CUSTODIA COMPARTIDA

-   ¿Tú me quieres?

Paraba el mando a distancia cada vez que ella hablaba, y me quedaba hipnotizado mirando a través de sus ojos cristalinos la pantalla de plasma.

Lo hacía cuando pensaba que  la echaba de menos, y lo hacía cuando me sentía enfadado. En realidad una cosa siempre iba unida a la otra.

Mientras la jurisprudencia al parecer iba en mi contra, el juez me había otorgado como medida cautelar la custodia de los malos recuerdos, mientras los buenos se los quedaba ella. 

 Esos recuerdos perdidos… ¿Cómo eran? Ya no lo recordaba. En realidad, había pensado  que sería mucho más fácil olvidarme de ella, recordando tan sólo el desamor, así que tampoco me había parecido del todo mal el arreglo.

 El pequeño apartamento en Villa Divorcio, en el que se amontonaban los muebles de Ikea, que él ni siquiera había comprado. Las cajas de cartón escalaban por todas partes, y en una de ellas una cinta VHS. “Verano 2006″se podía leer en la etiqueta escrita con rotulador negro.

 Debía haber sido feliz aquel verano, en el que ella en la playa de arena blanca se daba la vuelta y me miraba coqueta de aquella forma directamente a los ojos, directamente a la cámara. Se apartaba algunos mechones de pelo, y me dejaba ver sus ojos azul verdoso. 625 líneas de ella. Y siempre las mismas palabras que resonaban a través de aquellos altavoces del home cinema que compré para compartir con ella las tardes lluviosas.

-  Será que no me quieres- me decía.
 
Y escuchaba mi propia voz que sonaba mortecina.

-          Te quiero desde siempre, desde el primer día, desde el principio. No sería nada sin ti. Sin ti yo no existiría.

 En la cocina la lasagna congelada que había comprado, giraba en el microondas  a la vez que mis pensamientos. Todavía quedaba tiempo para la cena y sin embargo pensaba que cuanto antes cenara, antes llegaría la noche, y antes la mañana.

 A fuerza de dudar, ella había acabado con todo lo bueno. No me habría fijado jamás en ninguna otra. Sí, esa es la verdad. Pero las dudas la consumían, y siempre dudaba y dudaba y no vivía. “Me hartas”, le decía yo.  La mirada de ella, coqueta y cruel. Su piel, tan pálida. Y siempre tan desconfiada.

“Fue su culpa, sin duda”, pensé yo. Incluso en un recuerdo feliz como en el de la playa, ella me exasperaba con sus celos sin causa.

 Sonó un pequeño timbre, que me alejó de aquella ensoñación. La lasagna, o tal vez la puerta. Todo parecía posible. Me decidí por la puerta, y al abrirla  allí estaba, sonriendo tímidamente. Tal vez hubo un tiempo en la que ella sonreía como lo hacía en aquel video que resonaba en aquel apartamento, y del que no recordaba nada.

 -  Derechos de visita- dijo ella un tanto aturdida, como extrañada de ver el aspecto demacrado que yo tenía- ¿No lo recuerdas? Vengo a buscar los malos recuerdos para llevarlos a dar una vuelta. ¿Qué haces?

-   Preparaba la cena. Puedes quedarte con todo. Con los buenos, los malos ¡Qué importa!  ¿Sabes? No los traigas de vuelta.

 Ella reflexionó unos instantes en la puerta, mientras  parecía tomar fuerzas de flaqueza.

-  Prefiero que te quedes con todo.- le repetí  con firmeza.
 
-  No seas tonto- me contestó. Me asustó esa mirada clara, y esas pestañas que parecían arañarme la memoria.-  Me los llevaré a un bar. Necesito pensar en ellos, y dar una vuelta. ¿Sabes? He estado pensando una cosa y … creo que me quieres.

-  Eso es porque no te acuerdas.

Al  fondo se escuchaba mi propia voz que repetía en la pantalla “te quiero desde siempre, desde el principio, desde el primer día”. Una y otra vez la misma melodía.
 
-  Sé que me quieres. Que siempre me has querido. Que nunca has amado a otra.- me dijo ella recordando, mirando la pantalla con las imágenes de aquel verano .-Dime que me quieres.
 
-  No te quiero.
 
-  Pero sí que me quieres.- Y acercó su mano temblorosa. ¡Temblorosa! Y con sus dudas en la yema de los dedos me acarició la mejilla.
 
No recordaba nada bueno. Recordaba portazos. Discusiones. Llantos. Y al fondo esa mirada cristalina. Transparente como aquella playa en la que veíamos los peces nadar en el fondo.…
 
Tal vez en el fondo, muy en el fondo, yo todavía sentía algo por ella, algo escondido como un tesoro entre la arena.
 
-  Te propongo custodia compartida- me dijo ella, casi en un susurro.- Te propongo… – y se calló.
 
Yo intuí que apenas  podía pronunciar las palabras, sin poder apartar la mirada de aquel video de la playa.
Y sonó un pequeño timbre en la cocina. La lasagna. La cena estaba lista.

-  He  hecho lasagna. Puedes quedarte, si quieres- le dije resignado y vencido, como única respuesta. – Pero tú sola, como al principio. Dejemos que todos los recuerdos  se queden fuera en el jardín. Cerraremos la puerta.

 Y ella se sentó en el sillón envuelto todavía en plástico, justo a mi lado.  Con el mando  a distancia en una mano, y el tenedor en la otra. La mirada puesta en  aquel video de las vacaciones del 2006, que ahora ninguno recordaba.

M.S.

CUSTODIA COMPARTIDA

-   ¿Tú me quieres?

Paraba el mando a distancia cada vez que ella hablaba, y me quedaba hipnotizado mirando a través de sus ojos cristalinos la pantalla de plasma.

Lo hacía cuando pensaba que  la echaba de menos, y lo hacía cuando me sentía enfadado. En realidad una cosa siempre iba unida a la otra.

Mientras la jurisprudencia al parecer iba en mi contra, el juez me había otorgado como medida cautelar la custodia de los malos recuerdos, mientras los buenos se los quedaba ella. 

 Esos recuerdos perdidos… ¿Cómo eran? Ya no lo recordaba. En realidad, había pensado  que sería mucho más fácil olvidarme de ella, recordando tan sólo el desamor, así que tampoco me había parecido del todo mal el arreglo.

 El pequeño apartamento en Villa Divorcio, en el que se amontonaban los muebles de Ikea, que él ni siquiera había comprado. Las cajas de cartón escalaban por todas partes, y en una de ellas una cinta VHS. “Verano 2006″se podía leer en la etiqueta escrita con rotulador negro.

 Debía haber sido feliz aquel verano, en el que ella en la playa de arena blanca se daba la vuelta y me miraba coqueta de aquella forma directamente a los ojos, directamente a la cámara. Se apartaba algunos mechones de pelo, y me dejaba ver sus ojos azul verdoso. 625 líneas de ella.

Y siempre las mismas palabras que resonaban a través de aquellos altavoces del home cinema que compré para compartir con ella las tardes lluviosas.

-  Será que no me quieres- me decía.
 
Y escuchaba mi propia voz que sonaba mortecina.

-          Te quiero desde siempre, desde el primer día, desde el principio. No sería nada sin ti. Sin ti yo no existiría.

 En la cocina la lasagna congelada que había comprado, giraba en el microondas  a la vez que mis pensamientos. Todavía quedaba tiempo para la cena y sin embargo pensaba que cuanto antes cenara, antes llegaría la noche, y antes la mañana.

 A fuerza de dudar, ella había acabado con todo lo bueno. No me habría fijado jamás en ninguna otra. Sí, esa es la verdad. Pero las dudas la consumían, y siempre dudaba y dudaba y no vivía. “Me hartas”, le decía yo.  La mirada de ella, coqueta y cruel. Su piel, tan pálida. Y siempre tan desconfiada.

“Fue su culpa, sin duda”, pensé yo. Incluso en un recuerdo feliz como en el de la playa, ella me exasperaba con sus celos sin causa.

 Sonó un pequeño timbre, que me alejó de aquella ensoñación. La lasagna, o tal vez la puerta. Todo parecía posible. Me decidí por la puerta, y al abrirla  allí estaba, sonriendo tímidamente. Tal vez hubo un tiempo en la que ella sonreía como lo hacía en aquel video que resonaba en aquel apartamento, y del que no recordaba nada.

 -  Derechos de visita- dijo ella un tanto aturdida, como extrañada de ver el aspecto demacrado que yo tenía- ¿No lo recuerdas? Vengo a buscar los malos recuerdos para llevarlos a dar una vuelta. ¿Qué haces?

-   Preparaba la cena. Puedes quedarte con todo. Con los buenos, los malos ¡Qué importa!  ¿Sabes? No los traigas de vuelta.

 Ella reflexionó unos instantes en la puerta, mientras  parecía tomar fuerzas de flaqueza.

-  Prefiero que te quedes con todo.- le repetí  con firmeza.
 
-  No seas tonto- me contestó. Me asustó esa mirada clara, y esas pestañas que parecían arañarme la memoria.-  Me los llevaré a un bar. Necesito pensar en ellos, y dar una vuelta. ¿Sabes? He estado pensando una cosa y … creo que me quieres.

-  Eso es porque no te acuerdas.

Al  fondo se escuchaba mi propia voz que repetía en la pantalla “te quiero desde siempre, desde el principio, desde el primer día”. Una y otra vez la misma melodía.
 
-  Sé que me quieres. Que siempre me has querido. Que nunca has amado a otra.- me dijo ella recordando, mirando la pantalla con las imágenes de aquel verano .-Dime que me quieres.
 
-  No te quiero.
 
-  Pero sí que me quieres.- Y acercó su mano temblorosa. ¡Temblorosa! Y con sus dudas en la yema de los dedos me acarició la mejilla.
 
No recordaba nada bueno. Recordaba portazos. Discusiones. Llantos. Y al fondo esa mirada cristalina. Transparente como aquella playa en la que veíamos los peces nadar en el fondo.…
 
Tal vez en el fondo, muy en el fondo, yo todavía sentía algo por ella, algo escondido como un tesoro entre la arena.
 
-  Te propongo custodia compartida- me dijo ella, casi en un susurro.- Te propongo… – y se calló.
 
Yo intuí que apenas  podía pronunciar las palabras, sin poder apartar la mirada de aquel video de la playa.
Y sonó un pequeño timbre en la cocina. La lasagna. La cena estaba lista.

-  He  hecho lasagna. Puedes quedarte, si quieres- le dije resignado y vencido, como única respuesta. – Pero tú sola, como al principio. Dejemos que todos los recuerdos  se queden fuera en el jardín. Cerraremos la puerta.

 Y ella se sentó en el sillón envuelto todavía en plástico, justo a mi lado.  Con el mando  a distancia en una mano, y el tenedor en la otra. La mirada puesta en  aquel video de las vacaciones del 2006, que ahora ninguno recordaba.

M.S.

CUSTODIA COMPARTIDA

-          ¿Tú me quieres?

Paraba el mando a distancia cada vez que ella hablaba, y me quedaba hipnotizado mirando a través de sus ojos cristalinos la pantalla de plasma.

Lo hacía cuando pensaba que  la echaba de menos, y lo hacía cuando me sentía enfadado. En realidad una cosa siempre iba unida a la otra.

 

Mientras la jurisprudencia al parecer iba en mi contra, el juez me había otorgado como medida cautelar la custodia de los malos recuerdos, mientras los buenos se los quedaba ella. 
 
Esos recuerdos perdidos… ¿Cómo eran? Ya no lo recordaba. En realidad, había pensado  que sería mucho más fácil olvidarme de ella, recordando tan sólo el desamor, así que tampoco me había parecido del todo mal el arreglo.

 

El pequeño apartamento en Villa Divorcio, en el que se amontonaban los muebles de Ikea, que él ni siquiera había comprado. Las cajas de cartón escalaban por todas partes, y en una de ellas una cinta VHS. “Verano 2006″se podía leer en la etiqueta escrita con rotulador negro.

 

Debía haber sido feliz aquel verano, en el que ella en la playa de arena blanca se daba la vuelta y me miraba coqueta de aquella forma directamente a los ojos, directamente a la cámara. Se apartaba algunos mechones de pelo, y me dejaba ver sus ojos azul verdoso. 625 líneas de ella. Y siempre las mismas palabras que resonaban a través de aquellos altavoces del home cinema que compré para compartir con ella las tardes lluviosas.

 

-          Será que no me quieres- me decía.
 

Y escuchaba mi propia voz que sonaba mortecina.

-          Te quiero desde siempre, desde el primer día, desde el principio. No sería nada sin ti. Sin ti yo no existiría.

 

En la cocina la lasagna congelada que había comprado, giraba en el microondas  a la vez que mis pensamientos. Todavía quedaba tiempo para la cena y sin embargo pensaba que cuanto antes cenara, antes llegaría la noche, y antes la mañana.

 

A fuerza de dudar, ella había acabado con todo lo bueno. No me habría fijado jamás en ninguna otra. Sí, esa es la verdad. Pero las dudas la consumían, y siempre dudaba y dudaba y no vivía. “Me hartas”, le decía yo.  La mirada de ella, coqueta y cruel. Su piel, tan pálida. Y siempre tan desconfiada.
 

“Fue su culpa, sin duda”, pensé yo. Incluso en un recuerdo feliz como en el de la playa, ella me exasperaba con sus celos sin causa.

 

Sonó un pequeño timbre, que me alejó de aquella ensoñación. La lasagna, o tal vez la puerta. Todo parecía posible. Me decidí por la puerta, y al abrirla  allí estaba, sonriendo tímidamente. Tal vez hubo un tiempo en la que ella sonreía como lo hacía en aquel video que resonaba en aquel apartamento, y del que no recordaba nada.

 

-          Derechos de visita- dijo ella un tanto aturdida, como extrañada de ver el aspecto demacrado que yo tenía- ¿No lo recuerdas? Vengo a buscar los malos recuerdos para llevarlos a dar una vuelta. ¿Qué haces?
 

-          Preparaba la cena. Puedes quedarte con todo. Con los buenos, los malos ¡Qué importa!  ¿Sabes? No los traigas de vuelta.

 

Ella reflexionó unos instantes en la puerta, mientras  parecía tomar fuerzas de flaqueza.

-          Prefiero que te quedes con todo.- le repetí  con firmeza.
 
-          No seas tonto- me contestó. Me asustó esa mirada clara, y esas pestañas que parecían arañarme la memoria.-  Me los llevaré a un bar. Necesito pensar en ellos, y dar una vuelta. ¿Sabes? He estado pensando una cosa y … creo que me quieres.
 

-          Eso es porque no te acuerdas.

Al  fondo se escuchaba mi propia voz que repetía en la pantalla “te quiero desde siempre, desde el principio, desde el primer día”. Una y otra vez la misma melodía.
 
-          Sé que me quieres. Que siempre me has querido. Que nunca has amado a otra.- me dijo ella recordando, mirando la pantalla con las imágenes de aquel verano .-Dime que me quieres.
 
-          No te quiero.
 
-          Pero sí que me quieres.- Y acercó su mano temblorosa. ¡Temblorosa! Y con sus dudas en la yema de los dedos me acarició la mejilla.
 
No recordaba nada bueno. Recordaba portazos. Discusiones. Llantos. Y al fondo esa mirada cristalina. Transparente como aquella playa en la que veíamos los peces nadar en el fondo.…
 
Tal vez en el fondo, muy en el fondo, yo todavía sentía algo por ella, algo escondido como un tesoro entre la arena.

 

-          Te propongo custodia compartida- me dijo ella, casi en un susurro.- Te propongo… – y se calló.
 
Yo intuí que apenas  podía pronunciar las palabras, sin poder apartar la mirada de aquel video de la playa.
Y sonó un pequeño timbre en la cocina. La lasagna. La cena estaba lista.
 

-          He  hecho lasagna. Puedes quedarte, si quieres- le dije resignado y vencido, como única respuesta. – Pero tú sola, como al principio. Dejemos que todos los recuerdos  se queden fuera en el jardín. Cerraremos la puerta.

 

 Y ella se sentó en el sillón envuelto todavía en plástico, justo a mi lado.  Con el mando  a distancia en una mano, y el tenedor en la otra. La mirada puesta en  aquel video de las vacaciones del 2006, que ahora ninguno recordaba.

CUSTODIA COMPARTIDA

-          ¿Tú me quieres?

Paraba el mando a distancia cada vez que ella hablaba, y me quedaba hipnotizado mirando a través de sus ojos cristalinos la pantalla de plasma.

Lo hacía cuando pensaba que  la echaba de menos, y lo hacía cuando me sentía enfadado. En realidad una cosa siempre iba unida a la otra.

 

Mientras la jurisprudencia al parecer iba en mi contra, el juez me había otorgado como medida cautelar la custodia de los malos recuerdos, mientras los buenos se los quedaba ella. 
 
Esos recuerdos perdidos… ¿Cómo eran? Ya no lo recordaba. En realidad, había pensado  que sería mucho más fácil olvidarme de ella, recordando tan sólo el desamor, así que tampoco me había parecido del todo mal el arreglo.

 

El pequeño apartamento en Villa Divorcio, en el que se amontonaban los muebles de Ikea, que él ni siquiera había comprado. Las cajas de cartón escalaban por todas partes, y en una de ellas una cinta VHS. “Verano 2006″se podía leer en la etiqueta escrita con rotulador negro.

 

Debía haber sido feliz aquel verano, en el que ella en la playa de arena blanca se daba la vuelta y me miraba coqueta de aquella forma directamente a los ojos, directamente a la cámara. Se apartaba algunos mechones de pelo, y me dejaba ver sus ojos azul verdoso. 625 líneas de ella. Y siempre las mismas palabras que resonaban a través de aquellos altavoces del home cinema que compré para compartir con ella las tardes lluviosas.

 

-          Será que no me quieres- me decía.
 

Y escuchaba mi propia voz que sonaba mortecina.

-          Te quiero desde siempre, desde el primer día, desde el principio. No sería nada sin ti. Sin ti yo no existiría.

 

En la cocina la lasagna congelada que había comprado, giraba en el microondas  a la vez que mis pensamientos. Todavía quedaba tiempo para la cena y sin embargo pensaba que cuanto antes cenara, antes llegaría la noche, y antes la mañana.

 

A fuerza de dudar, ella había acabado con todo lo bueno. No me habría fijado jamás en ninguna otra. Sí, esa es la verdad. Pero las dudas la consumían, y siempre dudaba y dudaba y no vivía. “Me hartas”, le decía yo.  La mirada de ella, coqueta y cruel. Su piel, tan pálida. Y siempre tan desconfiada.
 

“Fue su culpa, sin duda”, pensé yo. Incluso en un recuerdo feliz como en el de la playa, ella me exasperaba con sus celos sin causa.

 

Sonó un pequeño timbre, que me alejó de aquella ensoñación. La lasagna, o tal vez la puerta. Todo parecía posible. Me decidí por la puerta, y al abrirla  allí estaba, sonriendo tímidamente. Tal vez hubo un tiempo en la que ella sonreía como lo hacía en aquel video que resonaba en aquel apartamento, y del que no recordaba nada.

 

-          Derechos de visita- dijo ella un tanto aturdida, como extrañada de ver el aspecto demacrado que yo tenía- ¿No lo recuerdas? Vengo a buscar los malos recuerdos para llevarlos a dar una vuelta. ¿Qué haces?
 

-          Preparaba la cena. Puedes quedarte con todo. Con los buenos, los malos ¡Qué importa!  ¿Sabes? No los traigas de vuelta.

 

Ella reflexionó unos instantes en la puerta, mientras  parecía tomar fuerzas de flaqueza.

-          Prefiero que te quedes con todo.- le repetí  con firmeza.
 
-          No seas tonto- me contestó. Me asustó esa mirada clara, y esas pestañas que parecían arañarme la memoria.-  Me los llevaré a un bar. Necesito pensar en ellos, y dar una vuelta. ¿Sabes? He estado pensando una cosa y … creo que me quieres.
 

-          Eso es porque no te acuerdas.

Al  fondo se escuchaba mi propia voz que repetía en la pantalla “te quiero desde siempre, desde el principio, desde el primer día”. Una y otra vez la misma melodía.
 
-          Sé que me quieres. Que siempre me has querido. Que nunca has amado a otra.- me dijo ella recordando, mirando la pantalla con las imágenes de aquel verano .-Dime que me quieres.
 
-          No te quiero.
 
-          Pero sí que me quieres.- Y acercó su mano temblorosa. ¡Temblorosa! Y con sus dudas en la yema de los dedos me acarició la mejilla.
 
No recordaba nada bueno. Recordaba portazos. Discusiones. Llantos. Y al fondo esa mirada cristalina. Transparente como aquella playa en la que veíamos los peces nadar en el fondo.…
 
Tal vez en el fondo, muy en el fondo, yo todavía sentía algo por ella, algo escondido como un tesoro entre la arena.

 

-          Te propongo custodia compartida- me dijo ella, casi en un susurro.- Te propongo… – y se calló.
 
Yo intuí que apenas  podía pronunciar las palabras, sin poder apartar la mirada de aquel video de la playa.
Y sonó un pequeño timbre en la cocina. La lasagna. La cena estaba lista.
 

-          He  hecho lasagna. Puedes quedarte, si quieres- le dije resignado y vencido, como única respuesta. – Pero tú sola, como al principio. Dejemos que todos los recuerdos  se queden fuera en el jardín. Cerraremos la puerta.

 

 Y ella se sentó en el sillón envuelto todavía en plástico, justo a mi lado.  Con el mando  a distancia en una mano, y el tenedor en la otra. La mirada puesta en  aquel video de las vacaciones del 2006, que ahora ninguno recordaba.

M.S.

CUSTODIA COMPARTIDA

-          ¿Tú me quieres?

Paraba el mando a distancia cada vez que ella hablaba, y me quedaba hipnotizado mirando a través de sus ojos cristalinos la pantalla de plasma.

Lo hacía cuando pensaba que  la echaba de menos, y lo hacía cuando me sentía enfadado. En realidad una cosa siempre iba unida a la otra.

Mientras la jurisprudencia al parecer iba en mi contra, el juez me había otorgado como medida cautelar la custodia de los malos recuerdos, mientras los buenos se los quedaba ella. 

 Esos recuerdos perdidos… ¿Cómo eran? Ya no lo recordaba. En realidad, había pensado  que sería mucho más fácil olvidarme de ella, recordando tan sólo el desamor, así que tampoco me había parecido del todo mal el arreglo.

 El pequeño apartamento en Villa Divorcio, en el que se amontonaban los muebles de Ikea, que él ni siquiera había comprado. Las cajas de cartón escalaban por todas partes, y en una de ellas una cinta VHS. “Verano 2006″se podía leer en la etiqueta escrita con rotulador negro.

 Debía haber sido feliz aquel verano, en el que ella en la playa de arena blanca se daba la vuelta y me miraba coqueta de aquella forma directamente a los ojos, directamente a la cámara. Se apartaba algunos mechones de pelo, y me dejaba ver sus ojos azul verdoso. 625 líneas de ella. Y siempre las mismas palabras que resonaban a través de aquellos altavoces del home cinema que compré para compartir con ella las tardes lluviosas.

 

-          Será que no me quieres- me decía.
 
Y escuchaba mi propia voz que sonaba mortecina.

-          Te quiero desde siempre, desde el primer día, desde el principio. No sería nada sin ti. Sin ti yo no existiría.

 En la cocina la lasagna congelada que había comprado, giraba en el microondas  a la vez que mis pensamientos. Todavía quedaba tiempo para la cena y sin embargo pensaba que cuanto antes cenara, antes llegaría la noche, y antes la mañana.

 

A fuerza de dudar, ella había acabado con todo lo bueno. No me habría fijado jamás en ninguna otra. Sí, esa es la verdad. Pero las dudas la consumían, y siempre dudaba y dudaba y no vivía. “Me hartas”, le decía yo.  La mirada de ella, coqueta y cruel. Su piel, tan pálida. Y siempre tan desconfiada.
 

“Fue su culpa, sin duda”, pensé yo. Incluso en un recuerdo feliz como en el de la playa, ella me exasperaba con sus celos sin causa.

 Sonó un pequeño timbre, que me alejó de aquella ensoñación. La lasagna, o tal vez la puerta. Todo parecía posible. Me decidí por la puerta, y al abrirla  allí estaba, sonriendo tímidamente. Tal vez hubo un tiempo en la que ella sonreía como lo hacía en aquel video que resonaba en aquel apartamento, y del que no recordaba nada.

 

-          Derechos de visita- dijo ella un tanto aturdida, como extrañada de ver el aspecto demacrado que yo tenía- ¿No lo recuerdas? Vengo a buscar los malos recuerdos para llevarlos a dar una vuelta. ¿Qué haces?
 

-          Preparaba la cena. Puedes quedarte con todo. Con los buenos, los malos ¡Qué importa!  ¿Sabes? No los traigas de vuelta.

 

Ella reflexionó unos instantes en la puerta, mientras  parecía tomar fuerzas de flaqueza.

-          Prefiero que te quedes con todo.- le repetí  con firmeza.
 
-          No seas tonto- me contestó. Me asustó esa mirada clara, y esas pestañas que parecían arañarme la memoria.-  Me los llevaré a un bar. Necesito pensar en ellos, y dar una vuelta. ¿Sabes? He estado pensando una cosa y … creo que me quieres.

-          Eso es porque no te acuerdas.

Al  fondo se escuchaba mi propia voz que repetía en la pantalla “te quiero desde siempre, desde el principio, desde el primer día”. Una y otra vez la misma melodía.
 
-          Sé que me quieres. Que siempre me has querido. Que nunca has amado a otra.- me dijo ella recordando, mirando la pantalla con las imágenes de aquel verano .-Dime que me quieres.
 
-          No te quiero.
 
-          Pero sí que me quieres.- Y acercó su mano temblorosa. ¡Temblorosa! Y con sus dudas en la yema de los dedos me acarició la mejilla.
 
No recordaba nada bueno. Recordaba portazos. Discusiones. Llantos. Y al fondo esa mirada cristalina. Transparente como aquella playa en la que veíamos los peces nadar en el fondo.…
 
Tal vez en el fondo, muy en el fondo, yo todavía sentía algo por ella, algo escondido como un tesoro entre la arena.

 

-          Te propongo custodia compartida- me dijo ella, casi en un susurro.- Te propongo… – y se calló.
 
Yo intuí que apenas  podía pronunciar las palabras, sin poder apartar la mirada de aquel video de la playa.
Y sonó un pequeño timbre en la cocina. La lasagna. La cena estaba lista.
 

-          He  hecho lasagna. Puedes quedarte, si quieres- le dije resignado y vencido, como única respuesta. – Pero tú sola, como al principio. Dejemos que todos los recuerdos  se queden fuera en el jardín. Cerraremos la puerta.

 

 Y ella se sentó en el sillón envuelto todavía en plástico, justo a mi lado.  Con el mando  a distancia en una mano, y el tenedor en la otra. La mirada puesta en  aquel video de las vacaciones del 2006, que ahora ninguno recordaba.

M.S.

UNA PEQUEÑA ESTRELLA

A mi sobrino A.

Venid todos aquí y os contaré un secreto. Hace muchos, muchos años, no había estrellas en el cielo. Sobre nuestras cabezas había sólo un desierto oscuro recorrido por una brisa helada. Y no había día, no había noche.

Al mismo tiempo, la gente estaba triste y contaminada. Como si el negro vacío se hubiera llenado de odio, y al rebosar, hubiera vertido sus sombras en el espíritu de los hombres, atrapando muy dentro su risa y su alegría.

Y a este mundo extraño, llegó un día una pequeña estrella. Estaba perdida,  ¡y se encontraba tan triste y sola…!

Y al llegar trató de llamar la atención de la gente, pero todos los que encontraba en su camino se apartaban de ella, desconfiados.
Ella gritaba “ ¡quiero volver a mi mundo, en el que al nacer, nos rodean de luz y de magia!”.

Pero el aliento de la estrella consumía su fuego lentamente, entre suspiros de pena. ¡Derramó tantos rayos y lágrimas de fuego, que mientras se vacíaba logró cubrir el cielo de un mar rojo e intenso!

Y la gente miro temerosa arriba, y al fin algo se quebró dentro de ellos y su indiferencia se tornó en admiración ante tanta belleza.

Y de los ojos de los hombres brotaron lágrimas.

Y de los labios irradiaron sonrisas. Y la estrella vió con sorpresa que crecía su luz en tamaño, intensidad y forma.

Fue entonces cuando comprendió que aquel era su sitio y decidió quedarse. Y cómo estrella solitaria que era, se llamó así misma Sol.

Sol sabía bien, que en medio de toda oscuridad, siempre queda una pequeña llama. Pero para hacer de una brasa olvidada un gran fuego hace falta fe, paciencia y esperanza.

Entonces, como un faro, su luz invitó a otras estrellas a unirse en un juego, dibujar figuras y sueños en el cielo.

Y ahora, la brisa nocturna es cálida, y aviva la luz de las velas, que desde arriba iluminan la noche. Y cuando la gente mira hacia el cielo y encuentra una estrella, cierra los ojos y pide un deseo.

M.S.

ROMEO, ROMEO

- Sabía que tendría problemas. – dijo Romeo, apoyando sus dos manos sobre su cabeza resacosa.- El buen Mercuccio me lo dijo: “Romeo, deberías dejar de colarte en las fiestas ajenas, deberías dejar de beber por la noche, subir muros y calentar el oído de las doncellas”. Pero claro, yo tenía que continuar. “Una más”, le había dicho. Y es que me estaba muy picado, la verdad, desde que Rosalina me había dado calabazas.

¡A mí, que soy hombre apuesto, joven y lo suficientemente rico como para cubrirla de oro!”Te caló”, me dijo Mercuccio, “Te caló por el olor a vinazo”.

Y me chincharon con la niña. “Que si Julieta esto”, “qué si Julieta lo otro”. Y cuando ví a la muchacha, me decidí a engatusarla. Subí el muro dando tumbos por el vino y la ví a ella asomada al balcón, y antes de que yo pudiera abrir la boca para decir algo, ella habló: “Romeo, Romeo, por qué eres tú Romeo, renuncia a tu nombre, y si no accedes júrame que me amas, y yo dejaré de ser una Capuleto”.

Y pensé, “¿pero cómo puede ser que me ame la tía si no habremos cruzado más de cien palabras?”. Si es que nunca sabes lo que realmente funciona.

“Te tomo la palabra”. Le dije todo contento, pensando en mi fácil victoria. O tal vez fuera el vino, no lo sé. Pero ¿qué importaba?  La chica era mona, y eso que me llevaba.

Ya se decía por Verona “esa chica es enamoradiza…”. Pero, ¿tanto? Y además estaban todos los problemas familiares: Montescos, Capuletos.. Nunca me enteré muy bien de todo ese rollo. Los negocios mejor cuanto más lejos.

La muchacha siguió con su charla, que si júrame por la luna, que si tal, qué si cual, y la verdad es que había bebido tanto, que creo que le dije que sí a todo. ¿Y ahora qué hago, Fray Lorenzo? ¿Tengo o no tengo un problema?”

 

Fray Lorenzo meditabundo y visiblemente disgustado, pareció reflexionar unos instantes, viendo como la luz de la mañana cubría de claridad los prados de Verona. Y entonces, se le ocurrió. Tal vez esta fuera la oportunidad perfecta.

- Te casaré a las tres.- dijo con voz autoritaria que resonaba con eco en la cabeza de Romeo, acompañándola de gesto firme, que no admitía réplica.  “Mejor la casó con éste que me estoy hartando ya, de hablar cada mañana con los que saltan la maldita tapia de la niña Capuleto”.

 

M. S. 

 

LAS HOJAS SECAS

La mujer que está sentada frente a ti se llama Gloria. Tiene tu mismo abrigo verde, con doble botonadura, y el mismo corte de pelo. Parece mirarse al espejo de la pared del café, ese espejo que está justo detrás de ti, pero es a ti a quien mira. No es extraño que al pintarse los labios a la vez que lo haces tú y sin dejar de mirarte, acabe manchándose los dientes de carmín rojo intenso. Piensas que el color es demasiado fuerte para una tez tan clara, y acabas por bajar la mirada un poco avergonzada por mirar tan fijamente.
Miras el fondo de tu taza de té y remueves el azúcar con la cucharilla. Al fondo se forma un remolino de hojas secas de té verde, que te hace recordar un otoño lluvioso, muchos años atrás, cuando en el parque ibas cada tarde a buscarle.
¿Recuerdas el crujido de las hojas secas bajo tus botas de agua?, ¿Y cómo la otra Gloria te miraba desde los charcos, mientras la lluvia trataba de borrarla, y las hojas caían suavemente sobre ella?. Entonces ella ya estaba allí. Vigilante y silenciosa. Cuidándote.
Y te llega el aroma de té, fresco y suavemente amargo, y vienen a tu cabeza imágenes y recuerdos. Él no sabía quien eras tú, sólo eras aquella muchacha que cada tarde esperaba en el parque, encogida y temblorosa, como un gorrión mojado. En busca tan sólo de una mirada, de una sonrisa, quien sabe si de una palabra. Siempre en el mismo sitio. ¿En qué momento comprendió que le esperabas?
Debió ser aquella tarde de intensa lluvia, con la cabeza empapada, en la que corristeis juntos de la mano, hasta refugiaros en algún lugar cercano. Quizás el mismo lugar en el que ahora te encuentras. ¿Acaso no lo recuerdas?
“Recuerdo que él apareció para llenar un vacío con palabras y esperanzas. Y que lo fue llenando día a día, hasta que un día, no sé cómo ni cuándo terminó por apagarlas.”
Y olvidaste su rostro, olvidaste su voz, olvidaste su nombre. Todo él se distorsionó hasta borrarse.
A veces crees que recuerdas. Lo intentas, y pides otro té verde, porque es bueno para la memoria.
-Nunca me separaré de ti- crees q te dijo, aunque no estás segura de sus palabras.
Llenas la taza de té hasta arriba y se desborda, y las hojas secas se acaban por escapar de la taza, igual que tus recuerdos llenan tu mente hasta rebosarla, para luego derramarse y perderse.
Te llevas la taza a los labios y bebes despacio, saboreando su aroma, y dejando la huella del carmín de tus labios en la porcelana blanca. Y te preguntas qué haces allí un día más. Sola, mirando tu reflejo.
La mujer que está sentada frente a ti se llama Gloria. Tiene tu mismo abrigo verde, con doble botonadura, y el mismo corte de pelo. Siempre observadora, siempre vigilante y silenciosa, atrapada en el espejo, sabe bien que él nunca falta. Que siempre se sienta en el mismo sitio y te observa sin apartar la mirada. Pero tú no le miras. Pero tú no le recuerdas. Quizás no llegue nunca el momento en que comprendas.

M.S.

UN DÍA DE PLAYA

Me gusta escuchar con los ojos cerrados el murmullo efervescente del mar contra la arena. La arena blanca, inundada por las sabanas de espuma que el mar tiende por encima, arropándola con su fuerte brazo, la cubre con fuerza con su manto mojado, y la destapa con delicadeza.
Suavemente, dejando la arena mojada y dura.
Me gusta abrir los ojos y ver como los rayos del sol cansados de irradiar su luz, se van apagando, después de un duro y cálido día de verano, recogidos en sacos rojos, que se confunden con las sombras de un mar quieto y dorado.
Me gusta sentarme aquí en la arena templada y dejarme llevar. A la deriva. Como si fuera una tabla, mecida por el agua. Como si fuera parte de un reloj de arena del que no cae nada. No transcurre ningún segundo. Nada.
La arena está en calma. Sólo pequeñas olas de arena blanca parecen ser movidas por la brisa y crean dulcemente, como caricias, dunas en la playa. Pequeños colchones blancos en los que tumbarse para ver cómo el mar se mueve, y cambia, olvidando sus formas.
Eso es lo que me gusta a mí. Olvidarme del mundo. Olvidarme de todo. Menos de ti, que apareces con tu sonrisa inundándolo todo. En mi vida, todo cambia menos tú, que aún pudiendo cambiar, permaneces inmutable.
Me gusta cuando escucho a lo lejos las risas infantiles. Cómo se mezclan y se superponen cómo las olas sobre la arena. Una sobre otra. Me llegan palabras sueltas. Niños que juegan con un balón, de esos que en verano regalan con las cremas de protección solar, y con los cereales.
Las palabras que vienen y van. La arena se agita insistentemente, y choca contra mi piel. Las palabras, los segundos, las olas, los murmullos… me siento tan relajada que me tumbaría eternamente a dormir aquí en la playa. Sintiendo el roce de la arena en mis manos.
¡Cómo me gusta! Suave y áspera al mismo tiempo. Todavía noto cierta calidez. Como si pudiera infundírsele aún aliento. Cómo si el final del día fuera reversible.
Me gusta hacer montoncitos de arena con mis manos, evocando los castillos que hacía de niña, y que fueron derribados. Reviviendo las historias que inventaba, y que arrastró el viento. Mezcla de palabras y arena, ¡se las llevó tan lejos…!
Miro a mí alrededor y busco con la mirada un castillo abandonado al atardecer por su rey o por su reina. Y pienso en las pequeñas manos que lo han construido. Y pienso en todos esos castillos que edifiqué de niña, perdidos. Desvanecidos. Y en todos esos sueños, rotos, que volaron en pedazos, para formar pequeños sueños nuevos que poco a poco, se fueron amontonando, formando también dunas.
Y pienso que todo es finito, y a la vez, infinito. Esos momentos ya pasados y sin embargo en mi memoria aun tan vivos.
Ese castillo abandonado en la playa, tal vez añorado por un niño desde su casa. O tal vez ya olvidado.
Me gusta ver como las nubes crean formas en el cielo. Caprichosas nubes que cambian como mis pensamientos…Cómo la arena que se mueve. Como el mar, que parece despertarse de su sueño, y me arrastra junto a mis pensamientos, mar adentro.
Me gusta, me gusta tanto, estar aquí perdida. Lejos del mundo. Me gusta que el mar arrastre todo lo demás. Que erosione con sus olas lo que no importa. Me gusta pensar en ti.

No me gusta que las nubes a lo lejos parezcan firmar un pacto de sombras. No me gusta que se junten y parezcan soplar más fuertemente el aire, como si fueran partícipes de una conjura. ¿Discuten las nubes en su desesperación, o en su locura? siempre cambiantes. Miles de formas, de personalidades.
No me gusta que el viento libere mis cosas como si fueran gaviotas y que vuelen, vuelen lejos de mí por toda la playa.
No me gusta que los niños corran tras el balón, ahora codiciado por el viento y con el mar llamándole a lo lejos. No me gusta comprobar que las sabanas de espuma blanca se convierten en gigantes que arrasan la playa, y la van consumiendo, convirtiendo en oscuridad con su estela, ese mar azul cristalino, en el que los cuerpos sumergidos de bañistas tardíos, hace tan solo un momento brillaban como antorchas.
No me gusta que al correr cerca de mí tras el balón, los niños levanten más la arena, formen remolinos a lo lejos, y con sus pies descalzos destrocen el castillo, construido con ahínco y duro trabajo por algún otro niño. ¡Tantos sueños que no se verán cumplidos!
No me gusta. No me gusta escuchar un grito. No me gusta que los niños lloren, entristecidos. No me gusta recoger mis cosas, perdidas por toda la playa, recomponerme y volver a casa.
No me gusta colocar el reloj en su sitio, y ver como cae la arena al fin, al tiempo que la tormenta comienza y desploma la lluvia intensa de verano sobre mí.
No me gusta darme cuenta de que tengo todo el cuerpo pegajoso por la crema, y lleno de arena. No me gusta volver a la realidad, y terminar así un día de playa.
Pero al menos, me gusta pensar que a cada paso que de, estaré más cerca de ti, y no tendré que evocarte porque estarás a mi lado, junto a mí.
Y poco a poco, me gustará volver a la realidad, y al mismo tiempo volverá todo lo demás, como escupido por las olas del mar.

Y sé que no me gustará que al verme llegar empapada y pegajosa, desde tu refugio pulcro y seco, muevas la cabeza a ambos lados, y le digas como un susurro al viento:
- ¿Ves? Por eso no me gusta la playa.

 

M.S.