Empujé hacia arriba con mis patas delanteras, la hoja que me había servido de refugio y pude ver cómo los rayos del sol esquivaban las cuerpos e iluminaban las sombras, acariciando todas esas gotas que la tormenta había regalado y que brillaban como si fueran joyas engalanando un mar de hierbas, matas y brezo, con olas verdes y amarillas que movía el viento.
Mi mirada quedó cautiva, prisionera en esas gotas que veía todos esos ojos que parecían entrar por mis pupilas y atravesarme el alma. Al restregarme los ojos vidriosos por las lágrimas pude ver mi propio rostro mil veces reflejado, una vez por cada gota. ¿Eran gotas de lluvia o eran lágrimas? ¡Qué importaba!
Esos ojos, acusadores, tan parecidos a aquellos otros que me habían sentenciado: Deserción o muerte.
¿Cuánto peso puede soportar una conciencia?. Dicen que las hormigas pueden soportar siete veces su peso. Pero creo que es mentira.
Veo un rostro, y luego otro. ¿Es el mío o es de otros? ¿Es de mis víctimas o es de mi verdugos? ¿Qué soy yo víctima del destino, o verdugo del Reino Rojo? Cómo si cada uno fuera una puñalada Un cuchillo en plena batalla.. Cómo si todavía estuviera en el hormiguero, frente al Consejo de Guerra, temblorosa y asustada.
¿Cómo hacer una confesión ahora? Cómo si fuera posible confesar y pedir perdón. Tengo la pintura roja que me cubre mi cuerpo, y que puedo usar como tinta con la que dar forma a mi confesión. Puedo escribir con mis finas patas en estas hojas amarillas, húmedas por la lluvia. Una palabra tras otra. Ojalá al hacerlo, al tener las palabras ante mí, pueda leer en ellas algo. Alguna esperanza con la que vivir. Un pequeño rayo de luz que ilumine mi camino entre las ramas del páramo, o por el contrario la ver oscuridad que sellará mi fin.
Me gustaría decir que vendí a la Reina Roja, a mi reina, por una causa noble, pero sería mentira. Me gustaría decir que maté a la Reina Oscura para garantizar la paz en el páramo. Pero si lo dijera también mentiría
Yo no nací diferente a las otras. Podría estar frente a cualquiera de ellas, de las hormigas del Reino Rojo y hubiera visto el mismo rostro. ¿Qué importa si sobrevive el Reino Rojo, o el Reino Oscuro? Yo soy proscrita de ambos reinos, y ahora que no hay un lugar al que pertenezca, puedo volver al principio y pensar en el problema. ¿Por qué luchan los dos reinos?
Hace años, nuestros antepasados se hicieron la misma pregunta, y las hormigas sabias lo leyeron en las runas. Una paz que pendía de un hilo del que tiraban el Reino Rojo y el Reino Oscuro. Cada una del lado de su hormiguero. Y entonces se decidió un trueque de reinas. La paz se consiguió, pero la siguiente generación ya estaba de nuevo en guerra. Unas contra otras. Rojas contra Oscuras, y Oscuras contra Rojas.
Pero el cambio de reinas había supuesto un cambio también físico en todas ellas.
Ahora las hormigas del Reino Rojo, no eran ya rojas, sino que al nacer eran negras. Y las oscuras, en cambio, eran iguales que su reina, completamente rojas. Pero tanto unas como otras pintaban su cuerpo con los colores opuestos, aferradas a un pasado al que en realidad no habían pertenecido, nada más que sus contrarias…
Las palabras salían a borbotones, coloreadas con la pintura de mi cuerpo y no podía parar. No podía. Podía haber sido mi propia sangre la que manchaba aquellas hojas amarillas. Cerré los ojos un segundo y empecé a pensar en cómo podía llegar a entenderme a mi misma, a comprender mis errores.
No había conseguido convencer al jurado frente a mí, pero pensaba que tal vez podría convencer tan sólo a ese otro jurado. A esos rostros encerrados en esas gotas de lluvia que borraba el sol con sus rayos, empujándolas a su tumba de barro, compartida por tantas hormigas caídas en una guerra sin principio, sin final y sin ningún sentido.
Pensaba que tal vez si caía la última gota, acusadora, yo podría perdonarme de alguna forma. Una última gota de lluvia, y una última lágrima ¿Merezco vivir?, me preguntaba. Tal vez esta extraña confesión, esta pequeña nota que podría ser de suicidio de una pequeña hormiga sin corazón, tal vez podría servir de algo.
Y me arranqué esa pintura roja que aún me cubría en parte y seguí escribiendo:
¿Alguien entiende una guerra tan absurda? El trueque, en realidad, no es una razón para luchar, pero ¿No podría ser una razón para la paz?
¿No estamos de alguna forma emparentadas? ¿No guardamos en realidad la memoria de las Rojas que aparece tras nosotros como una sombra, porque en el fondo, es la memoria de las oscuras?
¿Por qué se lucha? El fragor de la batalla. Los destellos que provoca el choque de espada contra espada, ciegan la vista, y siegan la vida y el alma más que el hierro que las forman. Y la ira, que la empuña, se mete en el cuerpo, y ya no existe nada más que el momento. Tú en el campo de batalla, rodeado de enemigos y la espada en tus manos, como único amigo.
Recuerdo un momento en el que ascendí sobre todos aquellos cuerpos, todas esas hormigas con sus armaduras, y pude ver desde arriba a ambos ejércitos.
Ambos ejércitos dejaban un rastro de pintura al avanzar, como una estela que alfombraba el suelo. Una alfombra para que las reinas Oscura y, pisaran majestuosas desde la retaguardia, en la seguridad de sus carros tirados por pulgones. Pese a lo terrible de la situación pensé en aquella imagen hermosa.
Y me ví a mi entre el barro, malherida. No sé como llegué hasta ella, hasta la Reina Oscura y me arrastré entre el dolor y la locura, alzando el puñal que acabó con su vida. ¡Oía ya los vítores de las mías! ¡La alegría de las Rojas por la derrota de las oscuras. Pero ahí con la sangre roja de la Reina Oscura entre mis manos, no podía articular palabra. La pintura roja de mis manos se había levantado, y ahora la reemplazaba aquella sangre roja de la Reina Oscura. ¡Por qué lo hice?
Las hormigas oscuras clamaban venganza. Y aunque enfurecidas, decidieron perdonarme la vida, pues viva podría llevarlas al Reino Rojo, y servirles en bandeja una nueva reina, la única que existía ahora en el páramo. ¡Mi propia reina! ¡la Reina Roja!
Y así a cambio de mi vida entregué a mi reina, y al hacerlo sentencié a mi pueblo. Y ahora que estoy aquí sola, ahora pienso, que la única forma de paz, la única forma posible de terminar esta guerra y de que no muera nadie más es que reconozcamos que sólo existe un reino.
¿Lo pensarás mi Reina Roja, mi Reina Oscura?
Y al terminar de escribir la hoja amarilla escrita por ambos lados, en mi cuerpo ya no quedaba tinta y por primera vez desde que había nacido era de mi propio color, y pude verme reflejada en aquella última gota de lluvia que suavemente ví caer al barro.
Y supe que había nacido para era enrollar suavemente aquella hoja y caminar en ese momento, sin nada que perder, hacia el Reino Oscuro.
M.S.