos huesecitos que se te marcan.

¿Desde cuando hemos cambiado el prototipo de mujer natural? ¿Desde cuando hemos decidido que el cuerpo de una niña,  sin curvas, sin pelos, sin muslos, es mas bonito que una mujer natural, sea como sea?

Pero lo peor no es esto, no es mirarte al espejo y compararte, ni es pensar que esas mujeres antinaturales que salen en las marquesinas y en las televisiones son preciosas, no. Lo peor es la sociedad, el pensamiento de la gente, el prototipo de personas deformes y antinaturales que hemos creado. Lo peor es que los adolescentes, ahora más que nunca, sufren anorexia, o simplemente tienen un problema serio de inseguridad respecto a su cuerpo y, lo más grave, respecto a su personalidad —por miedo a ser rechazados—. Muchas veces porque los compañeros en el instituto comentan y susurran, critican y se ríen. Ahora, una mujer bonita no es aquella natural, con una sonrisa de oreja a oreja, con el cuerpo que tenga sin cambiarlo lo más mínimo, sea cual sea, y la personalidad propia y preciosa de cada uno. Ahora lo que les han enseñado a los jóvenes es que una mujer bonita es aquella a la que no le sobra ni un kilo, —sino que más bien le falta un par de días en casa de la abuela—, aquella que necesita untarse la cara en maquillaje y achicharrarse el pelo para tenerlo bien liso.

No dejan libertad alguna en la forma de vestir, de peinarse, de hablar e, incluso, de pensar. Se ha perdido toda clase de respeto hacia cualquiera: el chico que tienes al lado sentado, el vecino, una simple persona al lado tuyo en el metro… cualquiera, no hay respeto porque nos han adoctrinado a pensar, vestir, criticar, hablar de determinada manera. Estamos en una autentica dictadura estética.

Dictadura estética

Yo se que no estoy gorda, ni soy terriblemente fea, ni tonta de remate. Pero, a veces, no puedes evitar mirarte al espejo y observar cada uno de los detalles del cuerpo. Te miras la tripa, que sobresale un poco e, inconscientemente, piensas en la gente de alrededor, tan planitas, sin tripitas que sobresalgan… Entonces dices para tus adentros “¿Y si adelgazo un poco?”, pero luego no eres capaz de dejar de comer, ni de ir a hacer algo de ejercicio. Sin embargo, sentirte mal al comer un dulce o al estar tumbado mucho tiempo, eso no lo puedes evitar porque, realmente, lo que quieres es que desaparezca ese detalle tan molesto —como la tripa, una nariz algo más grande, unos dientes torcidos— y no piensas precisamente en la salud, solo piensas en lo “mona” que estarías sin alguno de esos detalles —que para tus adentros llamas “defectos”—. Llega un punto en el que te medio desesperas al mirar fotos de otras chicas, mucho más delgadas, con unos dientes perfectos, o un nariz chiquitita. Entonces, solo te apetece agarrarte esa tripita tan molesta para ver si desaparece. Pero no, solo consigues que se quede con unos arañazos rojos que son aún más feos que lo poco que sobresale el vientre. Y luego viene sentirte mal y echarte a llorar, pensar que estas loca o que eres tonta por no quererte.

“Hay que sentirse bien con uno mismo”, “Gústate tal y como eres”, “No eres tonta”, “Mucha gente paga por estar como tu”… Y un sinfín de frases similares que te repite tu madre o amigas cuando comentas que te sientes algo incómoda o insegura con tu cuerpo y con tus acciones.

Sales a la calle y ¿qué ves?, miles de anuncios con modelos delgadas, que sabes perfectamente que son antinaturales, pero que aún así te hacen sentir como si necesitaras ser un espagueti con pechos grandes y largas piernas, sin sonreír y con un hombre al lado al que seducir con todos esos huesecitos que se te marcan.

¿Desde cuando hemos cambiado el prototipo de mujer natural? ¿Desde cuando hemos decidido que el cuerpo de una niña,  sin curvas, sin pelos, sin muslos, es mas bonito que una mujer natural, sea como sea?

Pero lo peor no es esto, no es mirarte al espejo y compararte, ni es pensar que esas mujeres antinaturales que salen en las marquesinas y en las televisiones son preciosas, no. Lo peor es la sociedad, el pensamiento de la gente, el prototipo de personas deformes y antinaturales que hemos creado. Lo peor es que los adolescentes, ahora más que nunca, sufren anorexia, o simplemente tienen un problema serio de inseguridad respecto a su cuerpo y, lo más grave, respecto a su personalidad —por miedo a ser rechazados—. Muchas veces porque los compañeros en el instituto comentan y susurran, critican y se ríen. Ahora, una mujer bonita no es aquella natural, con una sonrisa de oreja a oreja, con el cuerpo que tenga sin cambiarlo lo más mínimo, sea cual sea, y la personalidad propia y preciosa de cada uno. Ahora lo que les han enseñado a los jóvenes es que una mujer bonita es aquella a la que no le sobra ni un kilo, —sino que más bien le falta un par de días en casa de la abuela—, aquella que necesita untarse la cara en maquillaje y achicharrarse el pelo para tenerlo bien liso.

No dejan libertad alguna en la forma de vestir, de peinarse, de hablar e, incluso, de pensar. Se ha perdido toda clase de respeto hacia cualquiera: el chico que tienes al lado sentado, el vecino, una simple persona al lado tuyo en el metro… cualquiera, no hay respeto porque nos han adoctrinado a pensar, vestir, criticar, hablar de determinada manera. Estamos en una autentica dictadura estética.

¿Y los hombres?

¿Sabías que han muerto 29 hombres a manos de sus mujeres? ¿Y esos hombres que se quedan sin ver a sus hijos y encima pagan más en un divorcio? ¿Luego pedimos igualdad cuando estamos discriminando al género masculino?

 

Esta clase de preguntas y muchas parecidas son las que me han lanzado a escribir. Llevo un tiempo escuchando y leyendo este tipo de indignaciones y, la verdad, es que me cuesta reaccionar de manera serena.

 

Para empezar, me gustaría aclarar que no se puede meter en el mismo saco sentencias de divorcios, violencia de género, micromachismos, etc. Si, todo forma parte de la sociedad machista patriarcal que nuestra cultura ha creado para nosotros, pero son diferentes conceptos.

El machismo afecta tanto a hombres como a mujeres y, muchas veces, cuando se les llena la boca de acusaciones a aquellos que pedimos una sociedad feminista, se les olvida parar un segundo, solo uno, y reflexionar sobre ello. Una sociedad feminista no implica una supremacía de la mujer, no implica que el hombre tenga que “obedecer” las leyes de la mujer. El feminismo no implica darle la vuelta a la tortilla y hacer pasar al hombre por todo lo que las mujeres hemos pasado durante años. El feminismo implica una sociedad libre de mejores y peores, libre de desigualdades laborales, acoso escolar, de roles, una sociedad libre de violencia —en todos sus ámbitos—.

Cuando analizamos cada una de las situaciones por las que pedimos igualdad, nos damos cuenta de que tanto ellas como ellos sufren las consecuencias de nuestra cultura. Si, es cierto que un padre puede llegar a tener menos derechos que una madre en un divorcio, pero esto sigue siendo una consecuencia del machismo, ya que, la madre es la que siempre se ha hecho cargo de los hijos (al igual que del hogar, la limpieza, la cocina, etc.) y el padre es el que llevaba el dinero a casa. Pero también es cierto que ciertos padres, debido a esa cultura machista, dejan de ver a sus hijos y deciden tan solo pagar una pensión alimenticia, o ni siquiera eso. En cualquier caso, esa decisión la tiene un juez y cada juicio es diferente porque no todas las familias son iguales.

Tampoco se puede relacionar estas sentencias judiciales con la Ley de Violencia de Género, ni agrupar los asesinatos de hombres con la violencia a las mujeres. Eso es simplemente una excusa para evitar el gran problema que se quiere erradicar, y es que son demasiadas las víctimas de maltrato por la supremacía masculina. Con esto no insinúo que esté bien asesinar a tu pareja masculina, es igualmente un delito, solo digo que nos dejemos de excusas, ya que, a nadie se le ocurre contestar con un “si pero ¿y los niños asesinados por sus padres?” a un comentario sobre violencia de género.

 

Lo que tenemos que observar es que todos los casos son consecuencia de la sociedad patriarcal y que solo con la lucha por la igualdad podremos conseguir que ambos géneros tengan los mismos derechos, libertades y respeto. El gran problema está claro, vivimos inmersos en un círculo del que no vamos a salir hasta que digamos “¡Hasta aquí!” basta de desigualdad, luchemos por un mundo feminista, porque el feminismo es para todos.

¿Y los hombres?

¿Sabías que han muerto 29 hombres a manos de sus mujeres? ¿Y esos hombres que se quedan sin ver a sus hijos y encima pagan más en un divorcio? ¿Luego pedimos igualdad cuando estamos discriminando al género masculino?

 

Esta clase de preguntas y muchas parecidas son las que me han lanzado a escribir. Llevo un tiempo escuchando y leyendo este tipo de indignaciones y, la verdad, es que me cuesta reaccionar de manera serena.

 

Para empezar, me gustaría aclarar que no se puede meter en el mismo saco sentencias de divorcios, violencia de género, micromachismos, etc. Si, todo forma parte de la sociedad machista patriarcal que nuestra cultura ha creado para nosotros, pero son diferentes conceptos.

El machismo afecta tanto a hombres como a mujeres y, muchas veces, cuando se les llena la boca de acusaciones a aquellos que pedimos una sociedad feminista, se les olvida parar un segundo, solo uno, y reflexionar sobre ello. Una sociedad feminista no implica una supremacía de la mujer, no implica que el hombre tenga que “obedecer” las leyes de la mujer. El feminismo no implica darle la vuelta a la tortilla y hacer pasar al hombre por todo lo que las mujeres hemos pasado durante años. El feminismo implica una sociedad libre de mejores y peores, libre de desigualdades laborales, acoso escolar, de roles, una sociedad libre de violencia —en todos sus ámbitos—.

Cuando analizamos cada una de las situaciones por las que pedimos igualdad, nos damos cuenta de que tanto ellas como ellos sufren las consecuencias de nuestra cultura. Si, es cierto que un padre puede llegar a tener menos derechos que una madre en un divorcio, pero esto sigue siendo una consecuencia del machismo, ya que, la madre es la que siempre se ha hecho cargo de los hijos (al igual que del hogar, la limpieza, la cocina, etc.) y el padre es el que llevaba el dinero a casa. Pero también es cierto que ciertos padres, debido a esa cultura machista, dejan de ver a sus hijos y deciden tan solo pagar una pensión alimenticia, o ni siquiera eso. En cualquier caso, esa decisión la tiene un juez y cada juicio es diferente porque no todas las familias son iguales.

Tampoco se puede relacionar estas sentencias judiciales con la Ley de Violencia de Género, ni agrupar los asesinatos de hombres con la violencia a las mujeres. Eso es simplemente una excusa para evitar el gran problema que se quiere erradicar, y es que son demasiadas las víctimas de maltrato por la supremacía masculina. Con esto no insinúo que esté bien asesinar a tu pareja masculina, es igualmente un delito, solo digo que nos dejemos de excusas, ya que, a nadie se le ocurre contestar con un “si pero ¿y los niños asesinados por sus padres?” a un comentario sobre violencia de género.

 

Lo que tenemos que observar es que todos los casos son consecuencia de la sociedad patriarcal y que solo con la lucha por la igualdad podremos conseguir que ambos géneros tengan los mismos derechos, libertades y respeto. El gran problema está claro, vivimos inmersos en un círculo del que no vamos a salir hasta que digamos “¡Hasta aquí!” basta de desigualdad, luchemos por un mundo feminista, porque el feminismo es para todos.