- Sabía que tendría problemas. – dijo Romeo, apoyando sus dos manos sobre su cabeza resacosa.- El buen Mercuccio me lo dijo: “Romeo, deberías dejar de colarte en las fiestas ajenas, deberías dejar de beber por la noche, subir muros y calentar el oído de las doncellas”. Pero claro, yo tenía que continuar. “Una más”, le había dicho. Y es que me estaba muy picado, la verdad, desde que Rosalina me había dado calabazas.
¡A mí, que soy hombre apuesto, joven y lo suficientemente rico como para cubrirla de oro!”Te caló”, me dijo Mercuccio, “Te caló por el olor a vinazo”.
Y me chincharon con la niña. “Que si Julieta esto”, “qué si Julieta lo otro”. Y cuando ví a la muchacha, me decidí a engatusarla. Subí el muro dando tumbos por el vino y la ví a ella asomada al balcón, y antes de que yo pudiera abrir la boca para decir algo, ella habló: “Romeo, Romeo, por qué eres tú Romeo, renuncia a tu nombre, y si no accedes júrame que me amas, y yo dejaré de ser una Capuleto”.
Y pensé, “¿pero cómo puede ser que me ame la tía si no habremos cruzado más de cien palabras?”. Si es que nunca sabes lo que realmente funciona.
“Te tomo la palabra”. Le dije todo contento, pensando en mi fácil victoria. O tal vez fuera el vino, no lo sé. Pero ¿qué importaba? La chica era mona, y eso que me llevaba.
Ya se decía por Verona “esa chica es enamoradiza…”. Pero, ¿tanto? Y además estaban todos los problemas familiares: Montescos, Capuletos.. Nunca me enteré muy bien de todo ese rollo. Los negocios mejor cuanto más lejos.
La muchacha siguió con su charla, que si júrame por la luna, que si tal, qué si cual, y la verdad es que había bebido tanto, que creo que le dije que sí a todo. ¿Y ahora qué hago, Fray Lorenzo? ¿Tengo o no tengo un problema?”
Fray Lorenzo meditabundo y visiblemente disgustado, pareció reflexionar unos instantes, viendo como la luz de la mañana cubría de claridad los prados de Verona. Y entonces, se le ocurrió. Tal vez esta fuera la oportunidad perfecta.
- Te casaré a las tres.- dijo con voz autoritaria que resonaba con eco en la cabeza de Romeo, acompañándola de gesto firme, que no admitía réplica. “Mejor la casó con éste que me estoy hartando ya, de hablar cada mañana con los que saltan la maldita tapia de la niña Capuleto”.
M. S.