No lo queremos ver

He llegado a la conclusión de que el egoísmo ha invadido nuestra sociedad. Vivimos felices en nuestra pequeña burbuja que abarca tan solo nuestros seres más cercanos. Mientras que esa burbuja no se dañe, nos da igual que, día tras día, la burbuja de otra persona se rompa.
Este intento de metáfora viene porque no acabo de entender qué es lo que tiene que pasar más para que veamos que no ha dejado de existir esa sociedad machista que hemos creado, ¿o es que no lo queremos ver?
Todos los días, sino en nuestra propia piel, en la de una amiga, prima, hermana… vemos como volvemos con miedo a casa de noche, somos juzgadas por nuestra forma de vestir, de pensar… Pasamos por alto cosas bajo frases como: “¿no queríais libertad de expresión? pues podrán deciros lo que quieran por la calle”, “vas muy fresca, tápate”, “si es que si vais provocando normal que os pasen cosas”, “si yo estoy a favor de la igualdad , pero no puedes negar que hombres y mujeres son diferentes”.
Y no es solo eso, no es que entres gratis en las discotecas solo por ser mujer o que los hombres te digan por la calle cuatro burradas, es lo que estamos enseñando a nuestros niños, a los más pequeños de las familias, esos que aprenden la mayor parte de las cosas por imitación.
?El otro día salía de trabajar y, esperando un semáforo, alguien me dio un azote en el culo. Con toda mi rabia me giré para gritar al baboso, pero para mi sorpresa vi ante mis ojos a tres niños de unos diez años y uno de ellos que salía corriendo. Sin saber que decir, sin palabras, volví a girarme y entonces, otro azote. Ya muy enfadada me giré gritando y vi a los mismos niños que salían corriendo mientras me hacían burla.
No se muy bien explicaros qué es lo que pensé en ese momento, estaba completamente alucinada. Solo sentí que ya no solo tenía que estar pendiente de los hombres, sino también de los niños. Muchos diréis algo así como: “¡qué graciosos!”, “no te puedes enfadar, son niños nada más, no lo hacen con ninguna intención”.
Pero yo os planteo una pregunta, ¿os imagináis a una niña de diez años (o de los que sean) tocándole descaradamente el culo a un hombre por la calle, alguna vez os ha pasado, serían capaces?.
Si la respuesta es no, no se qué más tiene que pasar para que veáis la sociedad en la que vivimos. Vivir sin querer ver está muy bien, pero no dejemos que nuestros niños y niñas vivan todas las situaciones a las que nos enfrentamos nosotras, pero también vosotros, no lo olvidéis. El feminismo es para ellas y ellos.

No lo queremos ver

He llegado a la conclusión de que el egoísmo ha invadido nuestra sociedad. Vivimos felices en nuestra pequeña burbuja que abarca tan solo nuestros seres más cercanos. Mientras que esa burbuja no se dañe, nos da igual que, día tras día, la burbuja de otra persona se rompa.
Este intento de metáfora viene porque no acabo de entender qué más tiene que pasar para que veamos que no ha dejado de existir esa sociedad machista que hemos creado, ¿o es que no lo queremos ver?.
Todos los días, sino en nuestra propia piel, en la de una amiga, prima, hermana… vemos cómo volvemos con miedo a casa de noche, somos juzgadas por nuestra forma de vestir, de pensar… Pasamos por alto situaciones bajo frases como: “¿no queríais libertad de expresión? pues podrán decir lo que quieran por la calle”, “vas muy fresca, tápate”, “si es que si vais provocando normal que os pasen cosas”, “si yo estoy a favor de la igualdad , pero no puedes negar que hombres y mujeres son diferentes”.
Y no es solo eso, no es que entres gratis en las discotecas solo por ser mujer o que los hombres te digan por la calle cuatro burradas, es lo que estamos enseñando a nuestros niños, a los más pequeños de las familias, esos que aprenden la mayor parte de las cosas por imitación.
?El otro día salía de trabajar y, esperando un semáforo, alguien me dio un azote en el culo. Con toda mi rabia me giré para gritar al baboso, pero para mi sorpresa vi ante mis ojos a tres niños de unos diez años y uno de ellos que salía corriendo. Sin saber que decir, sin palabras, volví a girarme y entonces, otro azote. Ya muy enfadada me giré gritando y vi a los mismos niños que salían corriendo mientras me hacían burla.
No se muy bien explicar qué es lo que pensé en ese momento, estaba completamente alucinada. Solo sentí que ya no solo tenía que estar pendiente de los hombres, sino también de los niños. Muchos diréis algo así como: “¡qué graciosos!”, “no te puedes enfadar, son niños nada más, no lo hacen con ninguna intención”.
Pero yo os planteo una pregunta, ¿os imagináis a una niña de diez años (o de los que sean) tocándole descaradamente el culo a un hombre por la calle, alguna vez os ha pasado, serían capaces?.
Si la respuesta es no, no se qué más tiene que pasar para que veáis la sociedad en la que vivimos. Vivir sin querer ver está muy bien, pero no dejemos que nuestros niños y niñas vivan todas las situaciones a las que nos enfrentamos nosotras, pero también vosotros, no lo olvidéis. El feminismo es para ellas y ellos.

Otra noche más.

5.30 de la madrugada, te despides de tus amigos, coges el tren.
Tan solo son dos o tres paradas hasta llegar a la tuya, escoges un asiento alejada de todo el mundo, nadie sospechoso delante, al lado, detrás. Te bajas del tren subiéndote la cremallera de la chaqueta y cruzando los brazos. Caminas, caminas hasta salir a la calle, es de noche, lógico. No hay gente, también lógico. Es el momento de sacar las llaves y colocártelas estratégicamente en el puño, bien cerrado, por si acaso. Caminas, caminas hasta aproximarte a tu calle, sin música, sin ruidos, alerta. Cada dos minutos giras la cabeza para asegurarte de que nadie te sigue, nadie delante, nadie detrás, nadie a los lados, caminas. Por tu cabeza pasan miles de situaciones y miles de noticas, las advertencias de tu madre y los miedos, miedos… El puño sigue bien cerrado empuñando las llaves como si fueran una arma letal, el bolso bien pegado al cuerpo, caminas deprisa, muy deprisa, casi corriendo. Miras a tu al rededor, estoy sola, no hay nadie, caminas, sujetas las llaves con fuerza, cruzas bien los brazos, la chaqueta bien cerrada. Abres la puerta. Entras rápido en el portal y te aseguras, dos veces, de que está bien cerrado.
Respiras. Otra noche más.

“Broma de chiquillos”

Como todas las mañanas me levanté, me duché, desayuné y salí por la puerta. Solo que esa mañana no era como una cualquiera, aquella mañana empezaba mi primer año de instituto. Si, esa época en la que no se es ni pequeño ni mayor, pero hay que aparentar ser muy mayor.
Mi nuevo instituto era muy grande y yo no estaba acostumbrada a ver tantos compañeros en una clase, tantos profesores, tantas clases…
Cuando llegamos a aquel edifico tan grande, nos juntaron en uno de los salones de actos a todos los nuevos para darnos la bienvenida y nos fueron llamando uno por uno para asignarnos clase. Cuando dijeron mi nombre, me levanté con una sonrisa de oreja a oreja y fui directa a mi nueva clase, 1ºA.
No todos mis compañeros eran caras nuevas, algunos venían conmigo de mi colegio de primaria, éramos unos treinta en clase, más chicos que chicas, y teníamos un profesor por asignatura, toda una novedad.
Al terminar el día, mi madre nos esperaba a mi y a mi hermana en el cruce que quedaba enfrente del instituto, me encantaba que viniese a buscarnos a la salida, el instituto estaba cerca de casa y el camino de vuelta se hacía mucho más entretenido yendo las tres. Le contábamos todas las novedades mientras comíamos, la cantidad de gente que había, nuestros profesores, las clases nuevas…todo.
Esa noche me fui a dormir muy contenta, todos los cambios que íbamos a experimentar me hacían una ilusión tremenda pero, sobre todo, me encantaba la idea de poder hacer nuevos amigos.

A medida que avanzaban los días me daba cuenta de que aprender cosas nuevas me encantaba, los estudios no suponían un problema para mi y los sacaba sin dificultad. Sin embargo, sentía que hacer amigos era un trabajo de chinos, allí la gente rechazaba a muchos por el simple hecho de ser diferentes. De un día para otro, que tu madre o padre te fuese a buscar a la hora de comer no era guay, las mochilas de ruedas ya no molaban y algo tan natural como manchar la camiseta de sudor era motivo de mofa. De un día para otro, el objetivo principal ya no era pasárselo bien y jugar con tus amigos, si no fijarte en qué chico te parecía guapo, criticar a la chica que intentara quitarte a “tu chico” y decir muchas, muchas palabrotas. Eran muchas cosas a tener en cuenta para poder encajar en una clase en la que todos estábamos en igualdad de condiciones, o eso pensaba yo.
Había un chico en mi clase que empezó a acercarse a mi, que me pedía “salir”, ser novios:
- ¿Quieres salir conmigo?- solía preguntarme.
- No gracias, es que no me gustas- era mi respuesta habitual.
La verdad que por aquel entonces el concepto que yo tenía de “novios” era el de darse la manita de vez en cuando y el resto del tiempo cada uno a lo suyo, pero aún así, ese chico no me gustaba. A la tercera o cuarta vez que tuve que responder, dejó de preguntarme.
Llegó el final del curso y las notas fueron muy buenas, además, me eché una “mejor” amiga y conseguí llevarme bastante bien con todos mis compañeros.

El segundo curso del instituto se presentó con muy buenas expectativas, me sentía una veterana, mucho más cómoda entrando por la puerta, subiendo las escaleras, viendo las caras de aquellos que llegaban nuevos.
Según avanzábamos, sin embargo, empezamos a darnos cuenta de que había muchas cosas de aquel centro que dejaban mucho que desear. Mi hermana tuvo serios problemas con su profesora de matemáticas, ¿por qué siempre las matemáticas?.
En cuanto a mi, el chico que me quería como novia siguió insistiendo, y yo seguía diciéndole amablemente que no.
Un día me llegó un mensaje al móvil de un número que no conocía: “kieres salir cnmigo???”, no contesté. Al rato me llegó otro del mismo número: “sbes kien soi???”, tampoco contesté. No necesitaba preguntar quién era para saberlo, sabía perfectamente quien era, lo que no sabía era cómo había conseguido mi número de teléfono.
Al día siguiente le pregunté a mi compañero quién le había dado mi número de teléfono y por qué no paraba de mandarme mensajes:
- Pero, ¿quieres o no quieres?- fue su respuesta.
Al repetirle de nuevo que no, no quería ser su novia, entonces se enfadó mucho y empezó a gritarme que yo era una “puta” que venía de una familia de “putas” donde mi hermana era “puta”, mi madre también y hasta mi abuela era “puta”.
Me quedé paralizada, era el primer día que me insultaban de esa manera y descubrí el daño que podían llegar a hacerme unas pocas palabras en unos pocos segundos y todo por decir “no”.
Al acabar aquel día nefasto, tenía que volver sola a casa y, durante el camino, este chico vino conmigo con la excusa de que tenía que ir a un sitio cerca de donde yo vivía. Sin embargo, cuando llegamos a mi calle, en lugar de irse por su camino, fue hasta mi portal detrás de mi haciendo caso omiso a mis peticiones de que me dejara en paz, vio mi porta y mi piso, cuando entré, al fin se marchó. Todo lo hacía como si fuese tan natural que me hacía pensar que estaba paranoica por sentirme incómoda e intimidada.
El viernes de esa misma semana a eso de las diez y media de la noche alguien llamó al telefonillo:
- Es un compañero de clase que pregunta por ti- me dijo mi madre.
Cuando me puse al telefonillo aquella voz hizo que se me revolviera el estómago:
- ¿Sabes quién soy?
- Si- respondí asustada.
- ¿Bajas a darme un besito?- se escucharon risitas al otro lado del aparato.
Colgué el telefonillo de golpe y le dije a mi madre quién era y lo qué quería, salimos al portal a ver si estaba, pero se había ido..
Empecé a ir con miedo al instituto, miedo a ser insultada, miedo a que alguien se riera de mi, miedo a decir que no.

Un día la profesora de lengua no vino a clase y nadie puso un sustituto, así que estábamos solos unos veinticinco niños de catorce años. Yo tenía que ir al baño porque necesitaba cambiarme, hacía poco que me había venido la regla y era toda una novedad para mi y un tema tabú para todos. Mientras iba al baño vi que este chico venía detrás de mi y, como ya me había seguido una vez, le pregunté desconfiada que dónde iba, el respondió que al baño y no le di más vueltas.
Entonces todo empezó a ir a cámara rápida en mi cabeza, cuando estaba en la cabina del baño, desnuda de cintura para abajo, escuché una voz, esa voz: “Hola, ¿qué haces ahí?”, “¡Huy que mayor que te ha bajado la regla!”, “¿necesitas ayuda?”.
Me asusté tanto que no podía ni subirme los pantalones, miraba todo el rato las rendijas de arriba y abajo de la puerta:
- ¡¿Qué hacéis?! ¡Dejad de grabar!- gritó de repente una compañera desde fuera.
Me quedé paralizada, de repente todo se quedó inmóvil, en silencio, ¿qué habían grabado? ¿quién más estaba en el baño? ¿por qué querrían grabarme?…
No era posible que hubiesen pasado tantas cosas en lo que yo pensaba que eran cinco minutos. Se dejaron de oír voces, así que cogí todo el aire que pude, me subí los pantalones y abrí la puerta despacio por si seguían ahí.
Cuando salí al pasillo me esperaba otra reacción completamente diferente a lo que pasó, a nadie pareció importarle lo que acababa de pasar, todo eran risas. Uno de los chicos, el que grababa, me cogió al salir y me sentó en sus piernas mientras se reía con el otro y me decían que era una broma, que no dijera nada… para mi, toda esa situación estaba pasando ajena a mi, como en un sueño.
Fue tan impactante que no pude contar nada a nadie ese día, ni al siguiente, ni al otro…
Pasado un tiempo lo conté en casa, lo conté como una anécdota, sin pararme mucho en los detalles, como quien cuenta que se tropezó con una piedra. Mi madre si le dio la importancia que tenía, fue cuando me di cuenta que no era un simple tropiezo y que consiguieron hacerme pequeña, destructible, débil.
Para intentar solucionar algo, mi madre habló con la tutora de la clase, que se quedó perpleja con la historia y habló con el chico, pero él negaba todo continuamente. Al enterarse de que lo había contado en el instituto borraron el vídeo y me pidieron grabar otro donde no se viera nada, ¿así que algo se veía? Fue lo que pasó por mi mente en aquel momento. La verdad que yo me sentía completamente fuera de toda esa situación, en un mundo paralelo donde cada vez era más y más pequeña.
Mientras todo esto sucedía a mi alrededor, mis compañeros, sobre todo compañeras, se habían dedicado a recoger firmas en mi contra por “haberme chivado” de sus amigos, no llegaron muy lejos porque mi hermana rompió el papelito en cuanto le pidieron firmar.
El tema pasó a la directora, pero no quiso saber nada de mi, no quiso que le contara la historia, no quiso saber por qué un niño me había estado acosando durante dos años, no quiso saber por qué grababan en su centro donde supuestamente estaba prohibido, no quería saber nada. Solo les pidió a los chicos el vídeo, pero como no lo tenían se fueron como habían llegado, sin castigos, ni expulsiones, nada.
Al año siguiente dejamos ese instituto y olvidé aquella pequeña “broma de chiquillos”.

“Broma de chiquillos”

Como todas las mañanas me levanté, me duché, desayuné y salí por la puerta. Solo que esa mañana no era como una cualquiera, aquella mañana empezaba mi primer año de instituto. Si, esa época en la que no se es ni pequeño ni mayor, pero hay que aparentar ser muy mayor.
Mi nuevo instituto era muy grande y yo no estaba acostumbrada a ver tantos compañeros en una clase, tantos profesores, tantas clases…
Cuando llegamos a aquel edifico tan grande, nos juntaron en uno de los salones de actos a todos los nuevos para darnos la bienvenida y nos fueron llamando uno por uno para asignarnos clase. Cuando dijeron mi nombre, me levanté con una sonrisa de oreja a oreja y fui directa a mi nueva clase, 1ºA.
No todos mis compañeros eran caras nuevas, algunos venían conmigo de mi colegio de primaria, éramos unos treinta en clase, más chicos que chicas, y teníamos un profesor por asignatura, toda una novedad.
Al terminar el día, mi madre nos esperaba a mi y a mi hermana en el cruce que quedaba en frente del instituto, me encantaba que viniese a buscarnos a la salida, el instituto estaba cerca de casa y el camino de vuelta se hacía mucho más entretenido yendo las tres. Le contábamos todas las novedades mientras comíamos, la cantidad de gente que había, nuestros profesores, las clases nuevas…todo.
Esa noche me fui a dormir muy contenta, todos los cambios que íbamos a experimentar me hacían una ilusión tremenda pero, sobre todo, me encantaba la idea de poder hacer nuevos amigos.

A medida que avanzaban los días me daba cuenta de que aprender cosas nuevas me encantaba, los estudios no suponían un problema para mi y los sacaba sin dificultad. Sin embargo, sentía que hacer amigos era un trabajo de chinos, allí la gente rechazaba a muchos por el simple hecho de ser diferentes. De un día para otro, que tu madre o padre te fuese a buscar a la hora de comer no era guay, las mochilas de ruedas ya no molaban y algo tan natural como manchar la camiseta de sudor era motivo de mofa. De un día para otro, el objetivo principal ya no era pasárselo bien y jugar con tus amigos, si no fijarte en qué chico te parecía guapo, criticar a la chica que intentara quitarte a “tu chico” y decir muchas, muchas palabrotas. Eran muchas cosas a tener en cuenta para poder encajar en una clase en la que todos estábamos en igualdad de condiciones, o eso pensaba yo.
Había un chico en mi clase que empezó a acercarse a mi, que me pedía “salir”, ser novios:
- ¿Quieres salir conmigo?- solía preguntarme.
- No gracias, es que no me gustas- era mi respuesta habitual.
La verdad que por aquel entonces el concepto que yo tenía de “novios” era el de darse la manita de vez en cuando y el resto del tiempo cada uno a lo suyo, pero aún así, ese chico no me gustaba. A la tercera o cuarta vez que tuve que responder, dejó de preguntarme.
Llegó el final del curso y las notas fueron muy buenas, además, me eché una “mejor” amiga y conseguí llevarme bastante bien con todos mis compañeros.

El segundo curso del instituto se presentó con muy buenas expectativas, me sentía una veterana, mucho más cómoda entrando por la puerta, subiendo las escaleras, viendo las caras de aquellos que llegaban nuevos.
Según avanzábamos, sin embargo, empezamos a darnos cuenta de que había muchas cosas de aquel centro que dejaban mucho que desear. Mi hermana tuvo serios problemas con su profesora de matemáticas, ¿por qué siempre las matemáticas?.
En cuanto a mi, el chico que me quería como novia siguió insistiendo, y yo seguía diciéndole amablemente que no.
Un día me llegó un mensaje al móvil de un número que no conocía: “kieres salir cnmigo???”, no contesté. Al rato me llegó otro del mismo número: “sbes kien soi???”, tampoco contesté. No necesitaba preguntar quién era para saberlo, sabía perfectamente quien era, lo que no sabía era cómo había conseguido mi número de teléfono.
Al día siguiente le pregunté a mi compañero quién le había dado mi número de teléfono y por qué no paraba de mandarme mensajes:
- Pero, ¿quieres o no quieres?- fue su respuesta.
Al repetirle de nuevo que no, no quería ser su novia, entonces se enfadó mucho y empezó a gritarme que yo era una “puta” que venía de una familia de “putas” donde mi hermana era “puta”, mi madre también y hasta mi abuela era “puta”.
Me quedé paralizada, era el primer día que me insultaban de esa manera y descubrí el daño que podían llegar a hacerme unas pocas palabras en unos pocos segundos y todo por decir “no”.
Al acabar aquel día nefasto, tenía que volver sola a casa y, durante el camino, este chico vino conmigo con la excusa de que tenía que ir a un sitio cerca de donde yo vivía. Sin embargo, cuando llegamos a mi calle, en lugar de irse por su camino, fue hasta mi portal detrás de mi haciendo caso omiso a mis peticiones de que me dejara en paz, vio mi porta y mi piso, cuando entré, al fin se marchó. Todo lo hacía como si fuese tan natural que me hacía pensar que estaba paranoica por sentirme incómoda e intimidada.
El viernes de esa misma semana a eso de las diez y media de la noche alguien llamó al telefonillo:
- Es un compañero de clase que pregunta por ti- me dijo mi madre.
Cuando me puse al telefonillo aquella voz hizo que se me revolviera el estómago:
- ¿Sabes quién soy?
- Si- respondí asustada.
- ¿Bajas a darme un besito?- se escucharon risitas al otro lado del aparato.
Colgué el telefonillo de golpe y le dije a mi madre quién era y lo qué quería, salimos al portal a ver si estaba, pero se había ido..
Empecé a ir con miedo al instituto, miedo a ser insultada, miedo a que alguien se riera de mi, miedo a decir que no.

Un día la profesora de lengua no vino a clase y nadie puso un sustituto, así que estábamos solos unos veinticinco niños de catorce años. Yo tenía que ir al baño porque necesitaba cambiarme, hacía poco que me había venido la regla y era toda una novedad para mi y un tema tabú para todos. Mientras iba al baño vi que este chico venía detrás de mi y, como ya me había seguido una vez, le pregunté desconfiada que dónde iba, el respondió que al baño y no le di más vueltas.
Entonces todo empezó a ir a cámara rápida en mi cabeza, cuando estaba en la cabina del baño, desnuda de cintura para abajo, escuché una voz, esa voz: “Hola, ¿qué haces ahí?”, “¡Huy que mayor que te ha bajado la regla!”, “¿necesitas ayuda?”.
Me asusté tanto que no podía ni subirme los pantalones, miraba todo el rato las rendijas de arriba y abajo de la puerta:
- ¡¿Qué hacéis?! ¡Dejad de grabar!- gritó de repente una compañera desde fuera.
Me quedé paralizada, de repente todo se quedó inmóvil, en silencio, ¿qué habían grabado? ¿quién más estaba en el baño? ¿por qué querrían grabarme?…
No era posible que hubiesen pasado tantas cosas en lo que yo pensaba que eran cinco minutos. Se dejaron de oír voces, así que cogí todo el aire que pude, me subí los pantalones y abrí la puerta despacio por si seguían ahí.
Cuando salí al pasillo me esperaba otra reacción completamente diferente a lo que pasó, a nadie pareció importarle lo que acababa de pasar, todo eran risas. Uno de los chicos, el que grababa, me cogió al salir y me sentó en sus piernas mientras se reía con el otro y me decían que era una broma, que no dijera nada… para mi, toda esa situación estaba pasando ajena a mi, como en un sueño.
Fue tan impactante que no pude contar nada a nadie ese día, ni al siguiente, ni al otro…
Pasado un tiempo lo conté en casa, lo conté como una anécdota, sin pararme mucho en los detalles, como quien cuenta que se tropezó con una piedra. Mi madre si le dio la importancia que tenía, fue cuando me di cuenta que no era un simple tropiezo y que consiguieron hacerme pequeña, destructible, débil.
Para intentar solucionar algo, mi madre habló con la tutora de la clase, que se quedó perpleja con la historia y habló con el chico, pero él negaba todo continuamente. Al enterarse de que lo había contado en el instituto borraron el vídeo y me pidieron grabar otro donde no se viera nada, ¿así que algo se veía? Fue lo que pasó por mi mente en aquel momento. La verdad que yo me sentía completamente fuera de toda esa situación, en un mundo paralelo donde cada vez era más y más pequeña.
Mientras todo esto sucedía a mi alrededor, mis compañeros, sobre todo compañeras, se habían dedicado a recoger firmas en mi contra por “haberme chivado” de sus amigos, no llegaron muy lejos porque mi hermana rompió el papelito en cuanto le pidieron firmar.
El tema pasó a la directora, pero no quiso saber nada de mi, no quiso que le contara la historia, no quiso saber por qué un niño me había estado acosando durante dos años, no quiso saber por qué grababan en su centro donde supuestamente estaba prohibido, no quería saber nada. Solo les pidió a los chicos el vídeo, pero como no lo tenían se fueron como habían llegado, sin castigos, ni expulsiones, nada.
Al año siguiente dejamos ese instituto y olvidé aquella pequeña “broma de chiquillos”.

“Broma de chiquillos”

Como todas las mañanas me levanté, me duché, desayuné y salí por la puerta. Solo que esa mañana no era como una cualquiera, aquella mañana empezaba mi primer año de instituto. Si, esa época en la que no se es ni pequeño ni mayor, pero hay que aparentar ser muy mayor.
Mi nuevo instituto era muy grande y yo no estaba acostumbrada a ver tantos compañeros en una clase, tantos profesores, tantas clases…
Cuando llegamos a aquel edifico tan grande, nos juntaron en uno de los salones de actos a todos los nuevos para darnos la bienvenida y nos fueron llamando uno por uno para asignarnos clase. Cuando dijeron mi nombre, me levanté con una sonrisa de oreja a oreja y fui directa a mi nueva clase, 1ºA.
No todos mis compañeros eran caras nuevas, algunos venían conmigo de mi colegio de primaria, éramos unos treinta en clase, más chicos que chicas, y teníamos un profesor por asignatura, toda una novedad.
Al terminar el día, mi madre nos esperaba a mi y a mi hermana en el cruce que quedaba en frente del instituto, me encantaba que viniese a buscarnos a la salida, el instituto estaba cerca de casa y el camino de vuelta se hacía mucho más entretenido yendo las tres. Le contábamos todas las novedades mientras comíamos, la cantidad de gente que había, nuestros profesores, las clases nuevas…todo.
Esa noche me fui a dormir muy contenta, todos los cambios que íbamos a experimentar me hacían una ilusión tremenda pero, sobre todo, me encantaba la idea de poder hacer nuevos amigos.

A medida que avanzaban los días me daba cuenta de que aprender cosas nuevas me encantaba, los estudios no suponían un problema para mi y los sacaba sin dificultad. Sin embargo, sentía que hacer amigos era un trabajo de chinos, allí la gente rechazaba a muchos por el simple hecho de ser diferentes. De un día para otro, que tu madre o padre te fuese a buscar a la hora de comer no era guay, las mochilas de ruedas ya no molaban y algo tan natural como manchar la camiseta de sudor era motivo de mofa. De un día para otro, el objetivo principal ya no era pasárselo bien y jugar con tus amigos, si no fijarte en qué chico te parecía guapo, criticar a la chica que intentara quitarte a “tu chico” y decir muchas, muchas palabrotas. Eran muchas cosas a tener en cuenta para poder encajar en una clase en la que todos estábamos en igualdad de condiciones, o eso pensaba yo.
Había un chico en mi clase que empezó a acercarse a mi, que me pedía “salir”, ser novios:
- ¿Quieres salir conmigo?- solía preguntarme.
- No gracias, es que no me gustas- era mi respuesta habitual.
La verdad que por aquel entonces el concepto que yo tenía de “novios” era el de darse la manita de vez en cuando y el resto del tiempo cada uno a lo suyo, pero aún así, ese chico no me gustaba. A la tercera o cuarta vez que tuve que responder, dejó de preguntarme.
Llegó el final del curso y las notas fueron muy buenas, además, me eché una “mejor” amiga y conseguí llevarme bastante bien con todos mis compañeros.

El segundo curso del instituto se presentó con muy buenas expectativas, me sentía una veterana, mucho más cómoda entrando por la puerta, subiendo las escaleras, viendo las caras de aquellos que llegaban nuevos.
Según avanzábamos, sin embargo, empezamos a darnos cuenta de que había muchas cosas de aquel centro que dejaban mucho que desear. Mi hermana tuvo serios problemas con su profesora de matemáticas, ¿por qué siempre las matemáticas?.
En cuanto a mi, el chico que me quería como novia siguió insistiendo, y yo seguía diciéndole amablemente que no.
Un día me llegó un mensaje al móvil de un número que no conocía: “kieres salir cnmigo???”, no contesté. Al rato me llegó otro del mismo número: “sbes kien soi???”, tampoco contesté. No necesitaba preguntar quién era para saberlo, sabía perfectamente quien era, lo que no sabía era cómo había conseguido mi número de teléfono.
Al día siguiente le pregunté a mi compañero quién le había dado mi número de teléfono y por qué no paraba de mandarme mensajes:
- Pero, ¿quieres o no quieres?- fue su respuesta.
Al repetirle de nuevo que no, no quería ser su novia, entonces se enfadó mucho y empezó a gritarme que yo era una “puta” que venía de una familia de “putas” donde mi hermana era “puta”, mi madre también y hasta mi abuela era “puta”.
Me quedé paralizada, era el primer día que me insultaban de esa manera y descubrí el daño que podían llegar a hacerme unas pocas palabras en unos pocos segundos y todo por decir “no”.
Al acabar aquel día nefasto, tenía que volver sola a casa y, durante el camino, este chico vino conmigo con la excusa de que tenía que ir a un sitio cerca de donde yo vivía. Sin embargo, cuando llegamos a mi calle, en lugar de irse por su camino, fue hasta mi portal detrás de mi haciendo caso omiso a mis peticiones de que me dejara en paz, vio mi porta y mi piso, cuando entré, al fin se marchó. Todo lo hacía como si fuese tan natural que me hacía pensar que estaba paranoica por sentirme incómoda e intimidada.
El viernes de esa misma semana a eso de las diez y media de la noche alguien llamó al telefonillo:
- Es un compañero de clase que pregunta por ti- me dijo mi madre.
Cuando me puse al telefonillo aquella voz hizo que se me revolviera el estómago:
- ¿Sabes quién soy?
- Si- respondí asustada.
- ¿Bajas a darme un besito?- se escucharon risitas al otro lado del aparato.
Colgué el telefonillo de golpe y le dije a mi madre quién era y lo qué quería, salimos al portal a ver si estaba, pero se había ido..
Empecé a ir con miedo al instituto, miedo a ser insultada, miedo a que alguien se riera de mi, miedo a decir que no.

Un día la profesora de lengua no vino a clase y nadie puso un sustituto, así que estábamos solos unos veinticinco niños de catorce años. Yo tenía que ir al baño porque necesitaba cambiarme, hacía poco que me había venido la regla y era toda una novedad para mi y un tema tabú para todos. Mientras iba al baño vi que este chico venía detrás de mi y, como ya me había seguido una vez, le pregunté desconfiada que dónde iba, el respondió que al baño y no le di más vueltas.
Entonces todo empezó a ir a cámara rápida en mi cabeza, cuando estaba en la cabina del baño, desnuda de cintura para abajo, escuché una voz, esa voz: “Hola, ¿qué haces ahí?”, “¡Huy que mayor que te ha bajado la regla!”, “¿necesitas ayuda?”.
Me asusté tanto que no podía ni subirme los pantalones, miraba todo el rato las rendijas de arriba y abajo de la puerta:
- ¡¿Qué hacéis?! ¡Dejad de grabar!- gritó de repente una compañera desde fuera.
Me quedé paralizada, de repente todo se quedó inmóvil, en silencio, ¿qué habían grabado? ¿quién más estaba en el baño? ¿por qué querrían grabarme?…
No era posible que hubiesen pasado tantas cosas en lo que yo pensaba que eran cinco minutos. Se dejaron de oír voces, así que cogí todo el aire que pude, me subí los pantalones y abrí la puerta despacio por si seguían ahí.
Cuando salí al pasillo me esperaba otra reacción completamente diferente a lo que pasó, a nadie pareció importarle lo que acababa de pasar, todo eran risas. Uno de los chicos, el que grababa, me cogió al salir y me sentó en sus piernas mientras se reía con el otro y me decían que era una broma, que no dijera nada… para mi, toda esa situación estaba pasando ajena a mi, como en un sueño.
Fue tan impactante que no pude contar nada a nadie ese día, ni al siguiente, ni al otro…
Pasado un tiempo lo conté en casa, lo conté como una anécdota, sin pararme mucho en los detalles, como quien cuenta que se tropezó con una piedra. Mi madre si le dio la importancia que tenía, fue cuando me di cuenta que no era un simple tropiezo y que consiguieron hacerme pequeña, destructible, débil.
Para intentar solucionar algo, mi madre habló con la tutora de la clase, que se quedó perpleja con la historia y habló con el chico, pero él negaba todo continuamente. Al enterarse de que lo había contado en el instituto borraron el vídeo y me pidieron grabar otro donde no se viera nada, ¿así que algo se veía? Fue lo que pasó por mi mente en aquel momento. La verdad que yo me sentía completamente fuera de toda esa situación, en un mundo paralelo donde cada vez era más y más pequeña.
Mientras todo esto sucedía a mi alrededor, mis compañeros, sobre todo compañeras, se habían dedicado a recoger firmas en mi contra por “haberme chivado” de sus amigos, no llegaron muy lejos porque mi hermana rompió el papelito en cuanto le pidieron firmar.
El tema pasó a la directora, pero no quiso saber nada de mi, no quiso que le contara la historia, no quiso saber por qué un niño me había estado acosando durante dos años, no quiso saber por qué grababan en su centro donde supuestamente estaba prohibido, no quería saber nada. Solo les pidió a los chicos el vídeo, pero como no lo tenían se fueron como habían llegado, sin castigos, ni expulsiones, nada.
Al año siguiente dejamos ese instituto y olvidé aquella pequeña “broma de chiquillos”.

“Broma de chiquillos”

Como todas las mañanas me levanté, me duché, desayuné y salí por la puerta. Solo que esa mañana no era como una cualquiera, aquella mañana empezaba mi primer año de instituto. Si, esa época en la que no se es ni pequeño ni mayor, pero hay que aparentar ser muy mayor.
Mi nuevo instituto era muy grande y yo no estaba acostumbrada a ver tantos compañeros en una clase, tantos profesores, tantas clases…
Cuando llegamos a aquel edifico tan grande, nos juntaron en uno de los salones de actos a todos los nuevos para darnos la bienvenida y nos fueron llamando uno por uno para asignarnos clase. Cuando dijeron mi nombre, me levanté con una sonrisa de oreja a oreja y fui directa a mi nueva clase, 1ºA.
No todos mis compañeros eran caras nuevas, algunos venían conmigo de mi colegio de primaria, éramos unos treinta en clase, más chicos que chicas, y teníamos un profesor por asignatura, toda una novedad.
Al terminar el día, mi madre nos esperaba a mi y a mi hermana en el cruce que quedaba enfrente del instituto, me encantaba que viniese a buscarnos a la salida, el instituto estaba cerca de casa y el camino de vuelta se hacía mucho más entretenido yendo las tres. Le contábamos todas las novedades mientras comíamos, la cantidad de gente que había, nuestros profesores, las clases nuevas…todo.
Esa noche me fui a dormir muy contenta, todos los cambios que íbamos a experimentar me hacían una ilusión tremenda pero, sobre todo, me encantaba la idea de poder hacer nuevos amigos.

A medida que avanzaban los días me daba cuenta de que aprender cosas nuevas me encantaba, los estudios no suponían un problema para mi y los sacaba sin dificultad. Sin embargo, sentía que hacer amigos era un trabajo de chinos, allí la gente rechazaba a muchos por el simple hecho de ser diferentes. De un día para otro, que tu madre o padre te fuese a buscar a la hora de comer no era guay, las mochilas de ruedas ya no molaban y algo tan natural como manchar la camiseta de sudor era motivo de mofa. De un día para otro, el objetivo principal ya no era pasárselo bien y jugar con tus amigos, si no fijarte en qué chico te parecía guapo, criticar a la chica que intentara quitarte a “tu chico” y decir muchas, muchas palabrotas. Eran muchas cosas a tener en cuenta para poder encajar en una clase en la que todos estábamos en igualdad de condiciones, o eso pensaba yo.
Había un chico en mi clase que empezó a acercarse a mi, que me pedía “salir”, ser novios:
- ¿Quieres salir conmigo?- solía preguntarme.
- No gracias, es que no me gustas- era mi respuesta habitual.
La verdad que por aquel entonces el concepto que yo tenía de “novios” era el de darse la manita de vez en cuando y el resto del tiempo cada uno a lo suyo, pero aún así, ese chico no me gustaba. A la tercera o cuarta vez que tuve que responder, dejó de preguntarme.
Llegó el final del curso y las notas fueron muy buenas, además, me eché una “mejor” amiga y conseguí llevarme bastante bien con todos mis compañeros.

El segundo curso del instituto se presentó con muy buenas expectativas, me sentía una veterana, mucho más cómoda entrando por la puerta, subiendo las escaleras, viendo las caras de aquellos que llegaban nuevos.
Según avanzábamos, sin embargo, empezamos a darnos cuenta de que había muchas cosas de aquel centro que dejaban mucho que desear. Mi hermana tuvo serios problemas con su profesora de matemáticas, ¿por qué siempre las matemáticas?.
En cuanto a mi, el chico que me quería como novia siguió insistiendo, y yo seguía diciéndole amablemente que no.
Un día me llegó un mensaje al móvil de un número que no conocía: “kieres salir cnmigo???”, no contesté. Al rato me llegó otro del mismo número: “sbes kien soi???”, tampoco contesté. No necesitaba preguntar quién era para saberlo, sabía perfectamente quien era, lo que no sabía era cómo había conseguido mi número de teléfono.
Al día siguiente le pregunté a mi compañero quién le había dado mi número de teléfono y por qué no paraba de mandarme mensajes:
- Pero, ¿quieres o no quieres?- fue su respuesta.
Al repetirle de nuevo que no, no quería ser su novia, entonces se enfadó mucho y empezó a gritarme que yo era una “puta” que venía de una familia de “putas” donde mi hermana era “puta”, mi madre también y hasta mi abuela era “puta”.
Me quedé paralizada, era el primer día que me insultaban de esa manera y descubrí el daño que podían llegar a hacerme unas pocas palabras en unos pocos segundos y todo por decir “no”.
Al acabar aquel día nefasto, tenía que volver sola a casa y, durante el camino, este chico vino conmigo con la excusa de que tenía que ir a un sitio cerca de donde yo vivía. Sin embargo, cuando llegamos a mi calle, en lugar de irse por su camino, fue hasta mi portal detrás de mi haciendo caso omiso a mis peticiones de que me dejara en paz, vio mi porta y mi piso, cuando entré, al fin se marchó. Todo lo hacía como si fuese tan natural que me hacía pensar que estaba paranoica por sentirme incómoda e intimidada.
El viernes de esa misma semana a eso de las diez y media de la noche alguien llamó al telefonillo:
- Es un compañero de clase que pregunta por ti- me dijo mi madre.
Cuando me puse al telefonillo aquella voz hizo que se me revolviera el estómago:
- ¿Sabes quién soy?
- Si- respondí asustada.
- ¿Bajas a darme un besito?- se escucharon risitas al otro lado del aparato.
Colgué el telefonillo de golpe y le dije a mi madre quién era y lo qué quería, salimos al portal a ver si estaba, pero se había ido..
Empecé a ir con miedo al instituto, miedo a ser insultada, miedo a que alguien se riera de mi, miedo a decir que no.

Un día la profesora de lengua no vino a clase y nadie puso un sustituto, así que estábamos solos unos veinticinco niños de catorce años. Yo tenía que ir al baño porque necesitaba cambiarme, hacía poco que me había venido la regla y era toda una novedad para mi y un tema tabú para todos. Mientras iba al baño vi que este chico venía detrás de mi y, como ya me había seguido una vez, le pregunté desconfiada que dónde iba, el respondió que al baño y no le di más vueltas.
Entonces todo empezó a ir a cámara rápida en mi cabeza, cuando estaba en la cabina del baño, desnuda de cintura para abajo, escuché una voz, esa voz: “Hola, ¿qué haces ahí?”, “¡Huy que mayor que te ha bajado la regla!”, “¿necesitas ayuda?”.
Me asusté tanto que no podía ni subirme los pantalones, miraba todo el rato las rendijas de arriba y abajo de la puerta:
- ¡¿Qué hacéis?! ¡Dejad de grabar!- gritó de repente una compañera desde fuera.
Me quedé paralizada, de repente todo se quedó inmóvil, en silencio, ¿qué habían grabado? ¿quién más estaba en el baño? ¿por qué querrían grabarme?…
No era posible que hubiesen pasado tantas cosas en lo que yo pensaba que eran cinco minutos. Se dejaron de oír voces, así que cogí todo el aire que pude, me subí los pantalones y abrí la puerta despacio por si seguían ahí.
Cuando salí al pasillo me esperaba otra reacción completamente diferente a lo que pasó, a nadie pareció importarle lo que acababa de pasar, todo eran risas. Uno de los chicos, el que grababa, me cogió al salir y me sentó en sus piernas mientras se reía con el otro y me decían que era una broma, que no dijera nada… para mi, toda esa situación estaba pasando ajena a mi, como en un sueño.
Fue tan impactante que no pude contar nada a nadie ese día, ni al siguiente, ni al otro…
Pasado un tiempo lo conté en casa, lo conté como una anécdota, sin pararme mucho en los detalles, como quien cuenta que se tropezó con una piedra. Mi madre si le dio la importancia que tenía, fue cuando me di cuenta que no era un simple tropiezo y que consiguieron hacerme pequeña, destructible, débil.
Para intentar solucionar algo, mi madre habló con la tutora de la clase, que se quedó perpleja con la historia y habló con el chico, pero él negaba todo continuamente. Al enterarse de que lo había contado en el instituto borraron el vídeo y me pidieron grabar otro donde no se viera nada, ¿así que algo se veía? Fue lo que pasó por mi mente en aquel momento. La verdad que yo me sentía completamente fuera de toda esa situación, en un mundo paralelo donde cada vez era más y más pequeña.
Mientras todo esto sucedía a mi alrededor, mis compañeros, sobre todo compañeras, se habían dedicado a recoger firmas en mi contra por “haberme chivado” de sus amigos, no llegaron muy lejos porque mi hermana rompió el papelito en cuanto le pidieron firmar.
El tema pasó a la directora, pero no quiso saber nada de mi, no quiso que le contara la historia, no quiso saber por qué un niño me había estado acosando durante dos años, no quiso saber por qué grababan en su centro donde supuestamente estaba prohibido, no quería saber nada. Solo les pidió a los chicos el vídeo, pero como no lo tenían se fueron como habían llegado, sin castigos, ni expulsiones, nada.
Al año siguiente dejamos ese instituto y olvidé aquella pequeña “broma de chiquillos”.

“Broma de chiquillos”

Como todas las mañanas me levanté, me duché, desayuné y salí por la puerta. Solo que esa mañana no era como una cualquiera, aquella mañana empezaba mi primer año de instituto. Si, esa época en la que no se es ni pequeño ni mayor, pero hay que aparentar ser muy mayor.
Mi nuevo instituto era muy grande y yo no estaba acostumbrada a ver tantos compañeros en una clase, tantos profesores, tantas clases…
Cuando llegamos a aquel edifico tan grande, nos juntaron en uno de los salones de actos a todos los nuevos para darnos la bienvenida y nos fueron llamando uno por uno para asignarnos clase. Cuando dijeron mi nombre, me levanté con una sonrisa de oreja a oreja y fui directa a mi nueva clase, 1ºA.
No todos mis compañeros eran caras nuevas, algunos venían conmigo de mi colegio de primaria, éramos unos treinta en clase, más chicos que chicas, y teníamos un profesor por asignatura, toda una novedad.
Al terminar el día, mi madre nos esperaba a mi y a mi hermana en el cruce que quedaba enfrente del instituto, me encantaba que viniese a buscarnos a la salida, el instituto estaba cerca de casa y el camino de vuelta se hacía mucho más entretenido yendo las tres. Le contábamos todas las novedades mientras comíamos, la cantidad de gente que había, nuestros profesores, las clases nuevas…todo.
Esa noche me fui a dormir muy contenta, todos los cambios que íbamos a experimentar me hacían una ilusión tremenda pero, sobre todo, me encantaba la idea de poder hacer nuevos amigos.

A medida que avanzaban los días me daba cuenta de que aprender cosas nuevas me encantaba, los estudios no suponían un problema para mi y los sacaba sin dificultad. Sin embargo, sentía que hacer amigos era un trabajo de chinos, allí la gente rechazaba a muchos por el simple hecho de ser diferentes. De un día para otro, que tu madre o padre te fuese a buscar a la hora de comer no era guay, las mochilas de ruedas ya no molaban y algo tan natural como manchar la camiseta de sudor era motivo de mofa. De un día para otro, el objetivo principal ya no era pasárselo bien y jugar con tus amigos, si no fijarte en qué chico te parecía guapo, criticar a la chica que intentara quitarte a “tu chico” y decir muchas, muchas palabrotas. Eran muchas cosas a tener en cuenta para poder encajar en una clase en la que todos estábamos en igualdad de condiciones, o eso pensaba yo.
Había un chico en mi clase que empezó a acercarse a mi, que me pedía “salir”, ser novios:
- ¿Quieres salir conmigo?- solía preguntarme.
- No gracias, es que no me gustas- era mi respuesta habitual.
La verdad que por aquel entonces el concepto que yo tenía de “novios” era el de darse la manita de vez en cuando y el resto del tiempo cada uno a lo suyo, pero aún así, ese chico no me gustaba. A la tercera o cuarta vez que tuve que responder, dejó de preguntarme.
Llegó el final del curso y las notas fueron muy buenas, además, me eché una “mejor” amiga y conseguí llevarme bastante bien con todos mis compañeros.

El segundo curso del instituto se presentó con muy buenas expectativas, me sentía una veterana, mucho más cómoda entrando por la puerta, subiendo las escaleras, viendo las caras de aquellos que llegaban nuevos.
Según avanzábamos, sin embargo, empezamos a darnos cuenta de que había muchas cosas de aquel centro que dejaban mucho que desear. Mi hermana tuvo serios problemas con su profesora de matemáticas, ¿por qué siempre las matemáticas?.
En cuanto a mi, el chico que me quería como novia siguió insistiendo, y yo seguía diciéndole amablemente que no.
Un día me llegó un mensaje al móvil de un número que no conocía: “kieres salir cnmigo???”, no contesté. Al rato me llegó otro del mismo número: “sbes kien soi???”, tampoco contesté. No necesitaba preguntar quién era para saberlo, sabía perfectamente quien era, lo que no sabía era cómo había conseguido mi número de teléfono.
Al día siguiente le pregunté a mi compañero quién le había dado mi número de teléfono y por qué no paraba de mandarme mensajes:
- Pero, ¿quieres o no quieres?- fue su respuesta.
Al repetirle de nuevo que no, no quería ser su novia, entonces se enfadó mucho y empezó a gritarme que yo era una “puta” que venía de una familia de “putas” donde mi hermana era “puta”, mi madre también y hasta mi abuela era “puta”.
Me quedé paralizada, era el primer día que me insultaban de esa manera y descubrí el daño que podían llegar a hacerme unas pocas palabras en unos pocos segundos y todo por decir “no”.
Al acabar aquel día nefasto, tenía que volver sola a casa y, durante el camino, este chico vino conmigo con la excusa de que tenía que ir a un sitio cerca de donde yo vivía. Sin embargo, cuando llegamos a mi calle, en lugar de irse por su camino, fue hasta mi portal detrás de mi haciendo caso omiso a mis peticiones de que me dejara en paz, vio mi porta y mi piso, cuando entré, al fin se marchó. Todo lo hacía como si fuese tan natural que me hacía pensar que estaba paranoica por sentirme incómoda e intimidada.
El viernes de esa misma semana a eso de las diez y media de la noche alguien llamó al telefonillo:
- Es un compañero de clase que pregunta por ti- me dijo mi madre.
Cuando me puse al telefonillo aquella voz hizo que se me revolviera el estómago:
- ¿Sabes quién soy?
- Si- respondí asustada.
- ¿Bajas a darme un besito?- se escucharon risitas al otro lado del aparato.
Colgué el telefonillo de golpe y le dije a mi madre quién era y lo qué quería, salimos al portal a ver si estaba, pero se había ido..
Empecé a ir con miedo al instituto, miedo a ser insultada, miedo a que alguien se riera de mi, miedo a decir que no.

Un día la profesora de lengua no vino a clase y nadie puso un sustituto, así que estábamos solos unos veinticinco niños de catorce años. Yo tenía que ir al baño porque necesitaba cambiarme, hacía poco que me había venido la regla y era toda una novedad para mi y un tema tabú para todos. Mientras iba al baño vi que este chico venía detrás de mi y, como ya me había seguido una vez, le pregunté desconfiada que dónde iba, el respondió que al baño y no le di más vueltas.
Entonces todo empezó a ir a cámara rápida en mi cabeza, cuando estaba en la cabina del baño, desnuda de cintura para abajo, escuché una voz, esa voz: “Hola, ¿qué haces ahí?”, “¡Huy que mayor que te ha bajado la regla!”, “¿necesitas ayuda?”.
Me asusté tanto que no podía ni subirme los pantalones, miraba todo el rato las rendijas de arriba y abajo de la puerta:
- ¡¿Qué hacéis?! ¡Dejad de grabar!- gritó de repente una compañera desde fuera.
Me quedé paralizada, de repente todo se quedó inmóvil, en silencio, ¿qué habían grabado? ¿quién más estaba en el baño? ¿por qué querrían grabarme?…
No era posible que hubiesen pasado tantas cosas en lo que yo pensaba que eran cinco minutos. Se dejaron de oír voces, así que cogí todo el aire que pude, me subí los pantalones y abrí la puerta despacio por si seguían ahí.
Cuando salí al pasillo me esperaba otra reacción completamente diferente a lo que pasó, a nadie pareció importarle lo que acababa de pasar, todo eran risas. Uno de los chicos, el que grababa, me cogió al salir y me sentó en sus piernas mientras se reía con el otro y me decían que era una broma, que no dijera nada… para mi, toda esa situación estaba pasando ajena a mi, como en un sueño.
Fue tan impactante que no pude contar nada a nadie ese día, ni al siguiente, ni al otro…
Pasado un tiempo lo conté en casa, lo conté como una anécdota, sin pararme mucho en los detalles, como quien cuenta que se tropezó con una piedra. Mi madre si le dio la importancia que tenía, fue cuando me di cuenta que no era un simple tropiezo y que consiguieron hacerme pequeña, destructible, débil.
Para intentar solucionar algo, mi madre habló con la tutora de la clase, que se quedó perpleja con la historia y habló con el chico, pero él negaba todo continuamente. Al enterarse de que lo había contado en el instituto borraron el vídeo y me pidieron grabar otro donde no se viera nada, ¿así que algo se veía? Fue lo que pasó por mi mente en aquel momento. La verdad que yo me sentía completamente fuera de toda esa situación, en un mundo paralelo donde cada vez era más y más pequeña.
Mientras todo esto sucedía a mi alrededor, mis compañeros, sobre todo compañeras, se habían dedicado a recoger firmas en mi contra por “haberme chivado” de sus amigos, no llegaron muy lejos porque mi hermana rompió el papelito en cuanto le pidieron firmar.
El tema pasó a la directora, pero no quiso saber nada de mi, no quiso que le contara la historia, no quiso saber por qué un niño me había estado acosando durante dos años, no quiso saber por qué grababan en su centro donde supuestamente estaba prohibido, no quería saber nada. Solo les pidió a los chicos el vídeo, pero como no lo tenían se fueron como habían llegado, sin castigos, ni expulsiones, nada.
Al año siguiente dejamos ese instituto y olvidé aquella pequeña “broma de chiquillos”.

Decidimos

El principal problema de nuestra sociedad es que hemos malentendido el término “feminismo”. Le hemos atribuido un significado de inferioridad respecto a importancia, consideramos que es un tema exclusivamente de la mujer y hemos decidido que, el machismo, micromachismos y lenguaje sexista, no son para tanto.

El primer paso que debemos dar para empezar un verdadero cambio es asumir y aceptar la situación en la que nos encontramos, no solo basta con decir que la mujer se encuentra en inferioridad en relación al hombre, escandalizarnos cada vez que vemos la cifra de asesinatos machistas y poner un puño morado en nuestro perfil de Facebook el 8 de Marzo. Todo eso está muy bien, si también decidimos cambiar situaciones de nuestro día a día.

Uno de los problemas importantes hoy en día es el tema que abarca el lenguaje, hemos decidido hablar tan sumamente bien que no nos damos cuenta del verdadero significado de algunas palabras y expresiones. Nos preocupamos tanto por no cometer errores ortográficos, léxicos y morfosintácticos teniendo en cuenta nuestra academia de la lengua que nos hemos olvidado de respetar y no ofender a la persona que tenemos al lado. Cambiar o, mejor dicho, evolucionar nuestra manera de hablar y nuestra lengua no solo dejaría de perjudicar a la mujer sino también al hombre, y eso es algo que tampoco recordamos. El término feminismo busca una igualdad entre ambos géneros, no la superioridad de uno solo, no busca hacer pasar a la sociedad por otra situación igual pero al revés.

Cuando empleamos palabras como “marica”, “llorica”, “nenaza”, “calientapollas”, “puta” y todos sus sinónimos, etc., o expresiones como “hay que ayudar a mamá en la cocina”, “vas provocando así vestida”, “eres una fresca/guarra”, “papá es que trabaja mucho y vuelve muy cansado”, etc., estamos asumiendo unos roles antiguos y culturales que, si no aceptamos, no cambiaremos jamás. No se trata de cambiar las normas lingüísticas, se trata de hablar de forma diferente, de emplear otras palabras que consigan mantener una igualdad entre ambos géneros para que “nenaza” no sea un insulto y “puta” sirva solo como sinónimo de prostituta, para que usemos un neutro verdaderamente neutro, para que nunca más tengamos que sentirnos inferiores cuando se refieran a todas las personas con un neutro en masculino.

Por ello el lenguaje es tan importante, por eso cargos públicos han empezado a utilizar el masculino y femenino cuando se refieres a todas las personas. Sin embargo, esto no quiere decir que la solución sea desdoblar todas las palabras del diccionario, pero si es un comienzo para evolucionar un lenguaje que tradicional y culturalmente ha infravalorado y desprestigiado a la mujer por el simple hecho de ser mujer.

Decidimos

El principal problema de nuestra sociedad es que hemos malentendido el te?rmino “feminismo”. Le hemos atribuido un significado de inferioridad respecto a importancia, consideramos que es un tema exclusivamente de la mujer y hemos decidido que, el machismo, micromachismos y lenguaje sexista, no son para tanto.
El primer paso que debemos dar para empezar un verdadero cambio es asumir y aceptar la situacio?n en la que nos encontramos, no solo basta con decir que la mujer se encuentra en inferioridad en relacio?n al hombre, escandalizarnos cada vez que vemos la cifra de asesinatos machistas y poner un pun?o morado en nuestro perfil de Facebook el 8 de Marzo. Todo eso esta? muy bien, si tambie?n decidimos cambiar situaciones de nuestro di?a a di?a.
Uno de los problemas importantes hoy en di?a es el tema que abarca el lenguaje, hemos decidido hablar tan sumamente bien que no nos damos cuenta del verdadero significado de algunas palabras y expresiones. Nos preocupamos tanto por no cometer errores ortogra?ficos, le?xicos y morfosinta?cticos teniendo en cuenta nuestra academia de la lengua que nos hemos olvidado de respetar y no ofender a la persona que tenemos al lado. Cambiar o, mejor dicho, evolucionar nuestra manera de hablar y nuestra lengua no solo dejari?a de perjudicar a la mujer sino tambie?n al hombre, y eso es algo que tampoco recordamos. El te?rmino feminismo busca una igualdad entre ambos ge?neros, no la superioridad de uno solo, no busca hacer pasar a la sociedad por otra situacio?n igual pero al reve?s.
Cuando empleamos palabras como “marica”, “llorica”, “nenaza”, “calientapollas”, “puta” y todos sus sino?nimos, etc., o expresiones como “hay que ayudar a mama? en la cocina”, “vas provocando asi? vestida”, “eres una fresca/guarra”, “papa? es que trabaja mucho y vuelve muy cansado”, etc., estamos asumiendo unos roles antiguos y culturales que, si no aceptamos, no cambiaremos jama?s. No se trata de cambiar las normas lingu?i?sticas, se trata de hablar de forma diferente, de emplear otras palabras que consigan mantener una igualdad entre ambos ge?neros para que “nenaza” no sea un insulto y “puta” sirva solo como sino?nimo de prostituta, para que usemos un neutro verdaderamente neutro, para que nunca ma?s tengamos que sentirnos inferiores cuando se refieran a todas las personas con un neutro en masculino.
Por ello el lenguaje es tan importante, por eso cargos pu?blicos han empezado a utilizar el masculino y femenino cuando se refieres a todas las personas. Sin embargo, esto no quiere decir que la solucio?n sea desdoblar todas las palabras del diccionario, pero si es un comienzo para evolucionar un lenguaje que tradicional y culturalmente ha infravalorado y desprestigiado a la mujer por el simple hecho de ser mujer.